Dos horas después, Kimber se paseaba de un lado para otro en la fría sala de espera de un hospital, mordiéndose las uñas. Dios, le temblaba todo el cuerpo. Dirigió otra mirada de preocupación hacia el quirófano donde habían metido a su padre.
Aún no había salido nadie para decirle si su padre iba a vivir o… No, mejor no pensar en eso. «Respira profundamente. Tranquilízate. Reza».
Ése era un buen consejo, pero no podía dejar de revivir aquel terrible momento. Había pasado de estar sentada en el porche hablando con Luc, a ver cómo la casa de su padre estallaba con él dentro. El fuego se había propagado por todo el lugar, pero no pensó en ello hasta más tarde. En aquel momento, nada la habría impedido entrar en la casa, donde encontró a su padre inconsciente y a punto de ser devorado por las llamas. Al ver que el picaporte de la puerta estaba demasiado caliente para tocarlo, había arrojado una silla por la puerta de cristal de la parte trasera de la casa y luego había arrastrado a su padre al patio.
Los bomberos que habían respondido a la emergencia le habían dicho que su padre no habría sobrevivido si ella no hubiera actuado con rapidez, salvándolo de aquel infierno creciente.
Pero aun así estaba herido de gravedad. ¿Y si después de todo había llegado demasiado tarde para salvarlo?
Kimber paseó la mirada por la larga hilera de sillas vacías de la sala de espera, por la alfombra de color parduzco y por las polvorientas plantas artificiales de seda. No, no podía sentarse, no podía dejar de moverse.
No podía dejar de preocuparse.
«Maldición, ¿qué había provocado esa explosión?».
A sus espaldas, oyó el siseo de las puertas automáticas al abrirse. Distraída, se giró.
Luc entró corriendo. Parecía apurado y preocupado, recorrió la estancia con la mirada y suspiró aliviado cuando su frenética mirada cayó sobre ella. Feliz de verle, sintió el escozor de las lágrimas cuando él se dirigió con rapidez hacia ella, y la envolvió entre sus brazos firmes y cálidos.
Apoyando la mejilla en su hombro, inspiró profundamente, respirando por fin, sintiéndose benditamente dichosa por un momento. Luego Kimber abrió los ojos.
«¡Deke!».
Estaba de pie, detrás de Luc, con los ojos azules llenos de preocupación, y una expresión cercana al pánico. La recorrió con la mirada. Quería asegurarse de que estaba viva, a la vez que le ofrecía su apoyo.
Sus miradas se encontraron, y Kimber sintió el impacto de sus ojos con tal fuerza, que se le fue formando un nudo en el estómago hasta que apenas pudo respirar.
Deke había venido. Había dejado sus diferencias a un lado, y había ido con ella.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas, negras por el hollín, de Kimber. Al verlas, Deke hizo una mueca, como si verla tan afectada fuera casi físicamente doloroso para él.
Kimber le tendió una mano. Él se la agarró y luego tiró de ella para arrancarla de los brazos de Luc y meterla entre los suyos. Ella se apretó contra su sólido tórax y él le rodeó la cintura con un brazo firme. Permanecieron allí de pie, cuerpo contra cuerpo. Los rítmicos latidos del corazón de Deke la conmovieron, y lo rodeó con sus brazos hasta que ni una brizna de aire se interpuso entre ellos. La fuerza de Deke la envolvió, igual que su olor, a tierra, a lluvia, a hombre.
—Gatita —masculló él contra su pelo. La voz ronca por la preocupación atravesó los sentidos de Kimber.
Levantó la barbilla, y la mirada de Luc atrajo la suya, desviando la atención de Kimber de su primo.
—¿Estás bien?
Deke dio un paso atrás y la observó con renovada atención.
Ella asintió con la cabeza.
—Estoy bien, pero mi padre…
Kimber no pudo acabar la frase sin desmoronarse. Un nuevo aluvión de lágrimas resbaló por sus mejillas, escaldadas y tiznadas, y no pudo reprimir el sollozo que le salió del alma.
Intentó ser fuerte, pero fracasó. La realidad de la situación la hizo deshacerse en lágrimas.
Deke la estrechó tiernamente contra su ancho pecho otra vez. Luc le acarició el pelo y le murmuró palabras de consuelo.
—Shh… —Ambos intentaron tranquilizarla, y Kimber no pudo determinar quién decía qué. Pero no importaba. Con ellos allí, finalmente comenzaba a creer que las cosas saldrían bien.
—Me alegro de que estéis aquí. Gracias.
—No podríamos estar en otro lugar —murmuró Luc, luego le besó la coronilla.
Deke la llevó hasta una silla y se sentó con ella en su regazo. Luc se sentó a su lado. Ambos hombres la miraron con ternura. La alegría que sintió aligeró su carga momentáneamente, y su corazón se llenó de una sensación agridulce. Más lágrimas resbalaron por su cara, y Luc se las enjugó con el pulgar. Los brazos de Deke se tensaron alrededor de ella.
—¿Qué ha sucedido? —la apremió.
Preguntas. Kimber sabía que era así como actuaban los militares. Querían respuestas.
