Capítulo 9

—¿Qué tal los ensayos? —le preguntó Kimber a Jesse cuando éste entró en la suite del hotel a media tarde casi una semana más tarde.

Iba sin camisa y con el largo pelo mojado por la ducha reciente. Con una toalla en la mano y una botella de agua en la otra, recorrió la estancia con gracia perezosa. Los músculos de sus hombros se movían sinuosamente cada vez que se frotaba el pelo con la toalla, y la nuez le oscilaba arriba y abajo al beber el agua. Sus rasgos perfectamente simétricos esbozaron una sonrisa igual de simétrica.

En los últimos cinco años, Jesse había madurado definitivamente. No era sólo un niño bonito, sino que se había convertido en un hombre realmente guapo. No era de extrañar que su rostro apareciera en posters, vallas publicitarias y portadas del mundo entero. Tras largos años de comunicarse con él sin verlo, Kimber estaba aturdida de nuevo por su belleza.

Le gustaba mirarle. Sólo mirarle. No sentía ningún impulso de tocarle. Por el contrario, se moría por ver unos ojos azul oscuro, un pelo cortado al uno, una tensa mandíbula cuadrada y una dura cara llena de lujuria por ella.

Maldita sea, tenía que dejar de pensar en Deke. Eso no la ayudaba en absoluto. «¡Céntrate, Kimber!». Lo que sí que la ayudaría sería sentir el ardiente deseo de estar desnuda con Jesse, el mismo deseo que sentía cuando Deke la miraba o Luc la besaba tan tiernamente. Pero ese deseo de revolcarse y acostarse con Jesse seguía sin aparecer. En los últimos días incluso había sentido alguna chispa por él, brillantes y fugaces como el flash de una cámara, que luego desaparecían.

Pero nada más.

Y parecía que tampoco Jesse se hubiera sentido lleno de deseo por ella. La había besado dulcemente todas las mañanas y tiernamente cada noche, y luego se había ido a la cama, dejándola a ella sola en la suya. Gracias a Dios.

Pero Kimber no podía evitar preguntarse si había algo malo en ella para que ningún hombre quisiera tomar su virginidad.

Confundida por todo ello, Kimber sacudió la cabeza.

Pero ahí no acababa todo. En tan sólo unos días, Deke, un hombre del que se había jurado a sí misma no enamorarse, había irrumpido en su corazón y se había instalado en lo más profundo de él. Se sentía como una tonta. Amar y echar de menos a un hombre que jamás correspondería a sus sentimientos era una insensatez. Jesse había estado en sus sueños, en sus planes, durante mucho tiempo. Se suponía que iban a compartir la vida. Cierto que él ya no era el mismo adolescente despreocupado y alegre que ella recordaba. Pero ella tampoco era la misma mujer. Ya no lo veía todo de color de rosa. Y mucho se temía que Jesse no tenía lo que ella necesitaba.

—El ensayo ha sido la misma jodienda de siempre. —Hizo una mueca como si recordara que ella estaba allí—. Tampoco es que me sorprendiera. No todo el mundo puso el máximo empeño en hacer su trabajo. Los gilipollas tenían resaca. —Puso los ojos en blanco—. Para colmo tenía la prensa encima todo el rato. Parece que no tienen otra cosa que hacer que sacarme en las noticias cada vez que toso. Ojalá no me siguieran a todas partes, pero Cal no hace más que animarlos. Todo por mi imagen.

—Seguro que sus intenciones son buenas. El concierto de esta noche será genial, ya lo verás. —Kimber se esforzó en parecer comprensiva, como una amiga debería serlo. Pero no estaba familiarizada con el lado gruñón de Jesse.

—Cal sólo busca llenarse los bolsillos. Es un avaro hijo de perra. Si no fuera uno de los mejores en su trabajo, le habría dado una patada en el culo hace tiempo. Actúa como si yo necesitara un jodido padre que me mantuviera a raya.

