Capítulo 14

Deke agarró la cadera de Kimber con la mano izquierda. La derecha, la deslizó hasta su sexo donde comenzó a trazar suaves y lentos círculos, rozando con la yema de los dedos el brote de su clítoris. La acarició hasta que ella se quedó sin aliento. Hasta que se aferró a las sábanas y un nuevo rubor le cubrió la piel pálida.

Tras habérsele negado el clímax tantas veces, ella comenzó a implorar.

—Por favor, Deke. Ahora. Dios, ahora…

Volvía a estar a punto de correrse. Deke no iba a impedírselo esta vez.

Colocó las manos sobre sus muslos abiertos, los separó aún más, y, apretando los dientes, empujó con fuerza en su interior.

El canal de Kimber cedió lentamente. Aunque Deke sentía el latido de su corazón en los oídos, el grito femenino se abrió paso en su mente. Pero no había vuelta atrás. Se deslizó dentro de ella. Luego la agarró por las caderas, las alzó hacia él e inclinándose sobre ella, introdujo su miembro un poco más.

Por fin, estaba dentro. Por completo.

Estremeciéndose, Deke se dio cuenta de que jamás se había sentido tan bien con una mujer. Era como estar en… casa. Antes de Kimber, no lo había echado de menos. Ahora, de una manera primitiva y elemental, Deke supo que ella era suya.

Bajo él, ella se retorció sobre las sábanas blancas y lo observó con los ojos color avellana ahora verdes y brillantes por las lágrimas no derramadas. Quizás debería de haber ido un poco más despacio. La culpa ante su dolor lo inundó.

—Lo siento —gimió él.

—Ahora es cuando viene la mejor parte, ¿verdad? —jadeó ella—. Ni se te ocurra detenerte ahora.

Kimber debía de haber perdido el juicio si pensaba que él podría retirarse en ese momento.

Pero estaba resuelto a aliviar su dolor.

Obligándose a permanecer inmóvil, a pesar de todo el esfuerzo que le costó, Deke hizo girar de nuevo las yemas de sus dedos sobre el clítoris de Kimber, aliviándola y enardeciéndola al mismo tiempo. Le llevó un momento conseguirlo, como si el cuerpo femenino se hubiera replegado ante la invasión de su miembro. A Deke le hervían los testículos mientras mantenía su miembro envuelto en aquella funda, pero no se movió ni un centímetro. Luc pareció comprender su propósito y se dispuso a ayudarlo acariciando los pezones de Kimber y besándola profundamente en la boca.

Poco después, Deke sintió cómo ella se tensaba en torno a él, apretándolo todavía más. Se estremeció y jadeó. La explosión era inminente. Maldición, era asombrosa. Deke quería que Kimber se corriera ahora… por si acaso el resto del coito era demasiado doloroso esa primera vez. Bajo sus dedos, los sollozos femeninos se convirtieron en gemidos. Los gemidos en súplicas, y, por fin, las súplicas en un grito espectacular de liberación cuando todo su cuerpo se arqueó hacia él, y su sexo lo apretó con un agarre desesperado, casi robándole el control y el semen.

Dios, era hermosa así unida a él, despojada de cualquier brizna de control ante el placer…

Deke se tensó ante la promesa de éxtasis que tentaba a su pene. Apenas logró controlarse.

Pero había esperado demasiado tiempo a estar dentro de Kimber para correrse a la primera de cambio. Ella había esperado demasiado para su primera vez y no iba a dejar que todo acabara en un santiamén. De alguna manera, tenía que conseguir que aquella primera vez fuera especial para ella. Memorable. Incluso aunque ella los abandonara después de que pasara el peligro, él quería que lo recordara. Quería formar parte de su corazón como ella formaba parte del suyo.

Cuando los estremecimientos del orgasmo remitieron y las paredes de su sexo lo acariciaron con lentas palpitaciones, Deke se retiró un poco, hasta que sólo el glande permaneció en el interior de la vagina, y luego volvió a penetrarla. Comenzó a marcar un ritmo lento y suave, pensado para deslumbrarla. Ella respondió desde el principio a sus caricias, jadeando, ciñéndose en torno a él, mirándolo con los ojos llenos de admiración.

—Deke. Tú… er… ¡Oh, Dios mío! —jadeó ella—. Ese roce es…

—Eso es, gatita. —Él también lo sentía. Sin el látex entre ellos, el roce piel contra piel los recompensaba con las sensaciones más asombrosas. Pero no se trataba sólo de algo físico; él podía sentir a Kimber en todas partes, de todas las maneras posibles, dentro y fuera y quería que ella también lo sintiera.

No creía que fuera fácil conseguir que ella se corriera de nuevo. Normalmente las vírgenes no alcanzaban el orgasmo en el primer coito. Kimber acababa de tener un clímax mortífero. Pero él siguió intentándolo… deslizando lentamente su glande desnudo por las paredes vaginales, rozándolo contra su cerviz mientras ella lo acogía en su interior.

Iba a intentar con todas sus fuerzas que ella alcanzara un último estallido de placer.

Doblando las rodillas, Deke se aseguró de que el extremo de su pene rozara contra la pared superior de la vagina de Kimber, deslizándolo suavemente hasta que ella contuvo el aliento, hasta que se tensó en torno a él. Había encontrado su punto G. «¡Te tengo!», pensó él con una sonrisa.

—¿Quieres volver a correrte? —preguntó él, aguijoneando aquel nudo de nervios.

Ella asintió débilmente con la cabeza y se volvió a tensar en torno a él.

—¿Lo harás conmigo?

Cuando él se sumergió de nuevo, el roce casi lo hizo poner los ojos en blanco.

—Oh, por supuesto.

Luc le acarició a Kimber las húmedas mejillas, apartándole con suavidad el pelo de la sien.

