Kimber se alisó una arruga de los vaqueros, se apartó el pelo por encima del hombro y luego llamó a la puerta.
Casi cinco años. Ésos eran los años que habían pasado desde que había visto en persona a Jesse McCall. Lo había visto en docenas de fotos. Habían hablado por teléfono, se habían escrito cientos de correos electrónicos. Habían compartido intimidades durante años, como lo que había supuesto para Kimber crecer sin la influencia femenina tras la muerte de su madre, o lo duro que había sido para él haber alcanzando de repente el estrellato. Los difíciles estudios de Kimber. La agenda apretada de Jesse. Los deseos de ella. Los sueños de él.
Kimber había planeado durante meses irse a vivir con él y de esa manera averiguar si podrían pasar juntos el resto de sus vidas.
Ahora, se encontraba ante su puerta llena de sentimientos encontrados, sin tener muy claro lo que le reservaba el futuro. Llevaba mucho tiempo queriendo estar con él.
Pero Deke, sus angustias y necesidades, su ansia y su rechazo, la habían cautivado.
Kimber sintió un nudo en el estómago. Intentó contenerlo, esperando volver al estado de entumecimiento en que había estado envuelta durante las últimas cuarenta y ocho horas.
«Deja la mente en blanco. Respira hondo. Tranquilízate. Pero ¿sería eso suficiente alguna vez?».
Kimber había esperado, días después de que abandonase el Este de Tejas, que Deke la llamaría para disculparse, que le rogaría que regresase, que le diría lo mucho que lamentaba haberla humillado. Dios, se había pasado las horas llorando… Jesse había sido lo último en lo que había pensado.
Pero Deke no se había puesto en contacto con ella. Sólo había habido un silencio infernal y absoluto. Luc sí había llamado para interesarse por ella, y había tratado de convencerla de que regresara. Incluso había llegado a implorar. Pero Deke no iba a rogarle que volviera. Según él, lo único que sentía por ella era algo a nivel químico. Kimber no se lo creía. Se habían acercado demasiado a nivel afectivo. Deke se comportaba de esa manera para intentar protegerla de algo que Kimber no comprendía al tiempo que se protegía a sí mismo. Después de que él le hubiera arrojado a la cara el ofrecimiento de su virginidad, anunciando que bebía los vientos por una bailarina de striptease, había sido un verdadero infierno descubrir que, en realidad, ella le amaba.
Apartó a un lado esos pensamientos y el dolor que le oprimía el pecho al oír pasos que se acercaban a la puerta. Volvió a inspirar profundamente. El bendito entumecimiento comenzó a invadirla de nuevo.
Deke esperaba que ella siguiera adelante. Y allí estaba Kimber, ante la puerta de Jesse, decidida a llevar a cabo su plan. Aún adoraba a Luc, pero tenía que superar lo de Deke y labrarse un porvenir. ¿Qué más podía hacer?
Se abrió la puerta de aquella habitación de hotel. Un desconocido con una sonrisa juvenil apareció ante ella. Pelo ondulado. Ojos azules. Habría sido un auténtico niño de papá si no fuera por el enorme tatuaje de calavera que cubría su bíceps, del lápiz de ojos negro y del aro que colgaba de su nariz.
—Hola, vengo a ver a Jesse.
El joven extendió la mano, pálida y elegante.
—Debes de ser Kimber. Yo soy Ryan. Soy el vocalista de apoyo y autor de algunas canciones.
Ella le estrechó la mano.
—Oh, sí. Jesse te ha mencionado en muchas ocasiones. Es un placer conocerte.
La mirada de Ryan vagó sobre ella con una sutil apreciación.
—A ti también te ha mencionado. Decía que eras una chica muy guapa, pero veo que se equivocaba. Te has convertido en una mujer preciosa, se va a quedar sorprendido.
Brindándole una sonrisa nerviosa, Kimber observó la estancia. Era una suite. Estaba decorada en tonos pastel con muy buen gusto, con una vista estupenda de Houston.
—Gracias, ¿está Jesse aquí?
—Está a punto de salir de la ducha. Me pidió que te recibiera ya que salió un poco tarde de los ensayos y tuvo que acudir a una entrevista inesperada en la radio. —Ryan se encogió de hombros—. Gajes del oficio.
—Por supuesto.