Kimber no había visto demasiado a Cal, pero sí lo suficiente como para saber que aquel hombre consideraba su deber evitar que Jesse se autodestruyera.

—Está tratando de ayudarte.

—Lo único que hace es fastidiarme.

—Pues sólo tienes tres alternativas. O lo despides. O te aguantas. O le pides que sea más amable contigo.

Aquello interrumpió la acalorada perorata de Jesse.

—Maldición, tú sí que eres lista. Te pareces a tu padre, no tienes pelos en la lengua. Sabía que había una razón para que te invitara a la gira conmigo.

Jesse esbozó una sonrisa, y parte de la tensión desapareció de su cara, luego la abrazó y la besó en la frente. Kimber se esforzó por disfrutar de su calidez, pero las palabras de Jesse aún le rondaban en la cabeza, distrayéndola. Y aunque él era muy atractivo, ella sentía que no se encontraba en el lugar adecuado.

Y sabía por qué. «Condenados Deke y su terquedad».

Kimber se apartó del abrazo.

—Entonces, ¿está todo listo para el concierto?

—Bueno, al final sí. El local es estupendo. Lo cierto es que estoy esperándolo con ansia.

La mirada que Jesse le dirigió la desconcertaba. Era reservada, nerviosa, ansiosa, tierna.

«Interesante…».

—¿Porque da inicio a la gira?

—No. Es este concierto en concreto. Estoy algo nervioso.

Kimber sonrió y le cogió de la mano, recordándose a sí misma que Jesse necesitaba un amigo. En realidad, eso es lo que ella era para él. Por lo que había visto, ni Ryan ni Cal ejercían esa función. No era de extrañar que estuviera enfadado. Ni que se sintiera inquieto por ese concierto. Como amiga suya, Kimber podría ayudarle a tener confianza.

—Estoy segura de que el primer concierto de una gira es excitante. Todas las entradas están vendidas. Los fans llenarán el foro. Te adoran. No tienes de qué preocuparte.

—Oh, no me preocupo por eso. A veces, pienso que podría cantar Mary tiene un corderito, y todos me animarían de la misma manera. —Se rió con sarcasmo—. Es una locura.

—¿Entonces qué sucede?

—Ya lo verás.

El sonsonete iba acompañado de una extraña mirada. Definitivamente, Jesse tenía un secreto. Se traía algo entre manos.

—¿Qué estás planeando?

—Tendrás que esperar a esta noche para descubrirlo.

—Lo estoy deseando. —Pero en realidad no era así. Un temor que no comprendía le revolvió el estómago. Las sorpresas no siempre eran buenas.

—¿De qué se trata?

—Mmm, te aseguro que te gustará. —¿Estaba él enfadado porque ella no estaba saltando como una loca tratando de averiguar el secreto?

—Espero que así sea.

Él la miró fijamente, aquellos ojos oscuros y penetrantes parecían ansiosos y confusos.

Ella suspiró.

—¿Qué sucede?

—Nada.

Una negativa directa. ¡Qué hombre tan caprichoso! Pasaba del júbilo a la tristeza, de la travesura al mutismo, en un santiamén. Y por lo que Kimber había podido ver, todos tenían que adaptarse a su estado de ánimo. Jesse estaba acostumbrado a que todo el mundo estuviera pendiente de él. Se parecía muy poco a su padre y a sus hermanos que sólo tenían tres modalidades: trabajo, risa y cólera… en ese orden. Jesse, sin embargo, era todo un mapa emocional.

—¿Qué ha sucedido con el Jesse que conocía? —La pregunta se le escapó antes de poder detenerla.

Jesse clavó la mirada en ella.

—¿A qué te refieres?

Kimber contuvo el deseo de removerse inquieta y apartó la mirada. Pero no habían mantenido una conversación sincera en la última semana. Vana y superficial, sí. Jesse le había preguntado por su familia, por sus estudios, y se había interesado ligeramente por sus planes de futuro. Por otra parte, ella tampoco se había mostrado muy comunicativa. No podía soltarle de buenas a primeras que no podía pensar en el futuro cuando ni su corazón sabía lo que quería.