Se acomodó a su lado y, enterrando la cara en su cuello, comenzó a provocarla con sus palabras.

—Eres asombrosa —le murmuró al oído—. Quiero que te abras. Has aceptado cada centímetro de Deke a la perfección. Quiero ver cómo te corres de nuevo. ¿Puedes hacerlo por mí? La mera visión me pone a cien. No quiero ni imaginar qué provoca en Deke.

Cielos, su primo era muy bueno para estimular la imaginación de una mujer. Un mental frenesí de deseo siempre se traducía en un éxtasis corporal. Pero por si acaso, Luc apartó los dedos de Deke de su clítoris y los reemplazó con los suyos.

—Aaaahhhh —gimió Kimber, moviendo la cabeza frenéticamente de una manera que decía que estaba camino de alcanzar el orgasmo de nuevo.

Demonios, Luc incluso lo había provocado a él. Eso y ver cómo su grueso pene desaparecía en el interior de Kimber, cómo ella se dilataba para él, tomándole por completo.

Mientras miraba cómo su miembro penetraba en el cuerpo femenino, Deke supo que ella lo acogía de buen grado porque él le importaba.

Aquel pensamiento casi lo hizo explotar.

—¿Te gusta sentirlo dentro de ti, cariño? ¿Te gusta sentirte llena?

Ella asintió frenéticamente con la cabeza mientras él volvía a rozarle el punto G con su pene y Luc continuaba acariciándole el pequeño brote del clítoris. Kimber le agarró el brazo, cogió a Luc por el pelo y gimió.

—Me encanta observar cuánto te gusta esto, tan entregada y excitada —masculló Luc.

Deke tragó saliva, intentando detener la creciente necesidad de correrse y centró su atención en Kimber, en su cuerpo, en las señales que emitía. Parecía estar llegando al clímax.

Ojalá no tardará mucho. «Por favor…».

—Cuando estás a punto de correrte, tus pezones están preciosos, enrojecidos y duros. —Luc se inclinó sobre ellos, los mordisqueó y los succionó, con un ritmo lento y metódico, como si no tuviera otra cosa que hacer en todo el día.

Kimber latió en torno al miembro de Deke, se tensó con fuerza.

Ella buscó la mirada de él, implorando con aquellos ojos color avellana, cerca del pánico.

Deke la animó.

—Sí, gatita. Eso es. Córrete por mí. Quiero sentirte…

—Bésame —le rogó ella.

Tras una rápida mirada a Luc, que asintió con la cabeza, Deke se inclinó y apoyó su vientre sobre el de ella. Luego se rozaron sus pechos. El contacto fue ardiente, y Deke contuvo el aliento ante las impactantes sensaciones. Luego asaltó sus labios, fusionando sus bocas. «Oh, demonios…». Era caliente por dentro y por fuera. El sudor cubría ambos cuerpos, produciendo fricción en cada punto de contacto. Aquellos pezones duros se deslizaron por su torso, y ella jadeó entrecortadamente.

Deke movió su cuerpo con la misma violencia que su boca, aferrándose a las caderas de Kimber con cada posesivo envite. Ella le rodeó con las piernas y lo atrajo todavía más profundamente en su interior. Él se estrelló contra ella una y otra vez. Y otra. Retorciéndose, Kimber gimió con fuerza. La sangre corrió por sus venas. Los corazones latieron a un mismo ritmo desesperado.

Kimber gritó en su boca. Su cuerpo se convulsionó bajo él, y Deke la apretó con fuerza, bombeando en aquella apretada funda rítmicamente y sin piedad.

Luego, una luz ardiente y cegadora lo envolvió, consumiendo todo su cuerpo. La bola de fuego descendió desde la base de su espalda hasta sus testículos que se tensaron y estremecieron con una fuerza que lo dejó sin aliento. Inmediatamente después, un sublime placer estalló en su miembro, y algo se abrió paso en su pecho cuando se vertió en ella, inundándola con su pasión, con su semen. Algo que se parecía sospechosamente al amor.

La luz del amanecer entraba por una pequeña ventana a la izquierda. Kimber parpadeó, y miró a su alrededor del dormitorio desconocido. Una cama antigua, un tocador igual de antiguo, una enorme mecedora vacía en una esquina…

Luego lo recordó todo. Louisiana. La bomba. Su padre. La cabaña de Jack Colé. La noche anterior. Deke penetrando en su cuerpo. Luc observando cada instante mientras la alentaba con sus palabras provocativas.

Después de eso, Kimber no recordaba nada más.

—Buenos días —le murmuró Luc al oído.

Él se acurrucó más cerca, el calor emanaba de él como de un horno. Algo en la manera de saludarla, en la manera en que la rodeó con los brazos y la acercó a su cuerpo, le dijo a Kimber que Luc se había despertado excitado y preparado para algo más que un saludo casual.

—Hola. —Kimber ocultó su cara con timidez.

Era una locura sentir vergüenza después de todo lo que había hecho con él.

—¿Has dormido bien? —Le depositó unos suaves besos en el cuello, en la curva de la garganta, en la curva de sus pechos.

—Mmm, como un tronco. ¿Y tú?

Luc se acercó todavía más hasta que la parte delantera de su cuerpo estuvo pegada contra el costado de Kimber. La acerada longitud de su erección presionó contra la cadera femenina en una pregunta silenciosa.

—No tan bien.

¿De veras? Luc solía dormir bien, en especial después de… oh, él no se había corrido la noche anterior. Ella había hecho el amor con Deke y luego se había quedado dormida.

—No llegué a hacer nada contigo, ¿verdad? Te dejé…

—¿Con los testículos azules? —Luc sonrió, haciéndole saber que estaba bien.

—Lo siento.

