—Quiero hablar contigo —le dijo Kimber a Deke a la mañana siguiente mientras se sentaba ante la mesa de la cocina donde él estaba tomando un café.
Le sentaban bien aquellos pantalones cortos de algodón y el top. Su mirada furiosa, sin embargo, era otra historia.
—Luc está dormido —continuó ella—. Así que no puede hacerse una «idea equivocada». Y no puedo esperar a decirte esto.
Deke se puso tenso. Estaba buscando pelea, pura y dura.
—No tengo ganas de hablar.
—Vale, entonces escucha.
El que Kimber hablara con tanta dureza no presagiaba nada bueno. Pero esa mañana, había en su tono de voz un ligero temblor. No era de sorprender, ya que el día anterior se había comportado con ella como un auténtico bellaco.
Pero o guardaba las distancias o se la tiraba. Sabía que ella quería mantenerlo a distancia, no entre sus muslos. Chica lista. Él se podría pasar toda la vida follándola.
—Tienes tres minutos.
—No me hace falta tanto. —Ahora sonaba cabreada, lo que era todavía mejor. Así podría controlarse. Además, si estaba enfadada, es que estaba bien. Era la vulnerabilidad de Kimber lo que no podía soportar.
Aquellas lágrimas la noche anterior… Dios, escucharla llorar en los brazos de Luc casi había acabado con él. Luc la había tranquilizado, susurrándole al oído. Pero esos suaves sollozos y jadeos temblorosos casi habían minado la determinación de Deke. Quería ser él quien la consolara. Si la hubiera abrazado, si la hubiera acariciado la noche anterior, hubiera acabado haciendo el amor con ella. No la hubiera follado, no. Habría sido un suave y dulce acto de amor para tranquilizarla. Lo que hubiera creado un lazo afectivo entre ellos.
Había resistido por el bien de Kimber y su propia cordura.
Primero celos y ahora eso. ¿Qué demonios le pasaba?
Kimber inspiró con fuerza.
—Después de lo que ocurrió ayer por la mañana y luego por la noche, no puedo quedarme.
Tú no me quieres aquí, y no hace falta que me expliques por qué. Gracias por la ayuda. Recogeré mis cosas y me iré a las diez.
«¿Qué demon…? ¿Se iba a marchar?». Sus palabras deberían haber sido un alivio, pero Kimber era una luchadora. ¿Por qué cedía de repente y se retiraba? ¿Y por qué el mero pensamiento de dejarla marchar era como una cuchillada en su corazón?
Kimber le dio la espalda. Incluso así, no pudo evitar ver la expresión vulnerable de su rostro cuando se levantó y cruzó la cocina para regresar a la habitación. Podía dejar que se marchara, debería de dejar que se fuera… «¿Podía? ¿Debería?».
Deke se puso en pie y se apresuró a cortarle el paso.
—Así que sabes por qué no quiero que estés aquí. ¿Y qué es lo que crees saber?
Kimber frunció el ceño con incredulidad.
—Sé lo que los hombres han dicho de mí desde que pasé por la pubertad. Es raro que me maquille y nunca me pongo vestidos. Odio el encaje y nunca creeré que los pantys sean un gran invento digan lo que digan. Jamás dominaré el arte de reír tontamente o pestañear. Me gusta pescar, odio cocinar y puedo beberme un pack de seis cervezas en menos de cuatro minutos si alguien me desafía a hacerlo. —Alzó la cabeza, luchando contra las lágrimas y Deke vio en su expresión cuánto le molestaba eso—. Soy muy poco femenina. Y sé que muchos hombres, entre los que te incluyo, piensan que soy un fenómeno de feria.
Estaba tan completamente equivocada que Deke apenas podía asimilar lo que decía.
—¿Piensas que no me siento atraído por ti?
La expresión de Kimber le hubiera hecho reír si el tema no hubiera sido tan serio.
—Cuando aparecí por aquí con tacones y encajes, tú me deseabas. Pero luego me viste sin ropa, y, como en el instituto, pensaste lo mismo que los demás hombres. Se te quitaron las ganas, así que me dijiste que te dejara en paz a menos que estuviéramos en la cama. Que allí sí tenías intención de cumplir tu palabra. ¿Hacen falta más pruebas?
¿Estaba hablando en serio?
—Eso son gilipolleces, gatita.
Ella puso los brazos en jarras y le lanzó una mirada desafiante.
—Ya he oído antes esta historia. Y más de una vez. No tienes que ocultarme la verdad.
Puedo aceptarla.
De repente, Deke quiso golpear a cada uno de los gilipollas del instituto que la habían hecho sentir tan poco femenina. Aunque también era cierto que podía aprovecharlo en su favor.
Sería fácil. Sólo tenía que dejar que esa mentira lo sacara del aprieto.
Pero sería una auténtica cabronada. Y él no podía hacerle daño a propósito.
Suspiró, derrotado.
—¿Me has visto alguna vez hacer algo por obligación sólo para no herir tus sentimientos?
