Deke se tomó una taza de café en silencio, escuchando el sonido de la ducha en el baño, el agua correr sobre la piel desnuda de Kimber, antes de caer sobre la porcelana. En el otro extremo de la mesa, Luc miraba por la ventana los primeros rayos de sol brillando sobre el pantano.
Una vez que había pasado la noche y el deseo había remitido temporalmente, era cuando comenzaban los remordimientos. El pesar.
Y era mortal. Lo había jodido todo. De eso no cabía duda. Pero no había podido mantenerse alejado de Kimber ni un minuto más. A los veintinueve años, finalmente, se había enamorado. Y ella era ahora suya.
«Que Dios la ayude».
Miró a su primo y suspiró. Bueno, Kimber era suya y de Luc. Y dada la obsesión de Luc por preñarla y la suya por impedirlo, su pasado acabaría por salir a la luz, salpicándolo todo de mierda.
«¿Y luego qué?».
—Has hecho lo que debías —dijo Luc de repente.
—¿Hacer el amor con Kimber? —Deke se encogió de hombros—. El tiempo lo dirá. Yo no lo creo, pero te aseguro que me encantaría equivocarme.
—Ella te ama.
—Eso no será de mucha ayuda cuando descubra la verdad.
—Lo que le pasó a Heather no fue culpa tuya.
Por supuesto que sí, o por lo menos en gran parte. Todo el mundo lo sabía. El padre de Heather, ciertamente, lo había culpado a él. Lo había acosado y acusado. Él se lo había tomado con frialdad. Se lo merecía. Sólo Luc había opinado de manera diferente.
Cierto, se requería a dos para bailar un tango, pero Heather… no había sido capaz de pensar con claridad. Kimber no parecía capaz de llegar a ese extremo, pero bajo determinadas circunstancias… ¿quién podía saberlo? Con los años, él se había dado cuenta de que la guerra mostraba lo imprevisibles que podían llegar a ser los soldados. Lo mismo que sucedía con los civiles en las batallas de la vida diaria.
—Ya hemos hablado de esto antes. No quiero volver a darle más vueltas al tema.
Luc apretó los dientes.
—Vas a tener que superarlo antes de que te atrape de nuevo y destruya lo que tenemos con Kimber. Ella no es otra chica insignificante más. Con ella tienes que darlo todo.
—¿Y qué coño se supone que debo hacer? ¿Ponerme de rodillas y declararme?
—El tiempo pondrá las cosas en su lugar.
Deke estuvo a punto de decirle que se declarase él si quería, pero tras la noche anterior, se lo pensó dos veces. Luc lo haría sin dudar, y si Deke no quería que Kimber perteneciera a su primo ante los ojos de la ley, era mejor guardar silencio. Compartirla con él ya era suficientemente duro. Necesario para mantener una aparente normalidad, pero una putada. Si además tenía que verla casada con Luc… Deke tragó saliva, luchando contra el inoportuno dolor que le aplastó el pecho.
—Para empezar —continuó Luc—, creo que deberías contárselo todo.
—¿Acaso te has vuelto loco? Se va a enterar de todas maneras, y lo más probable es que salga huyendo. Llámame estúpido si quieres, pero prefiero posponer lo inevitable.
—Hasta que no lo hagas, continuarás conteniéndote con ella, y eso le hará daño.
—No me contuve anoche.
—No hablo sólo de sexo. No quieres decirle que la amas. Ella ha renunciado a muchas cosas por estar contigo: a los años de creer que amaba a Jesse, a su orgullo, a su virginidad, mientras que tú no quieres contarle ni el más pequeño secreto.
Deke se puso en pie, su silla arañó el suelo de madera cuando la empujó hacia atrás.
—Que te jodan.
Luc alzó las manos en señal de rendición.
—Será tu funeral. Pero déjame que te diga que si ella nos abandona no será por lo ocurrido en el pasado. Será por no haber confiado en ella lo suficiente para decírselo, por no creer que fuera lo suficientemente fuerte para saber que no iba a sufrir el mismo destino que Heather.
Cerrando los puños con fuerza, Deke dio un paso hacia su entrometido primo. Luc se quedó inmóvil, en respuesta a su reto. Deke no se había peleado con él en doce años. En aquel momento, no sabía si sería capaz de detenerse y evitar derribar de un golpe a aquel hijo de perra.
Oyeron cómo se cerraba el grifo de la ducha, y el agua dejó de correr por las tuberías.
Los dos hombres permanecieron quietos, mirándose con fiereza.
—Será mejor que no me provoques —le advirtió Deke.
—Sí, señor Fuerzas Especiales, ya sé que conoces veinte maneras de matarme con tus propias manos. Pero si quieres darme una patada en el trasero por intentar ser honesto y meterte algo de sentido común en esa cabezota que tienes…
—¿Quieres hablar de honestidad y sentido común? Bien. Dime por qué no le devolviste la llamada a Alyssa Devereaux. Está claro que quiere hablar contigo, pero la evitas para no tener que enfrentarte al hecho de que perdiste tu precioso autocontrol con ella.
—Alyssa no es el tema de esta conversación —escupió Luc.
—Es una comparación. Sígueme el juego. ¿Por qué no quieres explicarle a Alyssa la razón por la que te comportaste como un cavernícola con ella durante seis horas?