Con otra sonrisa sensual y un roce del pulgar sobre sus pezones, ligeramente doloridos, Luc dijo bromeando:

—¿Estás dispuesta a resarcirme? Es decir, si te apetece.

Kimber vaciló al saber que Luc quería hacer el amor con ella. ¿Cómo se sentiría ella si aceptaba? ¿Cómo se sentiría Deke?

Kimber había sabido desde el principio que iban a compartirla. Deke y Luc jamás habían indicado otra cosa. Si sus intenciones hubieran cambiado, Deke hubiera echado a su primo del dormitorio la noche anterior, ¿no?

Aun así, Kimber vaciló. La noche anterior no sólo había habido sexo entre Deke y ella. Y no era la única que se había dado cuenta. Deke la había poseído con sentimiento y pasión. Y no había negado que la amara. ¿La convertía eso en amante exclusiva de él?

Y si así fuera, ¿por qué era Luc el hombre que estaba ahora tumbado a su lado, en especial cuando Deke sabía que su primo siempre se despertaba excitado?

En vista de eso, Kimber dudaba que lo de mantener una relación a tres bandas hubiera cambiado.

Además, Deke parecía querer que Luc estuviera con ellos, casi como si fuera su red de seguridad. Si ella quería tranquilizar a Deke y alentarlo para que le abriera el corazón y le contara sus secretos, decirle que no a Luc no era una sabia elección.

No es que fuera un sacrificio. Puede que Kimber amara a Deke con todo su corazón, incluso era posible que lo amara cuando tenía diecisiete años y apenas era capaz de manejar las demandas que Deke provocaba en su cuerpo ni la fuerza de sus sentimientos. Pero permitir que Luc siguiera allí, era un pequeño precio a pagar, si con eso conseguía que Deke permaneciera con ella. Además, ella adoraba a aquel chef tan sexy y caliente. Su manejo de las palabras —y de las manos— era, sencillamente, sublime.

Kimber se contoneó, cambió de posición, para observar cómo se sentía.

—Estoy dolorida, pero no demasiado. Si eres suave…

—Por ti, cariño, sí.

—Mmm, antes necesito hacer una visita rápida al cuarto de baño. —Definitivamente sentía cada una de las diez horas de sueño en la vejiga llena.

—Por supuesto. Te estaré esperando. Con impaciencia —bromeó él—, pero esperaré.

Ella depositó un beso de agradecimiento en su mejilla y rodó al lado contrario con la intención de salir de la cama y atravesar el pasillo hacia el pequeño cuarto de baño.

Pero se tropezó con Deke.

Ahora estaba despierto, pero allí, enredado entre las sábanas, parecía somnoliento.

El corazón de Kimber dio un vuelco.

—¿Has dormido aquí?

Deke se puso tenso.

—Sí.

Kimber no pudo contener una sonrisa de oreja a oreja.

—¿A mi lado?

—Sí. —Porque no había querido separarse de ella, decía su mirada.

Eso era nuevo. Era la primera vez que dormía con ella. Como… si hubiera dado un poquito más de sí mismo.

Kimber no se detuvo, no cuestionó su deseo, sólo lo abrazó y le plantó un suave beso en la boca. La conexión que había surgido en la intimidad de la noche anterior, surgió entre ellos una vez más, rápida y audaz. Él la rodeó con sus brazos y la colocó encima de él, sobre una saludable erección. Cuando la apretó contra ella, el sexo de Kimber volvió a la vida.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—¿Y tú?

Los ojos azules se veían preocupados y tormentosos ante la pregunta.

Ella intentó preguntárselo con otras palabras.

—¿Si Luc y yo…?

Él lanzó una rápida mirada a su primo mientras le acariciaba la espalda. En ese instante, ella percibió vacilación, luego resignación.

—Sí. Luc y yo compartimos. No es ningún secreto.

Puede que no hubiera sido un secreto, pero no parecía gustarle que ella mantuviera relaciones con Luc. Quería presionar un poco más a Deke, pero la llamada de la naturaleza la reclamaba de manera insistente.

Mientras se ponía la bata blanca y atravesaba el pasillo en dirección al baño, donde se encargó de sus necesidades y de cepillarse los dientes, Kimber consideró la reacción de Deke.

Parecía no estar seguro de querer compartirla pero se sentía obligado a ello por alguna razón que ella no podía entender.

Quería hablarlo con él. Luc había estado convencido de que si ella persuadía a Deke para que hiciera el amor con ella, éste le contaría todo su pasado. Pero sabía por intuición femenina —y por haber estado viviendo con militares toda su vida— que no iba a ser tan fácil. Los agentes de las fuerzas especiales estaban entrenados para no divulgar información clasificada bajo ningún tipo de coacción o tortura. Ni siquiera utilizando su mejor arma, conseguiría que Deke se fuera de la lengua.

¿Y ahora qué? Kimber negó con la cabeza. Parecía que no podía hacer otra cosa que dejarse llevar y ver cómo terminaba todo. No era su estrategia favorita. El coronel siempre había sido partidario de los planes cuidadosos, pero a veces, a grandes males, grandes remedios…

Guardó el cepillo de dientes y volvió a recorrer el pasillo. Luc estaba tumbado en medio de la cama como una pacha esperando a la mujer que le proporcionaría placer. No resultaba difícil imaginarlo como algún tipo de príncipe del desierto con aquel cabello largo y oscuro, los ojos de color chocolate entornados de aquella manera intrigante, y toda esa piel dorada.

—Ven aquí, cariño —murmuró él, abriendo los brazos.

Kimber sintió un pequeño estremecimiento producido en parte por el afecto y en parte por el deseo. Un deseo pujante. A Kimber le gustaba Luc, sencillamente lo adoraba. Pero ¿llegaría a amarle alguna vez con el mismo fuego incontrolado, con la misma pasión arrolladora que sentía por Deke?

