Capítulo 11

Tras el concierto, la suite estaba abarrotada. Los miembros del grupo, la prensa, los músicos, las groupies… había toda clase de gente en aquella habitación que tan sólo dos horas antes le había parecido enorme. El alcohol corría a raudales. Rayas de polvo blanco cubrían una mesita de café de cristal. Una joven, probablemente menor, estaba arrodillada ante ella, esnifando por la nariz. A su alrededor, un puñado de invitados aguardaba su turno. En la esquina, Ryan sostenía a una rubia ebria en el regazo. Los pezones de la joven presionaron contra una ceñida blusa turquesa cuando Ryan se los acarició con una mano. La otra mano la había deslizado bajo la minifalda para apartar el tanga a un lado y juguetear con su sexo a la vista de todo el mundo.

Kimber apartó la mirada cuando él se desabrochó los pantalones de cuero.

«¿Así era como vivía Jesse?».

A Kimber le palpitaba la cabeza. Gente que no conocía la paraba para felicitarla por su compromiso. Compromiso que la había cogido de improviso hacía sólo unas horas y con el que no estaba de acuerdo.

No quería herir los sentimientos de Jesse, pero era incapaz de vivir de esa manera.

Se abrió la puerta de la suite y Jesse entró sin prisa alguna y con una sonrisa radiante y perfectamente simétrica en su cara. La pequeña multitud lo vitoreó. Ryan hizo una pausa en el vaivén que mantenía con la rubia para saludarle con la mano. A espaldas de Jesse, Cal frunció el ceño al percatarse de la escena y susurró algo al oído de Jesse, provocando que la sonrisa de éste se tornara feroz, y que se girara hacia él con los puños cerrados.

«Mmm, fuera lo que fuese lo que Cal le había dicho, a Jesse no le había gustado».

Ambos intercambiaron unas palabras. Palabras malsonantes, supuso Kimber por el lenguaje corporal. Luego Jesse se apartó.

Y se digirió hacia ella.

—Hola, nena. —Forzó una nueva sonrisa y le agarró del brazo, levantándola del sofá y cogiéndola entre sus brazos—. Vayamos fuera y apartémonos de todo esto.

Como había estado esperando la oportunidad para hablar con Jesse, ella no se resistió cuando él la tomó de la mano y la condujo al otro lado de la habitación. Se encaminaron hacia la puerta corredera para salir al balcón, pasando prácticamente por encima del último tío que se estaba metiendo una raya y tropezándose con un Ryan en pleno movimiento.

—¿A dónde vas, hombre? —preguntó Ryan, luego volvió a penetrar a la rubia para que lo cabalgara de nuevo—. No te vayas muy lejos, esta chica está que arde.

La mirada de Jesse se deslizó sobre ellos. Ryan le había quitado la blusa a la chica y sus pechos desnudos rebotaban con cada envite que él prodigaba a aquel cuerpo flexible. La joven estaba ruborizada, tenía los ojos turbios y medio cerrados. Y parecía muy colocada.

—¿Sí…? ¿Por qué no te buscas un dormitorio? Cal me echará una buena bronca si sigues tirándotela delante de todo el mundo.

—No te preocupes y únete a nosotros, hombre. Su coño está bien apretado, y quiere otra polla en su culo virgen, lo está reservando para ti.

Kimber dio un paso atrás instintivamente. Estaba bastante segura de que la rubia no estaba en su sano juicio en ese momento y lo más probable era que ni siquiera supiera lo que quería.

Tras mirar furtivamente a Kimber, Jesse negó con la cabeza.

—Voy a salir al balcón con Kimber, hermano. Búscate un dormitorio.

Ryan puso los ojos en blanco y se quejó, pero se puso en pie y levantó a la rubia, manteniéndola empalada en su miembro y obligándola a rodearle con las piernas.

Dios, no podía quedarse allí de ninguna manera. Kimber negó con la cabeza.

Cuando la puerta de la suite se cerró a sus espaldas, los envolvió el aire húmedo del verano, cálido y agitado.

Jesse le pasó el brazo por los hombros y suspiró.

—Me alegra que estés aquí.

—Tenemos que hablar. —Kimber se giró hacia él con una mirada muy seria—. El anuncio de compromiso me ha cogido totalmente por sorpresa. Yo… pensaba que me preguntarías primero.

Jesse se encogió de hombros y dijo:

—Ya habíamos hablado de ello. Di por hecho que te gustaría. —Algo en la cara de Kimber debió de haber mostrado su sorpresa y su rechazo, porque Jesse la cogió de las manos y la atrajo hacia él—. Haremos que funcione. Te necesito, nena. Sabes que es cierto. No quiero volver a eso… —Hizo un gesto amplio con la mano a la fiesta que se desarrollaba a sus espaldas.