Además, él parecía absorto en esa gira y no había abierto su corazón a Kimber. Algunos días, apenas le hablaba.

A diferencia de Deke, que siempre se comunicaba con ella incluso con una simple mirada.

Le decía las cosas a la cara, quisiera ella o no escucharlo.

—Creo que ya sabes lo que quiero decir —murmuró ella, esforzándose por apartar de sus pensamiento al duro guardaespaldas—. Has… cambiado.

—Tú también. Eres más confiada, madura y endiabladamente sexy. —Se inclinó hacia ella y depositó un beso tierno en sus labios—. Cuando estoy contigo, me siento más yo mismo, más centrado. Supongo que lleva un tiempo acostumbrarse a no andar de fiesta todo el rato.

Quizá fuera cierto. ¿Quién sabía? De alguna manera, Kimber tenía la sensación de estar hablando con un desconocido.

—No estoy aquí para cambiar tu vida.

—Necesito cambiarla y sé que tú eres la clave. Recuerdo ese verano que pasé contigo y con tu padre, y recuerdo las cosas que hablamos, que hicimos. Encontramos maneras sencillas y buenas de divertirnos. —Hizo una pausa, y un destello hizo brillar sus ojos oscuros—. Oye, ¿sabes qué tengo en DVD?

Aquella sonrisa de Jesse destilaba travesura. Y un atisbo de felicidad. Una sonrisa de verdad. La primera que le había visto en una semana.

Kimber se relajó y le devolvió la sonrisa.

¿American Pie?

—Sí. Y aún tengo unas cuantas horas libres antes de tener que pisar el escenario, ¿quieres…?

¿Ver juntos la película que les había hecho llorar de risa aquel verano?

—Claro.

—Espera un momento.

Se inclinó sobre el respaldo del sofá y agarró el teléfono. En unos segundos había pedido palomitas al servicio de habitaciones. Para cuando encontró el DVD, supo conectarlo a la televisión de plasma de la suite y dio con el menú en la pantalla, llegaron las palomitas.

Durante más de una hora, se rieron de las travesuras de aquellos cuatro adolescentes del instituto que lo único que querían era perder su virginidad la noche del baile de graduación.

—Mira esto. —Jesse cogió un puñado de palomitas y las lanzó al aire tratando de cogerlas con la boca abierta.

No lo consiguió y le golpearon la mejilla, provocando la risa de Kimber.

—Asombroso.

—Bueno, hace mucho que no practico. Y me sale mejor con los M&M’s.

Ella le dio un golpecito en el hombro.

—Excusas, excusas.

—Veamos si tú lo haces mejor.

Arqueando una ceja, Kimber cogió un puñado de palomitas y lo lanzó al aire. La mayoría aterrizó en su lengua. Le dirigió a Jesse una sonrisa engreída.

—Fanfarrona —murmuró él, pero le pasó el brazo por los hombros mientras se acomodaban para ver el resto de la película.

Y realmente estuvieron cómodos, pero en plan amistoso.

Cuando la película finalizó, Jesse apagó la televisión y el reproductor de DVD con una enorme sonrisa.

—Esa película siempre me recuerda el verano que pasamos juntos. No creo haber pasado otro mejor. Sin presiones. Sin admiradores. Sin fiestas. Sólo me divertía.

—Yo también me divertí mucho ese verano.

En el aire se respiraba la esperanza del primer amor. En aquel tiempo, habían sido inocentes —nunca habían ido más allá de los besos—, pero cada uno de ellos había parecido ardiente y prohibido. Y dulce. Y Jesse había comprado ese DVD porque le recordaba a ella, y lo había llevado siempre consigo. Verlo juntos de nuevo había sido como una explosión.

Pero ¿había servido para que Jesse recuperara el lazo afectivo que habían compartido una vez o sólo le había hecho recordar un pasado más feliz? ¿Estaba interesado en ella de verdad, o al igual que el DVD era sólo un recuerdo de un tiempo mejor?

