«Tentador». Fue la primera palabra que le vino a la mente. Kimber jamás había considerado el sexo como nada del otro mundo, pero tras unos días con Deke y Luc, no podía pensar en otra cosa. En especial cuando Deke estaba ante ella con los pantalones bajados hasta los muslos y su grueso y dispuesto miembro delante de las narices.
«Qué estupidez». Fue la segunda palabra que irrumpió en su cabeza. No había ido allí para estar con él, sino para aprender cómo estar con Jesse. Pero no fue eso lo que hizo que se detuviera. Por alguna razón, Deke no quería sexo sin Luc en la habitación. Y a juzgar por la falta de sorpresa de Luc, no parecía que ésa fuera la primera vez que eso sucedía. Con lo cual, concluyó, Deke no tenía problemas con las vírgenes, si no con el sexo en general.
Kimber oyó el ruido del agua en las tuberías que indicaba que Luc se estaba duchando en el cuarto de baño, y supo que no regresaría, no con la suficiente rapidez para intervenir. Se encontraba a solas con Deke para resolver lo que parecía una situación muy espinosa. E iba a tener que improvisar.
—Inspira profundamente —le sugirió ella—. Podemos esperar a que regrese o continuar.
Tú eliges.
—No me toques ahora. Lo lamentarás si lo haces.
Escupió las palabras rechinando los dientes y Kimber le creyó. Su control pendía de un hilo. Un movimiento equivocado y lo perdería.
¿Cómo era posible que esa misma mañana ella hubiera creído que era demasiado poco femenina para excitar a Deke? Él se había apresurado a sacarla de su error, haciéndola sentir viva y femenina durante el proceso. Era asombroso cómo el paso de las horas y un poco de conversación podían cambiar la perspectiva de una persona.
Por desgracia, eso no le iba a servir de ayuda ahora.
—Tengo más autocontrol que esta mañana. Podremos resolver esto. Te diré que no si las cosas se ponen calientes.
Deke le enterró los dedos en el pelo. La indecisión y el deseo se reflejaban en su rostro tenso. Kimber sintió su áspero aliento en la mejilla.
—Gatita, ésa es una idea muy mala.
—Pues dime por qué. Quizá pueda ayudarte.
Deke cerró los puños sobre el pelo de Kimber. Frunció las cejas leonadas sobre aquellos ojos tan azules que en ese momento parecían casi negros. Parecía torturado física y mentalmente.
—A pesar de lo cabrón que he sido contigo, aún quieres ayudarme. Sí fuera un hombre mejor… —se detuvo, al parecer no quería terminar ese pensamiento—. No puedes ayudarme, gatita. Cavé mi propia tumba hace doce años.
Y se había enterrado emocionalmente desde entonces. Deke no lo dijo, pero tampoco hacía falta. Hubiera apostado lo que fuera a que no quería correrse sin Luc en la habitación por la misma razón que compartía a las mujeres. Algo le había ocurrido cuando era adolescente, algo que lo había cambiado todo.
—Dime qué ocurrió.
Él se rió y la miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Hablar del pasado no va a cambiar las cosas.
—¿Por qué no? He pasado algún tiempo a solas con Luc, y también me gustaría pasarlo contigo, sólo contigo. Pero eso, lo que sea, se interpone entre nosotros.
—Y siempre será así. Si un pequeño ejército de terapeutas no pudo solucionar el problema, que te sientes en mi regazo y me escuches hablar de mi pasado no va a arreglar las cosas. Lo único que conseguirás con eso es que me sienta tentado a hundirme en tu dulce sexo, pero no resucitará a los muertos.
Ella no comprendió la última frase del todo, pero sabía que de alguna manera, sexo y muerte estaban relacionados para él, y Deke se sentía responsable de algo parecido a alguna tragedia griega. Luc era su apoyo y su perro guardián desde entonces.
Con una maldición, Deke se metió el pene en los vaqueros y se subió bruscamente la cremallera. Luego se dirigió a la puerta.
—¡Alto! —gritó Kimber, sin saber aún qué diría, qué podía decir.
Por un momento, habría pensado que él no se detendría. Pero Deke se giró hacia ella.
—¿Qué? —Apenas fue un susurro, como si los gritos de los últimos minutos no hubieran existido.