Kimber siguió el movimiento con la mirada. Alguien abrió otra botella de champán. Las rayas de cocaína habían desaparecido, y en su lugar había tres montadores de equipo que rodeaban a una chica apenas mayor de edad, que estaba a gatas sobre la mesa, con un pene en la boca, un hombre debajo devorándole los pezones, y otro por detrás, penetrándole el sexo con duros envites castigadores. Kimber se quedó paralizada, preguntándose cuánto de eso recordaría la chica por la mañana.

—Ya ves, sería uno de esos tíos si no fuera por ti.

Kimber palideció.

—¿Por qué? Olvídate de esto. Di que no. No necesitas mi ayuda para eso.

—¡Claro que sí! Sin ti soy débil. Pero quiero ser mejor para ti. No quiero decepcionarte. No quiero corromperte.

«¿Corromperla?». Antes de que Kimber pudiera responder, Jesse la estrechó contra su cuerpo y la silenció con un beso desesperado y hambriento. Su lengua azotó la suya, enredándose con ella, dominándola. Casi forzándola.

Kimber no se excitó ni lo más mínimo.

Se apartó bruscamente de él.

—¡Para!

Jesse se aferró a sus brazos con fuerza. Su ceño dio paso a algo muy parecido al llanto.

—No te alejes de mí. Por favor. Desde que estás aquí, hay algo que te preocupa. Algo que te detiene, que se interpone como una pared entre nosotros. ¿Qué es lo que te ocurre? He intentado darte tiempo… ser paciente, pero…

«Deke. Maldito sea». Incluso Jesse, tan apático y egocéntrico como era, se había dado cuenta de donde estaba su corazón. Y su cuerpo.

—Jesse, no es tan sencillo. Ocurrieron algunas cosas antes de que viniera aquí. Esos hombres que me enseñaron lo que eran los ménages, me han calado hondo. Uno de ellos… —hizo una pausa y frunció el ceño— no he podido dejar de pensar en él.

—Entonces este matrimonio nos vendrá bien a los dos. Pero tienes que darme una oportunidad. Puedo ayudarte igual que tú puedes ayudarme a mí.

Kimber negó con la cabeza.

—Si de algo me he dado cuenta en los últimos días, es de que no te quiero de esa manera.

Eres un amigo…

—¡Jodida amistad! ¿Sabes cuántas mujeres matarían por ser mi esposa? Las tengo haciendo cola después de los conciertos sólo para que me las tire. O para que mire cómo se las tira otra persona. O las dos cosas a la vez. Te estoy diciendo que voy a renunciar a todo eso por ti, ¿y tú me dices que sólo me quieres como amigo?

Al parecer había herido sus sentimientos, quizá debería de habérselo dicho de otra manera.

—No era mi intención contrariarte. Significas mucho para mí. Soy yo. No creo que esté hecha para esta vida. ¿Acaso no deseas una esposa a la que amar y con la que vivir a solas?

Él soltó un suspiro.

—Puede que algún día. Sólo quiero que me des una oportunidad. Realmente puedo ayudarte a que te olvides de tu… tutor. Puede que creas que él es bueno, pero yo puedo ser mejor. Nena, sé mucho sobre cómo complacer a una mujer. Puedo convertirte en mantequilla, hacer que te derritas a mis pies, y luego lamerte hasta que grites de placer. Déjame intentarlo. Por favor.

Él dirigió una mirada furtiva a la función que se desarrollaba dentro. La jovencita todavía era penetrada por un hombre, pero ahora, el que le devoraba los pechos se había deslizado por debajo de ella y había desplazado la boca a su clítoris, que succionaba como si fuera un exquisito manjar.

Kimber bajó la mirada y observó que cuanto más desenfrenada era la escena que se desarrollaba dentro, más duro se ponía Jesse. Puede que su cabeza quisiera apartarse de esa vida, pero su pene opinaba lo contrario.

De repente, un ceñudo Cal se detuvo delante del cristal, bloqueándoles la vista. Jesse maldijo entre dientes y dio un paso atrás, permitiendo que su agente abriera la puerta y saliera fuera.

—El periodista de People está esperando en la suite. Deshazte de él antes de que saque una foto de esa orgía que hay ahí detrás. Se está congregando una multitud en torno a ellos. ¿Estás sobrio?

—No he bebido ni una gota. —Jesse sonaba amargado.

—¿No has fumado, esnifado…?

—No.

—Entonces sal, busca a ese periodista, y aprovecha la oportunidad. La fama es inconstante y fugaz.

—Se me ocurre una palabra mucho más gráfica para eso.

—Me has contratado para hacer de ti una megaestrella. Yo cumplo con mi trabajo. Ve a cumplir con el tuyo.

Jesse apretó los dientes y se apartó el pelo oscuro de la cara.

—Vamos, Kimber —la instó, extendiendo la mano hacia ella.

Cal lo detuvo, con la boca tensa por la cólera apenas reprimida.

