Capítulo 10

Deke extendió el periódico de la mañana sobre la mesa de la cocina, mientras se tomaba una taza de café.

—¿Alguna noticia interesante? —preguntó Luc en tono tenso.

Ésas eran las primeras palabras corteses que su primo le dirigía en una semana.

Sin sentarse en la silla, separó las páginas del periódico, dejando a un lado las secciones que menos le gustaban. De esa manera centraría la atención en algo que no fuera la ausencia de Kimber y en cómo eso le carcomía la cordura. No iba a tener suerte, en especial cuando el titular de la página de sociedad era: «¡Jesse McCall comprometido!!».

Debajo había una foto en blanco y negro de Kimber con McCall, rodeándola con un brazo, junto a un encabezamiento que decía que Jesse había informado a los fans que habían acudido al concierto de la noche anterior que se iba a casar con su novia de siempre, Kimber Edgington.

«¡Jodido hijo de perra!».

La taza de café se deslizó entre los dedos entumecidos de Deke y cayó al suelo.

Luc se dio la vuelta.

—¿Qué diablos te pasa? Limpia ese maldito café…

—¿Y qué coño importa ese jodido café?

Le mostró a Luc los titulares del periódico.

Tras una rápida ojeada, Luc se hundió en una silla a su lado y maldijo entre dientes.

—¡Maldición! Tú la has empujado a ello. Tú la echaste de aquí.

Luc arrojó el periódico encima de la mesa al tiempo que le lanzaba una mirada airada. Deke clavó la suya en la foto de McCall y Kimber. Las preguntas que se agolpaban en su mente lo estaban matando. ¿Se habría acostado ella con aquel niño bonito? Era más que probable. Y era igual de probable que McCall la hubiera compartido con alguien, que hubiera observado cómo algún desconocido se la beneficiaba hasta llevarla al orgasmo.

Pero lo que más daño le hacía era preguntarse si ella amaba realmente a Jesse. Y Deke conocía a Kimber. Tenía que creerse enamorada de aquel bastardo para estar dispuesta a casarse con él.

Ante ese pensamiento, se le aflojaron las rodillas y se encontró sentado en la silla. Kimber se iba a casar con otro. Estaba enamorada de otro hombre.

«¡Demonios, no!».

Pero ésa era la realidad, y le desgarraba las entrañas como si le estuvieran clavando mil cuchillas de afeitar. McCall se había declarado y ella le había dicho que sí. Jesse era feliz. Sólo había que ver la sonrisa que lucía en la foto. Kimber estaba de perfil y no podía verle la cara, pero tenía que ser feliz también. Ésa era la materialización de su sueño más anhelado.

Y él… Maldición, él había estado hecho polvo desde que ella se había ido arrancándole el corazón con sus lágrimas.

—Jamás fue nuestra —logró graznar—. Y esto lo prueba.

—Kimber se hubiera quedado si te hubieras comportado decentemente con ella. Incluso te ofreció…

—No podía arrebatarle la virginidad. No me pertenecía a mí, ni tampoco ella.

El que la chica y su virginidad pertenecieran a aquel cantante que sonreía desde el periódico no le hacía la más mínima gracia. Más bien le hacía desear hacer pedazos a McCall con sus propias manos, e infligirle el máximo dolor posible.

Dios sabía que en el ejército le habían enseñado a hacerlo.

Luc le señaló con un dedo acusador.

—Le hiciste creer que no nos pertenecía. Si hubieras admitido tus sentimientos y hubieras hecho el amor con ella…

—Vale, ¿entonces qué? ¿Cuánto tiempo hubiera pasado antes de que hiciera una barbaridad como con Heather?

—Kimber no es Heather —insistió Luc—. Kimber es más fuerte y hubiera sobrevivido.

Creo que te amaba.

«Vaya ironía». Esa posibilidad hizo que la alegría estallara en su pecho, mientras que el temor le retorcía y le arrancaba las entrañas. Maldición, era un auténtico bastardo. La quería, pero no podía tenerla. Si Kimber se hubiera quedado, hubiera sido sólo cuestión de tiempo que hubiera tomado su virginidad. Demasiados riesgos. Demasiadas cosas en juego. Había tomado la decisión correcta.

