La tarde de verano había convertido el escondrijo de Jack en el pantano en un horno. Deke tenía la camiseta pegada a la piel. Había mucha humedad y hacía calor. Muchísimo calor.
Y no sólo por el clima.
Ya fuera por el calor o porque quisiera volverle loco, Kimber rondaba por la cocina con una bata blanca muy corta, de una tela tan fina que era casi transparente. El pelo castaño rojizo le caía sobre la espalda en suaves ondas que imploraban ser acariciadas por sus dedos. Kimber vestía aquella ropa con aire despreocupado y provocador. Y eran esas mismas cualidades las que la impulsaban a mirarlo fijamente en ese momento. La mitad de su ser quería evitarla como a la peste, pero la otra mitad, quería enseñarle con exactitud por qué debería dejar de pavonearse delante de él y empezar a tenerle miedo. Mucho miedo.
Por desgracia, Kimber no sólo era única, atrevida y lista. Era, además, muy apetitosa. Su aroma a melocotón y a canela lo tentaba cada vez que estaba cerca de ella. Lo ponía duro y hambriento.
Y minaba su resolución.
Soltando un tembloroso suspiro, se dirigió a la sala para evitar la mirada insinuante de Kimber y la tentación que ella representaba. Pasarían días o semanas hasta que Jack o Logan descubrieran quién le había puesto la bomba al coronel. Y hasta entonces, por seguridad, Deke sabía que Kimber, Luc y él no abandonarían ese lugar.
La risa repentina y dulce de Kimber resonó en la cabaña y atrajo de nuevo la atención de Deke, engrosando su miembro. Resistir el deseo de mirarla era imposible.
Soltando una imprecación, Deke se volvió hacia ella. Estaba hablando con Luc, que, sin camisa y sonriente, estaba picando algo que Deke suponía formaría parte de la cena. Kimber absorbía extasiada cada palabra, coqueteando con él, deslizando su mirada por los hombros poderosos y los pectorales bien definidos de su primo.
En respuesta, Luc le acarició el cuello con la nariz y le susurró algo al oído. Kimber se estremeció y se apretó contra él.
¡Maldición! No necesitaba eso…
Pero se estaba mintiendo a sí mismo. Sí que lo necesitaba… necesitaba tener sexo con ella.
En verdad era Kimber quien no lo necesitaba. Le correspondía a Deke actuar como un adulto responsable y ejercer un poco de control sobre su cuerpo. De esa manera la salvaría de sí misma y de algo que ella sólo entendía a medias.
Deke se giró y encendió el televisor, decidido a olvidarse de aquella dolorosa erección que clamaba por ella. Fuera lo que fuese lo que quisieran hacer Kimber y Luc, podían hacerlo solos.
No era asunto suyo. Si querían implicarse más el uno con el otro, pues allá ellos.
Valientes palabras. Pero mientras emitían Seinfeld en la tele, Deke no dejó de mirar por encima del hombro. Luc y Kimber juntos… no estaba bien. Le revolvía el estómago y lo llenaba de furia. Las mismas viejas mentiras que se había dicho a sí mismo durante tanto tiempo ya no funcionaban.
Luc terminó de cortar aquellas cosas verdes que había estado transformando en algo comestible, y las echó en una fuente. La metió en la nevera, luego cerró el electrodoméstico con un golpe de caderas mientras le brindaba a Kimber una sonrisa provocativa.
Y por si eso no hubiera sido suficiente para que Deke quisiera romper algo, Luc la envolvió entre sus brazos, acariciándole la suave curva de las caderas. Luego la besó, primero un ligero roce de los labios en el cuello femenino, luego amoldando su boca a la de ella. Kimber se derritió contra él, arqueando la cabeza hacia la mano que se la sostenía, y ofreciéndole la grácil curva de la garganta. Luc bajó los labios a la tentadora piel y se la mordisqueó. Ella gimió entre sus brazos.
A Deke le dolieron los testículos. Le dolió el pecho. Incluso le dolieron los dedos. Bajó la mirada para ver que estaba prácticamente rompiendo el mando de la tele. Al mirar la pantalla observó que había terminado Seinfeld y comenzado Friends. ¿Cuándo había ocurrido eso?
Maldición, no podía soportarlo. Con una imprecación, Deke apagó la televisión y se puso en pie. Abrió la boca para decir… ¿qué?
No, no qué decir, sino qué hacer.
Entraría en la cocina, cogería a Kimber entre sus brazos y la llevaría al dormitorio. Se recreó en aquella fantasía. Deke quería hacerla gozar, observar cómo lo tomaba. Todo eso… y mucho más. Quería más que cualquier otra cosa en el mundo penetrarla profundamente, tomar una parte de ella que Kimber no le había ofrecido a ningún otro hombre y quedarse allí.
Quería reclamarla.