—Ve solo. Haz que el periodista se centre en tu carrera, no en tu romance. No es ésa la imagen que hemos estado vendiendo a la prensa. Procura evitar mencionar tu compromiso todo lo que puedas.

Jesse le dirigió a Kimber una mirada de pesar.

—Eres un auténtico bastardo, Cal.

El hombre le brindó una sonrisa llena de dientes afilados, artificiales y blancos. Lo único que le faltaba era el tema principal de Tiburón.

—Para eso me pagas.

Mascullando, Jesse agarró la puerta y la abrió bruscamente, luego desapareció en el interior.

Un embarazoso silencio cayó sobre el balcón. Cal la miraba fijamente, y Kimber le sostuvo la mirada, preguntándose por qué demonios parecía estar acusándola de algo sin ni siquiera abrir la boca.

—Gracias por intentar ayudar a Jesse —dijo ella finalmente—. Sé que él no lo aprecia como a ti te gustaría, pero…

—Eres una chica agradable, no deberías estar aquí. Él va a echar a perder tu vida, y, definitivamente, tú vas a arruinar su imagen. Dime cuánto quieres y adónde quieres ir. Yo me encargaré de todo.

—¿¡Qué!? —¿Estaba intentando sobornarla?

—No seas estúpida. —La voz del agente era agresiva—. No tienes sitio aquí. Tu lugar no está con Jesse. ¿Cuánto quieres por poner fin al compromiso y largarte?

Kimber ya tenía planeado marcharse, pero no de esa manera. Le dirigió a Cal una mirada de incredulidad.

—¿Estás intentando comprarme?

Cal la miró con sus fríos ojos azules.

—Te ofrezco dinero para que regreses a tu hogar, para ahorrarte una gran cantidad de sufrimiento y humillación pública.

—No quiero dinero —insistió ella. Aunque no tenía intención de casarse con Jesse, no estaba dispuesta a darle a Cal la satisfacción de saberlo—. Como Jesse ha dicho, eres un auténtico bastardo. Esto es algo entre él y yo, y lo que decidamos hacer con nuestras vidas es asunto nuestro.

—Este compromiso va a arruinar su carrera. Está a punto de salir su nuevo álbum.

Queremos que el público se centre en la música y en el misterio que hay tras un hombre que vive la vida a tope. No queremos que la gente se pregunte si te vas a casar vestida de Vera Wang o lo hábil que eres en la cama para haberlo cazado y llevado al altar. No arruines su carrera.

—No decidas por él. Es un adulto…

—Que piensa con la polla. Si no quieres dinero, por tu bien, sé lista y desaparece antes de que lo lamentes —gruñó Cal antes de regresar al interior.

Temblando de cólera, Kimber esperó hasta que desapareció de su vista antes volver a abrir la pesada puerta de cristal y acceder al caos ahora enfriado por el aire acondicionado. Una mirada a su alrededor bastó para ver que la fiesta aún seguía en auge aunque el cuarteto del suelo había acabado finalmente la función y yacían en un montón jadeante en el suelo. De hecho, parecía como si la chica se hubiera desmayado. Una hermosa groupie de sedosos rizos oscuros se mojó la camisa con champán como si fuera la participante de un concurso de camisetas mojadas. El empalagoso olor de la marihuana que flotaba en el aire la hizo toser. Un segundo después, un objeto surcó volando la habitación y cayó a quince centímetros de sus pies. Un bongo. «Genial».

Suspirando buscó a Jesse con la mirada. Esperaba que hubiera terminado con el periodista, tenía que hablar con él. Sobre el futuro, sobre ese matrimonio que no iba a llevarse a cabo.

Además tenía que advertirle sobre Cal, aunque probablemente ya sabría que su agente era un manipulador hijo de perra, pero por si acaso…

Maldita sea, ¿dónde diablos se había metido Jesse?

Tal vez fuera mejor que no lo encontrara de inmediato. Así tendría tiempo de hacer el equipaje. Luego podría hablar con él, le dejaría muy claro cuáles eran sus sentimientos y se iría.

Lo único que esperaba era que Jesse no viera su marcha como una posible deserción sobre todo cuando parecía necesitarla con tanta desesperación. Si era posible, quería seguir siendo su amiga.

Pero no podía mentirle a Jesse y decirle que quería ser su esposa.

Aquello ya no era posible. De alguna manera Deke había atrapado su corazón y se negaba a soltarlo.

Entró en su dormitorio. Para su sorpresa, lo encontró vacío. Había esperado ver a unos completos desconocidos haciendo algo desagradable en su cama. Pero encontrarse sola fue una bendición.

Lanzando la ropa y los artículos personales en la maleta, Kimber preparó mentalmente un discurso. Le diría a Jesse que estaba preocupada por él, le recomendaría que buscara un buen psicólogo. Le sugeriría que se deshiciera de Ryan y de Cal, que sólo sacaban lo peor de él. Y se ofrecería a ser el hombro en el que apoyarse mientras intentaba limpiar su vida.