Tenían que valorar la situación para luego actuar en consecuencia. No obtendría nada más de él hasta que Deke supiera a qué se enfrentaba y que todo el mundo estaba a salvo. Kimber tuvo que levantar la cabeza y responderle.
Inspiró temblorosamente.
—No lo sé. Hubo una ex-explosión de algún tipo…
Kimber quería contestarle, pero no sabía las respuestas, ¡maldita sea! ¿Qué había sucedido?
¿Y dónde diablos se habían metido los médicos? ¿Por qué nadie la informaba sobre el estado su padre?
Pasándole suavemente la mano de arriba abajo por la espalda, Deke la tranquilizó.
—Después de que Luc oyera la explosión por el teléfono, y que tú no contestaras, salimos pitando a casa de tu padre. Uno de los bomberos es un viejo amigo mío. Nos dijo que entraste en la casa y sacaste a tu padre.
Ella asintió con la cabeza.
—Oh, Dios mío —masculló Luc—. Ese lugar debía de estar envuelto en llamas.
—Tenía que hacerlo.
—Lo sé. —La voz grave de Deke fue suave, como una caricia—. Es una suerte que salieras de una pieza. ¿Cómo está tu padre?
—Está en el quirófano. Sigo sin saber nada de él. No sé…
—¿Cuándo comiste por última vez? —preguntó Luc.
¿Quién podía recordarlo? Dios, sólo de pensar en la comida se le revolvía el estómago.
—No tengo hambre.
Luc frunció el ceño.
—¿Un refresco? ¿Café?
Kimber negó con la cabeza. No le apetecía nada ahora. No podría digerir nada con el estómago revuelto.
Deke le sujetó la cara entre las manos, atrayendo su atención de nuevo.
—¿Dónde están tus hermanos?
Kimber frunció el ceño y tragó saliva. Le dolía la garganta. Respirar humo le había dejado las entrañas en carne viva, como si hubiera bebido trementina. Le dolían los pulmones, pero ese dolor no era nada comparado con el que sufría su padre. Ya había sido examinada por los médicos y la habían dejado marchar.
—No lo sé. Creo que Hunter está fuera del país en una misión. Logan… me llamó hace unos días para preguntarme sobre el compromiso, pero no me dijo dónde estaba.
Los tensos brazos de Deke se cerraron a su alrededor con fiereza.
—¿Has llamado a Logan desde la explosión?
«No». Ni siquiera se le había ocurrido. Pero la vida de su padre pendía de un hilo en aquel momento. En cuanto había puesto al coronel a salvo, habían llegado los bomberos. Luego había acudido la policía. Le habían hecho preguntas —montones de ellas— mientras estabilizaban a su padre para meterlo en la ambulancia. Ella había ido con él, sujetándole la mano, esperando que de alguna manera supiera que, aunque no vivían cerca, él todavía era su padre, su único padre, y ella le quería. Luego en el hospital había tenido que rellenar los formularios y responder a más preguntas. Entonces comenzó la espera, los tensos momentos de temor que casi acabaron con su compostura.
—¿Gatita? —la apremió Deke.
—No sé donde está mi móvil. Supongo que se habrá roto. No sé…
—Está bien. Yo llamaré a Logan. Ahora relájate. —La besó en la frente, luego se puso en pie y la depositó en el regazo de Luc como si ella fuera más valiosa que una pieza centenaria de porcelana china.
Kimber observó cómo Deke sacaba el móvil y se apartaba de ellos.
Durante un largo rato, Luc no hizo más que abrazarla, y ella agradeció su calidez y ternura, mientras la ansiedad seguía royéndole las entrañas. ¿Cuánto tiempo más tardarían los médicos en decir algo? Necesitaba saber cómo estaba su padre. Tenía que saberlo ya o se volvería loca. «Dios, y sí… No». No pensaría en eso. Se negaba a hacerlo.
—Nos sentimos muy aliviados de que estés bien —murmuró Luc contra su mejilla, interrumpiendo su debacle interior—. Se me detuvo el corazón cuando oí la explosión. No sabía si habías resultado herida.
—No lo entiendo… No sé qué sucedió.
Deke regresó entonces y se sentó en la silla junto a ellos.
—Logan estará aquí en quince minutos. Él se encargará de avisar a Hunter.
Kimber soltó un suspiro de alivio.
—Oh, bien. Gracias a Dios. Logan y papá se llevan muy bien… —Con ternura, Luc le enjugó las nuevas lágrimas que ella no era consciente de haber derramado.
—Lo sé, cariño.
—Kimber. —Unas enormes manos, cálidas y firmes, tomaron las suyas. Deke.
Ella parpadeó, se lo quedó mirando fijamente, absorbiendo la imagen de él, la seguridad que transmitía.
—Necesito que te concentres —le exigió él—. Los bomberos nos han dicho que la explosión no fue un accidente. No fue una fuga de gas ni nada por el estilo. Ha sido provocado.
«¿Provocado?».
—¿Qué estás diciendo? ¿Fue deliberado?
—Muy deliberado. Lo que estalló fue una bomba.
A Kimber se le desencajó la mandíbula. Miles de pensamientos se agolparon en su mente, pero no podía retener ninguno el tiempo suficiente para expresarlo en palabras. «¿Una bomba?».