Kimber intentó no sentirse decepcionada ni moverse con nerviosismo. Seguramente Jesse la habría recibido personalmente si hubiera podido. Aun así, también era cierto que ella había estado esperando durante cinco años y que necesitaba con urgencia un amigo. ¿Acaso no podía esperar toda esa gente diez minutos?
—Pasa y siéntate —la invitó Ryan—. ¿Te gustaría beber algo?
Señaló el minibar medio vacío. Había desaparecido la mayor parte de los botellines de bebidas alcohólicas. El estante de refrescos estaba casi lleno.
Kimber negó con la cabeza mientras se dejaba caer sobre el sofá de color chocolate. Por un momento, se había sentido tentada de buscar consuelo en una copa de whisky, pero ya había seguido ese camino la semana pasada y lo único que había conseguido con eso era una buena resaca.
—Nada, muchas gracias.
Ryan se sentó a su lado.
—Jesse ha hablado tanto de ti que es casi como si te conociera. Siempre presume de lo amable y dulce que eres.
Kimber frunció el ceño. No era una santa. Sólo había que ver las cosas que había hecho con Deke y Luc. Mirándolo retrospectivamente, no sólo había estado con ellos para aprender para Jesse. Ni para saber si le gustaba ser compartida. Al percatarse de que su falta de experiencia era un problema y que la solución la encontraría con Deke, ella había saltado —literalmente— para ir a verle. Para satisfacer una oscura fascinación que sentía por el duro soldado desde que era lo suficientemente mayor para comprenderla y demasiado joven para satisfacerla.
—Puede que Jesse haya exagerado un poco.
—¿Quién? ¿Jesse? No. Cuenta las cosas tal como son. Créeme, nunca prodiga alabanzas a alguien que no se lo merezca.
—Ya veo. —Pero lo cierto es que no veía nada.
El Jesse que ella había conocido aquel verano especial, había sido un joven optimista que miraba el futuro con esperanza. Pero también era cierto que en los últimos años había parecido un poco más escéptico con las personas. Menos confiado. Puede que fuera una consecuencia de la fama o de tener que proteger su identidad y privacidad. Kimber suponía que todas esas cosas acabarían por afectar a cualquiera.
—Me alegra conocer a uno de los amigos de Jesse. Sé que sois íntimos amigos —le dijo, esperando descubrir exactamente qué papel jugaba Ryan en la vida de Jesse.
—Es probable que te dijera que he formado parte de la banda los últimos tres años. —Se inclinó hacia ella y clavó la mirada en sus ojos—. Lo compartimos todo.
«Incluyendo a las mujeres». Así que era con él con quien Jesse hacía los ménages. Los ojos azul claro de Ryan indicaron la importancia de la información sin decir palabra. En lo que a Jesse y a él respectaba, Kimber no tenía ni idea de su acuerdo, pero ella comprendió el mensaje implícito del joven. Y por su mirada sabía que él esperaba con ansia entrar en acción.
Era una idea inquietante. ¿Quería Jesse que ella hiciera el amor con una persona que apenas conocía y que ni siquiera estaba segura de si le gustaba? Hizo una mueca. ¿Acaso ella no era diferente de las demás mujeres para Jesse? ¿Más especial? Al menos eso era lo que siempre le había dicho.
Pero eso no era su problema. En cambio Deke y Luc… eran otra historia. La habían cautivado. Sí, pasar aquel tiempo con ellos le había mostrado de primera mano lo excitante que era ser compartida. Kimber tenía la certeza de que a Jesse le gustaba la excitación y las emociones prohibidas. Y Dios sabía que, tras aquellos días con los primos, ella lo comprendía mejor que nadie. Pero ahora, la idea de que otra persona la tocara le resultaba nauseabunda. Cuando Ryan la examinó con aquel aire especulador Kimber se apartó instintivamente y casi vomitó la comida.
Una parte de ella le gritaba que huyera. La parte más práctica, sin embargo, le recordaba que no tenía futuro con Luc y Deke. Tenía que seguir adelante. Durante años había planeado estar con Jesse. Estaba dispuesta a averiguar si aquella relación tenía futuro. Tal vez su primer amor pudiera ayudarla a recobrarse de ese último error.
—Sé a qué te refieres —murmuró ella.