Con una última mirada a su alrededor, Kimber se percató de que lo había guardado todo.

Sólo le faltaba recoger el cepillo de dientes del cuarto de baño, y encarar su última tarea. Cuando volviera a abrir la maleta, estaría en casa de su padre. Pasaría un par de semanas con el coronel antes de que él se marchara a su próxima misión, y luego regresaría a su apartamento y resolvería qué hacer con el resto de su vida.

Suspirando, negó con la cabeza. Nada había resultado como esperaba. Las rápidas enseñanzas de Deke y su primo sólo habían dejado en evidencia una profunda fascinación por el militar y que abriera su corazón a aquel hombre de la misma manera que él había cerrado el suyo a ella. Y respecto a Jesse, sí, finalmente había llegado la tan ansiada propuesta matrimonial, pero ella ya no la deseaba.

Haciendo rodar su maleta detrás de ella, Kimber escudriñó la sala principal de la suite.

Mucha gente, pero seguía sin ver a Jesse.

Volviendo al pasillo, abrió la puerta del dormitorio principal… Y se detuvo en seco, con la mandíbula desencajada.

Ryan estaba penetrando la boca de la rubia con movimientos lentos y perezosos. Ella retorcía las caderas de un lado a otro, luego sostuvo el miembro de Ryan con la mano para poder girar la cabeza y lanzar una mirada salvaje por encima del hombro en dirección a… Jesse, que estaba arrodillado detrás de ella, bebiendo a morro de una botella de Jack Daniel’s, mientras enterraba su polla profundamente dentro de aquel ano, virgen hasta ese momento, con una ferocidad apabullante.

«Oh, Dios…». Se quedó paralizada por la sorpresa. Helada. Mareada. Tenía que salir de allí.

Ya. Antes de que pudiera desaparecer y dejar atrás aquel infierno, Jesse la vio y abandonó el culo de la rubia, lanzando la botella al suelo mientras soltaba una sarta de maldiciones.

Kimber no esperó a ver si se ponía algo encima o si la perseguía con el miembro cubierto sólo por un condón.

Logró llegar al vestíbulo de la suite antes de que él la alcanzase, con una toalla blanca alrededor de la cintura, y la empujara hacia la habitación vacía que había sido su dormitorio.

—Maldición, nena. Eh… Yo…

—No digas nada. —Kimber cerró los ojos, pero todavía seguía viendo la escena en su mente.

—Lo siento. Esto no significa nada. ¡Ella no significa nada!

Kimber pudo vislumbrar cómo sería su futuro. Si acababa casándose con Jesse, tenía el presentimiento de que oiría muchas veces esas palabras. Y que él realmente se las creería. Pero ella no podía cambiar a un hombre que, en el fondo, no quería abandonar su manera salvaje de vivir. Ya lo haría cuando estuviera preparado, y Kimber sólo esperaba que no la odiara mientras llegaba ese momento.

—Eso significa algo. —Kimber atravesó la puerta del dormitorio con la maleta—. Quiere decir que lo nuestro no puede ser y que me marcho.

—No. No la amo. ¡Ni siquiera sé su nombre! Estaba excitado y ella estaba disponible. No quería traicionar tu confianza. Porque te… te necesito.

—No, eso no es cierto —lo contradijo—. Lo que tú necesitas es mirarte al espejo y decidir cómo quieres vivir la vida. Y es mejor que lo hagas solo. Llámame si realmente quieres cambiar y te ayudaré como amiga. Pero no seré tu muleta, y tampoco seré tu esposa. —Se puso de puntillas para besarle en la mejilla—. No estoy enfadada contigo, pero tengo que irme. Adiós.

Tres días más tarde, sonaba el móvil de Kimber. Otra vez. Kimber levantó la cabeza del sofá en la salita de la casa de su padre donde estaba echando un sueñecito. Eran las cuatro de la tarde. Genial, habían pasado ocho minutos desde la última vez que había sonado el teléfono. Una rápida ojeada al identificador de llamadas le reveló la identidad de alguien que no conocía.

«Maldita sea».

Negando con la cabeza, apretó el botón y dijo:

—Sin comentarios.

—¿Periodistas? —preguntó su padre cuando ella volvió a cerrar de golpe el teléfono.

—Supongo. No les dejo hablar lo suficiente para averiguarlo.

—No habrás recibido ninguna amenaza por el móvil, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—¿Y tú?

Su padre se frotó la nuca, rígida por la tensión.

—En los últimos tres días recibí un mensaje de voz y un fax. Es un gilipollas pirado. Pero no sé qué nivel de chaladura tiene.

—¿Estás preocupado?

El coronel vaciló, hizo una mueca y se encogió de hombros. Al final, declaró:

—Sí. Tengo el presentimiento de que este hombre va en serio. Así que quiero que tengas mucho cuidado cuando salgas de casa.