No tenía sentido. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Quién había sido el gilipollas que la había puesto?
«Y que además quería veros muertos», susurró una vocecita mordaz en su cabeza.
—Cuando viniste a vernos la primera vez, mencionaste que alguien había estado amenazando a tu padre —la apremió Deke.
Muda y aturdida, ella asintió con la cabeza.
—¿Sabes por qué?
Ella frunció el ceño, intentando recordar.
—No con exactitud. Sólo sé que hay un psicópata que mi padre capturó y puso a buen recaudo, que estaba amargado porque no había visto crecer a su hija.
—¿Te amenazó a ti?
Kimber vaciló, hizo una pausa para pensar.
—Papá me dijo que ese hombre me había mencionado. Mi padre pensaba que ese tío quería hacerme daño.
Luc y Deke intercambiaron una mirada grave y al instante asintieron con la cabeza.
—En cuanto llegue Logan —dijo Deke—, te vienes con nosotros.
—¿Con vosotros?
—Nos iremos lejos de aquí. A alguna parte donde ese retorcido hijo de perra, que probablemente haya volado la casa de tu padre, no te encuentre. A algún lugar remoto y seguro.
Kimber entendía su lógica, pero…
—Mi padre me necesita aquí. No puedo marcharme.
—Logan se quedará aquí, nos mantendrá al tanto de todo, pero hasta que sepamos a quién y a qué nos enfrentamos…
—Es mi padre. Tengo que saber si va a recuperarse. Tengo que hablar con los médicos. No puedo largarme así porque sí. Logan tiene la sensibilidad de una apisonadora y papá me echará en falta.
Deke hizo una mueca sombría.
—Puede que te quiera aquí, pero también querrá que estés segura y a salvo. Estás alterada y no piensas con claridad. Y eso te convierte en una presa fácil de ese bastardo enfermizo que quiere matarte. No dejaré que eso suceda.
Kimber se apoyó aturdida contra Luc. ¿Sería posible que ella fuera un objetivo en el complot de ese psicópata contra su padre? No tenía demasiado sentido. En todos los años que su padre llevaba en ese negocio, jamás había tenido un roce serio con un criminal vengativo. Muchas amenazas sí, y algunos incidentes menores, pero nada como eso.
Pero, como su padre decía con frecuencia, siempre había una primera vez.
Si el coronel, que sabía cómo protegerse y trabajaba, precisamente, protegiendo a los demás, estaba en un quirófano luchando por su vida, ¿tenía Kimber alguna posibilidad contra ese hombre si iba tras ella? Ninguna. Pero ¿cómo podía abandonar a su padre en los que podían ser los últimos momentos de su vida?
—Pero…
—No hay peros que valgan. —Parecía como si a Deke se le hubiera acabado la paciencia. Le metió los dedos en el pelo y le alzó la cabeza, obligándola a mirarle a los ojos—. Te voy a sacar de aquí. Y punto. No es negociable. No vas a discutir, ni a intentar convencerme, ni a escaparte.
Su espíritu rebelde se alzó en su interior ansioso por tomar la palabra. La lógica lo aplastó.
La explosión había sido causada por una bomba. Alguien había amenazado a su padre. Si ese psicópata había puesto una bomba, quería decir que era sofisticado y que lo había hecho cuando la casa estaba llena de gente. Quería decir que probablemente vigilaba la casa. Y que él sabía que ella estaba allí.
Probablemente había considerado que cargársela era un extra. O quizá fuera su objetivo. Su padre jamás querría que ella se pusiera a sí misma en peligro.
Kimber suspiró largamente cuando dijo:
—Está bien.
Luc la rodeó con los brazos y apoyó la mejilla contra su espalda. Deke se puso tenso, tiró del pelo de Kimber, maldijo entre dientes y le dio un beso rudo y posesivo en la boca.
En ese momento, se abrieron las puertas del hospital. Kimber vio que Logan irrumpía en el interior y escudriñaba la sala de espera.
Cuando los vio, se detuvo.
Kimber se libró del abrazo de Deke y saltó del regazo de Luc. Pero Logan había visto suficiente. Decir que estaba furioso no alcanzaba a describir la expresión que llameaba en sus ojos. Tragando saliva, se acercó a ella y la agarró del brazo, apartándola de Deke y Luc.
—¿Se sabe algo de papá? —dijo con voz tensa y entrecortada.
«Maldita sea». Parecía estar conteniendo su temperamento salvaje. Y lo haría, pero no por mucho tiempo.
Kimber se negó a avergonzarse. No era una niña, y no iba a tratarla como si lo fuera.
—Nada, aún estamos esperando.
—¿Cuánto tiempo lleva en el quirófano?
Kimber se encogió de hombros. El tiempo carecía de sentido desde la explosión.
—Calculo que alrededor de una hora.
—Deke me dijo que estalló una bomba en casa.
—Eso han dicho los bomberos.
—¿Fuiste tú la que sacó a papá de allí?
¿Estaba complacido o enfadado? Podía ser cualquiera de las dos cosas, ya que Logan era la persona más imprevisible que conocía.
—Sí —dijo desafiándolo con la mirada.
—Maldita estupidez —escupió su hermano mientras la envolvía en un abrazo fraternal—, maldita valentía. Bien hecho, hermanita.