Kimber sostuvo su mirada atormentada. La pena y la culpa asomaban en el rostro de Deke, en una imagen de total sufrimiento. Parecía necesitar alguien a quien cuidar, a quien abrazar.
Alguien que le diera una segunda oportunidad.
Ella tragó saliva, pero no apartó los ojos de él mientras lo inmovilizaba con una mirada solemne y se tumbaba de espaldas en el suelo. Se levantó la falda y abrió ligeramente las piernas, luego subió la mano por el abdomen hasta uno de los senos.
Aquellos ojos azules volvieron a la vida, y Kimber sonrió.
—Haz el amor conmigo.
«Cuatro palabras». Eso era todo lo que hacía falta para que Kimber envolviera su miembro y apretara. Había hecho lo mismo con los lóbregos sentimientos contra los que había estado luchado toda la tarde.
—En realidad, no quieres eso. —No se le ocurría un mejor argumento para no tomar lo que le ofrecía. Se había arrojado a sus pies, desnuda, exuberante, preciosa. Sólo Dios sabía lo dispuesto que estaba él a darle hasta el último aliento con tal de poseerla.
—Sí, lo quiero —murmuró ella.
—No seré tierno.
La sonrisa de Kimber decía que lo entendía.
—No estoy hecha de cristal.
Deke negó con la cabeza.
—Querías reservarte para Jesse.
—Quería ofrecerle mi virginidad a alguien a quien le importara.
—¿Qué te hace pensar que a mí sí me importa? —dijo Deke intentando sonar sarcástico y despectivo.
—Cosas que me has dicho. —Le cogió de la mano y comenzó a tirar de él hacia ella—. O, ahora mismo, tu mirada.
Cerrando los ojos, Deke intentó dejar la expresión neutra, dejando fuera de su vista cada centímetro desnudo de la piel de Kimber. Pero ella tiró con fuerza de él, y la imagen de su cuerpo desnudo regresó a su mente, una y otra vez, grabándosele a fuego en el cerebro. Maldita sea, no sólo era su cuerpo lo que le ponía duro. Si era sincero consigo mismo tenía que reconocer que aquella naturalidad con que ella excitaba su sexo y conmovía su corazón, lo volvía salvaje.
—Estás alucinando.
—Y tú mintiendo —susurró ella.
Él le dirigió una mirada airada.
—¿Por qué demonios te ofreces a mí?
—Quiero ayudarte.
—No quiero tu compasión —gruñó él.
La mirada de Kimber le hizo arder cuando se deslizó por su cuerpo antes de acabar clavada en sus ojos.
—No te compadezco. Sólo quiero que te sientas bien, pero reconozco que no estoy siendo totalmente altruista. Tú me haces sentir femenina, una mujer de verdad. Cuando estoy contigo, no me siento poco femenina, ni torpe ni inexperta. Me siento… deseada. Querida. Y deseo más.
Creo que siempre he querido más de ti.
«Oh, demonios». Él habría podido rechazarla cuando había creído que le ofrecía su virginidad como una especie de curalotodo para sus carencias emocionales. Pero rechazándola ahora, le haría daño. Se aprovecharía de las inseguridades de Kimber para ocultar las suyas.
¿Pero acaso no era mejor herir sus sentimientos, a infringirle un daño físico permanente o… algo peor?
¿O, por el contrario, debería correr el riesgo? Kimber era mucho más fuerte que Heather.
—Deke, cariño, no intentes protegerme. Soy una adulta, y sé lo que quiero. A ti. —Le apretó la mano—. Simplemente, déjame disfrutar.
Puede que ella pensara así, pero estaba equivocada. Maldita sea, no debería ceder.
Al final, Deke se dejó caer de rodillas entre las piernas abiertas de Kimber. Rebuscó frenéticamente en los bolsillos, en la cartera, rogando… ¡sí! Un condón. Uno lubricado. Con un suspiro entrecortado, lo tiró sobre la mesita.
—Prepárate.
Ella sonrió.
—Gracias a Dios.
Él asintió débilmente con la cabeza y luego se quitó la camisa.