Kimber se enderezó. Su padre casi nunca se preocupaba. Tenía cuidado, eso sí. Pero que estuviera preocupado… era una mala señal. Muy mala.

—¿Qué te dice en los mensajes?

—Oh, lo típico. Que le he destrozado la vida y que ya ha llegado el momento de pagar.

Que se perdió la infancia de su hija… bla, bla, bla.

—¿Y no tienes ni idea de quién puede ser?

Su padre negó con la cabeza.

—Podrían ser una docena de pirados. Recuerda que llevo en este negocio casi quince años.

Así que si recibes alguna llamada amenazadora, dímelo. Aunque creó que lo mejor sería que desconectaras el teléfono.

Antes de que ella pudiera contestarle, el móvil volvió a sonar. Otro número desconocido.

—Sin comentarios. —Kimber suspiró y negó con la cabeza. ¿Cómo habían conseguido los reporteros su número de teléfono?

—Lo dicho, es mejor que apagues el móvil. Esa gente va a seguir llamándote todos los días mientras sepan que contestas. —Su padre sonaba tan irritado como ella.

—Lo sé.

—Entonces apágalo. ¿O acaso estás esperando que te llame Jesse?

Kimber hizo una mueca. Lo cierto es que no quería hablar de ese tema con su padre.

—Papá…

—Sé que volvió a llamarte ayer por la noche. Y por lo poco que pude oír, te suplicaba que volvieras.

Habían pasado tres días desde el anuncio de su compromiso y de la marcha de Kimber.

Desde entonces, él la había llamado día y noche, casi tan a menudo como los periodistas que pretendían conseguir información sobre su relación con el cantante y la razón de que ya no hiciera la gira con él. La noche anterior, la había llamado borracho como una cuba, admitiendo que estaba durmiendo con otra joven cuyo nombre desconocía y que se sentía fatal.

—Dejará de llamar.

—Kimber, cariño, bajo esa fachada dura que Logan y Hunter intentaron doblegar cuando eras niña, tienes un corazón de oro —le dijo con afecto. Allí estaba esa parte de su padre que sólo le mostraba a ella y que siempre había logrado que se sintiera amada—. Tienes que decirle a ese joven que debe seguir adelante con su vida. Y mostrarte firme.

—Lo hago, pero las cosas no son tan sencillas. Necesita una amiga. Y eso es lo que soy en este momento.

—No puedes salvarlo de sí mismo.

—Eso ya se lo he dicho.

—¿Es por eso por lo que no apagas el teléfono?

No, no lo apagaba porque había tomado una decisión. Estar con Jesse le había mostrado la diferencia entre un simple enamoramiento y el amor verdadero, entre los sueños de una chica y las necesidades de una mujer. Kimber ya no era una chica, y quería a Deke. Luc era también parte de su vida, y estaba a gusto con ambos. Era allí donde estaba su sitio. Todos lo sabían, excepto Deke que la había apartado de su lado. El tiempo y la perspectiva la habían ayudado a comprender que Deke no había querido decir realmente las palabras horribles que le había escupido aquella noche. Pero ella sólo se había dejado llevar por el dolor y había salido disparada.

«Estúpida reacción emocional».

Pero a pesar de todos sus razonamientos, Kimber no se decidía a llamarlos. Si era Deke quien contestaba y la rechazaba… no, no podría soportar el dolor que eso le provocaría. Ya la había hecho sufrir bastante. Pero Luc llamaría, pronto. Y por eso Kimber había dejado encendido el móvil. Querría saber lo que pasaba entre Jesse y ella. Y cuando ella le dijera que todo se había acabado, quizá él se lo contara a Deke. Quizá eso cambiaría las cosas…

Hizo una mueca. Dios, eso sí que sonaba retorcido. Si Kimber quería que sucediera algo, iba a tener que dar el primer paso. Lo sabía. Y por eso había ido a ver a un médico para que le recetara la píldora que había comenzado a tomar dos días antes. Por eso había dejado un mensaje en el móvil de Luc, diciéndole que quería hablar con él.

—A propósito, ¿quién demonios es Luc? —le preguntó su padre.

Kimber alzó la cabeza de golpe.

—¿Quién te ha hablado de él?

—Cuando por fin apagaste el teléfono ayer por la noche, llamó al fijo para preguntar si estabas bien. ¿Qué diablos le importa a él y de qué lo conoces?

—Es Luc Traverson, el chef.

—¿El que escribe esos libros de cocina? ¿Cómo lo has conocido?

—Es primo de Deke Trenton. —No le dijo más. No se atrevía. Aunque su padre acabaría sabiéndolo de todos modos.

El coronel entrecerró los ojos.

—No me has dicho aún cómo lo conociste.

—Papá, no tiene importancia.