—Tenía que hacerlo. Tú habrías hecho lo mismo.
Logan sabía que no podría discutirle eso, así que ni lo intentó.
—¿Te ha examinado un médico?
—Estoy bien. Tengo dos puntos en el brazo y tres en la pierna. Son simples arañazos…
—Me alegro de que no estés herida.
Su hermano levantó la mirada hacia Deke y Luc y les saludó con la cabeza. Controlado.
Contenido. Engañoso. Logan podía ser un auténtico hijo de perra cuando quería.
—Bueno —continuó—. Cambiando de tema… ¿qué coño haces con esos dos?
Como el tono de Logan estaba teñido de ira, Deke se levantó y se colocó detrás de Kimber.
Ella sintió su enorme cuerpo y su calor en la espalda. Mirándolo por encima del hombro, observó cómo sostenía la mirada enfurecida de su hermano. En una respuesta silenciosa, Deke le rodeó la cintura con un brazo marcándola como suya y los ojos de Logan ardieron de nuevo.
Pasó un par de enfermeras por el pasillo cercano, era obvio que estaban en medio de un cambio de turno, y se detuvieron para observar la escena que se desarrollaba en la sala.
«Genial. Ahora tenían público». Antes de que las cosas explotaran, Kimber levantó las manos para detener a su hermano.
—Éste no es el lugar ni el momento adecuados para montar una escena.
—Sólo me preocupo por ti, hermanita. —Levantó la mirada hacia Deke—. ¿No quieres contarle de qué manera te tiras a las mujeres? ¿O tendré que hacerlo yo?
Si las enfermeras no les hubieran dedicado su atención antes, ahora lo harían.
Deke se tensó a sus espaldas, y Kimber supo que necesitaba aclarar la situación en ese momento.
—Logan, baja la voz. Ya sé todo eso.
Su hermano la miró como si hubiera perdido el juicio.
—Entonces, ¿por qué demonios les dejas tocarte?
—¡Maldición! —gruñó Deke a sus espaldas—. No tienes que…
—Deja que me ocupe yo de esto. Por favor.
Deke vaciló, luego se rindió… a regañadientes. Kimber suspiró. No quería tener que lidiar con eso ahora. No estaba segura de que su padre fuera a sobrevivir, y estaba demasiado cansada.
Pero ella conocía a su hermano mejor que nadie y sabía cómo conseguir que se mantuviera al margen.
—Sé por experiencia, cómo se tira a las mujeres —le espetó en voz baja—. Y no creo que sea asunto tuyo. Soy una mujer adulta, y tomo mis propias decisiones. Puedes aceptarlo o no.
Pero no quiero volver a oír ni una sola palabra más del asunto.
Logan se quedó boquiabierto.
—¿Te acuestas con… los dos?
Su actitud puritana fue la gota que colmó el vaso.
—No me vengas ahora con que te has comportado como un santo toda tu vida. He oído muchas cosas de ti durante los últimos años, así que vamos a dejarlo estar.
Durante largo rato, él no habló. ¿Qué iba a decir de todas maneras? Kimber había oído rumores durante años de que él era un amo dominante, con un talento especial para utilizar el látigo y conseguir que una mujer pidiera más. Sería mejor para él que no dijera ni una maldita palabra.
Logan tensó la mandíbula.
—Hace tan sólo tres días estabas comprometida con otra persona.
—Pero ahora no lo estoy.
La respuesta le inquietó, pero dejó de discutir. En su lugar dirigió a Luc, y luego a Deke, una mirada cargada de veneno.
—Si le hacéis daño a mi hermana, juro que os despellejaré vivos y luego os dejaré morir desangrados.
—No es nuestra intención hacer daño a tu hermana —dijo Luc, levantándose y, apartando a Kimber de Logan y Deke, la envolvió en un abrazo protector—. Nunca.
—Y cada minuto que estamos aquí discutiendo, es un minuto más que ella sigue corriendo peligro —gruñó Deke.
—¿Qué diablos quieres decir con eso? —exigió Logan.
—Hay muchas probabilidades de que el gilipollas que hizo volar la casa del coronel esté tratando de hacerle daño a tu hermana. Nos la vamos a llevar lejos para mantenerla a salvo.
Logan pareció a punto de protestar.
Deke no se lo permitió.
—Sabes que puedo protegerla. Es mi trabajo.
Su hermano respiró hondo, luego le dirigió una expresión lacónica.
—¿Es eso lo que quieres?
—¿Puedes ocuparte de papá, y mantenerme al tanto hasta que esto se solucione?
La miró como si quisiera decir que no. Pero no pudo faltar a la verdad.
—Sí.
—Entonces sí. Debería irme con ellos. Ese psicópata hizo explotar la casa de papá. Creo que sabía que yo estaba allí. Por la manera en que ha estado amenazando a papá, no va a abandonar, no hasta que lo atrapen.
Después de un momento, Logan asintió bruscamente con la cabeza, luego se giró hacia Deke.
—¿Me tendrás al tanto?
—Sí.
—¿Señorita Edgington?
Kimber se sobresaltó al oír su nombre desde el otro extremo de la sala. Se giró con rapidez.