—Seré honesto con Alyssa tan pronto como tú lo seas con Kimber.
—No te metas en mis asuntos.
—Pues no te metas tú en los míos —replicó Luc—. ¿No quieres hacer el amor con Kimber tú solo?
Eso era un golpe bajo. «Bastardo».
—Podría subirme ahora mismo a ese bote de ahí fuera e irme a casa, dejándote a solas con ella durante horas. Días…
Y su marcha haría a Deke responsable de todo lo que sucediera.
—Para. —Contuvo un nuevo deseo de golpear la cara de Luc y tragó saliva—. Por Dios, para. No estoy preparado para decirle nada.
—No esperes que Kimber vaya a tener una paciencia infinita contigo. Se ha ofrecido a ti, se ha desnudado ante ti. Si no le das lo mismo, se irá.
En lo más profundo de su ser, Deke temía —sabía— que Luc tenía razón.
Se oyó el sonido de la puerta del cuarto de baño en el pasillo. Kimber apareció al momento.
—Os he oído gritar, ¿ocurre algo?
Deke miró a Luc, que se calló y cruzó la cocina hacia ella.
—Es la tele —masculló su primo, luego le besó la mejilla fresca por la reciente ducha antes de salir al porche trasero.
Dejando solo a Deke con Kimber.
Durante largos momentos, ninguno de los dos dijo nada. El silencio se extendió hasta volverse espeso. Ella lanzó una mirada suspicaz al televisor, dejando claro que no se había creído las palabras de Luc. Pero no dijo nada.
—¿Hay más café?
Mascullando un sí, Deke se giró y le sirvió uno. Añadió dos terrones de azúcar y un poco de leche.
—¿Lo recuerdas? —Kimber sonrió. Parecía… emocionada.
Dios, ¿cómo sería disfrutar del calor de aquella sonrisa todos los días? ¿Saber que ella reservaba tal belleza para él y nadie más?
Lo que era un problema.
Él se encogió de hombros.
—Ya sabes que nosotros, los tipos de las Fuerzas Especiales, tenemos que prestar atención a los detalles. Algunas veces pueden salvarnos la vida.
La sonrisa de Kimber desapareció.
—Por supuesto.
Mierda, sin duda sabía cómo meter la pata. Acababa de compararla con un terrorista en vez de tratarla como a una novia. «Mejor».
Ella tomó la taza, dio un sorbo, se sentó en la silla que Luc acababa de dejar libre y se retiró a su propio mundo. Y Deke no pudo soportar aquel silencio, como si lo de ayer por la noche y lo de esa misma mañana no hubieran significado nada. Si lo miraba desde la perspectiva de ella, probablemente estaría esperando intimidad y afecto. O, como mínimo, ternura.
Hasta ese momento, Deke no había sido realmente capaz de darle nada de eso. Y dudaba que fuera capaz de hacerlo a largo plazo. Se odió por ello. Pero lo intentaría por ella. Lo cierto era que hacer algo más que follar y echarla de menos iba a llevar su tiempo.
Él suspiró y se acercó a ella, sin tener muy claro qué hacer.
Kimber levantó la mirada cuando él se acercó; el asombro y la cautela se reflejaron en su rostro cuando él invadió su espacio personal.
—¿Qué pasa?
Deke no dijo nada, sólo se inclinó y la cogió en sus brazos. Se sentó en una silla cercana y la depositó en su regazo. Le apartó el pelo húmedo de la cara y ella levantó la mirada a la suya.
—Conversar no es lo mío. Yo… —¿Cómo podía resumir la confusión que sentía con las palabras adecuadas?—. Me encantó estar contigo anoche.
Le depositó un suave beso en la boca, muy orgulloso de sí mismo. Había sonado perfecto.
Kimber se escabulló de sus brazos.
—Si te gustó tanto, ¿por qué te opusiste a ello de esa manera?
¿Cómo era posible que las mujeres hicieran eso? En sólo dos segundos, conseguían que te olvidaras de las palabras de amor y te hundieras en la miseria.
—Gatita, ahora no.
—Sí, ahora. A pesar de mi limitada experiencia, entiendo que compartir la cama durante doce horas no me da derecho a exigir nada, pero sé que te pasó algo. Y quiero saber qué es.
—Eso es parte del pasado. No tiene importancia.
Ella se apartó de su regazo.
—La tiene, puesto que te ha impedido acostarte conmigo hasta anoche. Está claro que es algo importante y que no ha quedado en el pasado.
«Demonios», él no quería hablar de eso, y menos sin Luc.
—Porque soy un idiota con nobles principios y no quería arrebatarte tu virginidad sin estar realmente seguro. ¿No podemos seguir como hasta ahora sin tener que hurgar en el pasado?
Deke intentó agarrarla de nuevo. Ella retrocedió.
—No. Lo que sea que no quieres contarme es la causa por la que no querías hacer el amor conmigo. Es la razón por la que te tiraste a la hermosa esposa de Jack Colé.
Deke sintió cómo se ruborizaba.
—Bueno, en realidad eso fue una petición de Jack. Yo no…
—Pero Jack pensó en ti porque tú sólo practicas ménages. Y esa misteriosa razón es la causa.