Entro en la habitación con vacilación. Sintió a Deke en la esquina, se giró y lo observó, vigilante y silencioso.

Kimber le tendió la mano. Él se la cogió y tragó saliva.

—Deke, si no quieres…

—Luc lleva toda la noche esperando esto, esperándote a ti. Te necesita. Dios sabe que yo no lo tocaré.

Kimber sonrió ante aquella tentativa de humor, pero podía ver que se sentía desgarrado por eso. ¿Por qué la compartía? ¿Por deber? ¿Por lealtad? Sencillamente, no lo comprendía.

Y si le preguntaba, sabía que no le respondería.

—Supongo que entonces es cosa mía.

Soltando la mano de Deke, se subió a la cama, donde Luc la recibió con un suave beso.

Con una tierna caricia, él le ahuecó la cabeza con la palma de la mano y la deslizó por su cuello y su hombro.

—Eres tan suave, cariño. Voy a ser muy cuidadoso contigo.

«Dulce». Era la palabra que mejor describía a Luc. Kimber le acarició la cara.

—Suena muy bien.

Él le dio otro beso, un poco más largo que el anterior, un intercambio de alientos, un suave roce de labios, y de lenguas. Unos minutos más tarde, Kimber levantó la cabeza y se dio cuenta de que, sólo con un beso, el corazón le latía como un pelotón militar de marcha por el campo. Y que su sexo ya estaba… mojado.

Pero faltaba algo.

Miró a Deke.

—¿Vienes?

No pasó ni un instante antes de que él diese dos enormes zancadas y saltase en la cama a su lado.

—Tomaré eso como un sí.

Deke la empujó para que se tumbara sobre la espalda y cubrió su boca en un beso arrollador y ardiente… rápido, intenso, voraz. Luego la hizo girar hacia Luc, arrancó la sábana de un tirón y la instó a tomar el miembro de su primo.

—Succiónale. Con suavidad. Juega con él. Pero no dejes que se corra.

Deke impartió las órdenes con la cara inexpresiva y dura como el granito. Kimber quería conocer las razones de su insistencia y su reticencia, pero Deke no se las diría ahora, y ella lo sabía. Además, Kimber quería mantener a Luc a su lado, no sólo porque eso era lo que quería Deke, sino porque, si bien Deke poseía su corazón, Luc era un magnifico amante.

Pero tampoco estaba dispuesta a permitir que Deke tomara el mando. Quería que él también la tocara.

—¿Y tú qué vas a hacer? —lo desafió, pasándose la lengua por los labios.

—Anoche, Luc casi te llevó al borde de la locura antes de que yo te poseyera. Ahora vas a devolverle el favor.

Antes de que Kimber pudiera responderle, Deke la empujó hacia abajo. Luc le deslizó la mano en el pelo y la atrajo hacia sí, urgiéndola hacia su expectante erección.

Después de haber oído sin querer cómo Ryan y Jesse discutían los méritos de una buena mamada, Kimber tenía algunos conocimientos más para avivar el fuego de Luc.

Sonriendo, le pasó los dedos por el interior de los muslos, deslizándolos lentamente hacia sus testículos. Él gimió cuando Kimber bajó la mano hacia ellos, levantándolos y ahuecándolos.

Restregando con suavidad el pulgar por la tersa superficie, centró su atención en la tensa longitud de su erección. Era enorme. No se podía negar que estaba bien dotado. En eso, era evidente su parentesco con Deke. En eso y en que siempre estaba duro. El glande de Luc estaba tan hinchado que parecía una ciruela, púrpura y deliciosa.

Kimber deslizó la punta de la lengua a lo largo del pene, desde la base al glande, lamiendo todo el recorrido y encontrando un sensible lugar en la parte inferior que lo hizo jadear.

Entretanto, buscó la piel suave de debajo de los testículos y presionó allí.

Luc contuvo el aliento y casi dio un brinco.

—Santo Dios…

Mientras él intentaba dominarse, Kimber sintió a Deke observándolos por encima de su hombro. Para comprobar si era así, pasó la punta de la lengua a lo largo del miembro de Luc, y Deke cerró los puños sobre ella.

Finalmente, Deke la puso de rodillas y le arrancó la bata, cubriéndole la espalda con su cuerpo. Fue imposible ignorar el duro torso que se apretó contra su espalda y la dura y desnuda erección que se pegó a su trasero.

—Kimber, cariño. —Debajo de ella, Luc arqueó las caderas hacia su lengua azuzadora—. Tómame con la boca.

—Pronto —se burló ella, depositando una lluvia de besos sobre su vientre y pasándole las yemas de los dedos por los muslos y las caderas. Al llegar al abdomen, trazó la forma de su miembro con la lengua.

Luc aspiró de forma audible.

—Vas a hacerme pagar por lo de anoche, ¿verdad?

No era una pregunta; Luc conocía la respuesta. Kimber sabía que no tenía ni un pelo de tonto.

Aun así, ella sí se hizo la tonta.

—¿A qué te refieres? Deke ha dicho que juegue contigo.

Kimber deslizó el dedo a lo largo de su miembro sin ejercer presión. Él rechinó los dientes e intentó contenerse.

—Maldición, pero no que me vuelvas loco.

—Oh, ¿quieres correrte? —le preguntó ella, retrocediendo.

—Estaría bien —masculló él.

—Seguro. Pero ayer por la noche casi me llevaste al clímax ocho veces para luego dejarme con las ganas, así que tengo todo el derecho del mundo a tomarme la revancha. Aún te quedan siete.

Ante esas palabras, Luc salió de la neblina sensual en que se encontraba y abrió los ojos.

Oscura, hambrienta, insondable, centró la mirada en ella y le prometió vengarse si continuaba por ese camino.