Un médico bastante joven se aproximó a ellos con los hombros encorvados. Parecía exhausto.
Kimber sintió que se le encogía estómago. «Oh Dios, Oh Dios, Oh Dios».
Kimber cruzó la sala a toda velocidad. El pelotón de testosterona la siguió.
—Mi padre… ¿Está…?
El doctor miró a Luc, a Deke y a Logan, y luego a ella, preguntando en silencio si podía hablar con libertad delante de los hombres.
—Sí —dijo ella con impaciencia—. Son mi hermano y mis… novios. —Con franqueza, a ella no le importaba lo que el médico pensara—. Díganos.
Durante un momento, el médico pareció sorprendido, luego su expresión se suavizó.
—Ha sufrido una conmoción cerebral. Hemos conseguido detener las hemorragias internas. Esperamos que no se hayan producido más daños. Es un hombre fuerte, y ése es el motivo de que haya sobrevivido a la operación. No ha entrado en shock, ni ha caído en coma, y eso es una buena señal. Estamos tratando de mantenerle estable, pero las próximas veinticuatro horas serán cruciales. Hasta entonces no sabremos nada más.
—¡Deke!
Aquella voz gritando su nombre lo sacó de su ensimismamiento al atardecer del día siguiente. Deke salió de la barca, subió al embarcadero, débilmente iluminado y se giró para encontrarse con Morgan Colé, con su pelo rojizo y una enorme sonrisa.
Él le devolvió la sonrisa mientras ella se acercaba y se inclinó para besarla en la mejilla.
—Hola, muñeca.
—Me alegro de verte. Jack me ha dicho que tienes que proteger a alguien. ¿Un amigo, tal vez?
Kimber era mucho más que eso. Lo había comprendido mientras se encontraba a cientos de kilómetros de Tejas, preguntándose si ella estaría viva o muerta, y la verdad lo había golpeado como un puño.
Pero ante Morgan, se encogió de hombros.
—Algo así. ¿Anda Jack por aquí?
—Está dentro encendiendo los generadores y la alarma. —Le puso la mano en el brazo intentando reconfortarlo—. Sabes que la cabaña de Jack es uno de los lugares más seguros del mundo, ¿verdad?
Deke asintió ligeramente con la cabeza.
—Sí. Nadie en su sano juicio se atrevería a meterse en los pantanos a menos que conozca bien el lugar.
—No, si no quiere convertirse en la cena de los caimanes —convino Morgan, rodeándole el cuello con los brazos y dándole un abrazo—. Estaréis a salvo.
Maldita sea, eso esperaba. Deke no quería pensar en las alternativas, no quería volver a sentir el sudor frío del terror mientras se preguntaba si algún chiflado bastardo había matado a Kimber.
Ni sentir aquel doloroso vacío en el pecho al pensar que ella podría haberse ido para siempre.
Sólo pensar en poner nombre a las emociones que esos síntomas indicaban le hacía sudar.
—Hola, pervertido —gritó Jack, saliendo de la cabaña—. Aparta las manos de mi esposa.
No volverás a tener la oportunidad de tirártela de nuevo.
A sus espaldas, Deke oyó cómo Luc ayudaba a Kimber a subir al embarcadero. Se percató de que ella había contenido el aliento, sorprendida.
«¡Maldición!». Deke cerró los ojos, mientras un sentimiento de vergüenza lo inundaba. Era la primera vez que lo sentía en años. En aquel momento saber que Kimber descubriría de primera mano en qué se había convertido su vida… De repente, odió alguna de las decisiones que había tomado.
—¡Jack! —Morgan reprendió con dureza a su marido y por su rostro cruzaron distintos tonos de rubor, desde la vergüenza a la ira.
—Oh, lo siento. —Jack le palmeó el hombro con una expresión contrita—. He metido la pata.
—Pues sí —gruñó Deke. ¿Qué se le iba a hacer? Después de todo, Jack no sabía que la persona que tenía que proteger era una mujer. Y aún no había visto a Kimber cuando había abierto la boca. A fin de cuentas, nada de aquello era culpa de Jack, y Deke lo sabía.
Era culpa suya.
Jack extendió la mano hacia Kimber, ayudándola a mantener el equilibrio cuando ella puso los pies en el pequeño embarcadero de madera.
—Bienvenida, señorita. Sé que está usted pasando por un mal momento, pero Deke es uno de los mejores guardaespaldas que conozco. No hay lugar más seguro que éste, en medio de la nada, con él.
Asintiendo con renuencia y con los ojos muy abiertos, Kimber estrechó la mano de Jack.
Luego él la sujetó por el codo para guiarla al, porche de la casa, iluminado, en la húmeda tarde de verano, por una sola bombilla de sesenta vatios.
—Gracias —dijo ella finalmente.
Jack estrechó la mano de Luc brevemente, luego acompañó a Kimber al interior. Deke observó cómo entraban en la cabaña y se preguntó qué ocurriría a partir de ese momento. Ahora que había conseguido que Kimber estuviera fuera de las garras del psicópata que había puesto la bomba, tendría que enfrentarse a varios hechos. Que ella le importaba mucho más de lo que debería. Que parecía haber roto su compromiso, con lo cual su hambrienta polla no había tardado en comunicarle a su bien dispuesta mente que ella era un blanco legítimo. Que Luc y él iba a estar recluidos en esa cabaña con ella durante días, tal vez semanas. Que deseaba a Kimber más de lo que había deseado a nada o a nadie en su vida.