—Chorradas. Es la razón por la que no apagas el móvil a pesar del acoso al que te someten los periodistas, ¿no? ¿Por qué? No has podido conocer a Luc mientras estabas en la facultad.

Kimber fingió un inusitado interés por lo que estaban emitiendo en televisión, deseando con desesperación que algo fascinante apareciera en pantalla y distrajera a su padre. Pero un anuncio de cerveza, a pesar de la rubia de grandes pechos, no iba a conseguirlo.

—Sólo has podido conocerlo mediante Deke. ¿Por qué demonios has visto a Deke?

Siempre ha estado colgado por ti y por eso se comportaba con tanta dureza contigo. Hace años le dije que si se le ocurría ponerte la mano encima, le cortaría las pelotas.

¿Por qué eso no la sorprendía? Ojalá hubiera sido ésa la razón de que Deke no quisiera hacer el amor con ella, pero sabía que no podía engañarse.

—Conoces las inclinaciones sexuales de Deke, ¿verdad?

Kimber hizo una mueca. «Allá vamos…».

—Por supuesto que lo sabes. Antes de irte con Jesse, decidiste hablar del tema con Deke, ¿no? ¿O hiciste algo más que hablar?

—Papá, ya no tengo diecisiete años.

—¡Maldición! —el coronel suspiró, pasándose los dedos por el pelo canoso. Incluso a los cuarenta y ocho años parecía un guerrero. Se paseó por la salita como un animal enjaulado. Su padre era un hombre de acción y toda esa cháchara debía de superarle. Kimber trató de ocultar una sonrisa.

—No le veo la gracia —gruñó.

Estaba claro que no le divertía nada saber que ella se había visto con Deke y que, posiblemente, había participado en un ménage.

—No he dicho que la tenga.

La cara de Jesse apareció en la pantalla como parte de un reportaje en un popular programa de cotilleos.

Después apareció la de ella.

—Oh, Dios mío. —Kimber clavó la mirada en la imagen de ellos dos tras el concierto, poco después del anuncio del compromiso con Jesse. Cogió el mando y subió el volumen. ¿Qué demonios pasaba ahora?

Nada bueno, eso estaba claro. En la pantalla apareció la cara de otra mujer. Una cría. Con el pelo rubio teñido y lágrimas de cocodrilo. Algo de ese rostro le resultaba familiar… La joven aseguraba ser la amante le Jesse desde hacía algún tiempo y estar embarazada de él.

De repente, Kimber la recordó.

—Está mintiendo —murmuró Kimber—. Jesse la conoció la noche que me fui. Los encontré a él y a uno de los miembros de su banda manteniendo relaciones sexuales con ella.

Jesse ni siquiera sabía su nombre.

—¿Se acostó con ella después de anunciar a todo el mundo que iba a casarse contigo? —refunfuñó su padre.

Ella asintió con la cabeza, pendiente de las siguientes palabras del locutor.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Para qué? —preguntó ella—. No puedes resolver mis problemas. Es cosa mía.

El coronel suspiró.

El periodista hizo un comentario sobre una serie de fotos de Jesse, luego salió de nuevo la rubia teñida.

—Jesse McCall es el padre de mi hijo —lloriqueó—. El anuncio de su compromiso con Kimber Edgington fue toda una sorpresa para mí.

Más lágrimas fingidas. A Kimber se le revolvió el estómago. Luego emitieron un video casero y subido de tono en el que salían Jesse y la chica. A pesar de que sus cuerpos eran poco más que un borrón, estaba claro que estaban desnudos. Kimber sabía que era Jesse porque el dormitorio de la imagen era el mismo que él había tenido en la suite del hotel de Houston, y además se veía la marca de nacimiento que tenía en el hombro. Al parecer, Ryan, a quien le gustaban las películas porno caseras, había filmado aquélla. En el video, la joven estaba tendida en la cama, sobre la espalda, con las piernas abiertas. Jesse, de espalda a la cámara, se ubicaba entre ellas.

Kimber se dio cuenta con rapidez de que aquello debía de haber ocurrido justo después de que ella los hubiera pillado en plena faena. Sacudió la cabeza.

La cámara volvió a enfocar a la rubia teñida.

—Su repentino interés por estar con otra mujer ha sido totalmente inesperado y demoledor. Mi hijo necesita un padre…

¿Podría ponerse todavía peor?

El programa emitió entonces un fragmento de Jesse en el sofá de un programa de entrevistas nocturno. El presentador le dirigía una sonrisa sardónica.

—Háblanos de tu prometida. ¿Sabe ella que tu amante está embarazada de ti?

—La chica del video no es mi amante. Cuando eres una celebridad, la gente intenta aprovecharse de ti —Jesse hizo un gesto con la mano para quitarle importancia a la pregunta del presentador—. En este momento, sólo quiero centrarme en mi prometida.

Kimber se estremeció. Maldición, le había dicho que no iba a casarse con él. ¿Por qué no lo aceptaba?