¿Acaso no la había sometido ya a la peor de las torturas? La elocuente mirada masculina decía que no. Kimber se estremeció.

Luc le metió los dedos en el pelo y se lo agarró con un puño.

—No juegues conmigo, cariño. No podré ser suave y delicado si haces eso.

A sus espaldas, Deke se movió, instándola a bajar la cabeza otra vez.

—Sólo succiónale profundamente. Yo te diré cuándo debes detenerte. Si te apartas antes de tiempo, descubrirás que Luc se queda corto comparado conmigo en lo que se refiere a negarte el orgasmo.

Kimber no dudó ni por un momento de que Deke cumpliría esa amenaza de buen grado.

Relamiéndose los labios, le brindó a Luc una mirada ardiente y tomó su miembro en la boca, conduciéndolo hasta su garganta.

Entre aplacado y excitado, Luc la alentó con gemidos y palabras de ánimo. Ella quedó satisfecha del resultado cuando una capa de sudor le cubrió el pecho y él comenzó a follarle la boca con unos lentos envites de caderas.

Vaya, aquel hombre era, sencillamente, delicioso.

Pero Deke no se conformó con solo mirar. Por supuesto que no.

Todavía detrás de ella, volvió a cubrirle la espalda con su pecho y le acarició los pechos, tomando los sensibilizados pezones entre el pulgar y el índice, y pellizcándolo suavemente. El cálido aliento de Deke en su cuello la hizo temblar.

Luego él comenzó a hablar.

—Sigue succionándole y siénteme… aquí.

«Aquí» resultó ser la palma de su mano cubriéndole el sexo, presionándole el clítoris con ella. Su sexo se inundó de deseo. Y, al instante, estuvo tan mojada que casi goteó.

Con manos ansiosas, le separó más las rodillas, y comenzó a trabajarla con los dedos.

—Podría seguir tocándote hasta que te corrieras —le gruñó Deke al oído—, pero contigo voy a poner en práctica otra cosa. Voy a rodear con firmeza tu clítoris, luego voy a tocarlo suavemente con la yema del dedo. Tan suavemente que te preguntarás si lo has imaginado. ¿Me equivoco? —se lo demostró mientras hablaba. Ante su gemido, él continuó—: Luego voy a atraparlo entre dos dedos y a frotarlo lentamente.

Y así lo hizo. Kimber se quedó sin aliento. Una sensación nueva la atravesó cuando él atrapó su clítoris entre los dedos índice y corazón y lo acarició por los lados, friccionándola hasta que prendió fuego a todo su cuerpo.

—Ahora, voy a empezar de nuevo y, de paso, acariciaré el resto de este ardiente coñito húmedo. Pero no lo suficiente para que te corras.

Durante los siguientes minutos, él demostró lo mortalmente efectiva que era su técnica.

Con un grito, ella se retorció cada vez que él cambiaba de toque. Cada vez que sabía que ella estaba a un par de caricias de correrse, cambiaba de tercio, y hacía vagar sus dedos por otro lugar hasta conducirla a la locura.

Cuanto más excitada estaba Kimber, más voraz era con el miembro de Luc. Gimió en torno a la gruesa erección, pasándole la lengua por el glande hinchado, curvando los dedos en la base y apretándolos. Luego jugaba con sus testículos, pasándole un dedo por debajo y restregando sus pezones por la superficie.

—Lo haces muy bien, cariño. —Luc parecía sudoroso y estupefacto—. ¿Dónde demonios has aprendido eso?

Kimber no contestó. No podía. Además, no quería dejar de lamer cada delicioso centímetro de Luc.

El atractivo y sexy chef inspiró profundamente.

—No sigas. No puedo soportarlo más.

Eso le pasaba a ella también.

Deke seguía moviendo sus manos, cambiando la presión de su toque, acariciando en aquella ocasión el nudo hipersensible de su clítoris. Un ligero y lento roce de la yema del dedo masculino sobre su piel la llevó al límite otra vez. Oh… el placer era cada vez más intenso, estaba a punto de acabar con ella. Se acercaba un orgasmo atronador. Kimber jadeó y se retorció, soltando el miembro de Luc.

En cuanto ella hizo eso, Deke aligeró sus caricias electrizantes. Lágrimas de frustración —y de necesidad— se agolparon en los ojos de Kimber.

—¡No! —gimió ella.

—Sí —la contradijo Luc, cogiéndola con insistente fuerza del pelo y obligándola a encontrar su hambrienta mirada—. No puedo esperar a sentir cómo te corres en torno a mí.

La agarró de las caderas y la aproximó hacia él, apartándola bruscamente del agarre de Deke y montándola a horcajadas sobre su anhelante erección.

Cuando Luc la empujó hacia abajo, arqueó a la vez las caderas, deslizándose dentro de ella.

Y de golpe, Kimber se sintió completamente colmada con aquella carne increíblemente dura.

Él soltó un prolongado y ronco gemido. Y siguió penetrándola, hasta que ella hubiera jurado que podía sentirlo en las amígdalas. El sexo de Kimber estaba definitivamente dilatado ante esa penetración, casi al borde del dolor.

Encima de él, ella gimió, se tensó, haciendo fuerza con los muslos para detener la profunda embestida. Ambos fueron en su rescate levantándola ligeramente.

—¿Estás dolorida? —murmuró Luc.

Ella asintió débilmente con la cabeza.

—Un poco.

A sus espaldas, Deke la instó a bajar de nuevo sobre el miembro de Luc mientras la besaba en el hombro.

—Sólo duele un poco al principio, pero puedes tomarlo, gatita. Acéptalo entero. Quiero ver cómo te corres.

Antes de que ella pudiera siquiera contestar, le exploró con la punta de los dedos los pliegues mojados, y apretó su clítoris anhelante.