Pero era una agonía.

—¿Y entonces qué? —contraatacó Deke—. ¿Se habría casado con uno de nosotros? ¿Por qué coño continúas aferrado a esa estúpida fantasía? —Fulminó a su primo con la mirada—. ¿Qué crees que pasaría… después? Sé que quieres que tenga un montón de bebés nuestros y que vivamos felices por siempre jamás. Y ya sabes lo que siento al respecto. Además, ninguna mujer quiere acostarse con dos hombres cada noche, preguntándose cuál de los dos es el padre de sus hijos. ¿Crees que jamás aparecerían los celos en esa relación? Luc, es sólo una fantasía.

—No es más fantasía que el hecho de creer que puedes pasarte el resto de tu vida tirándote a un montón de putas anónimas. Yo quiero algo más. —Su voz se convirtió en un susurro—. Y sé que tú también lo quieres; lo querías con Kimber.

Mierda, Luc lo conocía demasiado bien.

—Kimber se ha ido. Y no hay más que discutir.

—¿Y no crees que deberíamos luchar por ella? —Luc parecía incrédulo.

—¿Cómo? Kimber va a casarse con una superestrella por la que lleva colgada cinco años.

No creo que vaya a dejarla ahora sólo porque nosotros llamemos a su puerta. Tenemos que seguir adelante con nuestra vida.

Las palabras parecieron noquear a Luc.

—¿Es así como quieres que sean las cosas? —le espetó—. ¿Quieres fingir que ella nunca estuvo aquí y que no nos importa?

—Sólo fuimos sus tutores. Punto.

—Yo la adoro. Y tú también. De hecho, creo que tú la amas.

Deke vaciló.

—No es verdad.

—Mentiroso. Por eso te portaste tan mal con ella. Sabía que podía hacerte vulnerable y obligarte a enfrentarte a ese pasado que te está destruyendo.

—Vete a la mierda, ¿vale?

—Así es como solucionas las cosas, ¿verdad? Cuando todo lo demás falla, le gritas a Luc. ¿Sabes qué?, tienes razón. Sigamos adelante con nuestra vida. —Luc atravesó la cocina.

Enfurecido, cogió el inalámbrico y salió de la estancia.

¿Qué demonios pensaba hacer su primo? A Deke casi no le importaba dada la furia que le burbujeaba en el vientre. Y ese dolor… era como fuego ácido sobre su piel, ante el pensamiento de Kimber en la cama de McCall, en su vida. Pero lo superaría.

Tenía que hacerlo. ¿Qué otra opción tenía?

Cinco minutos más tarde, Luc regresó a la cocina y le brindó una sonrisa presuntuosa.

—Espero que no hayas hecho planes para hoy.

—No, es domingo. ¿Qué es lo que tienes en mente?

—He llamado a Alyssa Devereaux y me la he camelado. La he convencido para que se acueste con nosotros. Hemos quedado a las tres. Vístete.

Con un giro brusco, Luc salió de la cocina y enfiló por el pasillo. Un momento después, el ruido del agua corriendo le dijo a Deke que su querido primo estaba en la ducha.

Y mientras él se había quedado mudo, sin saber qué decir.

«Maldita sea». Alyssa Devereaux. El bomboncito rubio que poseía aquel club de striptease, la de las medias con ligueros sexys y picardías que hacía babear a los hombres, iba a acostarse con ellos. Tras ser el blanco de su lengua afilada y su más que evidente desdén, había aceptado hacerlo con ellos. Por Luc, por supuesto. Siempre había deseado a su primo. Pero como gratificación, él también conseguiría sumergirse en aquel dorado y apetecible cuerpo. Penetrar con su pene ese ardiente coño, repentinamente dispuesto.

Deke bajó la mirada hacia su pene, pero para su sorpresa seguía sin dar muestras de excitación bajo el pantalón del pijama.

Por la sorpresa. Tenía que ser por la sorpresa. Alyssa era un auténtico sueño húmedo. En cuanto la tuviera cerca, enterraría la cara en esas deliciosas tetas y se sentiría más que excitado.