Jesse siguió hablando.

—Ya sabes qué ocurre cuando uno conoce a la mujer de su vida, colega. Y Kimber, definitivamente, lo es.

El periodista, que llevaba varios años felizmente casado, asintió con la cabeza.

—¿Y qué puedes decirnos sobre los rumores que apuntan a que tu prometida abandonó la gira la misma noche en que te declaraste?

—Quería pasar un tiempo con su familia antes de la boda. La prensa no ha hecho más que exagerar las cosas. El resto es, simplemente, un malentendido. —La boca de Jesse tembló ligeramente. Era probable que nadie más, aparte de ella, lo hubiera notado.

—Yo no llamo a acostarme con otra mujer un malentendido —gruñó su padre, que parecía a punto de cargarse la televisión.

Pasándose la mano por aquel pelo largo que era su marca personal, Jesse esbozó otra sonrisa.

—Kimber volverá. ¿Verdad, cariño? Te echo de menos.

Luego interpretó algunos versos de una canción, una que ella imaginó que él había compuesto ex profeso, con una melodía pegadiza y una letra que hablaba de lo mucho que la necesitaba. Terminaba con una súplica para que regresara.

Kimber se estremeció de nuevo.

El programa volvió a emitir una imagen de la «amante embarazada», hablando en una rueda de prensa. Sorprendentemente, la chica va no lloraba.

—Jesse McCall no es el padre de mi hijo. Soy una gran admiradora suya, pero no lo conozco. Lamento mucho que mi deseo de atraer su atención le haya podido causar problemas.

«¿Qué?».

—Está mintiendo de nuevo. Sí que conoce a Jesse. Son ellos dos los que salen en el video.

Cal, el agente de Jesse, fue el siguiente en aparecer. Decir que su expresión era sombría cuando le pidieron que comentara la aparición de Jesse en el programa de entrevistas era ser demasiado generoso.

Kimber cayó en la cuenta entonces de que si Cal había intentado sobornarla a ella para que se fuera, habría hecho lo mismo con aquella chica que, al parecer, había intentado chantajearle con aquel video casero de Ryan.

En la televisión, Cal se aclaró la garganta.

—La vida privada de Jesse McCall es eso, privada. Ahora mismo, estamos centrados en el próximo álbum y en la gira que…

—¿Sigue la señorita Edgington con Jesse? ¿O ha roto el compromiso?

—Sin comentarios. Ofreceremos un segundo concierto en Atlanta. Las entradas se pondrán a la venta el sábado. Eso es lo que debería de interesar a sus seguidores.

—Jesse dijo que se iba a casar. ¿Sigue la boda en pie?

—Lo único que sé es que el nuevo álbum estará próximamente a la venta y que Jesse está centrado en él —espetó Cal.

Oh, estaba enfadado. Cualquier cosa que apartara la atención de la prensa de la música de Jesse y la centrara en su vida personal no complacía a Cal.

Luego volvió a salir el presentador, diciendo con una voz lo más morbosa posible que la verdad aún estaba por verse y pidiéndole a los espectadores que permanecieran en sintonía hasta el final del programa.

Kimber se recostó en el sofá. ¿Cómo era posible que no se hubiera enterado antes de todo ese desastre? Lo cierto es que había estado demasiado ocupada tomando decisiones y trazando planes durante los dos últimos días para perder el tiempo viendo la televisión.

Negó con la cabeza. «¡Menudo lío!». Dios, necesitaba tomar el aire. Todo aquello debía terminar de una vez.

Apagando el televisor con el mando, Kimber se levantó del sofá, agarró el móvil y se dirigió al estudio de su padre.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a poner fin a esta locura de Jesse.

Entró en el despacho y se dejó caer en el sillón tras el escritorio, encendió el ordenador y esperó. Tras meter la contraseña, abrió el navegador de Internet y entró en su cuenta de correo electrónico.

Luego comenzó a escribir. Unos minutos y unas cuantas miradas inquisitivas de su padre más tarde, le preguntó al coronel:

—¿Qué te parece esto?

El señor McCall y yo hemos decidido terminar nuestro compromiso debido a que ambos estamos centrados en nuestras respectivas carreras. Todavía soy una gran admiradora y amiga de Jesse, y le deseo lo mejor del mundo.

Ahora, sólo pido un poco de privacidad para seguir adelante con mi vida.

—Suena bien —aprobó su padre—. ¿A quién se lo vas a enviar?

Kimber vaciló. Buena pregunta. ¿Cuál sería la forma más rápida de que esa noticia llegara a Deke y a Luc, y a los reporteros para que dejaran de molestarla?

Repentinamente, Kimber sonrió.

—A todo el mundo.

Le llevó casi una hora, pero envió el comunicado a todos los periódicos cuyo correo electrónico pudo encontrar.