La sonrisa de Ryan se desvaneció, llevándose consigo la apariencia juvenil. Arqueó una ceja.
—¿En serio?
—Puede que la última imagen que Jesse tenga de mí sea la de una chica inocente de diecisiete años, pero ya no soy tan inocente, te aseguro que he crecido.
—Y yo diría que estás más hermosa si cabe —resonó una voz desde detrás de ella.
Kimber se volvió. «¿Jesse?».
Desde donde ella estaba, podía ver que no había cambiado mucho. Alto, con el pelo oscuro, largo y suelto, de piel morena, ojos negros y un cuerpo de infarto tal como evidenciaban la camiseta negra y los vaqueros. Ése era Jesse.
Ella saltó del sofá al mismo tiempo que él se movía hacia ella.
Cuando la envolvió en aquel enorme abrazo, con sus firmes y delgados brazos, ella se hundió contra él… igual que había hecho aquel verano que habían pasado juntos. La cabeza de Kimber ya no quedaba justo bajo su barbilla, pero la besó en los labios con la misma ternura de siempre. Ella esperó, pero… ¿adónde había ido aquel temblor que siempre habían provocado sus besos? La sonrisa que él le brindó no parecía sincera.
Quizá sólo estaba cansado. Y distraído. Dios sabía lo preocupada que había estado ella desde que había abandonado a Deke y a Luc. Y habían pasado cinco años desde la última vez que había visto a Jesse. Las cosas habían cambiado. La gente cambiaba. Volverían a empezar de nuevo. Jesse y ella conectarían.
Abrigar esperanzas de que Deke la llamara, se disculpara y que le pidiera que regresara con ellos era una estupidez.
—¡Dios! —Jesse dio un paso atrás, sosteniéndola a una distancia prudencial y la miró fijamente—. Estás guapísima.
—Tú también.
Él hizo un gesto con la mano para descartar el cumplido.
—Es fácil cuando tienes un estilista, un entrenador personal, un chef bla, bla, bla. Pero siéntate. Es un placer volver a verte. —La empujó hacia el sofá y ella se sentó a su lado—. Hace un par de semanas que no sé nada de ti, ¿qué tal tu padre?
—Ya conoces al coronel. Siempre está ocupado. Siempre corriendo de un lado para otro.
Anda recorriendo el mundo. Volverá a casa la semana que viene para unas mini vacaciones. Hace más de un año que no se toma unas.
Jesse asintió con la cabeza.
—Ese hombre nunca para. ¿Te acuerdas de aquella semana que pasamos en el lago cuando tuvo que protegerme durante todo el verano?
«¿Te acuerdas de…?». Era eso lo que había hecho que Jesse y Kimber se enamoraran y hubieran comenzado a hablar sobre la posibilidad de un futuro juntos.
Nada había cambiado desde entonces. Y a la vez todo era distinto. Jesse había acabado adoptando un estilo de vida salvaje según los periódicos sensacionalistas. Y ahora, era Deke quien ocupaba los pensamientos de Kimber. Era por él por lo que sentía un constante nudo de dolor en el estómago. Allí sentada al lado de Jesse, con Ryan mirándolos, una pregunta irrumpió en su mente: ¿incluso si lograra expulsar de su corazón a Deke y a Luc, podría encajar en la vida de Jesse? Detalles tales como saber que Jesse había acabado atraído por los ménages —y con qué mujeres andaba— deberían de molestarla. Y así había sido unas semanas antes. Pero tras haber estado con Deke y con Luc, no había pensado mucho en el asunto. Ciertamente, no podía esperar que Jesse fuera célibe después de tanto tiempo sin verlo. Y ella tenía sus propios problemas.
Además, la última vez que Jesse y ella habían hablado, él le había dicho que estaba preparado para renunciar a sus días de fiestas. Más que preparado. Kimber no estaba exactamente segura de qué había querido decir con eso. ¿Se refería a los ménages? Fuera como fuese, Kimber tenía que olvidarse de Deke y Luc si quería estar con Jesse y averiguar si podían tener un futuro juntos.
—Claro que me acuerdo —murmuró ella—, tengo muy buenos recuerdos de esa semana.
—Sabes que mi intención era obligar a tu padre a tomarse unas vacaciones. —Jesse tuvo la cortesía de parecer avergonzado.