Kimber vaciló.
—No.
—Exacto. No fingiría que me excitas si no lo hicieras. Y en cuanto a lo de que no eres lo suficientemente femenina, vaya memez. No es el maquillaje o reírse tontamente lo que te hace mujer. Son tus impulsos, tus deseos y los fluidos sexuales que emanan de ti.
—¿Qué quieres decir?
Estirando el brazo, le cogió la mano y se la apretó.
—Que eres una mujer de bandera, gatita. Me gusta que seas franca. Que no te desquicie mi profesión. Tienes un extraordinario sentido del humor cuando no estás tensa. Si me comporto así es porque te deseo demasiado.
—¿Demasiado? —Una mirada de escepticismo asomó a los ojos color avellana—. ¿Me deseas demasiado?
Tirando con fuerza de la mano de Kimber, la apoyó contra su bragueta, cubriendo la implacable erección que tenía cada vez que ella estaba a menos de dos metros.
—¿Te parece que estoy mintiendo?
Ella se sintió fascinada y le acarició el miembro a través de los pantalones, deslizando los ágiles dedos arriba y abajo por la rígida longitud.
—No.
Deke le agarró la muñeca para detenerla. Entre sus alocados deseos de abrazarla y la lujuria que ella incitaba con cada toque, estaban metiéndose en aguas peligrosas.
—No comiences algo que no puedas terminar.
Con la mano libre, ella agarró los pantalones cortos de Deke y comenzó a bajárselos.
—Puedo terminarlo. ¿Acaso no lo hice anoche?
Su boca. «Oh, mierda». Sí, por supuesto que lo había terminado. La húmeda boca de Kimber había sido como un sedoso paraíso. Luc le había estado diciendo con exactitud cómo conducirle al éxtasis, y ella lo había hecho. Despacio, duro, con pequeños mordiscos… y él había perdido el control. Pensar en que ella podría hacerlo de nuevo ahora, provocó que su miembro latiera bajo su mano. En respuesta, ella lo apretó con más fuerza.
Con la mano libre y una última brizna de control, él le agarró los dedos que le bajaban los pantalones.
—No lo hagas.
Kimber no se detuvo. Le apartó las manos.
—¿Me deseas pero no quieres que te toque? ¿Desde cuando un hombre desea a una mujer pero no quiere que se la chupe?
—Si sigues con esto voy a querer mucho más de ti.
—¿Qué quieres decir? —espetó ella.
—Tu virginidad me está vetada. No me excites, o te encontrarás desnuda y empalada en mi polla. Sólo puedo pensar en follarte. Y si te penetro, me quedaré dentro de ti… todo el maldito día, si me dejas. Y querré más por la noche. Y Luc también querrá.
Kimber respiró hondo. Un rubor repentino le cubrió las mejillas, lo que se contradecía con su postura combativa.
—Oh.
—Apenas puedo contenerme, así que si yo fuera tú saldría de aquí pitando.
Pero Kimber no se movió. Durante un largo momento, se quedó con la mirada clavada en él. Deke resistió el impulso de retorcerse con inquietud. Algo rondaba por aquella hermosa cabecita. Que Dios los ayudara si ella mostraba alguna indicación de que quería hacer el amor con él. Acabaría con lo poco que le quedaba de autocontrol. La arrastraría de vuelta a la cama de Luc, despertaría a su primo, y haría algo que terminaría lamentando.
Un buen rato después, ella se acercó más a él, le colocó las manos en los hombros y se puso de puntillas para darle un beso en los labios. Fue un beso suave, casi casto.
—No querías admitir nada de eso, pero lo has hecho para no herir mis sentimientos.
Era una mujer muy perspicaz. Tenía que reconocerlo.
—Ha sido muy decente por tu parte. Podías haberme dejado creer que no era lo suficientemente femenina para ti, pero no has tomado el camino más fácil. —Una sonrisa de alivio apareció en la cara de Kimber—. Gracias. Ha sido muy considerado de tu parte.
Deke se encogió de hombros. Se sentía estúpidamente a gusto por haberle arrancado esa sonrisa.
—Sólo he sido justo.
—Entonces yo también debería ser justa y admitir que te deseo. Luc y tú sois dos hombres impactantes. Los dos me excitáis, pero —soltó un tembloroso suspiro—, respondo a ti más de lo que debería. Cuando tú me tocas, me derrito de deseo. Jamás me había sentido de esta manera.
¿Le deseaba más a él que a Luc? ¿Más que a Jesse? La euforia y la lujuria le recorrieron las venas como la droga más potente. Ella sólo tenía que llamarlo con un dedo para que él estuviera perdido.
«Maldición». No debería hacerlo. Sabía que no podía…
«Demasiado tarde».
Deke ya la estaba agarrando, enterrando los dedos en su pelo, ahuecándole la cara, y bajando la cabeza para devorar su boca. Con un pequeño jadeo, Kimber abrió los labios para él, buscando su beso posesivo.