Y se interpone entre nosotros, y quiero saber por qué.
Maldición, ella había dado en clavo. ¿Cuándo había encajado Kimber las piezas? Puede que fuera más joven y menos experimentada, pero sabía calar a la gente.
—Vayamos paso a paso, ¿vale? —suspiró él—. Ahora estoy aquí contigo. No voy a ir a ningún lado. ¿Cómo era aquella frase de película? Primero tienes que decirme «hola». Pues esto es exactamente igual. Sé que soy testarudo e intransigente, pero estamos juntos. Por ahora, es todo lo que cuenta.
Kimber se cruzó de brazos y apretó los labios. Ése no era el punto y final de la conversación, ni mucho menos, pero haría una retirada táctica por el momento. Deke soltó un enorme suspiro.
—Bien.
No estaba bien, pero él esperaba conseguir que se olvidara del tema. Si le contaba todo lo relativo a aquel estúpido error, ella saldría corriendo.
Con paso cauteloso, Deke acortó la distancia entre ellos y la envolvió con sus brazos. Ella permaneció rígida, con los brazos todavía cruzados. Estaba claro que Kimber había aprendido a pelear bajo sus propios términos. No podría oponerse a él físicamente, pero Deke apostaría lo que fuera a que su testaruda voluntad era un más que digno adversario.
Él ignoró su resistencia y, simplemente, la abrazó. Le acarició suavemente la espalda, la besó en la frente, en la boca, en el cuello. Era como estar en el séptimo cielo. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había besado a una mujer sin intentar tirársela a los diez minutos. Sólo seguir allí, respirando su perfume, su esencia, era un placer.
—Peleas sucio —masculló ella, ladeando la cabeza para facilitarle el acceso al cuello.
—Esto no es una pelea. Es un placer. ¿Te importa? —le deslizó el pulgar por el labio inferior.
Antes de que ella pudiera contestarle, sonó el teléfono. Deke dio un brinco. Sólo podía haber dos personas al otro lado de la línea, y ambos representaban noticias sobre la explosión y sus secuelas.
—¿Diga? —ladró Deke al teléfono.
—Deke. —Era Logan. Su voz sonaba tensa.
Girándose, Deke contuvo una maldición.
—Sí, soy yo.
—No es nada bueno —suspiró—. Kimber…
—Dímelo.
Logan le contó lo que sucedía y Deke no pudo reprimir una palabrota.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Kimber.
—Se lo contaré —prometió Deke.
Tras una larga pausa, Logan replicó:
—Gracias. ¿Hay noticias de Jack?
—Todavía no. ¿Y la policía ha averiguado algo?
—¿Contarme qué? —exigió saber Kimber.
Deke negó con la cabeza hacia ella. Prestaría toda su atención a Kimber cuando le diera las noticias.
—Nada en concreto —contestó Logan—. Muchas preguntas. Ninguna respuesta. Pero es muy raro. Nadie ha hecho preguntas en el hospital. Nada sospechoso. Sin embargo, ha habido un montón de llamadas telefónicas de un hombre que quiere saber dónde está Kimber. Intenté averiguar quién era, rastreé la llamada, pero no fui capaz de localizarle. Es demasiado listo.
El miedo se extendió como una fría oleada por el pecho de Deke. Aquel psicópata no había intentado atacar al coronel en el hospital. Por el contrario, parecía estar obsesionado con Kimber.
Puede que fuera alguien de la prensa en busca de una exclusiva sobre la ex de Jesse y la última tragedia. Pero ¿haber llamado la misma persona una y otra vez?
—Maldita sea —masculló Deke—. Llámanos si hay algún cambio.
—Lo haré. Dale un beso a Kimber de mi parte.
—Encantado.
Luego colgó el teléfono.
—¿Qué demonios ha pasado? —Kimber parecía enfadada y desesperada. No iba a poder distraerla y no lo dejaría en paz hasta que supiera lo que ocurría.
Deke la tomó de la mano y la llevó a una silla, luego se sentó con ella en el regazo. Inspiró profundamente. ¿Cómo se lo iba a decir?
—Dime lo que sea. Oh, Dios mío… —le tembló la voz—. Mi padre. No me digas que…
—No. No, gatita. Está vivo. —Le besó la palma de la mano, intentando suavizar la noticia—. Ayer le hicieron nuevas pruebas y se dieron cuenta de que tenía alojado un cuerpo extraño en la parte posterior de la cabeza, que le estaba causando hinchazón. Tuvieron que operarle esta mañana, y tuvo una crisis. Ha entrado en coma.
Kimber se derrumbó. No había otra manera de describirlo. Las lágrimas anegaron aquellos ojos color avellana, y Deke se encontró deseando aliviar su sufrimiento de alguna manera. Con gusto, se habría echado aquel peso sobre sus hombros para que no tuviera que soportarlo ella.
Pero la vida no funcionaba de esa manera.
La envolvió entre sus brazos y dejó que llorara sobre su pecho, pero ella lo sorprendió cuando se puso en pie al instante y se enjugó las lágrimas.
—Tenemos que ir al hospital ahora mismo.
Deke se quedó paralizado.
—Gatita, sé que estás preocupada, pero no podemos hacer eso sin antes planearlo con mucho cuidado. Sigue habiendo un psicópata suelto por ahí que quizá vaya tras de ti…
—¡Eso no importa! Mi padre podría morir y yo quiero estar allí para despedirme.