Ante esa idea, la sangre abandonó su cabeza y se dirigió a su miembro. Maldita sea, la lujuria le golpeó en el pecho con fuerza, casi no podía respirar. Entre un jadeo y otro, su miembro se endureció hasta el punto de poder pulverizar un bloque de hormigón armado, y su débil determinación cedió lo suficiente como para permitir que eróticas imágenes de sí mismo penetrando el apretado sexo de Kimber y bombeando en ella sin piedad le invadieran la mente.
«¡No, ni hablar!».
Pero el deseo era ya incontenible. Había crecido hasta convertirse en una necesidad. Tenía que tocarla. Tenía que saber que, costara lo que costase, iba a dejar su marca en ella de la misma manera que ella la había dejado en él. ¿Cuándo había ocurrido eso? ¿Y por qué?
Destrozado, hambriento y jadeante, siguió con la mirada clavada en Luc y Kimber que compartían húmedos besos en la cocina, animando a su calenturienta mente.
Entonces, Luc echó más leña al fuego deslizando una mano por la barbilla de Kimber, por su clavícula, y metiéndola bajo la bata blanca. Rozándole la suave piel, Luc apartó lentamente la tela a un lado y dejó el hombro al descubierto, ofreciéndole a Deke una buena vista del pecho de Kimber y del pezón duro y enrojecido.
La poca sangre que le quedaba en el cerebro se unió en una oleada a la que ya estaba en su miembro.
Luc pasó el pulgar por el prominente pezón, excitándolo y apaciguándolo a la vez. Kimber jadeó, moviéndose para acercarse a él hasta que sus muslos se rozaron.
Dios, lo que daría él por estar allí con ella, estrechándola contra su cuerpo, metiéndole la lengua en la boca, poseyendo la de ella, dulce y rosada, mientras la despojaba de la bata.
Dio un paso adelante.
Ninguno de los otros dos pareció darse cuenta. Luc siguió a lo suyo, deslizando las yemas de los dedos por el seno desnudo de Kimber y luego bajó una mano hasta su cadera. Después movió la otra mano y dejó el otro hombro al descubierto. Kimber tenía ahora ambos senos desnudos. Un par de exuberantes pezones que suplicaban una atención que Deke se moría por proporcionar. Luc los ignoró, dedicándose a tirar con suavidad del cinturón que todavía ceñía la bata a la cintura femenina. No lo desanudó, sino que lo utilizó para acercarla más hacia él. Con un grácil balanceo, Kimber relajó su cuerpo contra el de Luc y levantó su boca rosada para darle un beso. Incluso de perfil, el deseo que suavizaba los rasgos femeninos le sentó como un puñetazo en el estómago.
El sudor humedeció los pectorales y la espalda de Deke. Maldición, sólo con mirar a aquella mujer quedaba noqueado. Observar cómo el deseo la inundaba, cómo se ruborizaba su cuerpo, hacía que Deke perdiera la cordura.
Luc dio un paso atrás y se dejó caer en una de las sillas de la cocina, aferrando las caderas de Kimber con ambas manos y haciendo que casi desaparecieran de su vista. Maldición, algunas veces llegaba a olvidarse de lo menuda que era. Era una mujer frágil. Debería de considerarla casi intocable.
Pero no lo hacía.
Por encima de uno de sus hombros desnudos, Kimber le dirigió a él una mirada coqueta.
«¡Bang!». Aquella mirada le había engrosado el miembro antes siquiera de que ella bajara los párpados y volviera a subirlos.
Y, sin embargo, aquel deseo no era sólo sexo. Había habido muchos momentos en su vida en que se había sentido muy excitado. Pero aquello era diferente. Era algo nuevo. Y le daba un miedo mortal.
Los ojos de Kimber y Deke se fundieron y la electricidad que crepitó entre ellos le golpeó y le atravesó el cuerpo. Luego sintió otra sacudida cuando ella le miró las pelotas. Esa sensación lo golpeó de nuevo en el pecho y se intensificó cuando ella se mordisqueó el labio inferior mostrando una apariencia tímida e insegura. Excitada.
Luego Luc la sentó en su regazo, y le dio un largo y profundo beso, murmurando algo contra su boca, haciendo que Deke se sintiera crispado, enojado y anhelante.
¡A la mierda con todo! Dio un par de pasos más hacia ellos.
Al verlo, Luc hizo girar a Kimber en su regazo de manera que la espalda femenina se reclinara contra su tórax. Ahora ambos miraban a Deke. ¿Luc sabía que los había estado observando? El reto que brillaba en los ojos de su primo para que dejara de ser un mero espectador lo decía todo.
La mirada de Kimber era igualmente una muda invitación. Deke se detuvo en seco.
Aquello estaba mal. Muy mal. Lo habían provocado, le habían tendido una trampa. Si bien sabía que debería darse la vuelta y marcharse, aquellas miradas habían provocado un auténtico infierno en sus entrañas y no pudo mover ni un músculo.