Enredando la lengua con la de ella, Deke aspiró su calidez y se tragó su gemido. La estrechó con fuerza, y casi perdió el sentido.
«Ahora, tenía que ser ahora». Tenía que saborearla, que estrecharla lo más cerca posible.
Hundirse profundamente en su boca. Su sabor, su maravilloso sabor, lo embargó.
Luego ella amoldó su cuerpo al de él, se arqueó y apretó esos dulces pechos contra su torso. «Tócalos». Tenía que hacerlo. «Libéralos».
Con una mano, le bajó una tira del top por el hombro, luego la otra. Se lo bajó lo suficiente para poder verle los pechos y recorrer con las palmas de las manos aquellos firmes montículos.
No eran demasiado grandes, ni tampoco pequeños. Eran perfectos. Y esos pezones duros… siempre preparados para su boca. «Para él».
«Pronto…».
Centrando la atención en deshacerse de las demás barreras, Deke tiró bruscamente del top y se lo bajó hasta la cintura, luego agarró la cinturilla de los pantalones cortos y las bragas, y se las bajó de un tirón por las caderas y las piernas.
Estaba desnuda. «Perfecto». Ya la tenía como quería.
Pasándole un par de dedos por los pliegues de su sexo, Deke confirmó sus sospechas.
Kimber estaba mojada. Muy mojada. Jadeando, con las pupilas dilatadas e implorantes, Kimber se aferró a su camisa cerrando los puños con desesperación. Gracias a Dios, también estaba excitada.
Igual que él.
Deke la levantó por la cintura, ignorando su grito ahogado, y la dejó sobre la mesa de la cocina. La había imaginado miles de veces echada sobre esa mesa, dispuesta para él como el manjar más exquisito, listo para su degustación. La realidad superaba con creces la ficción. El corazón se le aceleró. Su miembro palpitó.
Sacándose la camisa por la cabeza, la dejó caer a un lado. Luego, con el pecho subiendo y bajando, se bajó los pantalones cortos por las piernas hasta que Kimber sólo pudo ver piel y deseo desnudos.
Con los ojos fijos en él, lo aceptó sin parpadear, inquebrantable. «Increíble».
Agarrándola de los muslos, Deke le arrastró las caderas hasta el borde de la mesa y se recostó sobre ella, cubriéndola con su cuerpo. Caliente. El olor aterciopelado y almibarado de Kimber lo conducía a la locura. Buscó la mirada de ella con la suya. La encontró dilatada, excitada, confiada.
El deseo de ella le hacía hervir la sangre. Le quemaba.
«Tócala». Tenía que tocarla. Le besó el vientre plano, hundió la lengua en su ombligo.
Kimber contuvo el aliento. Deke se acercó más a su calidez. Ella abrió las piernas aún más, sin dejar de mirarle fijamente. Ofreciéndose silenciosamente a su deseos.
Kimber tenía los pezones duros. Erguidos, erizados e hinchados. Irresistibles. Deke se inclinó con rapidez y atrapó con su boca uno de ellos. Lo devoró. Era como caramelo. Pero mucho mejor. Pasó la lengua por encima, mordiendo la sensible carne cuando se endureció todavía más. «Mmm, perfecto».
Kimber comenzó a jadear, pequeños sonidos implorantes inundaron el aire cuando ella le ahuecó la cabeza con las manos, intentando introducir los dedos entre los cabellos cortados al uno para acercarlo más a ella.
—Deke.
Aquel tono implorante lo obligó a levantar la cabeza de nuevo. La mirada femenina lo hizo arder. «Reclama su boca». Fue un beso dulce, lleno de aceptación y pasión. Otra nueva oleada de lujuria lo atravesó.
«Follala. Ya».
Le envolvió las caderas con las manos, encantado por cómo sus palmas casi le abarcaban la cintura por completo, por la manera en que ella se abría para él, por poder ver la resbaladiza humedad acogedora de su sexo y sus pliegues hinchados.
Cogiendo su erección, la situó contra la vagina de Kimber.
Húmeda y caliente. Kimber le mojó el glande con sus ardientes fluidos y él saboreó el momento previo a embestirla y hacerla suya.
Dios, estaba temblando. El deseo lo inundaba de una desesperada necesidad, atrapándolo en las rudas demandas de su cuerpo y algo más…
«Tómala. Reclámala».
—Deke —imploró ella, para que la penetrara… o para que se detuviese.
«¿Detenerse? No, ¡ni hablar! ¿Por qué debería detenerse?».
Porque no debería hacer eso. Por ella. Por sí mismo. Las razones se le escapaban. Ella estaba dispuesta, húmeda, tendida sobre la mesa como si fuera un festín para sus sentidos, con la mirada brillante.
Con lágrimas en los ojos.
«¿Lágrimas?». La visión, la mera pregunta, le hizo salir de la neblina en la que lo había envuelto la lujuria.