Kimber deslizó los dedos con ansia por el abdomen de Deke. Una serie de estremecimientos le recorrieron el vientre, la espalda, la polla. Gimió. Su erección, tan condenadamente dura en ese momento, podría taladrar el metal. ¿Le quedaría realmente algo de sangre en el cerebro? Estaba convencido de que toda se le había concentrado en el pene.
Se bajó la cremallera de un tirón y liberó la erección de su confinamiento. Se sumergió en el paraíso que eran las manos de Kimber.
Ella lo acarició suavemente, provocándolo. Él no necesitaba más persuasión… ni deseo.
Tenía que detener eso de alguna manera. Pero con la sangre hirviendo y el sentido común cegado por el deseo que dominaba sus sentidos, Deke no tenía ni idea de cómo impedir algo que anhelaba tanto.
Le tembló la mano cuando se bajó los pantalones hasta las caderas.
Cubrió a Kimber con su cuerpo y capturó su boca con un beso devorador, entre jadeos entrecortados y gemidos. Kimber le dio la bienvenida, le rodeó el cuello con los brazos y le acarició la espalda y los hombros, arqueando las caderas hacia él.
El condón estaba a sólo medio metro. Podía abrirlo, ponérselo, penetrarla… y verse envuelto por su dulce calidez; poseería una parte de ella que ningún hombre tendría jamás.
Sólo de pensarlo, se le contrajo el vientre de pura ansia voraz.
«Detente. ¡Detente ya!».
Deke interrumpió el beso y gimió al sentir la ansiosa boca de Kimber abriéndose paso hasta el hueco del cuello.
De alguna manera, consiguió bajar las manos y apretar su pene contra los húmedos y cálidos pliegues prohibidos de su sexo. Maldición, estaba mojada. Y muy caliente. Tan caliente que estaba a punto de hacerlo estallar en llamas. Y cuando Kimber se contoneó contra él…
¡Dios!
—Detenme —la voz de Deke sonó ronca y grave.
Todo lo que ella hizo fue sonreír y alzó las piernas, ciñéndolas en torno a sus caderas.
Deke comenzó a sudar por todo el cuerpo; la frente, la espalda, el pecho se le humedecieron. Kimber lo estaba matando lentamente, tentándole con todo lo que él quería y no debería tomar.
Incapaz de detenerse, se frotó contra ella, rozándole el clítoris con su longitud. El jadeo de Kimber fue directo a su miembro. No hacía falta tener mucha imaginación para imaginar a Kimber rodeándole con las piernas, arañándole la espalda, mientras la penetraba profundamente, sumergiéndose en su calor.
Deke tragó aire, luchando contra la visión. ¿Qué demonios le sucedía? En doce años, jamás se había sentido seriamente tentado de follar a una mujer él solo, ni en su sexo. Jamás había mantenido relaciones sexuales sin protección. Bueno, tenía el condón a medio metro, pero en ese momento, le suponía un esfuerzo hercúleo cogerlo y ponérselo.
Por no decir que necesitaría mucho más que ese esfuerzo y el doble de la fuerza de voluntad que tenía, levantarse y marcharse de allí.
¿Dónde demonios estaba Luc? Apoyándose en los brazos, bajó la mirada a una Kimber ruborizada que le daba la bienvenida. Estaba en graves problemas. Y sospechaba que si Luc estuviera allí, él sólo lo animaría a cometer una estupidez. «Algo inconcebible».
Apretando los dientes, retrocedió y cogió el condón. Ya estaba en el infierno. No merecía ni a Kimber ni a su inocencia. Pero allí estaba ella, yaciendo delante de él, y tenía que penetrarla —en algún lugar, como fuera— ya.
Pero si le arrebataba la virginidad, por mucho que ella lo deseara en ese momento, ¿no le arruinaría la vida?
Comenzó a ponerse el condón y volvió a mirar la dulce cara femenina. Kimber no tenía miedo, pero debería tenerlo. El control de Deke pendía de un hilo mientras le sujetaba las corvas y le echaba las piernas hacia atrás, levantándole las caderas.
La ardiente mirada masculina vagó por los pechos y los pezones hinchados de Kimber, por la suave piel de su vientre, por la carne roja y excitada de su sexo, por la fruncida piel recubierta de lubricante que protegía su ano, tanto más visible cuanto más le echaba las piernas hacia atrás.