—Nadie ha dicho que se vaya a morir.
—¡Está en coma! Puede que no sea médico, pero en la escuela de enfermería he aprendido que eso no es nada bueno, y que algunas personas pueden morir.
El tono sarcástico era comprensible, pero no ayudaba.
Deke le dijo con suavidad:
—Pero hay otras personas que se recuperan por completo.
—No voy a correr el riesgo de no volver a verlo con vida. —Se quitó la bata en medio de la cocina y se dirigió al dormitorio.
Deke observó el balanceo de su trasero desnudo cuando ella se retiró al dormitorio en penumbra y comenzó a hurgar entre las sábanas buscando su ropa. Él entró en la habitación y le arrancó la camisa y la ropa interior de las manos.
—No vas a ir a ningún lado, y mucho menos sola.
—Puedes apostar que sí. No vas a detenerme.
—Si tengo que tumbarte en esa cama y atarte a ella para que no seas el blanco de ese maníaco, te aseguro que lo haré.
Kimber se dirigió a la puerta.
—Ya soy mayorcita, y tomo mis propias decisiones. No eres mi dueño.
Deke la agarró por el brazo y la estrechó contra su cuerpo.
—Te recuerdo que anoche te reclamé. Tomé lo que no le habías ofrecido a nadie más.
Según mis reglas, eso te hace mía. Y no voy a dejar que seas el blanco de nadie. Aquí escondida estás a salvo. Y vas a seguir estándolo.
—Eres un hijo de p… ¿Qué coño haces?
Deke la arrastró por el dormitorio hasta la cama. Kimber no escuchaba, no iba a razonar.
La lanzó sobre el colchón y la sujetó allí con toda la suavidad que pudo, pero sin dejar que se soltara. Iba a protegerla, incluso de sí misma.
—Mantenerte a salvo.
Lanzó una rápida mirada a su alrededor pero fue inútil. «¡Maldición!».
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Luc, observando la escena con una expresión horrorizada.
Deke le contó lo de la llamada telefónica.
—Y ahora nuestra Florence Nightingale cree que va a ir al hospital a verlo.
—Eres un gilipollas —gritó Kimber, retorciéndose para soltarse de sus manos—. Luc…
—Cariño, tiene razón. Llama a Logan. Dile que ponga el teléfono en el oído a tu padre y así podrás hablarle. Pero no puedes salir de aquí y exponerte al peligro.
—¿Así que ahora soy vuestra prisionera?
—No es esa nuestra intención, pero si quieres considerarlo de esa manera… —Tener que negarle algo preocupaba a Deke, pero no pensaba dar marcha atrás—. Sea como sea, te vas a quedar aquí.
—Lo siento, cariño, pero estoy de acuerdo con él. —Luc cruzó los brazos sobre el pecho, y Deke agradeció el apoyo—. Prométenos que te quedarás aquí hasta que podamos idear un plan, y te dejaremos libre.
Kimber apretó los labios con terquedad y no dijo nada.
—Sabes que en cuanto le demos la espalda, va a intentar escaparse.
Luc vaciló, miró a Kimber y asintió con la cabeza.
—Eso parece…
Pero a Deke se le ocurrió una idea. La cabaña de Jack estaba muy bien equipada.
—Sujétala.
Luc le dirigió una mirada llena de curiosidad, pero atravesó la estancia para sujetar las muñecas de Kimber. Se montó a horcajadas sobre ella cuando Deke se dirigió a la puerta.
—Puede que no haya sido militar, pero eso no quiere decir que no haya aprendido algunos trucos —le advirtió Luc—. No voy a dejar que te escapes.
Satisfecho al ver que la dejaba en buenas manos, Deke sacó un juego de llaves del bolsillo del pantalón y abrió la puerta de la habitación secreta de Jack al final del pasillo. Pasó junto al ordenador y el escritorio, hacia una puerta que había al fondo de la estancia, y la abrió.
Aquel lugar era un paraíso para un amo dominante, allí podía encontrarse todo tipo de juguetitos, desde látigos y consoladores hasta ataduras.
Cogió un par de esposas de terciopelo y algunas cintas de seda para los delicados tobillos de Kimber. Se detuvo ante unas pinzas para pezones.
«Céntrate —se dijo a sí mismo—. Piensa en su seguridad. Ahora mismo, Kimber está demasiado enfadada para andar con jueguecitos sexuales».
Se metió algunos juguetes en los bolsillos, pensando que los utilizaría más tarde, y volvió a recorrer el pasillo para ver que no había cambiado nada. Kimber estaba acordándose de toda la ascendencia de Luc y de su propia virilidad con algunas palabrotas que seguramente había oído a sus hermanos a lo largo de su vida. A Luc no parecía afectarle.
—Lamento que pienses eso, cariño. Pero ¿qué clase de persona sería yo si me importaran más tus insultos que tu seguridad?
Atravesando el dormitorio a toda velocidad, Deke se colocó al lado de Kimber, tomó las muñecas que sujetaba su primo y la esposó a la cama en menos de dos segundos. Pronto descubrió que las cintas de seda tenían la longitud adecuada para atarle los tobillos a los gruesos postes de la antigua cama con las piernas abiertas.