Miró a su alrededor. A las ropas tiradas en el suelo. A los rayos del sol que se filtraban por las ventanas abiertas y caían oblicuamente sobre sus pechos. Estaba tumbada en la misma maldita mesa en la que habían cenado.
Era virgen.
Tragó aire, sabiendo que debería desistir, que debería dejarla sola. En ese momento, estaba a un envite de cambiar sus vidas para siempre.
Tal vez… tal vez sería diferente esa vez. Kimber no era una adolescente. No tenía una familia problemática. No era Heather.
Si la penetraba, sería suya. «Suya». Por completo. Tanto en los días buenos como en los malos, para compartir sonrisas y lágrimas, para compartir juegos y bromas, días y noches de sexo.
Pero también sería suya la responsabilidad si algo salía terriblemente mal.
Aquel pensamiento fue como una jarra de agua fría y la lujuria comenzó a abandonar su cuerpo. Dio un paso atrás.
—¿Es que no pensabas detenerme? —siseó. Por el amor de Dios, sonaba como si tuviese cien años.
Kimber vaciló.
—Sí.
Pero él no quedó convencido.
—¿Cuándo?
—Bueno, yo… quiero decir que intenté detenerte.
Deke se subió los pantalones, acomodando su erección con una mueca de disgusto.
—¿De verdad estás enamorada de esa estrella del pop?
Ella parpadeó y apartó la mirada. Un enorme nudo de ansiedad contrajo el estómago de Deke. ¿Estaba nerviosa porque no amaba a McCall o porque no quería sacar a relucir sus sentimientos por la estrella del pop delante de él?
Kimber se incorporó, se rodeó las rodillas con los brazos, acercando las piernas al pecho.
—¿Estaría aquí tratando de aprender todo esto si no lo estuviera?
—Sólo tú sabes por qué estás realmente aquí. Pero nena, estás jugando con fuego y lo sabes. La próxima vez, di simplemente no. Si Luc hubiera estado aquí, puede que no me hubiera detenido. La próxima vez, te follaré y… a la mierda con las consecuencias.
Esa misma noche, Kimber dormitaba sobre el hombro de Luc acurrucados en el sofá viendo un clásico en blanco y negro. El calor del cuerpo masculino la envolvía. La hacía sentir cómoda y segura.
Por acuerdo tácito, no habían hablado de Deke, pero sus pensamientos regresaban a él una y otra vez. ¿Dónde se había metido?
En algún lugar de la casa, una puerta se cerró de golpe. El sonido la espabiló por completo.
Incorporándose, bostezó y se desperezó, mirando a su alrededor con aire confundido. Sólo vio a Luc mirando aquella vieja película.
—¡Kimber! —bramó una voz. Luego se oyeron unas fuertes pisadas en el otro extremo de la casa.
Se sintió invadida por una oleada de regocijo y alivio.
—¿Deke?
Sólo le dio tiempo a decir su nombre una vez antes de que él apareciera en el vano de la puerta, llenando el umbral con sus anchos hombros y su enorme presencia. Deke jadeaba e intentaba controlarse. Se tambaleó. Sus penetrantes ojos azules se clavaron en ella envuelta entre los brazos de Luc. La desnudó con la mirada. De inmediato, a Kimber se le erizaron los pezones y tragó saliva.
—Estás borracho —escupió Luc con desaprobación desde su lugar al lado de Kimber.
—Ojalá. Y no es por no intentarlo. Si lo estuviese, podría haber ignorado este alocado deseo de tocarla. —Deke inmovilizó a Kimber en el sofá con una mirada ardiente—. Estaría sumido en una bendita inconsciencia y no sentiría esta necesidad de sentirla en torno a mi polla.
Kimber sintió un cosquilleo en el estómago ante aquellas palabras. Y otro en su sexo.
¿Por qué ese hombre la excitaba de esa manera a pesar de ser tan peligroso y difícil? ¿A pesar de estar tan enfadado? Luc era cortés y comprensivo, encantador, seductor y talentoso. El deseo que él despertaba en ella era tierno y hermoso.
Nada que ver con la ardiente explosión de deseo que la invadía cada vez que Deke la acariciaba.
—Olvídate de hacer nada mientras estés de ese humor. —Luc se puso de pie y cruzó los brazos, colocándose en actitud protectora delante de Kimber—. Sabes demasiado bien lo que habíamos planeado a continuación, y tú no estás en condiciones de llevarlo a cabo. Le harás daño.
—No se lo haré. —Deke se la quedó mirando, luego esbozó una sonrisa tan brillante como peligrosa—. Mírala. Ya tiene duros los pezones. Y me está devorando con esos ojos color avellana. Y su sexo…
Deke empujó a Luc a un lado y se dejó caer de rodillas. Antes de que Kimber pudiera pensar qué había planeado, Deke le había levantado la minifalda y le había arrancado las bragas.
—Maldita ropa —masculló él—. Desnuda. Deberías estar siempre desnuda.