«Estoy abocado al desastre».
Pasándose la mano sobre el rostro cansado, Deke se movió a regañadientes hacia la puerta de la cabaña. Lo retuvo una suave mano en el antebrazo. Morgan.
Había habido un tiempo en el que Deke se había preguntado si no estaría medio enamorado de aquella vivaz pelirroja, si bien ella era de Jack, con el que llevaba casada tres meses.
En el pasado, cuando entraba en alguna estancia donde estaba Morgan y ella lo provocaba, él sentía inmediatamente el mordisco del deseo.
Hacía unos minutos, mientras observaba la sorpresa y la cautela de Kimber, se había olvidado de que Morgan estaba en el mismo lugar que él.
Y eso lo decía todo, aunque él no quisiera saberlo.
—Dios, lamento que Jack haya abierto la bocaza. Esa chica es mucho más que una amiga para ti, ¿no?
Él apartó los ojos de la inquisitiva mirada de Morgan.
—No importa.
—Claro que importa. ¿Estás enamorado de esa joven?
—No puedo.
—No quieres, que es distinto, pero ¿estás enamorado de ella?
Deke maldijo entre dientes, negándose incluso a pensar en la respuesta.
Maldición, ¿por qué insistía Morgan en sacar eso a colación? Deke prefería que le ataran un alambre de púas en las pelotas que ponerse a pensar en ello.
—Pareces a punto de vomitar, así que lo tomaré como un sí —dijo ella secamente—. ¿Sabe que Luc y tú…?
—Claro que lo sabe. —Deke tragó saliva—. Y tengo que dejar de pensar en Kimber. No está bien lo que deseo.
—Si lo recuerdas, yo pensaba lo mismo de Jack no hace mucho, pero luego él resultó ser exactamente lo que necesitaba.
Cierto, pero él no iba a tener un final feliz. Había vivido lo suficiente para saber que los cuentos de hadas podían acabar convirtiéndose en auténticas pesadillas en un abrir y cerrar de ojos.
—No soy lo que ella necesita. —Ni por asomo. Suspiró—. Puede que consiga resistir unas horas, con un poco de voluntad, unos días. Pero ese bastardo que la ha amenazado ha conseguido arrinconarnos aquí, por lo que probablemente no seguirá siendo virgen mucho más tiempo. Y una vez que eso ocurra, la destruiré.
La sorpresa atravesó la dulce cara pecosa de Morgan.
—O podría suceder todo lo contrario. Si tu corazón te ha guiado hasta ella, es por una razón. Quizá sólo deberías ver a dónde te lleva.
Kimber se despertó tras dormir unas horas en la única cama de la cabaña, acurrucada contra el cálido cuerpo de Luc. Deke no estaba a la vista. La noche anterior, como todas las que había pasado con ellos en Tejas, él había dormido en otra parte.
No es que se hubiera distanciado. Simplemente estaba asustado. Algo, tal vez su instinto femenino, se lo decía. No la evitaría de esa manera si no estuviera reprimiendo las ganas de abrazarla.
Deseó saber por qué lo hacía y qué podía hacer al respecto.
Pero ahora que la habían llevado a mitad de ninguna parte, supuso que tendría tiempo de sobra para averiguarlo.
En cuanto pudiera tranquilizarse. En cuanto tuviera noticias sobre su padre.
Jack Colé, el dueño de la cabaña, les había explicado la noche anterior que allí en el pantano no había cobertura para los móviles, pero que podían usar el teléfono de la cabaña.
Apartándose de Luc, que protestó con un gruñido entre sueños, Kimber se levantó y se dirigió a la cocina. La luz grisácea del amanecer se filtraba por las enormes ventanas panorámicas de la cabaña. Deke no estaba en el sofá en que había insistido en dormir la noche anterior. Pero lo vio en el porche, mirando al pantano, con un café en la mano. Un ceño fruncido dominaba los ángulos afilados de su cara.
Kimber suspiró. «Más tarde». Tendría que hablar con él entonces, su corazón no iba a permitir que se olvidara del problema, pero lo primero era lo primero.
Descolgando el teléfono, marcó el número del móvil de Logan. Su hermano contestó al primer timbrazo.
—¿Kimber?
—Hola, Logan.
—¿Estás bien?
—Genial. ¿Cómo está papá?
—Por ahora sigue estable, gracias a Dios. Las heridas que tiene habrían matado a un hombre más débil, pero ha superado las primeras horas críticas. Los médicos se muestran moderadamente optimistas.
Kimber soltó un enorme suspiro de alivio.
—Oh, ésas son muy buenas noticias. Geniales. He pasado toda la noche preocupada.
—No era necesario. Deke me llamó hace unas horas para comprobar el estado de papá.
¿No te lo ha dicho?
—Estaba… —no iba a admitir delante de su hermano que Deke hacía todo lo posible para evitarla— dormida.
—¿Dónde estás exactamente? No aparece tu número en el identificador de llamadas.