La velocidad a la que Luc deshizo el lazo del cinturón que rodeaba la delgada cintura de Kimber sólo podía llamarse «tortura prolongada». Sin ninguna prisa, su primo tiró del cinturón con una lentitud exasperante. Arrastró la tira de seda por las rodillas de Kimber y la deslizó bajo el dobladillo de la bata hasta que ella jadeó y se le irguieron los pezones. Las areolas estaban oscuras, arrugadas y eran muy tentadoras.
—¿Continúo? —le preguntó Luc, desatando con manos firmes el último nudo que sujetaba el cinturón en su sitio.
Deke tragó saliva. Si Luc seguía, Kimber se quedaría desnuda por completo. Dejaría el cuerpo femenino expuesto a su hambrienta mirada.
Accesible al toque controlado de Luc.
Nadie dijo nada, nadie respiró ni se movió. Pero uno de los dedos de Luc se deslizó lentamente entre las piernas de Kimber por encima de la tela para acariciar ligeramente lo que tenía que ser la sensible zona próxima al clítoris.
Deke le dirigió a su primo una mirada inquisitiva. ¿Qué diablos pretendía hacer? ¿Qué debería hacer él? Luc le respondió con una sonrisa y arqueando una ceja. Mientras tanto, continuaba moviendo el dedo en círculos justo encima del sexo de Kimber.
El silencio se extendió entre ellos sólo interrumpido por la respiración jadeante de Kimber.
Con lentitud, Luc apartó el dedo y cogió el cinturón con ambas manos.
Era imposible no fijarse en el pequeño círculo de tela mojada donde había estado el dedo de Luc.
Ese pequeño punto dejaba a las claras lo mojada que tenía que estar Kimber. Aquella húmeda visión casi lo hizo caer de rodillas.
—¿Continúo? —Las manos de Luc tiraron un poquito más del cinturón de la bata.
Deke supo que iría al infierno por eso.
—Sí.
Con una brillante sonrisa de triunfo y un erótico movimiento de sus manos, Luc se libró del cinturón y abrió la tela de la bata, dejándola caer a los costados de Kimber.
Y ella se mostró ante él completa y sorprendentemente desnuda.
Deke no pudo más que mirarla boquiabierto al sentir el impacto de la desnuda belleza femenina en su cuerpo, endureciéndolo y tensándolo, antes de que Luc aferrara sus muslos y los separara suavemente, abriendo las piernas de Kimber. Ella soltó otro suspiro entrecortado cuando Deke alcanzó a ver su sexo.
«Jugoso, hinchado, maduro. Perfecto».
Ella era una auténtica diosa lasciva mientras Luc pasaba la yema del dedo por el interior de su pierna y se detenía para frotar la tersa piel donde se unían el muslo y el torso. Si Luc movía el dedo apenas unos centímetros más tocaría sus pliegues mojados y el suave vello rojizo y ya no habría nada más que lascivas intenciones entre ellos.
«Oh, Dios…».
Luc llevó la otra mano a su vientre, y la subió lenta, muy lentamente hasta ahuecarle un pecho y azotar el tenso pezón de nuevo con el pulgar.
Deke apretó los puños e intentó apartar la mirada de la escena que se desarrollaba ante él.
Puede que si se diera la vuelta no viera esa imagen en su mente. Dios sabía que si seguía observándolos, se uniría a ellos.
Y una vez que lo hiciera…
No, no podía pensar en poner a Kimber sobre sus espaldas, seguro que ella estaría mojada, y…
—Mírala —lo invitó Luc, con voz ronca.
Deke tragó saliva. Dios, ¿qué podía hacer él salvo mirarla fijamente y desear poseerla? ¿Qué más podría mirar que no fuera la mujer que deseaba sobre todas las cosas?
Quiso cerrar los ojos para desterrar ese tipo de pensamientos de su mente, pero no quería huir de la verdad si con ello se perdía un solo instante de ella, entregada y sensual. Tan condenadamente hermosa y valiente.
No obstante, si Kimber supiera la verdad, estaría aterrorizada.
«Díselo», lo apremió su miedo. «Merece saber por qué no puedes estar con ella».
—¿Estás mirándome? —le dijo ella con voz juguetona y sensual.
¿Por qué seguían tentándolo, poniéndole un cebo a la fiera salvaje que habitaba en su interior? ¿Por qué tentaban al destino?
—Ya me conoces. —Deke se aclaró la garganta, pero sabía que seguiría sonando como si tuviera arena en la laringe.
«¿Por qué no puedes poseerla?», le preguntó una vocecita interior. «Lo que sucedió con Heather no tiene por qué suceder de nuevo».
Puede que no. Deke no lastimaría a Kimber a propósito por nada del mundo. ¿Y si tenía cuidado? Luc estaría allí, sería responsable. Él mismo insistiría en que lo fuera… por si acaso.
«Maravillosa racionalización».
—Siéntela —lo tentó Luc.
—Por favor —jadeó Kimber, separando los muslos un poco más.