—Pero…
Él le abrió las piernas, metiendo dos dedos de golpe en la húmeda vagina, inclinando a la vez la cabeza hacia su clítoris, consumiéndola con un lametazo devorador.
—¡Deke! —clamó ella entre gemidos.
De inmediato, el fuego abrasador crepitó entre las piernas de Kimber, provocando un infierno en su vientre. Apremiantes y dolorosas, cálidas e incontroladas, las sensaciones se estrellaron contra ella. Kimber no podía respirar. Y, definitivamente, no podía detenerle.
No quería detenerle.
Kimber curvó los dedos ahuecándole la cabeza mientras contenía el aliento. Los ávidos lametazos de Deke la dejaban conmocionada. Se la estaba comiendo viva… su pasión y aspiraciones, todas sus dudas, sus esperanzas. Sus indecisiones.
¿Por qué Deke la afectaba de esa manera tan profunda? ¿Porque sospechaba que estaba herido y, como enfermera que era, quería sanarle? ¿Porque excitaba su cuerpo más que cualquier otro hombre? ¿Porque siempre había formado parte de sus fantasías sexuales?
Las preguntas se diluyeron en su mente como el azúcar en el vino cuando Deke acarició con la yema de los dedos el nudo de nervios que Kimber tenía en el interior. Luc se hundió en el sofá a su lado y los observó con un deseo feroz plasmado en la cara.
—No dejaré que te haga daño.
—No lo hará —dijo ella entre jadeos.
—¿Te excita?
—Sí. —Kimber echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Sí.
Luc le pasó el pulgar por el pezón tras bajarle el top y dejárselo debajo de los pechos.
—Yo también voy a excitarte, cariño.
Luc deslizó la lengua sobre los tensos y duros pezones y acto seguido se los pellizcó con los dientes. Deke realizó la misma acción, cogiéndole el clítoris entre los dientes para luego excitarlo con la punta de la lengua.
Un lametazo implacable tras otro la hicieron estallar en llamas. El fuego se extendió por todo su cuerpo, desde los pezones doloridos a las piernas, haciéndole arder la piel. Creciendo, aumentando… El corazón de Kimber se desbocó, el sonido de los latidos le atronó en los oídos, dejándola sorda a todo lo que no fueran los sonidos voraces de la boca de Luc y los gemidos de Deke. En unos segundos, el deseo aumentó y la sobrepasó hasta que ella revoloteó en el mismo borde de un placer salvaje, hasta que su cuerpo se retorció sin control bajo cada toque de la lengua de Deke.
El fuego que la devoraba siguió aumentando hasta alcanzar el máximo. Luego explosionó, quemándole los ojos hasta que lo vio todo negro. Arqueando la espalda, Kimber gritó mientras se agarraba a la cabeza de Deke, a sus hombros.
Enorme. Gigantesco. ¿Alguna vez había tenido un orgasmo más intenso?
Kimber intentó recuperar la respiración, detener el movimiento de aquel alocado mundo que no dejaba de girar.
Deke sólo le separó más los muslos y le clavó la lengua a fondo mientras le exigía más.
—Otra vez.
Las sensaciones volvieron a invadirla con tal rapidez que su cuerpo no fue capaz de asimilar que la lengua de Deke estuviera acariciándole el clítoris de nuevo. Aquello era demasiado.
Demasiado intenso para soportarlo.
—Oh… Espera. Ve más despacio.
—No —escupió Deke, levantando la cabeza de entre sus muslos con los labios mojados por sus fluidos—. Estás aquí para aprender a estar con dos hombres a la vez. Te advertí de que las cosas se pondrían muy calientes. Algunas veces serán rápidas y furiosas. Adáptate a ellas.
Sin dejar de acariciarle los pechos, Luc le dirigió una severa mirada a su primo.
—Tiene poca práctica. Podemos ir más despacio.
—¿Por qué? Ya es mayorcita. No hace más que decir que es una adulta. Dentro de cinco minutos podrá albergar tu polla en su culo. Y no mientas… sé lo mucho que lo deseas.
—Estoy seguro de que será muy satisfactorio, si es eso lo que Kimber quiere.
Deke le dirigió una mirada torva.
—Eres un presuntuoso bastardo que se oculta siempre tras esa imagen de niño bueno, el perfecto caballero frente a mis modales de cavernícola. Pero no olvides que yo estaba allí cuando te acostaste con aquella auxiliar de vuelo en Memphis el año pasado. Te la tiraste durante más de tres horas. ¿Acaso piensas que Kimber podría mantener el ritmo en una de tus maratonianas sesiones?
Kimber clavó los ojos en Luc mirándolo bajo una nueva luz. ¿El Luc tierno y amable? Él se sonrojó con aire de culpabilidad, confirmando de esa manera las afirmaciones de Deke.
—En ningún momento oí que ella se quejara. Además, tú también participaste.
—Una vez. El resto del tiempo fue toda tuya, colega. Y no es la primera vez que ella recibe ese tratamiento. Ni se te ocurra negar que tienes un lado oscuro. ¿Quieres conquistar a Kimber?