Más que preparado.

«¿Verdad que sí?».

Cuatro horas después, Luc aparcaba en una zona residencial de Lafayette, Louisiana, delante de una pequeña casa blanca, llena de encanto sureño, con rosales en el jardín.

Deke miró a su primo con el ceño fruncido.

—¿No has quedado con ella en las Sirenas Sexys?

—Me dijo que viniéramos aquí —Luc salió del coche, sin añadir nada más.

Deke lo siguió con las palmas de las manos húmedas de sudor.

¿Cuánto tiempo hacía que tenía fantasías sobre poseer a Alyssa Devereaux? Por lo menos un par de años, desde que su socio y amigo, Jack Colé, se la había presentado. Hasta entonces, había intentado seducirla repetidas veces. Intentar dominarla no le había llevado a ninguna parte.

El inexistente encanto de Deke hacía que lo rechazara aun antes de abrir la boca. Discutir le había despojado de cualquier oportunidad con ella. Por lo general, sólo el sonido de su nombre lo ponía duro.

Pero hoy… bueno, su cuerpo aún no daba señales de vida. Su falta de excitación tenía que deberse sin duda a las importantes preguntas sin respuesta que le rondaban la mente. ¿Qué demonios le habría dicho Luc a Alyssa para convencerla de eso? ¿Y qué había ocurrido para que Luc que había sostenido que no le interesaba Alyssa, estuviera tan deseoso de estar con ella?

«¿Por qué?».

Deke no tenía respuestas para ninguna de esas preguntas mientras recorría el camino de adoquines bordeado por macizos de flores de vistosos colores.

—Preciosas azaleas —murmuró Luc mientras tocaba el timbre.

«¿Qué coño es una azalea?». ¿Por qué le sudaban las manos?

Alyssa abrió la puerta vestida con una falda negra con una abertura hasta el muslo y un top de encaje sin hombros que mostraba el nacimiento de sus pechos.

—Hola, chicos. Entrad.

Deke vaciló, pero entró detrás de Luc y recorrió el lugar con la mirada. La casa estaba decorada en tonos verdes salpicados de amarillo con matices de color tierra por todos lados.

Parecía una de esas casas que se veían en los libros de filosofía zen. Como una foto en blanco y negro de la naturaleza. Toda ella rezumaba paz.

—Gracias por invitarnos —dijo Luc—. Un lugar precioso.

Alyssa sonrió.

Deke tragó saliva.

—Gracias. Compré la casa hace unos meses. Estaba hecha un desastre, pero la he estado arreglando.

—Pues te ha quedado genial —le dijo Luc con aprobación.

¿Dónde estaba su voz? Deke no conseguía encontrarla.

¿Y ahora qué? ¿Se sentarían a tomar un té helado educadamente o simplemente se dedicarían a follar?

—¿Queréis beber algo? ¿Té, refrescos, café? —Alyssa le brindó a Luc una mirada ardiente mientras se llevaba la mano al pecho y jugueteaba con la suave piel de su escote.

—No, gracias. —Nadie pudo ignorar la repentina tensión en la voz de Luc, ni cómo sus ojos siguieron el movimiento de la mano femenina sobre los pechos.

Luc estaba tenso y duro, y parecía más que dispuesto a pasar a la acción. Deke observó fijamente a Alyssa buscando alguna reacción, algún interés por muy remoto que fuera. Cualquier cosa. La cara de Kimber irrumpió en su mente, sonrojada de placer, cubierta de lágrimas, mirándolo dulcemente cuando le ofreció su inocencia.

Y él la había rechazado. Como un tonto, un estúpido, había dejado que se fuera. No, la había empujado a irse. La había arrojado en brazos de McCall con el que pronto se casaría. ¿Y qué le había quedado a él? Su jodida soledad. Pero Kimber estaría mejor así. Tenía que centrarse en eso.

—¿Deke? —Alyssa le dirigió una mirada de curiosidad.

Era la mirada más agradable que le hubiera dirigido nunca. Por lo general, lo único que le ofrecía era un absoluto desdén.

—¿Quieres beber algo? —lo apremió.