Sólo cuando Kimber estuvo totalmente atada en la cama, Deke se percató de que también estaba completamente desnuda.
Y a su merced.
Deke jamás había sentido inclinación por las artes de la Dominación y sumisión; podía practicarlas o no. Pero en aquel momento, la idea comenzó a rondarle la cabeza. Reprimió sus impulsos.
—Ya está —dijo él, paseando la mirada por los pechos femeninos. Eran muy hermosos, y el recuerdo de lo sensibles que eran los pezones lo… «¡Maldición!, tema que centrarse»—. No me gusta la idea de salir de este escondrijo, pero comprendo lo que sientes. Encontraré una manera segura de que puedas ir a ver a tu padre. Dame un par de días.
—¿Y qué pasa si no aguanta tanto? Por favor… —Levantó la mirada hacia él que se sintió desgarrado por dentro—. ¿No podemos ir ahora?
Ojalá pudiera decirle que sí. Pero no podía ceder a los deseos de Kimber por parecer un buen tío. Su trabajo —su responsabilidad— era cuidar de ella.
—No, pero iremos en cuanto sea posible. Te lo prometo.
—Pero…
—Gatita, sabes que si tu padre estuviera consciente, estaría de acuerdo conmigo.
Ella suspiró con resignación.
—Por favor, arréglalo todo lo antes posible.
Deke salió de la habitación. Maldita sea, no quería hacer aquello, pero Kimber adoraba al coronel. Negarle eso sería hacerle daño, y él no podía hacerlo. Con un suspiro, cogió el teléfono y llamó a Jack, a Logan y a otros amigos. A los cinco minutos regresó.
Al entrar en el dormitorio, observó que Kimber ya no estaba atada, sino envuelta entre los brazos de Luc, escuchando sus tranquilizadoras palabras.
Deke no pudo evitar deslizar la mirada por ella, con unos ojos —estaba seguro de ello— llenos de lujuria. Maldición, tenía que apartar la mente del sexo y dedicarse a protegerla.
—Jack y Logan se pondrán en contacto con nosotros pronto. Irás a ver a tu padre. Idearemos un plan, te lo prometo. —La besó en la boca suavemente.
Con un gemido, ella abrió los labios y se arqueó hacia él. Deke vaciló, sorprendido. Luego aceptó el beso que le ofrecía Kimber y saboreó su agradecimiento, así como su desesperación.
Al cabo de un rato, levantó la cabeza.
—¿Kimber?
—Abrázame, por favor.
Las lágrimas que anegaban sus ojos hicieron pedazos el corazón de Deke. No se le daba bien eso de consolar, pero ¿cómo podía decirle que no? ¿Por qué debería hacerlo cuando tenía la excusa perfecta para estar cerca de ella?
Él se relajó a su lado, enterrando la cara en su cuello mientras le rodeaba la cintura con un brazo.
—Aquí estoy.
—Tócame.
Si la tocaba más, acabaría manoseándole todo el cuerpo, y su mente —junto con toda la sangre de su cuerpo— descendería directamente a su miembro. Pero Kimber necesitaba que la reconfortara, así que se limitó a acariciarla con ternura. O al menos lo intentó. Deke no se consideraba precisamente un cruce entre un osito de peluche y un amigo. Se perdió en aquellos ojos, en el perfume femenino, en esa piel suave y excitante. No podía estar cerca de ella sin ponerse duro. Se sintió como un auténtico pervertido y cerró los ojos.
—Deke —murmuró ella.
—¿Sí, gatita?
—Haz que desaparezcan mis preocupaciones por un rato. Por favor. —Arqueó sus caderas hacía él—. Ámame.
«Dios, qué tentación». La idea de acostarse con ella era el paraíso. Deke tragó saliva.
—Kimber, cariño…
—Sé lo que te estoy pidiendo. Tócame. Sé que puedes conseguirlo. Sé que puedes conseguir que me olvide de todo.
Al otro lado de la cama, Deke observó a Luc. Su primo no dijo ni una palabra, pero se puso duro al instante.
Kimber también lo observó.
—Ves, me deseáis.
«Siempre». Pero ella debía de estar dolorida, y sólo un auténtico canalla se aprovecharía de una mujer en esa situación, ¿no? Por otra parte…, distraerla podría apartarla de sus preocupaciones.
Bien, y lo más seguro era que él estuviera racionalizando la situación porque ella estaba desnuda y se ponía duro cada vez que la miraba.
Pero tenía que elegir entre el sexo o verla llorar, preocupada y aterrorizara por algo que no podía controlar.
Deke votaba por el sexo.
Sin mediar palabras, se desnudó. No tuvo que levantar la vista para ver que su primo también hacía lo mismo; el susurro de las ropas lo decía todo.
—Gatita, si es esto lo que quieres, te acariciaré y te penetraré hasta que no recuerdes ni tu nombre.
Deke se tumbó en la cama y rodó hasta situarse sobre ella. La miró fijamente. Estaba hermosísima a pesar de su mirada afligida. El dolor de Kimber le oprimió el pecho.
Luc gateó al otro lado de la cama, y colocó su mano sobre uno de los pechos de Kimber.
—Necesito esto, te necesito.