Sus pliegues brillaban mojados, rosados y necesitados.
Deke estaba más que dispuesto a darle lo que deseaba.
Aun así, no podía saltar sobre ella. Antes tenía que decidir si la apartaba de él o si dejaba que entrara de lleno en su vida de forma permanente. Pensar en lastimarla, en meter la pata hasta el fondo, lo llenaba de temor.
Se sentía como si estuviera sentado sobre una bomba de relojería a punto de estallar. Tenía que tomar una decisión ya. Apartarla de nuevo de su lado con palabras odiosas, herir sus tiernos sentimientos y destrozarla, no era una opción. Haber visto una vez el efecto de sus palabras en ella casi lo había matado.
Abrazarla con toda la lujuria que sentía en su interior, dar rienda suelta a todos los sentimientos que poseía era lo que Deke quería sobre todas las cosas. Sentía que esos impulsos inundaban su cuerpo como si fueran el combustible de un cohete a punto de despegar. Potentes.
Imparables. Ni siquiera debería pensar en ella y en el deseo ardiente que provocaba en él. Si la tocaba no sólo perdería el control sino que éste estallaría en mil pedazos.
El pecho de Deke subió y bajó con su respiración jadeante y excitada. Las palmas de las manos le hormiguearon por el deseo de aceptar la invitación de Luc a pesar de saber que una vez que la tocara, la poseería. Sería irrevocable.
—Si no la tocas, la perderás…
Y, recordándole exactamente lo que estaba desaprovechando, Luc deslizó la mano por el interior del muslo de Kimber, trazando perezosos círculos sobre su sexo hasta que muy lentamente se sumergió en él. Deke observó cómo el ansioso cuerpo de Kimber se tragaba ese dedo, y no pudo evitar la idea de que aquel dedo penetraba profundamente en el húmedo calor que podría acogerlo a él.
Con un gemido, ella apoyó la cabeza contra el hombro de Luc y se arqueó. Deke observó cómo su primo le metía aquel dedo en el sexo, follándola lentamente, antes de añadir otro y reanudar el mismo ritmo pausado.
En su regazo, Kimber se contorsionó y presionó contra sus dedos. Luc le respondió deslizando la mano con la que le manoseaba el seno hacia la cadera, para luego profundizar entre sus rizos resbaladizos, jugueteando con el nudo de nervios oculto entre aquellos preciosos muslos, abiertos sin remisión. Sin piedad.
Una ligera presión, unos cuantos movimientos circulares con esos largos y sensibles dedos, y Kimber jadeó, se contorsionó, se sonrojó y gimió.
El deseo atravesó a Deke, lo arrasó. Estaba preparado para lanzarse y estallar.
«Dios, sería increíble follarla». El pensamiento de que ella enfocaría toda esa energía en su miembro, en su satisfacción, era muy erótico. Pero no era justo dejarse llevar sólo por su deseo.
Necesitaba darle placer a esa mujer tanto como respirar. Sería la manera de expresar todos aquellos extraños e incesantes sentimientos sin tener que decir una palabra.
Deke dio otro paso hacia ellos, acercándose lentamente a la cocina.
Kimber, al borde del orgasmo, gimió y meneó las caderas bajo las caricias de Luc. Él la mantuvo en ese punto con total maestría, llevándola con pericia hasta el borde del precipicio para retroceder cada vez que su cuerpo estaba a punto de alcanzar la cúspide. Tras un breve respiro, Luc volvía a enardecerla de nuevo.
Perplejo, observó cómo Luc utilizaba las manos para conducirla al clímax, y luego negárselo otra vez. Una y otra vez, y otra vez más. Diez minutos más tarde, Kimber tenía el cuerpo tenso y ruborizado. Incluso después de un breve descanso, con que Luc sólo deslizara un dedo en su interior o le rozara el clítoris, Kimber volvía a debatirse entre el cielo y el infierno una vez más.
Maldición, aquello lo estaba matando. Deke acomodó la sensible longitud de su miembro endurecido en los vaqueros. Incluso el más leve roce le hacía gemir.
Los ojos color avellana de Kimber estaban totalmente abiertos, con las pupilas dilatadas, dominados por un tono verdoso, implorantes.
—Deke, tócame…
Esas palabras fueron como un mazazo. Deke cerró los ojos, intentando bloquear la imagen que tenía ante sí, pero el olor de Kimber, a canela y a melocotones frescos, dulces y maduros, lo sedujo. El aliento entrecortado de Kimber y la manera extasiada en que decía su nombre, mientras Luc la llevaba al límite otra vez… era casi imposible de soportar. Apretó los puños y se dio cuenta de que estaba temblando. Temblando como un jodido adolescente.
—Deke —lo llamó Luc de nuevo, con una voz burlona y desafiante.