Deke tenía que escoger. ¿Bebida o sexo?

—¿No me vas a llamar musculitos, ni saco de esteroides?

Ella le lanzó una mirada de sorpresa.

—Hoy no.

«Interesante».

—Mmm, me encantará tomar algo. Lo que tengas por ahí.

Ella asintió con la cabeza. Mejor dicho, sacudió la cabeza de arriba abajo nerviosamente, luego respiró hondo y pareció obligarse a entrar en la cocina meneando las caderas de una manera que en sí misma era una invitación. Le sirvió un vaso de té helado y se lo ofreció.

A Alyssa le temblaron las manos cuando les hizo señas para que se sentaran en el sofá de la salita.

Deke tomó asiento. Alyssa se sentó a medio metro de él y dejó entrever por la abertura de la falda unos atrevidos ligueros de seda negros y unas medias transparentes. Luc se sentó al lado de ella y dejó caer la mano sobre el muslo expuesto. A la mujer se le disparó el pulso del cuello.

«¿Qué coño pasaba allí?».

—Llevas mandándome a la mierda tres años. ¿Por qué de repente accedes a esto?

Alyssa parpadeó, aquellos hermosos ojos azules adquirieron un tono gris humo, su dorado cutis se ruborizó. Para ser una stripper que había visto el lado malo de la vida, parecía una joven pura y dulce.

—¿Has cambiado de idea?

La ronca voz de Alyssa le sacudió. Era increíblemente sexy. Apabullante. De ojos suaves, labios plenos que formaban tentadores pucheros, pechos que, según sospechaba, eran más de origen artificial que divino, pero sin duda seductores. Bajando la mirada al trozo de muslo que quedaba al descubierto comenzó a sentir una leve reacción más abajo del cinturón.

—No he cambiado de idea.

Alyssa se giró hacia Luc, esperando su respuesta.

—Yo tampoco voy a cambiar de idea. Cerró la mano sobre su muslo, subiéndola por debajo de la falda, hasta que la posó sobre las húmedas bragas negras.

—Bien. —Alyssa exhaló la palabra.

—Deke —lo llamó Luc—. Bésala, quítale el top.

Alyssa lo detuvo, alarmada.

—Yo… ¿no prefieres ir antes al dormitorio?

Luc se puso de pie y se quitó los zapatos, y luego, bruscamente, la camisa.

—Eso para el final.

—Oh. —Ella parecía aturdida y ni siquiera la habían tocado.

Luego Luc le dirigió a su primo una mirada expectante. «Cierto. Bésala, quítale el top».

Suspirando profundamente, Deke extendió la mano y desabrochó los botones del top de Alyssa. Maldición, le temblaban las manos cuando abrió la prenda, revelando unos pechos generosos apenas cubiertos por un sujetador sin tirantes. Unos hermosos pechos dorados.

Hubiera apostado lo que fuera a que ella hacía topless.

Le quitó el top y lo dejó en el sofá, a su lado. No quería arrugárselo. Parecía delicado.

—Deke —le espetó Luc—. Bésala.

Alyssa lo miró, con los ojos azules llenos de incertidumbre, pero aun así enfebrecidos. Luc la giró hacia su primo, y luego la besó en el lateral del cuello, colocándole una mano en la parte inferior de un pecho. Sus pezones se pusieron duros como guijarros en el mismo momento en que la tocó.

Bajo sus labios, la postura de Alyssa perdió rigidez. Cerró los ojos y gimió.

—Hueles bien —murmuró Luc mientras le desabrochaba el sujetador con un movimiento rápido de la muñeca—. A sol y pecado.

Los senos de Alyssa eran preciosos. Firmes, maduros, apetitosos. Si eran falsos, eran una buena imitación.

Ella apoyó la cabeza en el hombro de Luc, jadeando cuando éste le pasó el pulgar por los duros y sonrojados pezones.

En realidad, era excitante observarlos. Luc con el pelo oscuro, la piel bronceada, acariciando la piel pálida de Alyssa, apartándole el pelo rubio platino de la tersa nuca para poder aspirar su olor. Ver cómo la joven se estremecía entre los brazos de su primo lo endureció. Por fin.