—Lo sabemos. Necesitas sentirte viva, cariño. Nosotros nos ocuparemos de que así sea.
Tras decir eso, Luc deslizó los pulgares sobre los pezones, que se endurecieron y enrojecieron. Hermosos y seductores, eran una imagen irresistible.
Hubo una carrera por ver cuál de los dos conseguía chupar primero aquellos brotes tentadores. Deke creyó haber ganado. Sobre todo cuando ella contuvo el aliento y se arqueó hacia ellos. Sus pobres pezones tenían que estar doloridos. Y él intentó ser suave. Era algo difícil cuando aquellos dulces brotes se ponían cada vez más duros contra sus lenguas. Cada vez que los lamían, succionaban o pellizcaban con los dientes, se endurecían más.
—Qué gusto —gimió ella.
Sí, su voz había perdido su suavidad. Era ronca, un poco áspera. «Perfecta».
Pero a pesar de lo mucho que le gustaban las duras bayas de sus pechos, se moría de ganas por degustar su verdadero sabor.
Bajando la mirada por su cuerpo, se sorprendió al ver la mano de Luc entre sus muslos y a Kimber arquear las caderas en busca del toque provocador de su primo. Poniéndose duro al instante, observó cómo ella comenzaba a jadear. Aquella respiración entrecortada llenó la habitación. Luc continuó tentándola, rozándole el clítoris, hundiendo los dedos en su canal, acariciando los pliegues de su sexo, explorando el interior de su sexo para frotar sin piedad su punto G.
Deke olió su esencia: melocotones, azúcar moreno, almizcle. Lo condujo a la locura. La impaciencia pudo con él.
—Deprisa, déjame lamerla, conseguiré que se corra.
Sin interrumpirse, Luc arqueó una ceja.
—Me estoy divirtiendo.
—No se trata de ti.
—Tampoco se trata de ti. Se trata de conseguir que se olvide de todo.
—Oh, confía en mí. Lo haré.
Luc se interrumpió. Kimber gimió y se retorció.
—¿Quieres volver a estar en su interior?
«No, maldita sea».
—Entre otras cosas —contestó Deke.
—¡Dejad de hablar y hacedlo de una vez! —les exigió ella entre jadeos.
Su primo acató su orden y volvió a aplicarse a la tarea. Deke lo observó, excitado hasta lo indecible. Dios, era preciosa. Esas mejillas sonrosadas, aquellos labios ligeramente separados, los ojos entrecerrados por la pasión. Los hombres habían escrito sonetos sobre mujeres como ella, y ahora podía comprender por qué. Kimber no era simplemente hermosa, era también una mujer de armas tomar. Sabía lo que quería. Era algo que Deke respetaba. La entendía. Además no temía la profesión de él… ni le pedía que lo dejara. Él había conocido a ambos tipos de mujeres antes y no podía soportarlas. Kimber era… simplemente ella misma, no se arredraba ante nada. Por supuesto, tenía sus momentos emocionales, pero no se dejaba llevar por los nervios. Su mujer era como acero revestido de seda.
Y sí, era suya.
Deke se inclinó sobre ella y saqueó su boca con un beso desesperado. Kimber abrió los labios para él y gimió. Sus labios vibraron con el sonido. Su erección palpitó en respuesta.
La impaciencia de saborearla con la lengua volvió a bombardearlo de nuevo. Interrumpió el beso y le murmuró al oído:
—Córrete para Luc, gatita.
Ella asintió débilmente con la cabeza y levantó las caderas, estaba cerca de alcanzar el clímax, pero no lo suficiente.
—¿Te duele el deseo que sientes? ¿Estás ardiendo? —le preguntó Deke—. Ya veo que sí —respondió por ella—. Pues en el momento en que dejes de correrte, voy a bajar a tu sexo y a tomarte con la boca. Él sólo está consiguiendo que estés mojada y jugosa para mí —le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Una vez que esté allí, vas a darme más de ese néctar, ¿verdad?
—Sí, ¡sí! —gritó Kimber mientras su cuerpo se elevaba hacia el clímax. Echó la cabeza hacia atrás, arqueando el cuello; las enrojecidas cimas de sus pechos se irguieron en el aire mientras gemía con satisfacción.
Luc asaltó al instante sus pezones, chupándolos y mordisqueándolos.
Sólo para asegurarse de que Kimber no pensaba en sus problemas, Deke metió la mano en el bolsillo y sacó las pinzas para pezones que hizo bailar delante de la cara de Luc.
—¿Sabes qué es esto?
Luc las observó fijamente con una mirada voraz y se las arrebató a Deke de la mano lleno de excitación, como un niño con un juguete nuevo.
—Ya me parecía a mí que lo sabrías. —Deke le brindó a su primo una amplia sonrisa.
Luego comenzó a lamer el cuerpo de Kimber.
No jugó con ella ni la hizo esperar. Le ahorró el sufrimiento. O quizá se lo ahorró a sí mismo, que estaba ansioso por paladear de nuevo su dulce sabor y oír aquellos jadeos ininterrumpidos que ella emitía cuando se sentía arrebatada por el deseo.