¿En serio? Ella había pensado —había esperado—, que hubiera sido una táctica para pasar más tiempo con ella.
Kimber le recordó con acritud:
—Lo único que hizo fue quejarse durante toda la semana de que la cabaña era un blanco seguro y que cualquier fanático psicópata podía dispararte con un rifle de gran potencia desde una barquita en el lago y liquidarte en el acto.
Jesse puso los ojos en blanco.
—Bueno, jamás dominó con maestría el difícil arte de relajarse.
—Pues no ha cambiado.
—¿Aún sigues preparando los exámenes de enfermería?
Ella negó con la cabeza.
—Ayer acabé el último. Una vez que obtenga los resultados, tendré que decidir dónde iré a trabajar. Tengo que considerar un par de ofertas, pero depende de si apruebo los exámenes o no.
—Seguro que lo harás. —Jesse frunció el ceño—. ¿Cuándo sabrás si has aprobado? ¿Pronto?
—En seis semanas. —Kimber se encogió de hombros—, hasta entonces no tendré los resultados.
Por un momento, atisbo en el rostro de Jesse una expresión pensativa.
—Eso nos da algo de tiempo…
Un duro y repentino golpe en la puerta sobresaltó a Kimber. Jesse y ella se volvieron hacia el sonido mientras Ryan abría la puerta de la suite. Un hombre mayor vestido con un abrigo informal de color canela y una almidonada camisa blanca entró en la estancia. Cuando se acercó a la luz, Kimber pudo observar que tenía el pelo entrecano. La papada desfiguraba un poco lo que otrora fuera el rostro de un hombre delgado.
Tenía el ceño fruncido.
—Jesse, la prensa estará aquí en una hora. No lo olvides. —Dirigió una mirada afilada al minibar medio vacío.
—Y, maldita sea, ni se te ocurra aparecer borracho. Huelen esa mierda a un kilómetro de distancia y tu reputación no es precisamente buena.
—Cal —dijo Jesse—. Mi agente. El alma de las fiestas.
Ni siquiera un sordo podría ignorar el tono sarcástico de Jesse.
Cal le respondió con un tono brusco y gruñón:
—Mi deber es mantenerte apartado de la autodestrucción. Sin mí, serías una vieja gloria del pasado.
—Gracias por los ánimos, papi.
Su agente dirigió aquella penetrante mirada azul hacia ella.
—No hemos sido presentados.
No fue un saludo cálido, pero tampoco despectivo. Kimber no sabía qué pensar de él, ya que ella también era de la opinión de que Jesse tenía que controlar más la bebida. Aunque si hubiera sido ella la que lo hubiera amonestado, lo habría hecho con más delicadeza.
Se puso en pie y le tendió la mano.
—No, no hemos sido presentados. Soy Kimber Edgington.
El inexpresivo rostro de Cal mientras le estrechaba la mano le dijo a Kimber que él jamás había oído hablar de ella. Algo extraño. Por otra parte, Jesse había contratado al veterano profesional hacía unos dieciocho meses y sabía que Jesse y Cal no eran amigos; su relación era estrictamente profesional.
—Hace años que conozco a Jesse. Somos viejos amigos.
—Y como tenemos unos días libres, Kimber y yo vamos a ponernos al día —intervino Jesse, colocándose al lado de ella y pasándole un brazo por los hombros.
—Pues recuerda cuáles son tus prioridades, Romeo. Ya tenemos de sobra con el nuevo álbum y la próxima gira —dijo Cal frunciendo el ceño.
—Ya lo sé. —Jesse empujó a Cal hacia la puerta—. Estaré abajo dentro de una hora.
Gracias por recordármelo. Ha sido un placer verte, pero adiós.
Kimber frunció el ceño.
—¿Vas a hacer una gira?
—Primero tenemos que terminar el trabajo en los estudios. Haremos una pequeña gira por Estados Unidos; sólo visitaremos diez ciudades —la tranquilizó, mientras seguía empujando a Cal—. Vendrás conmigo, ¿verdad? Dijiste que pasarías, al menos, unas semanas conmigo, ¿qué importancia tiene dónde estemos?