Luc deslizó una mano bajo la abertura de la falda, subiéndosela más arriba, y rozó la seda negra que cubría el monte de Venus. Alyssa jadeó, tembló y gimió.

—Bésala.

Que Luc repitiera su orden fue como un jarro de agua fría para Deke. Aquello no tenía sentido. Alyssa era la personificación del sexo. Llevaba años queriendo tirársela. Y la tenía allí mismo, con los pechos desnudos, entregada y muy excitada.

«No es Kimber».

Ignorando la insidiosa vocecita que protestaba en su mente, Deke se inclinó hacia delante y cubrió la boca de Alyssa con la suya, instándola desesperadamente a que la abriera para él. La lengua femenina bailó con la suya, lenta y perezosa, sin duda sabría cómo hacer una buena mamada. La mujer sabía a picante sexualidad.

Pero él quería saborear la dulce inocencia de Kimber. Vaciló. Quería saborear su deseo.

Alyssa era toda una tentación. Hermosa. Experimentada y capaz de hacer pecar al hombre más puritano. Pero por alguna condenada razón, él no quería seguir ese camino. Tocarla era… extraño. Equivocado. Como si estuviera traicionando algo. «A alguien».

Los ojos color avellana de Kimber, llenos de lágrimas, aparecieron en su mente.

Una ardiente frustración, la sensación de estar haciendo algo incorrecto cayó como una losa sobre él. «¡Maldita sea!». Se apartó bruscamente de Alyssa.

Luc apenas se dio cuenta. Su primo sentó a Alyssa sobre su regazo. Le metió los dedos entre los cabellos y dirigió la boca femenina hacia la suya para hundirse profundamente en ella.

Como si no le importara volver a respirar en su vida.

«¿Qué demonios…?».

Alyssa rodeó el cuello de Luc con los brazos y se removió en su regazo. Era evidente que ella le había hecho sentir algo porque Luc gruñó, la levantó en volandas y la montó a horcajadas sobre él; luego la frotó contra su miembro. Cuando ella echó la cabeza hacia atrás, una cascada de pelo rubio platino cayó sobre el regazo de Deke. Luc bajó la boca y cerró los labios sobre uno de los pezones. No estaba jugueteando. No había juegos en esa caricia. Sólo fiero deseo.

—¡Luc! ¡Sí!

¿Cuál fue la respuesta de su primo? Simplemente dedicó sus atenciones al otro pecho y, cerrando los dedos con fuerza en los cabellos femeninos, tiró de ellos como si pensara imponer su voluntad sobre ella.

—¿Tus pezones están duros para mí? —exigió saber Luc, clavando los ojos en ella como si fueran las únicas personas de la estancia. Como si ella fuera la única persona del planeta.

—Sí, están duros para ti —murmuró ella, frotándolos contra su torso, rotando las caderas y frotándose de nuevo contra su pene—. Y también estoy mojada por ti. Siéntelo…

Alyssa se mostró encantada de desatar los lazos que aseguraban el tanga a sus caderas. Se contoneó y a continuación, la diminuta prenda negra cayó al suelo.

El pálido y fino vello estaba pulcramente recortado sobre el monte de Venus. Por lo que pudo observar Deke, el resto del sexo femenino estaba desprovisto de vello.

La lujuria ardió en los ojos de Luc, que no se apartaban de su sexo mientras la tendía sobre su regazo, de manera que la cabeza femenina descansara sobre el regazo de Deke.

La mirada de Alyssa, desconcertada y nublada, buscó la de él.

Estaba excitada. Muy excitada. Y Luc era el artífice. Los dos se habían olvidado de que él estaba allí, y ahora ella le preguntaba con la mirada si se pensaba unir a la fiesta.

Ella era muy sexy y le estaba ofreciendo su sexo. «¡Demonios, sí!».

Pero cuando extendió la mano, no pudo obligarse a tocarla y la dejó caer a un lado.

¿Qué demonios le pasaba? Había deseado a Alyssa durante años. Una mirada a aquel cuerpo femenino le dijo que ella era más hermosa que cualquier modelo. Como la protagonista de cualquier página central, felina como una gata en celo.