—¿Deke? —dijo Luc desde la puerta.
Su primo le estaba preguntando qué pensaba hacer. Deke giró apenas la cabeza para buscar y sostener la negra mirada de Luc. ¿Qué coño podía decirle? ¿Que estaba muy tentado de romper todas las reglas? Kimber no era una mujer más. Si la poseía en ese momento, no pertenecería a ningún otro hombre, no habría nadie más que se responsabilizara si algo salía mal.
Al menos en ese momento, ella le pertenecía. Sólo a él.
—Yo me he ofrecido —aclaró Kimber suavemente—. Le he pedido que haga el amor conmigo. Quiero que sea el primero.
La sonrisa de Luc era condenadamente cegadora cuando entró en la estancia, se sentó en el sofá y agarró la mano de Kimber.
—Un precioso regalo. No sé si Deke te lo habrá dicho, pero se siente honrado y excitado.
Deke le dirigió a su primo una mirada aviesa.
—No he aceptado.
Arqueando la ceja, Luc miró la postura en que se encontraban, la manera en que Kimber se abría, dándole la bienvenida a la polla de Deke que se erguía preparada hacia su sexo.
Deke soltó un suspiro tembloroso. De hecho, tampoco había rechazado la oferta de Kimber.
Tenía que hacer algo. «Ya». La necesidad que burbujeaba en su vientre estaba a punto de estallar. Un fiero deseo le recorrió el cuerpo que parecía haber descargado un torrente de adrenalina directamente a su pene. Tenía tal opresión en el pecho que le costaba trabajo respirar.
Intentando desterrar todas las voces, dudas y miedos que tenía en la cabeza, Deke cogió su miembro con la mano y se acercó más, cerrando los ojos.
«Suya». Kimber podía ser suya. En diez segundos.
Deke vaciló. Tragó saliva mientras pensaba a toda velocidad.
¿Y luego qué? ¿Una vez que la hubiera reclamado y tomado, qué ocurriría? Y si… No, ni siquiera podía pensarlo.
—¡Maldita sea! —gruñó.
Volvió a colocarla en la posición anterior, subiéndole las piernas de tal manera que ahora descansaban sobre sus hombros, se ubicó y comenzó a empujar…
En su ano.
Kimber soltó un grito ahogado de sorpresa y agrandó los ojos color avellana.
—¿Deke?
—¿Qué diablos haces? —gritó Luc.
Cada vez más tenso con cada centímetro que empujaba dentro del pasaje apretado de Kimber, con los tendones del cuello sobresaliendo, los músculos de los brazos temblando, asaltado por las asombrosas sensaciones de ser envuelto lentamente por la carne lubricada y apretada de Kimber, Deke apenas podía pronunciar una palabra.
—Estoy follándola por el culo. Estoy salvándole la vida.
Luc lo miró como si quisiera golpearle aunque no lo hizo. «Aquello también era jodidamente bueno». Cuanto más penetraba en el cuerpo de Kimber, más se le obnubilaba la mente. ¿Era un gong lo que sonaba a la par que su corazón? Kimber era como un puño caliente en torno a su polla, un puño cada vez más cerrado alrededor de su miembro.
—¡Deke! —gritó ella.
—Casi estoy dentro.
El sudor cubría ahora el cuerpo de Deke. El deseo de bombearla con un ritmo infernal durante mucho tiempo avasalló a Deke. Se contuvo, decidido a proceder con lentitud y disfrutar del paraíso que era estar dentro de Kimber.
Ella respiraba de manera entrecortada.
—Detente. No puedo tomar más.
—Por favor. Por favor, gatita. ¡Oh, Dios! —Se moriría si no podía hundirse por completo en ella.
Pero al ver que Kimber cerraba los ojos y hacia una mueca, se retiró un poco. Antes de que pudiera retirarse del todo, ella estiró las manos y lo agarró por los hombros. Bajando las piernas, ella se arqueó y se contorsionó. Incapaz de resistirse a cualquier cálida promesa de Kimber, Deke empujó con fuerza.
Se deslizó por completo en ella con un gemido largo y ronco.
—Gatita, sí. Ya está. Tómame. Toma todo lo que tengo para ti.