Deke abrió los ojos lentamente. Su ardiente mirada se deslizó por las mejillas arreboladas de Kimber hasta el pecho, que subía y bajaba con rapidez. Su excitante recorrido visual continuó por la estrecha cintura, por las suaves curvas de las caderas. A continuación dedicó toda su atención a los pliegues resbaladizos e hinchados. Aquel lugar que Luc orientaba en su dirección para que él no pudiera perderse ningún detalle.
El bastardo de su primo había previsto aquello. Pero eso no hacía que Kimber lo excitara menos o que fuera más fácil resistirse a ella.
—Luc, para —gruñó Deke.
Su primo continuó como si no lo hubiera escuchado.
—Saboréala.
¡Maldición! A Deke casi se le aflojaron las rodillas ante la sugerencia. Toda esa dulce necesidad sólo para él, cálida en su lengua… Saber que él podría darle placer, que con unos meros lametazos hambrientos ella se rendiría a él, que le ofrecería el sabroso néctar de su ser, fue suficiente para que le latiera la polla y para que se le tensaran los testículos.
Sintió un vuelco en el corazón.
¿Cómo podía un hombre luchar contra algo así?
Casi la había perdido dos veces en las últimas semanas, primero con Jesse McCall, luego por la bomba de un psicópata. Las pruebas de aquello último eran visibles en el cuerpo femenino en forma de puntos y magulladuras. Si ahora se alejaba de nuevo, ¿volvería a tener otra oportunidad con ella o por el contrario la ruptura sería para siempre?
Aquella posibilidad era demasiado dolorosa.
—Por favor, saboréame —le imploró Kimber con suavidad, apartando los dedos de Luc y pasando sus propios dedos por su brillante sexo.
Luego levanto un dedo mojado hacia él como un manjar tentador.
Antes de poder respirar o pensar, Deke dio un paso más y se dejó caer de rodillas. Le aferró la muñeca con fuerza y se metió aquel dedo en la boca, succionándolo como un hombre poseído. Gimió al degustar aquel sabor almizcleño que no había podido olvidar.
Fresco, salado y dulce a la vez, delicado. Incluso después de horas el gusto a almizcle de su sexo, de su piel, permanecía en su lengua. Era tan… suyo. Era perfecto.
Deke la sujetó por las caderas, ansioso por atraer a Kimber hacia él y hundirse en ella como si fuera un postre exquisito.
—No. —Luc le rozó de nuevo el clítoris y luego le cubrió el monte de Venus, negando a su primo el sabor del néctar de Kimber.
Deke apretó los dientes, observando cómo Luc presionaba el sexo de Kimber rítmicamente hasta que ella se aferró a los brazos de la silla de la cocina y gimió por alcanzar un clímax que el chef le negó de nuevo.
—Fóllala. —Ahí estaba el nuevo reto de Luc.
«El último».
Deke levantó la cabeza de golpe. Luc lo decía en serio. Completamente en serio.
Observó a su primo durante un instante. Luc no sugería nada que Deke no hubiera pensado y ansiado hacer más de lo que su limitado vocabulario de cavernícola fuera capaz de expresar en ese momento.
—Por favor… ¡Oh, por favor! —suplicó Kimber interrumpiendo sus pensamientos, con voz estrangulada—. Te necesito.
Soltando el aliento, Deke no hizo más que mirarla fijamente mientras le imploraba. La cabeza le daba vueltas. Quería darle lo que necesitaba. Todo lo que necesitara. Dios lo sabía, pero…
—Ahora —le instó Luc—, o lo haré yo.
Deke se agarró con desesperación a la silla.
—Luc…
—Fóllala —insistió—, o lo haré yo.
«Oh, maldición». Sintió un estremecimiento.
Inspirando profundamente, Deke volvió a mirar a Kimber. No podía ignorar los implorantes y sinuosos movimientos de la mujer que ruborizada de pies a cabeza lo observaba con una mirada ardiente y entornada.
—No es eso lo que ella quiere.
—¿Y qué crees que quiere en este estado? Necesita correrse. Me he asegurado de ello.
—Debería de tener la mente despejada para acceder a esto. Tal y como está ahora…
—Kimber dijo que sí antes de que entráramos en la cocina. Antes de que le pusiera un dedo encima. Quiere que hagamos el amor con ella. La única pregunta aquí es, ¿cuál de los dos lo hará primero?
Luc acababa de acorralarlo. Santo Dios, ¿por qué? No cabía duda de que él había tenido muchas veces la fantasía en la que la follaban juntos. «¡Maldito fuera Luc!». Pero Deke no se hacía ilusiones. Si no tomaba él a Kimber, lo haría Luc.
—¿Quién va a ser? —le presionó su primo.
—Estoy pensando. —¿Pero qué había que pensar? Si Kimber ya había dicho que sí, y si Luc pensaba tirársela si él se negaba, ¿cómo podía decir que no cuando lo que más quería era ser su primer amante y reclamarla para sí?
—Tienes treinta segundos.
—No me presiones, cabrón.