Y él no sentía nada.

La mirada de Deke se encontró con la de ella y negó con la cabeza. «No».

Por muy deseable que fuera, él ya no sentía interés por ella. Estaba excitado físicamente, por supuesto. Observar cómo Luc la devoraba y cómo ella disfrutaba de cada minuto era algo excitante.

Pero él quería aferrarse a unos cabellos castaño rojizos. Era una piel pálida e inocente la que sus manos querían tocar. Deseaba ahogarse en unos ojos color avellana mientras reclamaba y se hundía en el cuerpo femenino.

Deke cerró los ojos, deseando poder apartar de su mente la imagen de Kimber y el hecho de que iba a casarse con McCall. «Imposible».

Un profundo jadeo femenino captó la atención de Deke. Las manos de Luc habían abierto los pliegues del sexo de Alyssa, y le estaba frotando el clítoris con el pulgar siguiendo un ritmo ligero e irregular.

—Estás mojada —murmuró él con aprobación—. Pero no lo suficiente para lo que voy a hacerte.

—¿Y qué piensas hacer, gran hombre? —Alyssa jadeó la pregunta, provocando a Luc—. ¿Qué es lo que quieres? Quizá no esté dispuesta.

Una ráfaga de oscura determinación atravesó el rostro moreno de Luc.

—Estarás dispuesta para eso, y para mucho más. Voy a estar duro para ti durante toda la tarde. Durante toda la noche. No me apartaré de ti. No voy a dejar ningún centímetro de tu cuerpo sin tocar.

—Y yo me aseguraré de ello —murmuró ella, abriendo más las piernas y arqueando las caderas hacia Luc.

Él siguió pasándole el pulgar por el clítoris lenta y repetidamente. Alyssa tenía los pezones erguidos, rojos e implorantes mientras su cuerpo se tensaba y movía la cabeza de un lado a otro.

—¡Luc! —gritó ella. Arqueó la espalda y soltó un largo gemido cuando alcanzó el clímax.

Ante la imagen que ella ofrecía, su primo perdió cualquier rastro de normalidad, de amabilidad, de contención.

Deke sabía con exactitud dónde acabaría todo aquello. Alyssa estaba a punto de liberar el lado oscuro de Luc, de disfrutar de una de las maratonianas sesiones sexuales de su primo. Y parecía más que dispuesta.

—Soy toda tuya —se ofreció Alyssa con una ardiente mirada—. Permaneceré mojada, te mantendré duro, te daré más de lo que puedas imaginar.

Con un gruñido, Luc arrancó la falda de Alyssa, dejándola completamente desnuda salvo por aquellas medias tan sexys y los ligueros de encaje. Luc inspiró profundamente cuando bajó la mirada. Su miembro presionaba contra los vaqueros. Se bajó la cremallera bruscamente, deseando deshacerse de los pantalones que lo constreñían. Se los bajó por los muslos junto con la ropa interior. Cuando su pene saltó libre, la agarró por las caderas y se dispuso a penetrarla.

Deke metió la mano en el bolsillo y sacó un condón.

—Luc.

Su primo alzó la cabeza de repente. Tenía una mirada oscura y salvaje. Fiera. Incontrolada.

Indomable.

Con rapidez, Deke le pasó el pequeño envase metálico a su primo y dejó un puñado en la mesita de café.

Luc asintió débilmente con la cabeza y se abalanzó sobre Alyssa, ansioso por sumergirse en su cuerpo. Ella ladeó la cabeza y le dirigió a Deke una mirada ardiente. Quizá fuera una invitación. Quizá no. A Deke no le importaba.

Se puso de pie y se dirigió a la puerta. Se detuvo y los observó el tiempo suficiente para ver cómo Luc se ubicaba entre las piernas de ella, para apreciar los músculos de sus brazos cuando la inmovilizó sobre el sofá y ella le rodeó las caderas con las piernas dándole la bienvenida, sonriente.

Deke cerró la puerta, dispuesto a buscar el bar más cercano mientras los gemidos femeninos surcaban el aire.

—¿Qué quieres beber? —preguntó a Deke una camarera con una sonrisa descarada y un par de pantalones cortos bastante ceñidos.