¿Y por qué seguía ella allí, dándole falsas esperanzas a Jesse, cuando estaba claro que era Deke el dueño de su corazón? ¿Cuando añoraba los momentos de tranquilidad que pasaba con Luc? Alguien llamó a la puerta de la suite. Sin esperar una respuesta, el visitante metió la llave en la cerradura y entró en la habitación. «Ryan».

El músico les dirigió a ambos una mueca sufrida.

—Vaya, os he vuelto a pillar vestidos. Menudo par de tórtolos.

Oh, ese hombre era insufrible, pensó Kimber. Siempre decía lo que le pasaba por la mente sin importarle si sus palabras ofendían a alguien o no.

—Estábamos viendo una película —Kimber se esforzó por sonar cortés.

—Yo preferiría que empezarais a menearos para hacer una película digna de verse —dijo, dirigiéndole a Kimber una mirada lasciva.

De acuerdo, aquel tío se había ganado el puesto más alto en la lista negra de Kimber.

La irritación de la joven debió de ser evidente, pues Jesse le dirigió a Ryan una mirada de advertencia.

—A pesar de lo mucho que te gustan las películas caseras, olvídate de hacer una. ¿Qué quieres?

—Falta una hora para el concierto, tíos. Sólo vengo a recordároslo.

Jesse se miró el reloj, luego suspiró.

—De vuelta a la realidad. —Dirigió una mirada de anhelo al mini-bar—. ¿Debería beber algo antes del concierto?

«¿Beber algo antes del concierto?».

—Creo que no deberías, pero es sólo mi opinión personal.

—Es para soltarme un poco —dijo en tono defensivo.

—Tú decides, pero apuesto lo que quieras a que no lo necesitas.

Ryan se acercó al minibar y sacó un montón de botellines.

—Pareces una vieja carroza. Lo que necesitas es un buen polvo. Y no me importará ayudarte.

Antes de que Kimber pudiera despellejarlo vivo con su lengua viperina o que Jesse pudiera ponerlo en su sitio, Ryan salió de la habitación. «Bastardo».

—Lo siento —masculló Jesse.

—Echas de menos tu antigua vida —dijo ella, dándose cuenta de que era verdad.

—Necesito dejar de vivir de esta manera. No puedo seguir despertándome cada dos por tres al lado de Ryan y de una mujer cuyo nombre no conozco. Necesito que me ayudes.

Sus ojos oscuros estaban llenos de esperanza, vergüenza y cólera.

Campanas de alarma resonaron en la cabeza de Kimber. Incluso aunque ella lograra sentir algo más que pena por él, Jesse sólo la quería para que lo ayudara a salvarse. No la quería de verdad. Y ella no podía rescatar a alguien que no estaba dispuesto a rescatarse a sí mismo.

Dios, ¡qué confundida estaba! Jesse lo había sido todo para ella —o al menos, eso creía— hasta que conoció a Deke y a Luc. Hasta que perdió su corazón. Había volcado sus sueños y esperanzas en Jesse. Pero en ese momento, estaba claro que ella no encajaba allí.

—Por favor, ayúdame. —Le agarró las manos y la acercó a su cuerpo.

Kimber olía a champú de frutas y piel limpia, y ese aroma inundó las fosas nasales de Jesse cuando cubrió la boca de Kimber con la suya. Con suavidad. Como una pincelada o el aleteo de una mariposa. Dulcemente, como si estuviera espolvoreándole la boca con azúcar. Pero cuando él la urgió a separar los labios y deslizó la lengua dentro, ella saboreó el sabor acre de la desesperación e intentó apartarse.

En vez de soltarla, Jesse la apretó contra su cuerpo. Enterró los dedos en sus cabellos y se aferró a las largas hebras mientras profundizaba el beso. Kimber lo empujó con discreción. Él se resistió, ahondando el beso todavía más. Parecía querer tomar algo de ella, y lo intentaba con todas sus fuerzas. Pero él no daba nada a cambio. Pensaba que ella tenía algo que él necesitaba.