—Demasiado tarde.
—¿Por qué coño estás haciendo esto? ¿Por qué no dejas simplemente que las cosas vayan a su ritmo? Deja que la haga correrse con la boca. Eso la aliviaría.
Luc se burló de él.
—Hoy sí, pero ¿qué pasará mañana? ¿Y pasado mañana? Es una mujer que se merece disfrutar de una sexualidad plena y feliz. Ya lo he hablado con ella. Está tomando la píldora y está preparada. Más que preparada. Está empapando mis dedos. Ambos le importamos. Y los dos la adoramos.
Deke comenzó a sudar.
—Lo que estás sugiriendo es… permanente.
—Que es exactamente lo que tú deseas. Lo que yo deseo. No permitas que el miedo que sientes lo estropee todo.
Deke cerró los ojos con fuerza por un momento, pero eso no impidió que reconociera la verdad.
—Has planeado todo esto, hijo de perra. Me has estado forzando desde el principio.
—Empezaba a preguntarme si seríamos viejos antes de que encontraras el valor suficiente para hacer el amor con ella. —Luc miró el reloj—. Ahora lo sabré. Han terminado tus treinta segundos.
Deke no dijo nada mientras las palabras de Luc retumbaban en su cabeza. Kimber merecía disfrutar de una sexualidad plena y eso incluía…, bueno… sexo completo. Kimber quería eso.
No era menor de edad ni emocionalmente inestable. Y a él le importaba ella más de lo que quería admitir. Si Kimber volvía a desaparecer de su vida, su ausencia lo destrozaría.
Pero ¿qué podía ofrecerle él además de un pasado traumático un presente paranoico y un futuro donde la mayor parte de la gente los vería como unos depravados?
Luc estaba ahora impaciente. Colocó a Kimber encima de la vieja mesa redonda de la cocina y se deshizo de los vaqueros, arrojándolos al suelo. Se ubicó entre la V que formaban las piernas abiertas de Kimber, la agarró de las caderas y se sujetó el miembro.
—¿Qué demonios estás haciendo? —dijo Deke empujando a Luc y apartándolo de Kimber—. ¿Es su primera vez y pretendes mantener relaciones sexuales sobre la mesa de la cocina?
Luc se encogió de hombros.
—Bueno, me la llevaré a la cama y la follaré allí.
Deke observó atónito cómo Luc le tendía la mano a Kimber. Ella vaciló y levantó unos inquisitivos ojos muy abiertos en dirección a él.
¿Quieres ser el primero? Le preguntaba con la mirada. ¿Te importo? ¿Necesitaba Deke estar ya dentro de ella? ¿Quería ser el primer hombre en hundirse en su cuerpo y tomar una parte de ella que ningún otro hombre tendría jamás?
«Sí, sí, sí y sí».
—¡Ni lo sueñes! —gruñó Deke. Luego levantó a Kimber de la mesa, y la estrechó contra su cuerpo. Ella le envolvió automáticamente la cintura con las piernas mientras la boca masculina se amoldaba a la de ella y la saboreaba desesperadamente con la lengua. Quiso sumergirse en ella y rodearla con sus brazos, mientras la sostenía con una mano bajo el trasero desnudo. El dulce jugo de su sexo goteó sobre su muñeca y la tela de los vaqueros.
Era condenadamente bueno que estuviera tan mojada. Iba a necesitar toda esa lubricación.
Dentro del oscuro dormitorio, Deke apartó la mosquitera y la depositó en la cama. Era perfecta. Bella y radiante, igual que la propia cama, delgada y con sugerentes curvas.
—¿Estás segura, gatita? —le preguntó con voz áspera y ronca.
Kimber asintió con la cabeza sin dejar de removerse.
—Sí. Por favor. Ya.
—¿Estás hablando tú o el deseo? Luc te ha llevado a un punto…
—Deseo esto, te deseo. Ya lo hacía antes de que él me pusiera la mano encima. Por favor —susurró ella, deslizando su propia mano entre sus piernas para acariciarse el clítoris y llevándolo a él cerca de la locura.
Deke sintió que se le aflojaban las rodillas a la vez que su erección latía con aprobación, pero la agarró de la muñeca y se la apartó. Quería ser él quien la hiciera llegar al orgasmo. El y su dolorida polla.
Deke tragó saliva. «Joder». Iba a hacerlo. Iba a olvidarse de todo lo demás y a hacer el amor con Kimber. A poseerla. A ser su primer amante. A reclamarla. No podría impedirlo, no quería evitarlo.
—Te dije todas aquellas cosas horribles para que te fueras, pero no sentía lo que dije.
—Lo sé. Te perdono.
La respiración de Deke era jadeante. ¿De verdad era ella tan maravillosa como para entender que no había querido decir aquellas cosas? No se la merecía, y esperaba no destrozarle la vida. Pero no podía negarse más a lo que todos querían. Y no era simplemente su cuerpo lo que necesitaba, sino la intimidad. Necesitaba sentirse tan unido a ella como sólo podían estarlo dos personas.