Pues será mejor que le enseñes tu verdadero yo.
Luc tragó saliva.
—Kimber ya conoce mi verdadero yo. Siempre seré lo más tierno que pueda con ella.
Deke soltó un bufido.
—Tarde o temprano tendrás que mostrarle esos arrebatos mortales o no harás otra cosa que engañarla.
—Cállate.
Kimber observó el intercambio de palabras con asombro. Con cólera. Ambos le estaban ocultando cosas. ¿Existían también secretos entre ellos? Decir que estaba pasmada era quedarse corta. Aclarándose la garganta, Kimber intervino.
—Luc, en serio, a mí…
—Éste es el trato —le dijo Deke a Kimber como si Luc no hubiera gruñido y ella no hubiera hablado—. Las mujeres disfrutan mucho con nosotros porque Luc tiene paciencia para hacerlas arder. Yo voy más rápido, pero me aseguro de que se corran varias veces. Y en algún momento entre medias, Luc pierde la cabeza. —Deke le dirigió a Luc otra mirada aviesa.
—Cállate, primo.
—Cuando ese lado oscuro sale a luz, se dedica a follarlas durante más de tres horas seguidas. Más tiempo si pierde realmente el control. «No darse por vencido jamás». ¿No es ése tu lema? —Las amargas palabras resonaron en el aire. Con la boca abierta, Kimber observó cómo Luc cogía a Deke por la camiseta y lo ponía en pie—. La estás asustando.
—Estoy diciendo la verdad. Y debería estar asustada. Es virgen y está jugando con dos hombres experimentados. Casi me follo ese dulce sexo esta mañana sobre la mesa de la cocina mientras tú dormías.
Fue el turno de Luc de dirigirle una mirada aviesa.
—¿Estás bien, Kimber?
¿Qué podía decir ella? Kimber asintió con la cabeza. La vergüenza no hacía daño. Había sido una estupidez perder la cabeza en un momento de debilidad. No ocurriría de nuevo. O eso esperaba.
Deke se mofó.
—¿Acaso piensas que estuve a punto de forzarla? ¿De violarla?
—En condiciones normales, no pensaría eso, pero hoy estás de un humor imposible —gruñó Luc.
—De haberla follado, habría sido porque ella me excitó y luego no tuvo el control suficiente para decir que no. Fui yo quien se detuvo.
Luc no pareció impresionado.
—Tú no quieres la responsabilidad de poseer a una virgen.
—No quiero lastimar a Kimber y tengo muy poco control cuando estoy con ella. Todos lo sabemos. —Hizo una pausa—. ¿Está desatándose tu lado oscuro esta noche, primo?
Kimber observó cómo Luc soltaba la camisa de Deke y cerraba los ojos, negándose a mirar a nadie. Kimber tuvo la sensación de que Luc se avergonzaba de aquel comportamiento extremo que tenía en ocasiones. Por extraño que pareciera, a ella no le asustaba la respuesta de Luc; sólo se preguntaba por qué razón necesitaba desahogarse así, tan a fondo, con las mujeres.
—No —murmuró él al fin.
—Bien. Ya que tú posees la paciencia y no has bebido… —Deke metió la mano en el bolsillo y sacó un condón y un tubo de lubricante. Los lanzó sobre la mesita, justo delante de ella—. Ya sabes lo que teníamos previsto esta noche. Te toca. Sé suave y cortés, y todo eso. O lo haré yo. Y entonces, que el cielo nos ayude.
Luc soltó un tembloroso suspiro.
¿El señor Calmado? ¿El señor Jamás-pierdo-el-control? Guau… Allí había mucho más de lo que ella hubiera sospechado nunca. ¿Qué demonios pasaba allí? No quería respuestas a esas preguntas, no cuando sabía bien lo que significaban el condón y el lubricante.
—Muchachos, si ninguno está seguro…
—Sí que estoy seguro —la interrumpió Luc en voz baja—. Como Deke ha dicho con tan poca delicadeza, pero sin faltar a la verdad, esto forma parte de tu entrenamiento. Y uno de los dos tiene que hacerlo. Deke no está en condiciones. Sabes que ya hemos hablado del tema, ¿verdad?
Otra mirada a los artículos que había sobre la mesita no daba lugar a dudas. Pensar en lo que le iba a ocurrir —justo ahora— la alarmó y excitó a la vez. ¿Dolería? ¿Lograría aceptarlo?
No tenía importancia. Ése era el mundo de Jesse, parte de lo que Jesse querría. Estaba allí para aprender si podía aceptarlo, si podía lograrlo; eso era todo.
—Sexo anal —contestó ella al fin.
—Sí. —La voz de Luc, por lo general refinada como el brandy, tenía un leve tono ronco—. ¿Te parece bien?
—Es necesario para tomar a dos hombres a la vez. Es parte de lo que quiero conocer.