—Dos whiskis dobles. Sin hielo.

Lo brusco de su orden debió de ser evidente. La joven se giró y se alejó con rapidez. Deke rezó para que no tardara en regresar y poder emborracharse mientras analizaba su condenada vida. La menuda camarera no tardó mucho en regresar con su pedido y un platito lleno de galletitas saladas. Deke apartó el aperitivo y fue directo a por el primer trago. El alcohol hizo que le ardiera la garganta en su camino al estómago. Un fuego explosivo, un pesado calor se filtró por sus venas, y le dio la bienvenida. ¿Cómo podía aceptar el hecho de que acababa de rechazar echarle un polvo a Alyssa Devereaux porque sólo deseaba a una mujer que no iba a regresar nunca?

Sacó del bolsillo de los vaqueros el recorte del periódico. La sonrisa engreída de McCall se burlaba de él desde la imagen en blanco y negro. Kimber estaba junto al cantante, con su brazo sobre los hombros, mirándole. ¿Qué decía su expresión? ¿Era de adoración? ¿De excitación?

¿Acaso importaba?

«No». Pero Deke se preguntaba cómo era posible que Kimber lo hubiera mirado con tanta ternura, cómo podía haberse ofrecido tan dulcemente a él, para luego, tres semanas después, aceptar casarse con otro hombre.

La única respuesta posible se le clavó como un puñal en el corazón. Kimber no le había amado. Sólo se había ofrecido a él movida por la compasión.

Por desgracia, por más que se lo negara a Luc, Deke sabía que se había colgado por Kimber. Siempre la había deseado, incluso cuando ella tenía diecisiete años y él había hecho lo correcto. Incluso tres semanas antes, él había hecho lo mejor para ella, aunque le había costado un mundo hacerlo.

Pero se había* dejado guiar por sus miedos, y había tomado la decisión más prudente. La correcta.

Y ella se había ido.

En aquel momento, Deke deseaba haber sido un imprudente y haber cedido a la ardiente necesidad que había ardido como lava líquida en sus venas, aquélla que lo había instado a tomarla y a hacerla suya. Si lo hubiera hecho, ella estaría ahora en la cama con Luc y con él, rodeándolo con sus piernas, tensándose en torno a su miembro mientras gritaba de placer. Y él no estaría en un bar de Lafayette, duro y dolorido, preguntándose cómo Kimber podía casarse con un gilipollas como McCall. Preguntándose qué iba a hacer sin ella.

¿Y si Kimber se hubiera quedado con ellos? ¿Y si se hubieran cumplido sus peores temores? No «si» sino cuándo. Si ella se hubiera quedado, eso habría ocurrido sin duda. Luc habría insistido en que se lo contara todo. ¿Cómo habría reaccionado ella?

Deke se tomó el segundo whisky y se reclinó en la silla. Sólo cuando tenía la mente ligeramente confusa se permitía pensar en Heather.

Era una chica complicada. Apenas tenía dieciséis años. Era pura alegría cuando la vida la sonreía, y muy desdichada cuando la pateaba. A menudo, Heather había mostrado ambas facetas el mismo día. Deke había intentando resistirse, pero no había podido evitar sentirse atraído por ella, por alguien cuya vida era una enorme bola de sentimientos, alguien que pensaba que había que experimentarlo todo sin restricciones.

Al final, esa volatilidad suya había sido su ruina.

Soltó el vaso de whisky sobre la mesa y con un gesto pidió la cuenta. La joven de la sonrisa descarada se apresuró a traerla, tomó el dinero y se largó.

Sintiéndose viejo a pesar de tener sólo veintinueve años, Deke se levantó y salió al húmedo aire del atardecer. Soplaba una ligera brisa. El verano lo envolvía con su empalagosa fragancia. El dolor le retorcía las entrañas.

Kimber no era Heather. Ella controlaba mejor sus emociones, cierto, y era mucho más madura. Estaba herida. Deke lo había notado la noche que la había alejado de él con aquellas viles palabras. Kimber había estado protegida, no como Heather. No había sufrido lo peor de la vida gracias al coronel y a sus hermanos. Pero ¿qué haría Kimber si se encontrara de repente en la misma situación que Heather?