—Esta joven es una distracción innecesaria —dijo Cal, deteniéndose en la puerta—. No encaja con la imagen que hemos vendido a la prensa. Un niño malo con la voz de un ángel. Cosas como ésa es lo que hacen vender discos. Si sale a la luz que llevas a tu novia contigo en la gira, el álbum no se venderá.
—Como no te esfumes en los próximos diez segundos, no daré ni una sola rueda de prensa en las primeras tres ciudades.
Con el ceño fruncido, Cal salió como un ciclón, cerrando la puerta de un portazo.
Jesse se apoyó contra la puerta con un gemido.
—Tiene buenas ideas, pero es tan cuadriculado que me vuelve loco. Así que… vendrás conmigo a la gira, ¿no?
Kimber había ajustado su agenda para poder estar con él. Pero ¿una gira? La situación entre ellos era ahora un poco embarazosa. Y tener a Cal y a Ryan pululando a su alrededor no ayudaba mucho precisamente. O… ¿quizá pensaba así porque era incapaz de apartar a Deke de sus pensamientos?
¿Lamentaría él haberla rechazado e insultado? ¿La estaría echando de menos? Incluso en ese momento, Kimber ardía en deseos de coger el móvil y llamar a Luc para preguntarle por aquel militar testarudo. Pero ¿para qué? Aunque Deke la quisiera, jamás lo reconocería. Por alguna razón, ella le hacía sentir vulnerable y él no podía tolerarlo.
Y maldición, eso dolía.
Kimber se aclaró la garganta mientras intentaba ordenar las ideas.
—Antes tendré que asegurarme de que no tengo ningún otro compromiso pendiente, pero creo que podré ir.
—Genial. —Jesse se encogió de hombros y la condujo de vuelta al sofá, dejándose caer en él y colocándola a ella en su regazo.
—La verdad es que no quiero que te vayas. Llevo mucho tiempo queriendo estar contigo. Eres justo lo que necesito, nena. Sin ti a mi lado, puedo llegar a ser un chico muy malo —dijo brindándole una sonrisa capaz de iluminar un estadio.
Eso era justo lo que la prensa decía de él. Con esa atractiva apariencia acompañada de dinero y fama, Jesse había caído de lleno en el sexo, las drogas y el rock’n’roll, en ese orden. Era extraño estar sentada en su regazo, sólo podía preguntarse cuántas mujeres más habían estado sobre sus muslos y qué había pasado después. De cualquier manera, estaba claro que no la excitaba como Deke, ni la hacía sentirse cómoda como Luc.
—¿Acaso pretendes que cambie tus malas costumbres?
Él le cogió la mano y le acarició la palma con el pulgar.
—Eres una influencia positiva. Mi talismán. Mi conciencia.
«¿Qué?». La última vez que habían hablado ella no era lo suficientemente salvaje para vivir con él ¿y ahora era su conciencia?
—No frunzas el ceño —dijo él—. Es algo bueno.
Ryan miró el reloj.
—Ha llegado el momento de ir a ver a Jimmy para que dé su jodida opinión sobre las canciones del nuevo álbum.
—Jimmy es mi productor —le aclaró Jesse a Kimber—. Entretén al toro por mí, ¿vale?
Quiero estar a solas con Kimber.
La mirada de Ryan se deslizó sobre ella hasta detenerse en sus pechos. De alguna manera, se sintió tocada sin permiso. Casi violada. Sintió un escalofrío. Si era él el tercer miembro de los ménages de Jesse, y si ella iba a mantener ese tipo de relación con él, tendría que decirle que se buscara a alguien cuya mirada no le hiciera sentir la necesidad de vomitar.
—Claro —dijo Ryan—, necesito tomar un reconstituyente antes de irme. —Examinó el minibar y sacó un par de botellines de licor. Abrió uno y se lo bebió a morro en unos segundos—. ¿Quieres?
Jesse miró los botellines que Ryan tenía en las manos y luego a Kimber. Ella echó una ojeada discreta al reloj. Eran sólo las dos de la tarde y ¿ya andaban bebiendo alcohol? ¿Y a morro?
Kimber sintió la mirada de Jesse sobre ella, y cuando levantó la vista, él le dirigió a Ryan una mirada de advertencia.
—No, aún es pronto.
—Tío, siempre dices que en algún lugar del mundo ya han dado las cinco.
Con un encogimiento de hombros, Jesse frunció los labios y apartó la mirada. Luego le dirigió a una sonrisa radiante.