—¿Pero te parece bien probar esta noche? Es tarde y hemos…
—Ya habéis hablado sobre ello. Y estoy dispuesta. ¿Lo estás tú? —bajó la mirada a la entrepierna de los pantalones de Luc.
En el mismo momento que ella hablaba, la erección creció.
—Siempre estoy dispuesto cuando se trata de ti.
—Decidido entonces —dijo Deke, dejándose caer en el sofá situado perpendicularmente al de ella. Kimber frunció el ceño cuando él se apoyó en el respaldo y le dirigió una sonrisa. Si Deke la deseaba tanto, ¿por qué no quería ser el primero en hacerlo? Le había dicho que tenía muy poco control sobre sí mismo cuando estaba con ella. ¿Pensaría acaso que se volvería un salvaje y la lastimaría? ¿O que la penetraría por el orificio equivocado?
—Eso parece. —Luc le dirigió a su primo una mirada desconcertada—. ¿Qué harás tú?
La mirada que Deke le dirigió a Kimber casi la hizo estremecerse hasta los huesos.
—Mirar.
Una palabra que provocó una oleada de ardiente anhelo en Kimber. Deke quería observar cómo Luc la tomaba analmente, pensaba disfrutar de cada momento mientras ella se contorsionaba de placer. Una rápida mirada hacia abajo le demostró que con sólo pensarlo, él ya estaba duro.
Pensar en el deseo de Deke era dolorosamente excitante. Su sexo se tensó y una nueva humedad anegó sus pliegues ya mojados.
—Al final, tendrás que participar —le señaló Luc a su primo.
—Al final. —Deke se recostó en el respaldo, cruzó los tobillos y colocó las manos detrás de la cabeza. Había que estar ciego para no ver la enorme erección que presionaba contra la bragueta de los vaqueros.
—Estoy preparado, así que ya puedes empezar.
Arrogante bastardo. Aunque fuera muy atractivo. Kimber pensó en alguna réplica mordaz, pero entonces Luc le tocó el brazo.
—¿Cariño?
Él le estaba preguntando si estaba preparada para eso, para él. No. Sí. Tal vez. Suspiró.
Tenía curiosidad, pero estaba asustada. Necesitaba poder aceptar a un hombre analmente, pero le preocupaba que le doliera. Y si Deke no iba a tocarla, quería volverle loco, quería que se volviera tan loco por ella que no pudiera mantenerse alejado ni un segundo más.
Kimber sabía que aquélla era una actitud estúpida e imprudente. Pero después de esa mañana en la mesa de la cocina, cuando él la había rechazado porque ella no había tenido la fuerza de voluntad suficiente para decir que no, él había echado mano de su autocontrol para detener aquel desastre. Estaba claro que Deke no la había deseado tanto como ella lo había deseado a él. Sabía que él había hecho lo correcto, y en parte se lo agradecía. Pero no por eso dejaba de sentirse dolida.
¿Por qué la opinión de Deke tenía tanta importancia? Kimber estaba allí por Jesse. Por Jesse, maldición. No por Deke.
Pero él le había dicho que no esa mañana, y ahora había rechazado la oportunidad de ser el primero en tomarla analmente. Incluso la había entregado a Luc. Aquella duda no dejaba de atormentarla, pero estaba determinada a conseguir que él lamentara haber rechazado aquella oportunidad. Deke debía prepararse para un espectáculo infernal.
—Estoy preparada —le murmuró a Luc al oído, dirigiéndole una sonrisa que no sólo era descarada sino que decía «fóllame».
Por un momento, Luc sólo se la quedó mirando, como si no estuviera seguro de qué significaba su sonrisa o de qué hacer primero. Ella tomó la decisión por él.
Una extraña valentía, una femenina resolución —la pura necesidad de tentar a Deke— fluyó por ella cuando se agarró el dobladillo del top y se lo quitó por la cabeza, quedándose completamente desnuda ante Luc. Deke obtuvo una vista de perfil. Entonces, ella se pellizcó los pezones, asegurándose de que estuvieran duros.
—Estoy más que preparada. —Esperaba que esas palabras roncas se clavaran directamente en la polla de Deke.
De lo que no cabía duda es de que si se clavaron en la de Luc. Pasmado, se dejó caer de rodillas.
—Siéntate en el sofá.
Dirigiéndole a Deke una mirada desafiante, Kimber se giró, hizo ondular las caderas y se acomodó en el sofá. Luego cruzó las piernas casi remilgadamente, imitando lo mejor que sabía una postura femenina, y ¿acaso no era una suerte que de esa manera sus pezones quedaran a la altura de la cara de Luc?
Tirando con brusquedad de la goma elástica que le sujetaba el pelo negro como la medianoche, Luc la lanzó sobre la mesita. Mechones de pelo oscuro cayeron en torno a sus rasgos fuertes. Se quitó la camisa que cayó al suelo, exponiendo las tensas líneas de los anchos hombros, y los músculos de los brazos y abdomen que se ondulaban con cada respiración. Él estaba preparado sin lugar a dudas. Y era condenadamente atractivo. Kimber se estremeció.