La cabeza de Kimber cayó hacia atrás con un quejido, su pelo castaño rojizo se extendió a su alrededor. Maldición, ella parecía una diosa tentadora y ardiente, una sirena atrayéndolo hacia el desastre, pero a él, realmente, le daba igual. Al menos moriría feliz, porque tras bombear en ella un par de veces, Deke se dio cuenta de que poseerla era una de las mejores experiencias de su vida. Entonces Kimber comenzó a juguetear con sus pezones y murmuró:
—Te siento en mi interior, tan duro. Sí. Oh… es como si fueras a romperme en dos. Pero ese dolor es… guau. —Kimber jadeó cuando él volvió a penetrarla violentamente—. Me haces sentir viva.
Fue decir eso y que él perdiera el control. Deke comenzó a bombear en ella como si fuera un salvaje, deleitándose con la dureza de su propio cuerpo, con la flexibilidad del de ella, con esos gemidos que Kimber emitía cada vez que él se hundía en su interior más y más profundamente.
El deseo de correrse comenzó a vibrar en sus testículos. Santo Dios… él jamás había llegado al clímax con tal rapidez. Estaba orgulloso de aguantar veinte minutos o más, con Kimber no podía eludir el inevitable final tras sólo tres minutos.
La sangre siguió bajando rauda, inundándole la polla y aumentando su sensibilidad.
—Deke —imploró ella—, ponte de rodillas. Necesito sentir tus caricias…
«¿Qué?». Él no podía procesar las palabras de Kimber por los estremecimientos de placer que le bajaban por la espalda y el rugido ensordecedor que sentía en los oídos. La inminente pérdida de control era dulce y tan intensa que le estallaría la cabeza.
—Por favor —imploró de nuevo.
—Retírate y ponte de rodillas —ordenó Luc—. Arrodíllate y levanta sus caderas hacia ti.
Las palabras por fin llegaron a su mente. Se cambió de posición, negándose a perder el contacto.
—Luc. —Kimber lo miró, cogiéndose los pezones entre los dedos para tirar de ellos.
«Oh, maldición». Verla acariciarse los pezones lo llevó más cerca del clímax, a un lugar donde era la necesidad quien decretaba cada envite.
Su primo se deslizó de rodillas en el suelo, al lado de ellos y ahuecó los pechos de Kimber con la palma de la mano, pellizcándole los pezones duros, rojos y apetecibles. Deke deseó inclinarse y succionarlos, pero no podía, no si quería seguir poseyéndola. Y tenía que seguir.
Kimber era adictiva. Conociendo de primera mano lo celestial que era estar dentro de su culo, si volvía a ofrecerle su vagina, la poseería. Sin mediar palabra. Sin vacilaciones. Penetraría esos dulces y apretados pliegues y la reclamaría para él.
Luc se inclinó y succionó un pezón, y luego se dedicó al otro. Al mismo tiempo bajó la mano y mientras masajeaba la dura protuberancia de su clítoris le hundió un par de dedos en la vagina.
—¡Sí! —gritó ella.
Al instante, Deke sintió cómo se apretaba en torno a él, como comenzaba a latir. Oh, mierda, no iba a poder contenerse mucho más, ni siquiera por dos segundos.
—Ahora, Deke. ¡Ahora! ¡Fóllame!
El hombre salvaje que habitaba en su interior se liberó y acabó con la última brizna de control. Clavándole los dedos en las caderas arremetió contra ella con un envite tras otro. Su polla se estremeció. Kimber gimió. Él intentó contenerse ante los ondeantes pulsos del cuerpo de Kimber, ante la palpitante estrechez de su pasaje.
Kimber gritó, y su cuerpo se convulsionó. Luego, con un rugido, Deke se sumergió en ella una última vez y alcanzó el orgasmo, estallando en un millón de pedazos mientras comenzaba a volar. Vio todo blanco… y la cara ruborizada de Kimber que gritaba extasiada.
A Deke la pareció que la eyaculación duraba eternamente, que el placer se multiplicaba hasta el infinito. Nunca había sido así. Se sentía como si flotara, como si aquellos eternos momentos de éxtasis fueran a durar para siempre con solo quedarse dentro de ella. Sin soltarla jamás. Pero la realidad se entrometió con rapidez.