—¿Ves?, es Kimber. Ella tiene una influencia positiva en mi vida. ¿Te das cuenta de lo buena que eres para mí, nena?
Jesse le apretó la mano. Kimber le devolvió el apretón casi en un acto reflejo, pero las palabras de él resonaron en su mente. «¿Por qué soy buena para él?». ¿Cuándo se había convertido ella en algo bueno y ventajoso?
—No puedo esperar a conocerla mejor. —Ryan le lanzó a Kimber una sonrisa ardiente y se despidió de Jesse con una palmada en el hombro, añadiendo—: Reserva el trasero para mí.
A pesar del tono bajo de Ryan, Kimber no pudo evitar oírlo. Y se enfadó. Aquel imbécil estaba dando por sentado algo para lo que ella aún no había dado su consentimiento. Deke había sido su amante en compañía de Luc, cierto, pero había sido imposible no adorar a Luc. Era todo encanto y sofisticación. Un seductor nato, dulce y excitante. Y Deke… ella había confiado en él desde el primer momento a pesar de que podía comportarse como un auténtico bastardo y decir las cosas más horribles y maliciosas con el único fin de apartar de su lado a las personas que le amaban.
—Piérdete —Jesse le señaló a Ryan la puerta con el dedo.
El músico, con cuatro botellines en la mano y su tatuaje de calavera, abandonó la habitación unos momentos después. Kimber soltó un suspiro de alivio.
—No le hagas caso. A veces es un idiota.
Kimber no se lo discutió.
—Me ha dicho que lo compartís todo. Es el otro hombre de tus ménages, ¿no?
Jesse se removió con inquietud bajo la escrutadora mirada de Kimber.
—¿Cómo es que sabes eso?
—Cuando me dijiste que vivías de una manera poco ortodoxa que no podría soportar, leí la prensa sensacionalista, hice algunas preguntas y encontré la respuesta.
—Ah, nena. —La rodeó con sus brazos y depositó un beso amistoso en sus labios—. No haría eso contigo. Esas chicas no son importantes. Ryan y Cal pueden asegurarte que todas esas cosas que ocurren en las giras son insignificantes. Y que alguien como yo puede encontrar… aburrido. Algo tan común como cepillarse los dientes un par de veces al día.
«¿Dos veces al día?». ¿Con una desconocida? ¿Y le resultaba aburrido?
—No me mires así. No lo digo por herirte. Sólo soy honesto. Pero tú… eres importante para mí. Contigo, nunca me aburriré. He pensado mucho sobre ello, y jamás te compartiré. Eres demasiado dulce. Demasiado buena. Y quiero que sigas siendo así.
Eran unos pensamientos preciosos. Pero ella no era una santa ni nada parecido. Y ¿qué pasaría si él se aburría?
Frunciendo el ceño, Kimber se deslizó en el sofá al lado de él.
—No soy tan dulce. Y no soy totalmente inocente. Después de saber sobre tu inclinación por compartir a las mujeres, fui a ver a alguien que también lo hace. Ese hombre y su primo me han… estado enseñando.
Jesse se quedó boquiabierto.
—¿Te han estado enseñando? ¿Has permitido que te follaran…?
—No —le interrumpió—. Ya te dije que vendría a ti siendo virgen y lo sigo siendo.
Sólo porque Deke no la había aceptado. Maldición, volvía a sentir aquel dolor de estómago otra vez, y cada vez era peor. Se recostó en el respaldo, respiró hondo, pero seguía doliendo. Se suponía que el tiempo lo curaba todo, pero aquel dolor no se aliviaba ni desaparecía.
Kimber no se había ofrecido a Deke porque hubiera sentido lástima por él. Como si su virginidad fuera un premio de consuelo. La única cosa que Kimber había deseado aquella noche había sido sanarle, conectar con él. Amarle. De alguna manera, a pesar de las horribles palabras que luego le había dicho él, una parte de ella —una gran parte— había esperado que Deke aceptara su oferta y que se hubiera acostado con ella. Sospechaba que si él hubiera tomado su virginidad, habría podido ayudarlo a nivel emocional.
Pero ahora jamás lo sabría.
Jesse soltó un suspiro de alivio.
—¿Así que sólo hablaron contigo?