Dos horas más tarde, Kimber estaba sentada en el patio trasero, disfrutando de la puesta de sol a pesar del calor del verano, cuando su móvil sonó por enésima vez, mostrando finalmente el nombre y el número que había esperado ver.

—¿Luc?

—Hola, cariño. ¿Es realmente tuyo el comunicado que ha salido en las noticias sobre la ruptura de tu compromiso?

Así que lo había visto. Y su voz sonaba esperanzada. Kimber sonrió.

—Sí.

Y la pregunta era si Deke también lo había visto.

—¿Cuándo lo decidiste?

Kimber esbozó una sonrisa irónica.

—La misma noche que anunció a todo el mundo que nos íbamos a casar sin declararse primero.

—¿No se declaró?

—Habíamos hablado de eso en el pasado, así que supuso que el asunto seguía en pie… Te llamé ayer para contarte mis planes.

—Odio haberme perdido tu llamada. Tuve que hacer un viaje rápido.

Ante la mención del viaje, él había sonado… distraído. No, trastornado. «Mmm, ahí pasaba algo».

—¿Va todo bien?

—Sí —dijo Luc finalmente, tras vacilar un momento—. Ocurrió algo en Louisiana… No es importante. Lo único importante es que tú hayas roto el compromiso. Dime, ¿me llamaste porque quieres volver con nosotros?

Kimber se mordió los labios y se preparó para oír lo peor. Luc le daría la bienvenida, pero Deke…

—Sí. Esperaba poder decírtelo a ti primero… —Se le puso un nudo en el estómago, un montón de ellos. Quedarse allí sentada y preocupada no iba a solucionar nada—. Y que luego tú se lo dijeras a Deke y vieras su reacción.

—Deke vio la noticia sobre tu compromiso. —Luc vaciló de nuevo, pero esta vez más tiempo—. Estaba furioso. Creyó que tú le habías dicho que sí a Jesse, que te habías acostado con él. Que estabas enamorada de él.

Si Deke se había puesto furioso, quería decir que ella le importaba, ¿no?

—¿Cómo crees que reaccionará cuando descubra que nada de eso es cierto?

—¿Nada de eso? ¿No estabas enamorada de Jesse?

—Pensé que lo estaba, antes de estar con vosotros dos. Ahora me doy cuenta de que sólo era un enamoramiento de colegiala como Deke me aseguró.

—¿No te has acostado con Jesse?

—No. En realidad, para ser sincera, no sentí ningún deseo de hacerlo. Jesse quería que yo fuera la «chica buena» que lo salvara de una vida depravada, pero no era el hombre que yo imaginaba. No le quiero de esa manera.

—Oh, cariño. —La felicidad de Luc vibró a través de la línea telefónica—. No sabes lo aliviado que me siento. Lo aliviado que se sentirá Deke.

—¿De veras?

—Sí, aunque él, por supuesto, no lo admitirá. —Kimber pudo notar la ironía en la voz de Luc.

—¿Crees que me dará la bienvenida si regreso? —Kimber se puso de pie y se acercó al porche. No podía permanecer sentada, esperando la respuesta. Se estaba jugando su futuro.

—No será capaz de decirte que no. Creo que ha lamentado más de mil veces haberte apartado de su lado —Luc hizo una pausa—, pero tiene miedo.

—¿Se siente emocionalmente vulnerable ante mí? —Kimber contuvo el aliento mientras esperaba la respuesta. No quería que Deke se sintiera amenazado. Pero hasta que ella supiera exactamente qué era lo que le impedía avanzar en su relación con ella, iba a tener que pasar al ataque.

—En parte sí —suspiró Luc—. Mira, Deke acaba de cerrar el grifo de la ducha, así que no puedo seguir hablando durante mucho más tiempo. Pero él tiene claro que si regresas, va a querer hacer el amor contigo… en el sentido más amplio de la palabra.

—Eso espero.

—Sí, pero es complicado. Deke no estará bien hasta que te cuente su historia. Pero eso tiene que salir de él.

—Lo entiendo. —Kimber lo odiaba, pero lo respetaba.

—¿Volverás mañana con nosotros? —La voz de Luc decía que la quería allí ya.

Allí sentada bajo el sol poniente de Tejas, resultaba increíble pensar que cuando ese mismo sol volviera a salir por la mañana, ella estaría de vuelta con Deke y Luc, en sus brazos y en sus vidas. Si Deke lo permitía.

—Me encantaría. Pero espero que…

Kimber jamás terminó la frase. Sintió una enorme explosión a sus espaldas. La fuerza de la estampida la arrojó sobre las tablas del suelo del viejo porche de su padre, raspándole las manos y las rodillas. El teléfono salió disparado de su mano. Un calor tan fuerte como mil soles le abrasó la espalda. La tierra tembló bajo su cuerpo.

Se giró sobre sí misma a tiempo de ver cómo la casa se convertía en una enorme bola de fuego.

—¡Papá!