Kimber no lo tenía. No deseaba a Jesse. Su beso no la hacía derretirse ni arder de deseo.

No podía poner el corazón en ello. Jesse era un amigo, pero nada más. Y se lo diría tras el concierto.

Con rapidez, ella interrumpió el beso. Él se apartó con un suspiro de pesar.

—Será mejor que me vista —dijo con voz quebrada—. Y tú también. Ponte algo especial.

Con otra sonrisa fugaz, a medias entre la excitación y la ansiedad, Jesse pasó por su lado, se metió en su dormitorio y cerró la puerta tras de sí.

¿Qué demonios pensaba hacer ese hombre?

El rugido del estadio y los decibelios de la música habían dado a Kimber dolor de cabeza.

Llevaba más de dos horas sentada entre bastidores, observando el concierto inaugural e intentando ignorar a las groupies que perseguían servilmente a Jesse. En ese momento, estaba mirando cómo Jesse y su grupo ponían fin al concierto, tocando aquella mezcla ecléctica llena de cólera y emoción, con una pizca de clasicismo. Jesse era el cantante perfecto de mirada expresiva que no sólo se creía cada palabra que cantaba, sino que las sentía, tanto si la canción trataba de arrastrarse sobre cloacas inmundas o de vivir un amor eterno.

No dejaba de ser gracioso que se sintiera más excitada oyendo a Jesse cantar que besándole.

Odiaba admitir por qué, no quería considerar las razones por las que su cuerpo había comenzado a latir desesperadamente. O por qué tenía sueños —unos asombrosos sueños eróticos— que giraban en torno a Deke y Luc.

Kimber los echaba de menos a los dos, pero lo que realmente deseaba era poder rodear a Deke con sus brazos y curarle. Si era sincera consigo misma, también quería que él la viera como algo más que una virgen, como una mujer con la que podía reírse, sonreír, vivir… Anhelaba poder decirle que le amaba. Y con el mismo anhelo deseaba oírle decir que él también la amaba a ella.

«Eso no va a ocurrir».

Kimber aceptó los hechos con un suspiro. Su futuro, el mismo que ella había trazado, había desaparecido.

Suspirando de nuevo, observó distraídamente cómo Jesse tiraba la toalla con la que se había secado el sudor hacia el gentío, compuesto en su mayor parte por jovencitas. Algunas estaban con los pechos al aire, que oscilaban de arriba abajo mientras bailaban bajo los focos. Él sonrió y las saludó.

Dios, ella no encajaba allí. Iba a tener que decírselo. Y marcharse.

—Kimber.

Su nombre. Alguien acaba de decir su nombre. De gritarlo. Parpadeó. Jesse la miraba y le indicaba que se acercara a él.

¿Acaso quería que subiera al escenario? ¿Delante de todo el mundo?

Jesse volvió a hacerle señas con un gesto más categórico.

«¿Qué diablos…?». Con un encogimiento de hombros, se levantó de la silla y subió al escenario. Se apagaron los focos. La multitud guardó silencio.

Con el micrófono en la mano, Jesse sonrió y dijo:

—Es genial haber regresado a Houston, mi ciudad natal. —La multitud hizo una ovación cuando él pasó el brazo por los hombros de Kimber y la estrechó contra su cuerpo, besándola en la sien.

Con la cabeza dándole vueltas, Kimber miró al gentío y casi perdió el equilibrio. Si bien los brillantes focos del escenario le impedían ver al público, había visto el tamaño del recinto poco antes del comienzo del concierto y sabía que allí había miles de personas. ¿Por qué la había abrazado delante de toda esa gente? Ella no iba a cantar.

—Es el lugar perfecto —murmuró Jesse dirigiéndose a la multitud con el tono de alguien que va a contarle un secreto a un amigo—, para presentaros a mi novia de siempre, Kimber, la chica con la que voy a casarme.