—Me tocaron. Y aprendí a tocarlos. —No pensaba mentir.
Lo que sí que no le diría era que estaba enamorada de otro hombre.
Una expresión feroz atravesó el rostro moreno de Jesse.
—¿Cómo te tocaron exactamente?
—De la manera necesaria para que yo comprendiera el placer que se obtiene al ser compartida y poder ofrecértelo a ti. Jamás he esperado que cambies tu sexualidad por mí. Así que intenté adaptarme.
«Y todo gracias a un fascinante y terco soldado con el que al final he acabado quemándome».
La respuesta pareció aplacarlo.
—Eso es… genial. Eres una mujer asombrosa. Pero tú no eres como una de esas putas, una de esas chicas tontas que tengo a mi alrededor todo el tiempo. Jamás he tenido intención de compartirte. Ni con Ryan ni con nadie. Si te convierto en una chica mala, ¿cómo podrías ser mi tabla de salvación?
Aunque parecía hablar medio en broma, Kimber no le veía la gracia. Tenía que conseguir que él se deshiciera de esa imagen de Virgen María que tenía de ella.
—Gracias por no querer compartirme con Ryan.
Jesse se incorporó y la atrajo hacia él.
—Eres mía, nena. Hemos pasado demasiados años manteniendo una relación a medias.
Eres la única que realmente me conoce. Eres la única que me importa lo suficiente para intentar cambiar.
—No te he pedido que cambies por mí.
—Pero yo sí quiero hacerlo por ti. Por ti, quiero ser un hombre mejor. Y lo soy cuando estoy contigo.
Sus palabras eran conmovedoras, pero estaba confundido. ¿Por qué pensaba Jesse que tenía que cambiar? ¿Desde cuándo pensaba así? ¿Y por qué la veía a ella como una meta a alcanzar?
—Quizá podamos llegar a un acuerdo. Tú intentas ser un poco mejor, y yo intento ser un poco menos inocente. Quizá resulte.
Él vaciló.
—¿A qué te refieres con eso de ser un poco menos inocente?
—No tengo pensado seguir siendo virgen toda mi vida.
¿Por qué no ofrecerle su inocencia a Jesse? Llevaba años reservándose para él. Y Deke ya la había rechazado a pesar de lo mucho que la deseaba.
Jesse no respondió de inmediato.
—Y me parece lógico, pero tengo un plan. Sólo necesito que me des un poco de tiempo. Todo irá bien, nena. Ya verás —dijo con aquella sonrisa que con tanta frecuencia brindaba a las cámaras.
No era su verdadera sonrisa. Su auténtica sonrisa, que ella recordaba de aquel verano juntos, era picara y asimétrica. Era picara y torcida. Aquélla, sin embargo, era simétrica y falsa.
Kimber frunció el ceño.
—Corta el rollo, Jesse, y dime exactamente qué plan es ése.
—No. No te lo voy a decir. Tengo que pensarlo bien. Ven a la gira y ya lo descubrirás.
—¿Cuándo nos vamos? —Tras cinco años de espera y un corazón roto, ¿por qué seguir dejando su relación en suspenso? Kimber quería seguir con su vida, hallar la manera de ser feliz de una vez.
Y olvidar a Deke. Él era parte del pasado. La había ahuyentado, así que Kimber seguiría adelante, esperando que pronto Jesse y ella encontraran el camino adecuado.
—Dentro de una semana. —Le sostuvo las manos—. Estaré encantado de tenerte conmigo y que me ayudes a mantener el control. Todo será diferente. Te sorprenderás, ya verás.
Haré que la espera merezca la pena.
—¿Dónde estás? —le preguntó su padre por teléfono esa misma noche.
Acurrucada en el sofá de la suite de Jesse mientras la banda ensayaba, Kimber sujetaba con fuerza el móvil.
—Estoy en Houston, papá. Con Jesse. Estará en Estados Unidos durante unos meses y vamos a pasar algún tiempo juntos.
Su padre guardó silencio un rato.
—¿Sabes lo que dice la prensa de él? ¿De su vida sexual?
El coronel seguía siendo su padre a pesar de que hacía ya tiempo que ella había dejado de ser una niña.
—Sí, papá. Ya hemos hablado de ello. —Era el momento de cambiar de tema antes de que él preguntara qué había querido decir con eso, antes de que le preguntara dónde (y con quién) había estado antes de ir a Houston—. ¿Dónde estás tú?