Arrodillándose ante ella, Deke la abrió con los pulgares y se hundió en aquel espeso néctar femenino. «Mmm». La tomó con la boca; manteniéndole separados los muslos, empujando los hombros entre sus piernas con cada arremetida de su lengua. En aquel momento, la vida no podía ser mejor.
De repente, ella se puso rígida y jadeó… y no sólo de placer. Con una mirada turbia, levantó la cabeza para ver que Luc le había colocado las pinzas en los pezones.
—No son tan dolorosas como parecen —la tranquilizó Luc—. Espera unos minutos.
Deke miró a su primo a regañadientes, luego volvió a centrar su atención en Kimber.
—¿Te hacen demasiado daño, gatita?
Kimber tenía la mirada perdida, dilatada… llena de deseo. La vio morderse el labio, conteniendo un grito.
—¿Gatita?
—Penétrame —dijo entre jadeos—. Penétrame ya.
Deke frunció el ceño, luego le pasó la lengua por la entrada de la vagina y el clítoris.
—Pero aún no estás preparada para…
—¡Ya!
Kimber era más exigente cuanto más excitada estaba. A Deke le encantaba.
Gateando encima de la cama, se alzó sobre el cuerpo femenino y se deslizó en ella con un golpe certero que la hizo lanzar un largo y sonoro gemido, un sonido que le tensó los testículos.
Al parecer provocó la misma reacción en Luc, pues lo oyó maldecir.
—Siií. —Kimber le dirigió una mirada que decía «fóllame sin parar».
Deke estaba más que encantado de complacerla.
Antes de poder dedicarse por entero a la tarea, ella le brindó a Luc aquella mirada exigente.
—Ven aquí —le dijo Kimber a su primo señalando un lugar en el colchón junto a ella.
Luc se acercó con rapidez… y ella le recompensó girando la cabeza, abriendo la boca y conduciendo su miembro al fondo de su garganta.
La imagen consiguió que Deke se sintiera invadido por el deseo y el resentimiento. El rostro lleno de éxtasis de su primo no era algo que él pudiera ignorar.
Deke sabía con exactitud por qué le gustaba compartir a las mujeres. Pero no por primera vez, se preguntó por qué le gustaba a Luc. Por qué no hacía el amor —por qué no follaba— él solo con una mujer. Pero llevaba años diciéndole que jamás se casaría con una, que no quería tener una mujer para él solo. Quería que fueran tres, y había estado buscando a la mujer que los complementaran a los dos. «¿Por qué?».
Kimber gimió.
—Tómala —le ordenó Luc—. Llénala.
Dios, la voz de su primo era solemne, casi como si… significara que para él era algo más que sexo fantástico.
¿Estaría Luc también enamorado de Kimber?
No sería de extrañar. Pero Deke no podía pensar en eso ahora, no cuando ella arqueaba las caderas hacia él, oprimiéndolo en su interior, transformando la necesidad que sentía en el pene en un deseo puro y líquido.
Deke se retiró y volvió a zambullirse en ella, extasiado ante la sensación de ella en torno a su miembro. Maldición, era sedosa y perfecta. Jamás había sentido algo así, algo como ella. Y apostaría su alma a que jamás lo haría en el futuro.
Deke le dio todo, todo lo que tenía… bombeándola, llenándola, embistiéndola. El deseo comenzó a inundarlo, tensándole los testículos. Apretó los dientes. Quería que ella se corriera primero, maldita sea. Si tenía que morderse la lengua para asegurarse de que ella alcanzaba antes la satisfacción, lo haría.
Luc enterró los dedos en el pelo de Kimber. Por el ángulo en que tenía la cabeza, tenía que estar doliéndole el cuello, pero ella sólo siguió succionándole.
—Sí. Sí. ¡Dios mío, sí! —Luc comenzó a gemir.
Deke entendía perfectamente lo que sentía.
Kimber también gimió, se arqueó hacia él, se cerró en torno a su miembro y las paredes de su vagina comenzaron a contraerse.
Oh, santa madre de… no pudo contener la gigantesca oleada de sensaciones que atravesaron sus sentidos, dejándolo indefenso. La penetró de nuevo hasta el fondo con un solo propósito. Y ella le salió al encuentro.
A pesar de estar él mismo al borde de la locura, Luc observó cómo ella contenía el aliento y temblaba. Cuando Kimber comenzó a estremecerse, le liberó los pezones.
Y Kimber comenzó a gritar.
Luego su sexo se convulsionó en torno a su miembro de una manera que no había sentido antes; no lo inducía a correrse, se lo exigía. Deke se rindió… se disolvió en ella, en la necesidad, en el amor.
En algún lugar distante, oyó el grito de satisfacción de Luc, y Deke se sintió desesperado, decidido a llenarla hasta el fondo. La penetró brutalmente y derramó las últimas gotas de su semen en el fondo de su vientre.
Dándole hasta su alma.
Dos horas después, Kimber estaba en el dormitorio, enfurruñada. Se daba cuenta de que ésa no era la actitud más madura. Pensaría con madurez: estaba preocupada por su padre y enfadada porque Luc y Deke se negaban a llevarla a verlo.