Luc se hundió hasta el fondo al mismo tiempo que Deke le presionaba el clítoris. Su grito se convirtió en un gemido cuando Luc apretó su miembro contra la sensible cara anterior de su vagina. Deke la acarició levemente con los dedos. La llevaban casi al borde del éxtasis para a continuación retirarse a la vez en perfecta sincronía.

—Más duro. Ahora. ¡Más!

Apretando los dientes, Luc entró en ella de nuevo, llenándola lentamente, rozando el glande sobre su sensible punto G. Deke se tomó su tiempo describiendo lentos círculos sobre el único lugar que la haría estallar en mil pedazos.

El deseo crepitante se convirtió en ardor. La presión en una necesidad imparable. Todo se juntó, se concentró. Kimber comenzó a jadear, sujetándose a los hombros de Luc para apoyarse y agradeciendo el soporte que ofrecía el brazo de Deke en su cintura cuando las sensaciones la hicieron subir todavía más.

Luego comenzó a volar, ingrávida y jadeante. Subió, y siguió subiendo hasta que explotó en un calor ardiente. Kimber se estremeció, y su cuerpo se cerró firmemente en torno al miembro, duro y tenso, que Luc enterraba en su cuerpo mientras que aquel intenso placer palpitante se extendía a través de su cuerpo como una inyección de alcohol puro.

Tras unos minutos, Kimber regresó a la tierra. Con los ojos cerrados, luchó por recobrar la respiración. Estaba cubierta de sudor.

Dios, estaba cansada. Rendida. No creía tener fuerzas para más. Otro orgasmo como ése y perdería el conocimiento.

Pero el roce del duro miembro masculino que llenaba su sexo, que se apretaba contra su cerviz la hizo regresar con una boqueada. Luc apretaba los dientes y se aferraba a sus caderas. No había terminado.

Casi con desesperación, Deke empujó la espalda de Kimber. Ella cayó sobre el pecho de Luc, y éste la agarró y la urgió a separar los labios para enredar su lengua con la de él, dominando su boca con un beso voraz.

Antes de que ella pudiera siquiera responder al asalto de Luc, Deke comenzó a moverse, indagando en su entrada trasera con un par de dedos lubricados. La prohibida sensación de ese acto envió nuevas oleadas de deseo a los lugares adecuados. Terminaciones nerviosas que ella había creído dormidas se excitaron. Se sintió llena, por delante y detrás, dilatada, tensa.

Estaba claro que tampoco Deke había terminado con ella.

Echando la cabeza hacia atrás, ofreció la garganta a Luc. Él aprovechó la ocasión y le mordisqueó el cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja con los dientes, haciéndola estremecer con su cálido aliento sobre el hombro.

Oyó una especie de rasgadura. Oh, Dios, conocía el sonido. Deke estaba abriendo un condón. Deke no podía estar pensando en…

La pecaminosa sonrisa de Luc le dijo que Deke sí lo hacía.

—Estáte quieta, cariño. —Luc la agarró por las caderas para asegurarse de que lo hiciera.

—Pero Deke… Va a…

—Va a follarte mientras Luc te folla —le gruñó Deke al oído, con aquel tono ronco que hizo que se estremeciera—. Bienvenida a los auténticos ménages, gatita. Prepárate para conocer qué significa tener un orgasmo múltiple.

La ardiente promesa de su tono hizo que otro violento despliegue de deseo detonara en su vientre, en su sexo, esparciéndose como un río de lava por sus piernas, por sus pezones. Pero eso no fue todo. El deseo se mezcló con la ansiedad. Tomarles a los dos a la vez implicaba no sólo éxtasis sino dolor.

—No te tenses —susurró Luc, tranquilizándola.

Era fácil para él decirlo. No estaba a punto de ser penetrado por dos sitios distintos… a la vez.

—El condón está lubricado para facilitar la penetración. Deke te tomará lenta y suavemente. Tú sólo debes relajarte.

A Kimber se le cubrió la espalda de sudor. Deke comenzó a indagar en su entrada trasera, deslizando el glande en su interior.

—Empuja hacia mí. —Su voz no era más que un duro jadeo.

Ella lo hizo, mientras él la agarraba por los hombros y comenzaba a penetrar en el tenso anillo de músculos… y más allá.

Tras una punzada inicial de dolor, Kimber se quedó sin aliento. Luego Deke comenzó a presionar, estimulando prohibidas terminaciones nerviosas que de repente cobraron vida. Al fin, Deke estuvo completamente enterrado dentro de su recto.

Oh, Dios, se sentía completamente llena con aquellas dos duras erecciones. Tan empalada, que con sólo respirar profundamente se acrecentaba esa sensación de desbordamiento.

Sólo una fina pared de tejidos separaba los dos miembros y ella intentó imaginar qué sentiría cuando comenzaran a moverse. ¿Fricción? Seguro. ¿Placer? Condenadamente intenso.

—¿Puedes soportarlo? —Por el tono áspero y ronco de Deke, era innegable el tenso control que ejercía sobre sí mismo.

Antes de que ella pudiera siquiera contestar, ambos se dispusieron a conseguir que la respuesta fuera un sí; Deke trazó un sendero de dulces besos desde el cuello al hombro y jugueteó con su clítoris mientras que Luc la besaba en la garganta y le rozaba los sensibilizados pezones.

No había lugar donde no la tocaran, donde no la hicieran arder con un intenso placer que inundaba su cuerpo de pies a cabeza, ahogando sus miedos.

Pero no se movían.