—Espero que tengas cuidado —le dijo él, ignorando la pregunta.
Eso por intentar cambiar de tema.
—Eso haré. Ahora ya soy toda una mujer.
—Sí. —Él escupió las palabras, como si odiase admitirlo—. Al volver la vista atrás, me pregunto si tus hermanos y yo no te habremos sobreprotegido después de que tu madre muriera.
¿Conoces la clase de vida que lleva alguien como Jesse?
Oh, por supuesto. Había aprendido lo suficiente de Deke y Luc, incluyendo el dolor.
—Por favor, no te preocupes. Hiciste un gran trabajo ejerciendo de padre y de madre a la vez. Logan y Hunter fueron los típicos hermanos sobreprotectores que me espantaron todas mis citas y se burlaron de mí cada vez que me maquillaba, pero, créeme, no estoy tan traumatizada. Me las arreglaré.
La risa ronca de su padre le enterneció el corazón.
—Conozco a Jesse desde hace mucho tiempo —continuó ella—. Llevamos años esperando una oportunidad. Sólo tenemos que aprovecharla.
—No te veo como seguidora de una superestrella. —El tono desaprobador de su padre no podía ser más evidente.
Kimber tampoco se veía de esa guisa, la verdad. ¿Podría vivir la vida nómada de Jesse?
¿Podría permitir las largas ausencias de él con su banda para vivir como siempre lo había hecho?
Incluso aunque él quisiera cambiar, llevaría su tiempo. ¿Y si, algún día, tras llevar años casados se daban cuenta de que aquello no funcionaba?
¿Podría ella dejar de amar a Deke? ¿De quererlo? ¿De desearlo? ¿Podría aceptar a otra persona? ¿Cómo era posible que un hombre destrozara todos sus planes en tan sólo unos días?
—No soy una groupie. Y ésta es nuestra oportunidad de conocernos bien. Deja que lo intente.
—No me gusta. Jesse solía ser un buen chico, pero por lo que he oído de él… creo que será un error.
Kimber sintió un nudo en el estómago. Su padre estaba convencido de lo que decía.
Aunque el coronel llevaba años sin ver a Jesse, sólo había oído cosas de él. No era lo mismo.
—Pues será mi error.
Su padre suspiró.
—Sí, es cierto. Pero ten cuidado, y en más de un sentido.
—¿Qué quieres decir?
—Ahora mismo voy a tomar el avión a casa desde Tailandia. Cuando llegue a Estados Unidos quiero comprobar que tus hermanos y tú estáis bien.
—¿Todavía te están amenazando?
—Sí. Me siguen enviando unos e-mails espeluznantes y me dejan mensajes amenazadores en todos lados. No sé quién es, pero va en serio. Ya sabes cómo son estos chiflados, y jamás amenazan en vano. Y éste te ha mencionado a ti, y me ha dicho que te hará daño para hacérmelo a mí. —Eso no es nada nuevo y jamás me ha ocurrido nada.
—Siempre hay una primera vez. Este psicópata parece muy tenaz, así que me sentiré mucho mejor si no vas sola a ningún lado. Recuerda tus clases de autodefensa. ¿Podría convencerte para que lleves un arma?
Un escalofrío de inquietud la atravesó, afilado como una cuchilla de afeitar e imposible de ignorar. Algunos pirados dedicaban sus vidas a esperar que sus presas se relajaran y bajaran la guardia. ¿Quién sabía cómo sería ese tío?
—No tengo permiso de armas. Pero estaré bien. Siempre estoy rodeada de gente.
Su padre gruñó al teléfono, como si quisiera decir algo más, pero supiera que sería perder el tiempo.
—Entonces, ¿vendrás a visitar a tu anciano padre cuando esté en casa?
—La gira de Jesse se detendrá en Dallas la segunda noche. Me pasaré por casa cuando estemos allí. Estoy deseando verte.
—Yo también. Cuídate, nena. Te he echado mucho de menos.
Llevaba años sin llamarla así. Hacía mucho tiempo que no se dirigía a ella con ningún término cariñoso.
—¿Me estás ocultando algo?
Él vaciló.
—No, sólo quiero que tengas cuidado.