Deke se retiró lentamente, y en el momento que lo hizo, sintió un vacío en su interior, instándolo a penetrarla de nuevo, a hundirse en aquel cuerpo y a no salir jamás. Kimber era todo lo que necesitaba.
«Tómala. Reclámala. Quédatela».
¿Y luego qué? Ya había visto las consecuencias de un acto así. Lo había vivido. Y todavía tenía pesadillas por ello.
Con un estremecimiento, Deke retrocedió y se quitó el condón.
Cometió el error de mirar el rostro de Kimber. Ella le brindó una sonrisa vacilante que le encogió el corazón. Sandeces. Ella sólo quería saber si él estaba bien, si había estremecido su mundo.
No a lo primero y, absolutamente, sí a lo segundo.
Y si se quedaba con ella una hora más, Kimber ya no sonreiría. Estaría jodida… literalmente.
Ahora que había estado dentro de ella, mantenerse apartado de su sexo no iba a ser una opción. Si Kimber permanecía allí una hora más, acabaría tumbada sobre sus espaldas, con el miembro de Deke profundamente enterrado en su interior. Y eso sería un gran error.
Tener sexo con una virgen, incluso una tanta práctica como Kimber, conducía por lo general a una imagen de encaje blanco y toallas a juego con monograma. Conllevaba pena, dolor y sufrimiento. Pero ella no tenía manera de saberlo. Se había ofrecido a él de manera espontánea, y, de repente, tuvo un horrible presentimiento: ella sentía algo por él, quizá incluso creía que lo amaba. Probablemente pensaba que podía «curarle». Imposible. Deke no estaba preparado para proporcionarle el final feliz que ella merecía.
Deke suspiró. Dios, se sintió como si tuviera mil años cuando se puso en pie y se subió los pantalones de golpe. Aquello era la única arma que tema para asegurarse de que no le arruinaría la vida. Miró a su primo.
—Kimber es una auténtica tigresa, capaz de satisfacer a dos hombres sin apenas despeinarse. ¿Quién podía imaginar que bajo esa virginal fachada acechaba una mujer tan apasionada?
Kimber se puso rígida y se lo quedó mirando como si Deke se hubiera transformado en un alienígena con tres cabezas.
Luc frunció el ceño.
—Vigila tus palabras.
Oh, por supuesto que lo haría. Utilizaría las más crueles de su repertorio. Kimber no podía quedarse allí de ningún modo. No si quería seguir siendo virgen.
—Oh, no es mi intención ofenderte, gatita. Te agradezco que me ofrecieras tu virginidad, pero deberías reservarla para alguien a quien de veras le importes. Como sabes, no eres exactamente mi tipo.
Kimber parpadeó, intentando comprenderlo.
—Dijiste que me deseabas. Que me deseabas mucho.
Deke se encogió de hombros.
—Sí, pero ya he saciado mi deseo. He estado en tu boca, en tu culo. Te he comido el coño, te lo he penetrado con los dedos. Puedo vivir sin follarlo.
Dios, ¿había dicho alguna vez una mentira más grande?
El dolor asomó a los ojos de Kimber cuando recogió las ropas y se cubrió de las miradas masculinas. Esa expresión tormentosa provocó un enorme agujero en el pecho de Deke.
¡Maldición! Pero Kimber aún tenía que hacer las maletas, y él necesitaba que las hiciera ya.
—Sé que te dijimos que te quedaras con nosotros durante dos semanas, pero creo que ya estás preparada para cualquier cosa que Jesse quiera hacer contigo. Quiero decir que si lo que quieres es perfeccionar tus mamadas puedes quedarte para que nos corramos en tu boca más veces. O si lo que quieres es tener el culo más dilatado para aceptar una polla con más facilidad, podemos ayudarte. Pero si no…, no entiendo por qué deberías quedarte.
—¿Porque es hermosa y especial, y no otro simple cuerpo caliente? —gruñó Luc.
Deke les dirigió una mirada frívola.
—Claro. Por supuesto. Sólo pensé que ya habíamos conseguido nuestro propósito, al menos por mi parte. Creí que el sentimiento era mutuo.
—¿Mutuo? —Kimber se quedó boquiabierta—. ¡Si acabo de ofrecerte mi virginidad! Y dijiste que penetrar en mí sería como estar en el cielo.