Kimber frunció el ceño, preguntándose porqué. Luego se dio cuenta de que esperaban su respuesta. Tenían que ser un infierno contenerse —no es que no se lo merecieran por juguetear con ella hasta casi tenerla a un suspiro de perder el juicio—, pero sabía no se moverían hasta que ella les diera luz verde. Ese tipo de consideraciones —como atravesar Tejas al pensar que estaba herida o que podría necesitarlos después de la explosión— le decían a Kimber cuánto les importaba.

Contoneó las caderas. Sus terminaciones nerviosas brincaron prácticamente al ritmo del chachachá. Un atisbo del placer que estaba por venir le atravesó los sentidos, y Kimber supo que no podría esperar más para disfrutar de esa experiencia.

—Puedo soportarlo. ¿Acaso no estáis preparados ya, chicos?

—Yo que tú no me burlaría. —La voz de Luc sonaba tensa.

Kimber contoneó las caderas de nuevo y le dirigió una sonrisa insinuante. Él siseó en respuesta.

—Dejaré de burlarme si comenzáis a follar de una vez.

—Trato hecho —gruñó Deke, a la vez que se retiraba para luego zambullirse en su ano con una embestida asesina a la vez que le pellizcaba el clítoris.

Kimber gritó, pero se interrumpió cuando la boca de Luc cubrió la suya mientras se retiraba lentamente de su vagina, provocando una fantástica fricción en el momento que Deke se introducía en su recto. Luego cambiaron las tornas, Deke se retiró y Luc, arqueó las caderas, llenando su hinchada vagina con cada centímetro de su miembro.

Repitieron el proceso una y otra vez, sin dejar de mover sus bocas, sus dedos y sus miembros implacables.

La trabajaron como una máquina bien engrasada. Era obvio que habían hecho eso antes, que lo habían hecho montones de veces. Que sabían con exactitud cómo moverse para incrementar al máximo el placer de ella. Un placer que se preveía muchísimo mejor que cuando sólo la poseía uno. Iba a suceder algo… extraordinario.

Al cabo de unos minutos, la sensación la abrumó. Todo su cuerpo comenzó a estremecerse mientras el palpito entre sus piernas comenzaba a crecer, a incrementarse, a multiplicarse más rápido de lo que ella podía soportar. Casi se le detuvo la respiración mientras empleaba todas sus energías para moverse con ellos y canalizaba la oleada de intenso placer que la embargaba.

—Estás a punto de correrte —le murmuró Luc en el oído—. Me muero por sentirte otra vez mientras lo haces.

No, era ella la que se moría. Punto. Se sentía abrumada, avasallada. Las sensaciones eran cada vez más intensas, casi aterradoras. Todo su cuerpo se centraba en el ardiente ritmo que marcaban los dos miembros que asaltaban su cuerpo, en los insistentes dedos que la acariciaban y pellizcaban, en el aliento de esas dos bocas masculinas que la lamían, la mordían… le exigían todo.

—No vas a aguantar más que nosotros, gatita —le prometió Deke.

Luc la penetró tan profundamente, que ella pudo sentirlo rozándole la matriz; una nueva oleada de chispas ardientes mermó su autocontrol. Deke le pellizcó suavemente el clítoris con el pulgar y el índice y luego se lo frotó suavemente por los lados, lo que definitivamente acabó con su control.

La sensación la propulsó directamente a las estrellas. Todo su cuerpo se estremeció con intensas sacudidas, su vientre convulsionó, su sexo se contrajo y el placer incendió todo su ser.

Llegó hasta un reino más allá de su imaginación. Le ardía la garganta, y se dio cuenta de golpe de que era porque no podía dejar de gritar. El orgasmo era siempre una experiencia fabulosa, pero eso no era un simple orgasmo, era el mayor éxtasis que había experimentado en su vida y que amenazaba con consumirla mientras el placer se derramaba por todo su cuerpo.

—¡Oh, Dios… Maldición! Yo…

No fue necesario que Luc terminara la frase para que Kimber supiera que él estaba a punto de seguirla en el clímax.

—¡No! Contente —le gruñó Deke a su primo—. Hemos esperado demasiado para dejarnos llevar como un par de adolescentes.

Tras llegar a la cima, el orgasmo de Kimber remitió suavemente. Una dulce languidez se extendió por sus miembros.

Luc no fue tan afortunado. Al tiempo que recuperaba la consciencia, ella observó con fascinación cómo él se tensaba, se estremecía conteniendo el aliento, y luchaba con los ojos y los puños cerrados para no dejarse llevar. Los tendones de su cuello parecían a punto de estallar.

Kimber jamás había sentido su miembro tan duro en su interior.

Al final, él soltó un tembloroso suspiro.

—Bastardo.

—Con tal de que te contengas y la sigas penetrando hasta que se vuelva a correr, puedes llamarme lo que quieras.

—¿Otra vez? —jadeó Kimber—. Deke, no creo que pueda…

—Claro que puedes. Conozco tu cuerpo. Eres como un coche de carreras. En cuanto tienes el motor caliente, es fácil ponerte a tope repetidamente. Lo difícil es conseguir que tu motor ronronee la primera vez.

Y él estaba condenadamente decidido a conseguir que el motor de Kimber ronroneara como nunca. Quizás ella lamentara más tarde su decisión de ofrecerle su virginidad o de permitir que la compartieran, pero hasta entonces, él tenía la intención de poseerla cada vez que pudiera y de proporcionarle tanto placer que no hubiera lugar para arrepentimientos.

Quizá encontrara la forma de conservarla para sí cuando la verdad saliera a la luz. Quizá…

Sabiendo que Luc estaba a punto de perder el autocontrol y que el suyo propio no resistiría mucho más, Deke comenzó a poner a punto el cuerpo de Kimber. Luc lo imitó. Con cada envite, apretaba los dientes, luchando contra las aplastantes sensaciones. Jamás se había sentido tan duro y engrosado. Sus penetraciones se hicieron profundas. Y Luc… seguía manteniendo el ritmo, pero ahora padecía una tortuosa necesidad, y no se sentía tan gentil como lo había sido. Deke esperaba que aquello actuara a su favor.