—En alguna parte de Louisiana. En medio de los pantanos. Es todo lo que sé.
—Deke dijo algo parecido cuando hablé con él. Cariño, sé que no es asunto mío, sé que no debo tratarte como si fueras una adolescente, pero tengo que saberlo. ¿Estarás bien con esos dos?
¿Y quién lo sabía? Todo dependía de si Deke decidía romperle el corazón de una vez por todas. Las lágrimas hicieron que le escocieran los ojos, y los cerró con fuerza. Se sentía dolida y crispada, y estaba cansada de que aquel hombre se negara a quererla y no le dijera por qué.
—Genial. Si hay algún cambio en el estado de papá, llámame aquí.
—Mensaje recibido. Y llámame si necesitas algo. Lo que sea.
Estaba claro que le estaba ofreciendo consejo, pero era imposible para ella aceptarlo. Tras darle las gracias, colgó el teléfono. Observó que incluso sus suspiros eran temblorosos. Esa semana había sido muy intensa. Y aún no había acabado.
—¿Va todo bien?
Luc. Kimber se giró para mirarle. Despeinado por el sueño, parecía tan sexy que el corazón de Kimber se derritió como el chocolate bajo el sol. De nuevo, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Sí —consiguió decir sorbiendo por la nariz.
—Vuelve a la cama, cariño. Necesitas dormir.
Quizá. Pero no creía que ésa fuera la cura para sus preocupaciones.
—¿Podrías abrazarme?
La expresión de él se suavizó.
—Siempre.
Cogiéndola de la mano, la llevó de vuelta al dormitorio en penumbra, la tumbó encima de las sábanas blancas y la atrajo contra su cuerpo para abrazarla. En esa posición, pecho contra pecho, con las piernas enredadas, Kimber no podía ignorar su erección.
Se puso tensa.
—No voy a tocarte —le prometió—. A no ser que quieras que lo haga.
Relajándose de nuevo contra él, Kimber no pudo ocultar su alivio. No era por Luc. Él era sexy y dulce. En la cama era fascinante. Había una intensidad en él que muy rara vez dejaba salir a la superficie. No tenía doblez. Por supuesto que ocultaba cosas, pero resultaban demasiado obvias. Dios sabía que podía conseguir que ella se derritiera, que ardiera, que se retorciera de placer.
Pero en aquel momento, Kimber tenía a otro hombre en mente.
—Estás pensando en vez de dormir —dijo Luc besándola en la sien—. ¿Qué te preocupa?
Kimber vaciló. ¿Hablar sobre Deke y sus sentimientos hacia él heriría los sentimientos de Luc?
—Vale, rellenaré los espacios en blanco —dijo él ante su silencio—. Por tu conversación telefónica, deduzco que tu padre se va a poner bien, ¿no es cierto?
—Creo que sí. Es un gran alivio.
—Bien. La siguiente cosa en tu lista de preocupaciones es ese lío con Jesse. Pero le has dejado tú, no fue él quien te dejó. Si pusiste fin al compromiso, ha sido porque no le amas. Y no parece que te haya afectado la ruptura.
—Para nada. Vive de una manera… simplemente, yo no podría vivir así. No tardé mucho en darme cuenta de que él no me ama. Ama la idea que tiene de mí. Piensa que mi pureza e inocencia podrían salvarlo de su descontrolada existencia como estrella del pop.
—Y tú te diste cuenta a tiempo. Chica lista. —La besó con ternura en la boca, casi como si la elogiara por ello—. Así que en cuanto los reporteros tengan a la vista otra noticia, dejarán de acosarte.
—Probablemente.
—Tampoco te preocupa la reacción de Logan cuando nos vio a Deke y a mí contigo en el hospital. Le dijiste que tu vida personal no era asunto suyo. Eres demasiado inteligente para dejar que te haga sentir culpable.
—Él parece haberlo asumido. Más o menos se ha disculpado esta mañana.
Luc asintió con la cabeza, rozándole suavemente la cara con sus cabellos.
—Dudo que las notas de los exámenes de enfermería te tengan al borde de las lágrimas.
—No —admitió ella, intentando no llorar.
—Así que lo que no quieres decirme es que amas a Deke porque temes herir mis sentimientos.
Kimber alzó una mirada sorprendida hacia la sonrisa indulgente de Luc. Sin duda era un hombre muy perspicaz.
—Está bien. Lo conoces desde hace más tiempo. Es lógico que te hayas enamorado de él primero. Con el tiempo, acabarás por amarme a mí también. Por ahora, considero que tus sentimientos por Deke son una buena señal.
—¡Ni por asomo! —comenzó a llorar contra el pecho de Luc—. Mis sentimientos no importan. En cuanto superé la crisis inicial por la explosión, Deke volvió a comportarse como siempre. Incluso se niega a estar en la misma habitación que yo. ¿Qué le pasa a ese hombre?
—Ya sabes que te desea. Y estoy completamente seguro de que también te ama.
Dios, cómo deseaba que eso fuera cierto. Pero desear algo no hacía que se convirtiera en realidad, y ella aún tenía que luchar a brazo partido con el abismo que él se había propuesto mantener entre ellos.
—Creo que le importo. Pero no va a hacer nada al respecto. Hay algo… miedo tal vez, que se lo impide.