—Algo que sólo demuestra tu inocencia. Cualquier tío con una erección como la que yo tenía hubiera dicho eso. —Deke se encogió de hombros—. Supongo que consideras que esa virginidad tuya es una especie de premio gordo, y estoy seguro de que así será para Jesse. A mí no me gusta desvirgar a nadie. Es sucio, y siempre hay dolor, pero no la clase de dolor placentero.
Las vírgenes no hacen más que quejarse y luego no suelen querer repetir, así que tienes que conformarte con su boca o su culo, hasta que también se quejan de eso…
—¡Cierra esa jodida boca! —Luc le agarró el brazo y se lo apretó. Parecía a punto de pegarle un puñetazo, y Deke acogió de buena gana la idea.
Se liberó con facilidad del agarre de su primo y observó cómo Kimber se ponía la ropa con la rapidez de alguien que trataba de escapar de un incendio.
—¿Es eso todo lo que soy para ti? ¿Cuándo me miras, sólo ves a una virgen?
—¿Ahora mismo? Sí. Ya he poseído las demás partes de ti. ¿Qué más me queda?
Kimber cerró los puños a los costados y se sonrojó llena de incredulidad.
—¿Qué ha sucedido con aquello de que lo importante de una mujer son sus impulsos, sus deseos y los fluidos sexuales que emanan de ella?
Él extendió la mano para acariciarle, para tocarla, y no se sorprendió cuando ella se echó hacia atrás de un salto.
—No eres tonta. Sabes que me excitas. Pero en lo más profundo de tu ser eres demasiado inocente.
—Dices eso como si fuera algo malo.
—Me gustan las mujeres más provocativas —dijo en tono de disculpa—. Llevo un tiempo tras una stripper. Pregúntale a Luc, la conoce. Tiene unas tetas enormes. Ah… y usa ligueros. Es una tía muy sexy…
—Y tú no estás interesado en enseñarme más.
—¿Qué crees que te falta por saber? ¿Qué más quieres que te enseñemos?
Deke la observó mientras el rostro femenino reflejaba los pensamientos que le cruzaban por la mente, como si estuviera buscando algo que decir, algo con que hacerle tragar sus palabras.
Al final, Kimber soltó un suspiro.
—Estás intentando ahuyentarme porque te da miedo mi virginidad.
—¿Por qué? No va a perseguirme para morderme.
—Me estaba refiriendo a las emociones que te provoca —escupió ella—. ¿He dado en el clavo?
Luc se acercó a ella en silencio y le pasó el brazo por los hombros.
—Tienes razón, cariño. Es un asno y sería mucho mejor para todos que se callara de una vez.
—Escuchad los dos. Estoy siendo sincero. —Se volvió hacia Luc—. ¿Acaso no andaba detrás de Alyssa antes de que viniera Kimber?
—Aquí entre nosotros, a Alyssa no le gustas. Y a mí no me gusta ella.
—Contigo fuera de juego, Alyssa se fijará en mí. —Intentó brindarles una sonrisa radiante, lo que le resultó muy difícil cuando vio la expresión desolada de Kimber—. He oído que tiene el sexo rasurado. ¿Te imaginas?
Kimber se estremeció, las lágrimas le anegaron los ojos, amenazando con derramarse.
Aunque él era el causante, no podía soportar verlas.
Se dio la vuelta para ahuecar los cojines del sofá, y se quedó sorprendido cuando Kimber le golpeó en el hombro. La miró y ella le dio un bofetón. Muy fuerte.
—Si todo eso que has dicho es cierto, eres un gilipollas de primera y yo desearía no haber venido nunca aquí. Si lo dices porque no eres capaz de permitir que se derrita ese sufrido corazón de hielo que tienes, no sólo eres un gilipollas, además eres un cobarde. A menos que logres superar el pasado, estarás solo el resto de tu vida, porque, algún día, Luc conocerá a una buena mujer, se casará con ella, y te abandonará para que te pudras solo en el infierno. Disfruta de tu sufrimiento, te lo tienes bien merecido.
Se dio la vuelta y se marchó. Victoria. Deke jamás se había sentido más miserable.