Cuando comenzaron a moverse de nuevo, Kimber respondió con suaves gemidos y dulces «ahs», como si estuviera bajo un agradable sol primaveral disfrutando de una preciosa tarde.

Como si pensara que el sexo era cálido y agradable. Nada del otro mundo.

Lo que era totalmente inaceptable. Había llegado el momento de subir la temperatura.

Deke se inclinó sobre la espalda de Kimber y una vez más exploró con los dedos la piel resbaladiza de su clítoris. Al igual que antes, utilizó aquella presión cambiante: un ligero toque en el nudo, una fricción lateral y luego describió duros círculos en la parte superior. En sólo un par de segundos, el cuerpo de Kimber se tensó. Su clítoris se hinchó, endureciéndose, y dejó escapar un jadeo. «Ah, sí. Dios mío. Sí».

Kimber se contorsionó, intentando albergarlos a Luc y a él más profundamente en la sedosa perfección de su cuerpo. Se movió con ellos mientras Deke deslizaba cada duro centímetro de su pene en aquella electrizante y cálida zona del interior femenino que suplicaba ser acariciado. Y a pesar de que Luc se clavaba las uñas en las palmas, estaba, sin duda, manteniendo el mismo nivel que su primo.

Kimber se opuso a las apabullantes sensaciones que inundaban su cuerpo, pero Deke no estaba dispuesto a permitírselo. Él quería que se ahogara en el placer.

—No sabes cuántas veces te he imaginado entre nosotros, follándote hasta que el deseo se convertía en placer, y el placer en un descomunal orgasmo —le murmuró Deke al oído—. No ha sido suficiente con una vez. Permítenos disfrutarlo otra vez. Llévanos contigo.

Kimber lo miró por encima del hombro. Tenía la cara ruborizada. Sus ojos color avellana parecían desenfocados. Tenía las pupilas dilatadas. Estaba llena de necesidad. Era hermosa.

El sudor goteaba por las sienes de Kimber, resbalaba por su pecho. Las entrañas de Deke ardieron de determinación. Maldición, ella se iba a volver a correr. No se daría por vencido hasta que lo hiciera.

—Maldita sea —jadeó Luc—. Jamás había sentido el pene tan hinchado, jamás había sentido tanto la fricción con tu miembro. Y Kimber me aprieta con la fuerza de un puño. Estoy volviéndome loco.

—Y va a ser todavía mejor. Déjate llevar y dale todo lo que tienes para ella.

La mirada de alivio en la cara de Luc hubiera sido cómica si Deke hubiera estado en disposición de centrarse en algo que no fuera penetrar a Kimber una y otra vez, instándola a rendirse por completo.

Luc la agarró por las caderas, Deke por la cintura. Se movieron con un ritmo sincronizado que los conduciría directamente al clímax.

Pero aquello era más que un orgasmo. La noche anterior, mientras penetraba el sexo de Kimber, las sensaciones habían sido diferentes a cualquier otra cosa que él hubiera sentido. Él había estado tenso, como un soldado en una misión vital. Abrumado. Y no todas las sensaciones habían estado en su pene.

Kimber había tocado su corazón, y todo lo que sentía allí se extendía por su cuerpo, mezclándose con el placer físico que ella le proporcionaba.

Aquel momento no era diferente. Pero sí más intenso. «Santo cielo». Estar enterrado en ella, exponiendo su corazón, era condenadamente peligroso; igual que caminar por una cuerda floja sobre un pantano lleno de caimanes hambrientos. E iba a ser más intenso cada vez que la tocara. Algún día…

Ella se tensó en torno a él, apartándolo de aquellos pensamientos, mientras le exigía:

—Más. Por favor. ¡Deprisa!

La última brizna de control estaba cediendo. Con la siguiente embestida salvaje de Luc, Deke supo que a su primo le ocurría lo mismo. La llenó una vez más, esperando que con cada estocada en su interior, con cada duro envite de su cuerpo, Kimber sintiera aquello como algo más que un acto de lujuria. Que supiera cuánto significaba ella para él, ya que expresarlo en palabras le daba miedo.

Su respiración comenzó a acelerarse hasta que se convirtió en jadeos. Kimber tembló y se preparó para lo que venía, agarrándose con fuerza a los hombros de Luc.

Deke sintió que ella comenzaba a correrse, que se apretaba en torno a su polla un momento antes de comenzar a gritar. Aferrándose a la sábana, Kimber empujó hacia él, y con aquel canal ordeñándolo con fuerza, Deke tuvo que obligarse a seguir moviéndose.

Echando hacia atrás la cabeza y gritando, Luc se dejó llevar, perdiendo el control por completo.

Oír cómo su primo llegaba al orgasmo, y el ronco gemido que resonó en la habitación, abrió un nuevo agujero en el autocontrol de Deke. En sus testículos, la necesidad de correrse se acrecentó con cada embestida de su carne en la de Kimber. Maldición, no iba a poder contenerse más…

Al final, Kimber comenzó a gritar tras soltar un largo gemido de rendición. Deke se deleitó en él, se ahogó en la total aceptación de éxtasis que ellos le daban.

Y se dejó llevar, soltando todo lo que era y tenía en el interior de Kimber mientras el placer lo atravesaba e impactaba directamente en su corazón. Si su incapacidad de tirarse a Alyssa no hubiera sido ya una enorme pista, lo que sentía en aquel momento no habría dejado lugar a dudas.

Para bien o para mal. Para siempre, amaba a Kimber.

Y Deke sabía que si ella se marchaba en aquel momento —o si su pesadilla cobraba vida—, sin duda lo mataría.