Deke no lo sabía. E incluso aunque sintiera aquella opresión en el pecho durante el resto de su vida, debería estar agradecido de no haber corrido el riesgo de averiguar la respuesta de la manera más dura.

Eran casi las nueve cuando Deke se sentó tras el volante del jeep de Luc. Su primo ya estaba dentro, sombrío y agotado.

—¿Estás seguro de que no quieres quedarte toda la noche? —preguntó Deke.

Luc se giró mirando a través de la oscuridad la casa silenciosa.

—No.

—¿Estás bien?

Asintiendo con la cabeza, Luc posó las manos sobre los muslos.

Luc parecía completamente exhausto tanto física como emocionalmente. Deke conocía el placer de acostarse con una mujer hermosa. Sin embargo, podía comprender a Luc, como si sus largos maratones sexuales fueran intentos de desterrar algunos demonios interiores y no sólo la búsqueda extrema del placer físico.

—Bueno —Luc vaciló—, ¿llevas mucho tiempo esperando?

—Un rato —dijo Deke encogiéndose de hombros—. Pero no importa.

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé. —Deke se centró en la carretera para evadir la pregunta. Su respuesta sólo haría que Luc cayera en una espiral de culpabilidad innecesaria.

—¿Cuánto tiempo? —La desolada exigencia en su voz resonó en el jeep suspirando, Deke contestó. De cualquier manera, Luc lo averiguaría tarde o temprano.

—Unas dos horas.

—Lo que hacen un total de ¿cuánto? ¿Tres o cuatro horas? Maldita sea.

Incluso bajo la luz de las farolas, Deke podía ver la vergüenza que cubría los elegantes rasgos de su primo.

—Deja de torturarte, primo. Parecía una mujer satisfecha.

Luc la había hecho enloquecer, había llevado a la mujer al orgasmo hasta que sus gritos casi echaron abajo las paredes.

Luc le dirigió una mirada penetrante.

—¿Te lo ha dicho Alyssa?

—No. Se quedó dormida después de que la bañases. Pero por lo poco que pude oír antes deduje que se durmió con una sonrisa en los labios. ¿Qué es lo que ha sucedido?

—Lo sabes perfectamente bien. Ya ha ocurrido antes. —Luc se pasó la mano por el despeinado cabello oscuro—. Perdí la cabeza.

—¿Por qué sigues torturándote? Esto no ocurre cada vez que mantienes relaciones sexuales. Ni tan a menudo como crees. Además, parecía como si Alyssa hubiera disfrutado mucho.

Luc asintió a regañadientes.

—Porque esta vez sentí una necesidad más fuerte. Alyssa es asombrosa. Me sentí… no sé.

Conectado… o algo así. No puedo explicarlo. —Suspiró e hizo una mueca—. En realidad me hubiera gustado haber tenido más control. A Alyssa la noté un poco estrecha. Me comentó que llevaba casi dos años sin mantener relaciones sexuales.

—¿En serio? ¿Y por qué nos ha invitado a su casa para que nos acostemos con ella?

Tras vacilar, Luc negó con la cabeza.

—No importa. Mañana le enviaré flores y eso será todo.

—¿No piensas volver a verla? —No era algo que sorprendiera a Deke. A Luc no le gustaba que le recordaran que había perdido el control de esa manera.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Aún estás caliente por ella? —Luc ladeó la cabeza y le dirigió a Deke una mirada ladina—. ¿Acaso piensas echarle un polvo si regresamos por aquí?

—No. —Deke frunció el ceño como si una luz se hubiera encendido de repente en su cabeza—. Por eso me has traído aquí, ¿verdad? Sabías que no me acostaría con ella.

—Lo sospechaba. Quería probarlo. Si hubieras tocado a Alyssa, habría sabido que no estás enamorado de Kimber.

Maldita sea, ahora sí que había cavado su propia tumba. Luc había conseguido la prueba que necesitaba. Lo había presionado para que recapacitara e intentara recuperar a Kimber. Y lo había hecho de manera implacable.