Vale, puede que aquellos hombres tuvieran razón, ir corriendo al hospital podría ser peligroso. Pero ahora que ya no la estaban entreteniendo, la realidad atacaba de nuevo y estaba asustada. El coronel era su padre. Tras hablar con Logan, volvió a sentirse asustada. Aterrada no sólo de perder al único padre que le quedaba y que ella tanto quería, sino de experimentar la misma pesadilla que había tenido todas las noches tras la explosión, preocupada de que alguien la estuviera persiguiendo.
Y, sin embargo, aquello no cambiaba nada. Quería ir al hospital para ver a su padre. Quería mirarle, tocarle y despedirse de él… por si acaso.
Deke y Luc apenas la dejaban ir al baño sin que uno de ellos la acompañara.
Para empeorar las cosas, no podía odiarlos por hacer lo que hacían. Sabía que sólo pensaban en su seguridad. Al igual que habían sabido cómo proporcionarle un placer tan increíble. Después de eso, Deke la había envuelto entre sus brazos y la había abrazado hasta que ella le dijo que la soltara, llena de cólera, frustración y miedo.
¿Cómo podía enfadarse tanto por que Deke quisiera tomar precauciones antes de llevarla al hospital?
—¿Quieres comer algo? —le dijo Luc suavemente desde la puerta del dormitorio.
—No.
Entró con paso arrastrado en la habitación y le puso las manos con suavidad sobre los hombros.
—Cariño, tienes que comer algo. Te saltaste el desayuno.
—Me olvidé.
Luc se aclaró la garganta.
—Llevas un rato molesta. Me partes el corazón. Vas a acabar con este pobre anciano.
«Anciano». Kimber soltó un bufido. Bueno, puede que tuviera más de treinta y cinco años, pero era un encanto.
—Te haré una manzana flameada con brandy para el postre.
Oh, aquel hombre sabía jugar sucio. Pero ella no se iba a dejar embaucar. Además, cada vez que pensaba en su padre tumbado en una cama del hospital, conectado a tubos y monitores, su estómago vacío se rebelaba. No quería ni imaginar los resultados si se ponía a comer los suculentos manjares de Luc.
Negó tercamente con la cabeza.
Oyó pasos. Se giró para ver a Deke empujando a su primo a un lado. El puso los brazos en jarras.
—Éste es el trato. Comerás algo, aunque sea algo ligero para que mantengas las fuerzas, y luego hablaremos.
—¿Sobre qué? Ya hemos hablado hoy, dos veces, en el lenguaje que mejor entiendes: follando.
Deke contuvo una sonrisa.
—Si lo que pretendías era insultarme, has fallado. Me siento halagado.
—Era lo que se podía esperar de ti —masculló ella.
—Ves, Morgan, ya te lo dije, Kimber es una terrible compañía.
Kimber giró la cabeza con tanta rapidez que casi se mareó. Sí, allí estaba Morgan Colé, la esposa de uno de los mejores amigos de Deke, una mujer que ella sabía que él se había llevado a la cama. ¿Y Deke pensaba que ella querría la compañía de Morgan? Aunque no supiera que su hombre y aquella hermosa pelirroja habían jugado a los ménages, habría sentido resentimiento contra ella. Era hermosa, curvilínea, muy femenina, sin olvidar que era una celebridad y que sabía vestir muy bien. Seguramente sería lista y ocurrente, y admirada por cada hombre que conocía.
En algunas ocasiones, la vida era una mierda.
—Que te den —murmuró.
—¿Dónde? —preguntó Deke—. No importa. Me hago una ligera idea.
Kimber gimió.
—Vete.
Por el rabillo del ojo, Kimber vio a Morgan.
Él le susurró a la pelirroja:
—Lo más probable es que no quiera jugar a disfrazarse contigo para ir al hospital.
«¿Al hospital?».
Se puso en pie y corrió hacia él.
—¿Has dicho ir al…?
Deke la agarró y la interrumpió con un beso duro en la boca.
—Al hospital. Sí. Ya lo he arreglado todo, pero hay reglas —le advirtió.
Kimber asintió con impaciencia. No le importaba cuáles fueran. Iba a ver a su padre. Le cogería de la mano, hablaría con él, lo besaría en la mejilla, y esperaría con todo su ser a que su presencia allí le ayudara en algo.
—Lo que sea.
—Ah, es una respuesta interesante. La reservaré para más adelante —dijo, guiñándole el ojo—. Morgan te ayudará a disfrazarte. Ha traído una peluca, maquillaje y ropa adecuada. Nos iremos después de que se ponga el sol. Si alguien te pregunta algo, debes decir que vas a visitar a una amiga que acaba de dar a luz. Dispondrás de quince minutos, ni uno más. Yo estaré allí.
Logan y Jack, también. Puede que también esté Hunter, ha llegado hace poco de una misión secreta. Pero no puedes desviarte del plan. No te lo permitiremos. No vamos a dejar que te ocurra nada. ¿Entendido?
—Sí. —Las lágrimas anegaron sus ojos, y, a la vez, el profundo amor que sentía por él le oprimió el pecho. Estaba dispuesto a dejarla ir al hospital a pesar de estar claramente preocupado por ella. Dios, estaba locamente enamorada de aquel hombre. ¿Le abriría en algún momento aquella parte de su alma, de su pasado? ¿Alguna vez le devolvería su amor?
Kimber no se consideraba una cobarde, pero aquélla era una pregunta de la que no estaba segura de querer saber la respuesta.