Luc asintió con la cabeza.
—Sí, pero tú puedes obligarle a enfrentarse a ello y superarlo.
¿Se habría vuelto Luc estúpido?
—¿Cómo? No sé lo que…
—No es necesario que lo sepas —le aseguró—. Él te lo dirá. Oblígalo a hacer el amor contigo y, antes de que te des cuenta, te lo contará todo.
—Pero no puedo obligarle a hacer el amor conmigo. —Más lágrimas le anegaron los ojos, y Kimber negó con la cabeza. Maldita sea, odiaba llorar. No era su estilo. Pero jamás había tenido una semana tan emocional—. Me ofrecí a él casi desnuda y le rogué que hiciera el amor conmigo.
No lo hizo. Su voluntad es más fuerte que su deseo.
Luc depositó otro beso suave y tranquilizador sobre los labios de Kimber.
—No es cierto. Es sólo que está… obsesionado.
—Ya. ¡Con mi virginidad! —Suspiró y se enjugó las lágrimas que le rodaban por las mejillas—. Quizá, si ya no fuera virgen… puede que si tú quisieras…
Él gimió.
—Oh, me estás matando, cariño. Acabarás conmigo. —Como para demostrar que tenía razón, Luc rodó sobre sí mismo y presionó su erección contra ella—. Me encantaría ser el primero y me sentiría muy honrado… no sabes cuánto. Pero creo que Deke lo necesita más que yo.
Kimber abrió la boca para preguntar, pero él le puso un dedo sobre los labios para silenciarla.
—De nuevo, es algo que sabrás cuando conozcas su historia.
—Entonces estamos abocados al fracaso —masculló ella—, porque no va a ceder.
—Lo hará. Creo que ya está a punto de hacerlo.
Luc permaneció en silencio y se apoyó en los codos mirándola con una expresión solemne.
—En el momento que le conté a Deke lo sucedido, cogió las llaves del coche y salió disparado hacia la puerta. Tuve que correr tras él para poder subirme al Hummer antes de que lo sacara del garaje. Durante todo el trayecto a casa de tu padre no hizo más que llamar por teléfono, maldecir y rezar. Condujo por lo menos a ciento cincuenta por hora, y sujetaba el volante con tanta fuerza que me sorprendió ver que aún circulaba sangre por sus dedos. Llegué a pensar que iba a darle un infarto antes de que llegáramos y descubriéramos que estabas ilesa.
¿Qué quería decir con eso? Kimber miró a Luc desde debajo de las pestañas, pensando a toda prisa. Para ella, eso indicaba que le importaba. Bueno, que le importaba mucho. Pero ¿cuánto?
—Jamás le había visto así —añadió Luc.
Luc estaba tratando de decirle que Deke la amaba. ¿Por qué? Le parecía descabellado, sobre todo porque ni el propio Deke se lo diría nunca.
—Vamos a imaginar por un momento que él…
—… te ama —terminó Luc por ella, interrumpiendo su titubeo—. Créeme.
—Me parece que sólo el tiempo y la paciencia podrá resolver este dilema.
—Quizá no —respondió Luc, pasándose el pulgar por el labio inferior—. Tengo una idea, pero es arriesgada. Correremos un gran riesgo —admitió él—. Para que todo salga bien, tendrás que confiar en mí por completo.
—Eso ya lo hago. Pero seguro que sería más fácil que me contaras su secreto y que fingiera que no lo sé.
—No podrías fingir ante algo así. Además, eso no ayudaría a Deke a superarlo, y necesita hacerlo.
Kimber se moría de curiosidad, pero se mostró conforme.
—Vale. Si acepto tu idea, tendré que confiar en ti. ¿Qué más?
Una pequeña sonrisa. Otro tierno beso.
—Tendrías que comprometerte por completo. Y deberás estar dispuesta a enfrentarte a las consecuencias si no pica el anzuelo.
La gravedad de las palabras de Luc le puso a Kimber un nudo en el estómago. Hablaba totalmente en serio.
Kimber soltó un tembloroso suspiro.
—¿Nos podría salir el tiro por la culata?
La expresión de Luc decía que no quería admitir la verdad, pero no iba a mentir.
—Sí.
—Pero ¿crees que esto lo ayudará a superar su miedo a estar conmigo?
Durante un largo momento, Luc permaneció en silencio.
—No es seguro, pero creo que será nuestra mejor opción.
Luc no estaba presionándola, pero Kimber estaba segura de que él esperaba que ella aceptara su gran idea.
—Si hago esto, ¿qué esperas para ti? Deke me dijo una vez que querías casarte y tener niños.
—Culpable. —Tuvo la elegancia de brindarle una tímida sonrisa—. Me encantarían esas cosas, y creo que encajarías perfectamente en nuestras vidas. Pero si al final resulta que no es así, al menos habrás ayudado a Deke a curarse. Además de ser mi primo, es mi mejor amigo.
Y no hacía falta decir que quería a Deke de las dos maneras: como familiar y como amigo.
La preocupación y el afecto le suavizaban la oscura mirada. Kimber no necesitó pensárselo dos veces.
—Cuéntame los detalles y pongámonos manos a la obra.