—Gracias. —Miró a Luc, con el corazón latiendo más rápido que un M60—. ¿Me das un condón?
—No. —Fue Kimber la que lo dijo. La palabra resonó en la habitación.
—Está tomando la píldora —le recordó Luc.
Deke se volvió hacia ella, se la quedó mirando fijamente y no pudo evitar darle un beso húmedo y devorador en la boca, ni de rozarle el erecto pezón con el pulgar.
—¿De veras?
Kimber se arqueó bajo su caricia.
—Fui a ver a un médico después de dejar a Jesse. Esperaba que ocurriera esto.
Esa información le hizo hervir la sangre y querer gritar de alegría. «A salvo». Ella estaba a salvo. ¡Bendita fuera! La recompensó con una caricia en el otro pecho. Ella le respondió con un gemido. No sólo podría hundirse profundamente en ella, sino que podría hacerlo sin protección.
«No seas tonto», le gritó una parte de su mente. La píldora no era totalmente segura.
—Dame un condón —le dijo a Luc—. Es sólo por seguridad. —Luego le pasó la mano a Kimber por el pelo—. No quiero que te pase nada.
—No quiero que nada se interponga entre nosotros. Por favor…
«Oh, cielos». Sería algo estúpido, alocado e impulsivo. Pero algo en el interior de Deke comenzó a hacer erupción, gritando un «cielos, sí», al pensar en estar dentro de ella sin que nada se interpusiera entre ellos. Deseaba tener a Kimber de una manera en que no había tenido a otra mujer. La píldora era más efectiva que los condones, y sabía por experiencia, que los condones no eran infalibles.
Deke no podía apartar la mirada de ella. Ahora observaba fijamente los puntos y los moretones que tenía. Le recordaban que podría haberla perdido antes de haberla reclamado siquiera. Eso sí habría sido una jodida ironía. La necesitaba. Y tenía que poseerla de la manera más elemental posible.
—Gatita —le dijo con voz ronca—. Te prometo que estoy sano. Suelo hacerme reconocimientos médicos con regularidad. Siempre he tomado precauciones. Yo nunca… —tragó saliva—. Estás segura conmigo.
—Lo sé. —Sonriendo, Kimber extendió la mano y pasó la yema de los dedos suavemente por la espalda de Deke. Él se estremeció y contuvo la respiración—. Entonces, yo también seré la primera para ti.
Como si ella quisiera reclamarlo a él. El deseo de Deke se acrecentó, invadió su mente y le hizo abandonar cualquier pensamiento racional. Todo lo que haría esa noche sería puro instinto.
Todo corazón.
—Así es. —Se bajó de golpe los vaqueros por las caderas, y subió lentamente a la cama, tumbándose a su lado.
Inclinándose y zambulléndose en el paraíso que era la boca de Kimber, Deke degustó su sabor único y limpio. El beso fue brusco y exigente. Sin palabras, ella le dijo que esperaba que se lo diera todo, que no se reservara nada para él.
¿Cómo, con todo lo que la deseaba, con todo lo que la quería, podría contenerse? Kimber ya había demostrado ser lo suficientemente fuerte para satisfacer sus necesidades en otras variantes del sexo. Sería perfecto.
Cuando la tomó de la nuca para profundizar el beso, Deke sintió que Luc subía a la cama y se situaba al otro lado de Kimber.
Interrumpió el beso, luego clavó la mirada en Luc. Abrió la boca y la cerró de golpe.
¿Cómo podía haberse olvidado de su primo? Él, que no se había acostado solo con una mujer en doce años, a pesar de todo, se había olvidado. Y ahora tenía que recordarse a sí mismo que no sería el único amante de Kimber, sino que también lo sería Luc.
Esa idea provocó en él una sensación de rechazo absoluto. Deke apartó a un lado su instinto, intentado imponer un poco de lógica a su mente cegada por la lujuria. Necesitaba que Luc estuviera allí.
Estaba dispuesto a sumergirse en Kimber sin que hubiera entre ellos una barrera de látex.
Oh, Dios… se moría por sentir su carne desnuda rodeándole. Pero no estaba dispuesto a olvidar todas las precauciones. No podía ser el único responsable. Por si acaso…
Aquel miedo que albergaba en su interior le recordaba que tenía que compartirla. Tenía que ignorar aquella parte de sí mismo que se rebelaba. No podía ser el único con el que ella hiciera el amor.
Apartando esos pensamientos de su mente, observó cómo Luc rodeaba uno de los rígidos pezones de Kimber con la lengua. Él se dedicó al otro, humedeciéndolo, pellizcándolo con los dientes, satisfecho con la rápida respuesta de Kimber que separó automáticamente los muslos.