—Kimber —la llamó Luc corriendo tras la rizada melena de cabello castaño rojizo que caía sobre su espalda—. ¡Cariño!
Pero ella no vaciló; ni siquiera se detuvo. Salió de la guarida, cruzó la casa hasta la habitación de Luc y luego cerró la puerta de un portazo.
Deke se sobresaltó ante el sonido retumbante de la puerta, que rompió la tensa quietud.
—Estúpido hijo de perra —gruñó Luc—. Espero que estés satisfecho.
—No —dijo Deke duramente—. Pero es lo mejor.
—¿Para quién? ¡No para mí, desde luego! —dijo señalándose el pecho—. Kimber es lo mejor que nos ha ocurrido, y tú lo has jodido todo. ¿Y por qué? Porque la quieres y no quieres arriesgarte a descubrir a otra Heather. Kimber tiene razón, eres un cobarde.
Luc salió enfurecido de la estancia dirigiéndose a grandes zancadas hacia la habitación que compartía con Kimber.
Deke agachó la cabeza. Era un cobarde. Y odiaba serlo. Había llevado a cabo misiones por todo el planeta, asesinando generales hambrientos de poder en agujeros de mierda del tercer mundo, rescatando rehenes de terroristas fanáticos, desactivando bombas en el último segundo.
Y Kimber lo asustaba mucho más que todo eso.
—No, cariño. Por favor. No te vayas. —Oyó las palabras de súplica de Luc—. Deke es sólo un asno. Quédate conmigo. Te quiero. Yo…
—Luc, no funcionaría. Tengo que irme…
Las lágrimas presentes en su voz retorcieron las entrañas de Deke cuando oyó que ella recogía las llaves del coche del platito del vestíbulo y se dirigía a la puerta principal. Se dirigió a la esquina del vestíbulo y miró a escondidas.
—No te vayas —intentaba convencerla suavemente Luc.
—Explícame por qué está haciendo esto. —Se enjugó las lágrimas de las mejillas—. ¿Por qué siempre me presiona tanto? ¿Qué le pasa?
Deke se puso tenso. Maldición, esperaba que Luc no se pusiera a contar todos sus secretos para tranquilizar a Kimber y conseguir que se quedara. Entonces ella lo vería como el monstruo que era…
—Es un secreto de Deke, y sólo a él le corresponde contarlo —dijo Luc a regañadientes.
—Entonces no puedo quedarme —dijo Kimber, cruzando la puerta.
Luc la agarró del brazo.
—No te vayas. Por favor. Ignórale. Quédate conmigo.
—Deke no me quiere aquí. Ha sido evidente desde el principio, y no debería haberle impuesto mi presencia. He aprendido la lección. —Kimber le acarició el brazo, se puso de puntillas para besarle en la mejilla—. Gracias por todo lo que has hecho. Creo que sé lo suficiente para complacer a Jesse, y ése era el objetivo.
—Es una estrella del pop con una vida nómada y una reputación escandalosa. Tú eres la clase de chica que se merece tener una casa y amor. Estoy preocupado por ti y quiero…
Kimber interrumpió las palabras con un suave beso. Deke casi pudo saborear su pena y su dolor mientras los observaba. Luego ella contuvo un suspiro tembloroso.
—Luc, tengo que irme. A mí también me importas, pero no puedo quedarme. Me hace demasiado daño.
«Oh, maldición».
Kimber abrió la puerta y se volvió antes de salir. La mirada de ella se clavó en la de él y Deke se sintió como si un ariete le aplastara el pecho. Le ardía la mejilla donde ella lo había abofeteado, él último lugar donde lo había tocado. Ya no volvería a tocarlo más. Maldición, aquello no podía doler más.
Kimber no dijo una sola palabra. Sólo negó con la cabeza y salió, cerrando la puerta de un portazo.
A Deke le fallaron las rodillas y tuvo que apoyarse contra la pared, cerrando los ojos ante el infierno que se cernía sobre él.
Luc maldijo suavemente, una palabrota que Deke dudaba que su primo hubiera pronunciado en su vida.
No cabía duda de que se encontraba en graves problemas. Luc tenía derecho a estar enfadado y Kimber tenía derecho a odiarle.
Pero no podría odiarle más de lo que se odiaba a sí mismo.