Deke deslizó una mano reverentemente por la suave piel del vientre de Kimber y siguió bajando hacia su sexo. Un refugio mojado, empapado e hinchado. Ella jadeó ante el primer toque. Bajo los dedos de Deke, el tenso clítoris palpitó. Dios, estaba más que preparada. Era bueno saberlo, Deke se encontraba en el mismo estado.
Deslizó lentamente un dedo en su interior. Su canal era muy estrecho. «Oh, Dios… demasiado estrecho». Jadeó. El cuerpo de Kimber se cerró en torno a su dedo, implorando en silencio. Añadiendo un segundo dedo, los introdujo más profundamente. Menos mal que se había corrido ya dos veces ese día, o hubiera explotado nada más entrar en ese cálido nido vacío.
Pero cuando introdujera su gran erección en su cuerpo, iba a lastimarla. Deke odiaba aquello. Hizo un movimiento de tijera con los dedos, intentando dilatarla para minimizar el dolor.
—Más —le exigió ella.
Sosteniéndole la mirada, clavó los ojos en Kimber. Ella no estaba hablando con Luc, que se dedicaba a lamer y succionar sus pezones como si fueran un pirulí o como si su boca fuera una aspiradora. Hablaba con él.
—¿Más adentro? —preguntó Deke roncamente mientras empujaba los dedos en su interior hasta la empuñadura.
Jadeando mientras movía la cabeza de un lado a otro, negando y asintiendo a la vez, ella le respondió:
—Más adentro. Mucho más. Quiero estar llena de ti.
Deke casi se mareó ante su jadeante respuesta, absolutamente honesta.
—Quiero llenarte, gatita. Creo que no he querido nada más en la vida.
—Estás haciendo lo que tienes que hacer —murmuró Luc, trazando un sendero de besos por la barbilla de Kimber.
Los pezones que había dejado desatendidos estaban rojos. No había otra manera de describirlos. Hinchados. Bien trabajados. Muy duros. Estarían muy sensibles por la mañana, pero dado que Kimber se arqueaba hacia Luc e intentaba conducir su cabeza de vuelta hacia ellos, ahora no los sentía así.
Lo único que ella sentía era que estaba lista.
Levantándose de la cama, Deke se puso de pie a su lado, y acariciándole los muslos y las caderas, la acercó al borde de la cama, haciendo que le rodeara las caderas con los muslos.
—¿Deke?
Él se inclinó y depositó un suave beso en su vientre.
—No voy a irme. En esta posición, puedo controlar mejor el ángulo y la presión. Si te duele demasiado, podré retirarme.
O al menos, esperaba poder hacerlo. Aunque lo que en realidad quería era arremeter contra ella como el toro embestía un capote rojo.
Deke inspiró profundamente, reteniendo el aire e intentando centrarse.
—Un poco de dolor no me hará daño.
—También dejo sitio para que Luc se dedique a otras partes de tu cuerpo. —Indicó con los dedos las líneas de su torso, y luego los bajó, deteniéndose para describir unos círculos en el clítoris de Kimber—. Confía en mí. Al final de la noche, te sentirás bien follada.
Kimber enlazó las piernas en torno a su cintura, atrapándolo entre ellas.
—¿Me lo prometes?
Aquellas burlonas palabras lo atravesaron y se clavaron directamente en su miembro. Deke levantó la mirada al techo, intentando conservar su autocontrol. También quería que Kimber se sintiera bien amada.
—Sí —graznó—. Oh, sí.
Ella le respondió con una sonrisa radiante que sólo incrementó el deseo que sentía. El control de Deke se evaporó.
Cogiéndose el rígido pene con la mano, lo guió a la pequeña e hinchada abertura. Ella era menuda. Y él no era un hombre pequeño. Iba a tener que hacer fuerza para penetrarla. Aquel pensamiento provocó otra nueva oleada de sudor.
Deke se inclinó hacia adelante un poco e introdujo el glande en el interior de Kimber. «Oh, maldita sea. Era tan caliente y estrecha». Bajo él, Kimber se movió con agitación, arqueándose, forzándolo a penetrarla un poco más. Agarrándola de las caderas, se introdujo un centímetro más. Hasta tropezar con su himen.
—No te detengas —le imploró ella.
Deke no hubiera podido detenerse aunque hubiera querido. Pero un millón de pensamientos cruzaron por su mente. ¿Y sí… la lastimaba demasiado? ¿Y si a ella no le gustaba la intensa sensación de sentirlo en su interior? ¿Y si no estaba tan preparada como pensaba?
O peor todavía, ¿y si volvía a repetirse la misma historia?
—Estás pensando demasiado —murmuró Luc—. La quieres. Y a menos que me equivoque, la amas. Está protegida y yo estoy aquí. No podría ser más perfecto de lo que es.
Eso puso fin a todas sus reservas. Luc tenía razón. Preocuparse por el dolor o la preparación de Kimber —incluso por el futuro— no era más que una excusa.
Tras doce años, había llegado el momento de darse otra oportunidad.