—¿Qué más puedes quitarte? —se burló ella, bajando la mirada a los pantalones cortos de Luc—, tengo algo que podrías tocar si te desnudas del todo.
Kimber abrió las piernas para Luc —y sólo para Luc—, para que viera lo mojada e hinchada que estaba. Luc gimió, mirando fijamente los húmedos rizos.
Por el rabillo del ojo, Kimber vio cómo Deke se abría la cremallera de los pantalones y cogía su miembro hinchado en la mano. Comenzó a deslizar lentamente los dedos por cada largo centímetro, apretando la anchura en el duro puño sin apartar los ojos de ella. A Kimber le encantaba poder llevar al taciturno Deke al límite del deseo. Pero aun así no era suficiente.
De dónde había sacado a aquella pequeña arpía de su interior, no lo sabía, pero no iba a detenerla en ese momento.
—¿Quieres tocarme? —le preguntó a Luc, jugando con su clítoris y jadeando en respuesta.
—Sí —gimió él—. Haz eso otra vez.
—Desnúdate y lo haré.
Luc se quitó los pantalones cortos en menos de dos segundos para dejar a la vista un largo miembro con gruesas venas y un enorme glande purpúreo; Kimber intentó no echarse a reír. El poder que tenía sobre ellos era algo embriagador. Excitante. Al final, Luc o Deke —o ambos— la controlarían a ella. Pero en ese momento, ella los poseía a los dos.
—Muy bonito —murmuró ella.
La arpía que habitaba en su interior la indujo a deslizarse un dedo en la boca y mojarse la yema. Con una sonrisa felina, llevó el dedo húmedo al miembro de Luc y frotó la saliva en el glande junto con el fluido que se filtraba por la punta. Él siseó, tensando los tendones del cuello mientras luchaba por mantener el control.
—Eres una niña muy traviesa —la reprendió Luc.
—¿Yo? —respondió Kimber con inocencia.
—Y muy desobediente. Súbete más la minifalda y tócate de nuevo. Quiero ver cómo lo haces. Una sorprendente petición viniendo de Luc, normalmente tan caballeroso. Pero tras esa noche, Kimber sabía que había pasiones ocultas en aquel hombre. Definitivamente, pedirle que se masturbara para él —para ellos— la escandalizaba. Y también la excitaba.
Dejando la timidez a un lado, se recostó contra el respaldo del sofá y se levantó la falda lentamente, muy lentamente, sosteniéndola por encima de los muslos; Deke estaba sentado en el sofá de la derecha, pero podía ver lo suficiente de ella. Por las maldiciones entrecortadas que soltaba era evidente que estaba bastante frustrado.
Echando más leña al fuego, Kimber se contoneó sobre el trasero y gimió, cerrando los ojos y relamiéndose los labios.
—Ahora, Kimber.
Kimber abrió los ojos. Parpadeó. ¿Ese tono dominante venía de Luc? La expresión de ternura que siempre había en su cara había sido sustituida por un atisbo de severidad e impaciencia.
Luc la cogió por los muslos y no precisamente con delicadeza.
—¡Ahora!
¿Cuándo había conseguido Luc que se mojara por completo, y que una punzada de temor la llenara de una emoción que no lograba comprender? Arqueando las caderas hacia delante, bajó la mano a su sexo y se frotó el clítoris.
Por lo general, cuando estaba a solas, comenzaba trazando lentos círculos mientras tejía alguna fantasía en su mente. Esa noche no tenía necesidad de imaginar ninguna trama sexual. La estaba viviendo in situ.
Y en cuanto a los círculos lentos, ni hablar. Con dos miradas ardientes recorriendo cada centímetro de su cuerpo, acariciándole los pezones duros y deslizándose por el abdomen hasta su sexo húmedo, era imposible ir despacio.
Las sensaciones crecieron con rapidez cuando Kimber comenzó a acariciarse el clítoris. La ardiente presión se convirtió en una punzada dolorosa al observar cómo el miembro de Luc oscilaba arriba y abajo con cada ruda inspiración. Deke se inclinó hacia delante, buscando un mejor ángulo de visión, luego ensanchó las fosas nasales.
—Es increíble. Puedo oler desde aquí lo cerca que está de correrse.
Luc asintió débilmente con la cabeza.
—Detente.
El placer burbujeaba en el interior de Kimber, denso y agitado. Oyó hablar a Luc, diciéndole algo que ella no quería oír, así que lo ignoró.
—He dicho que te detengas. —Él la agarró por la muñeca.
Ella gimió ante la pérdida de la estimulación de la que él la había privado. Parpadeó un par de veces. Luc tenía la cara ruborizada. Sus dedos, largos y elegantes, le agarraban la muñeca con una fuerza sorprendente.
—No me presiones —le advirtió, pareciendo a punto de estallar—, estoy cerca de perder el control.
En otras palabras, si no quería que saciara su deseo en su culo durante las próximas tres horas, sería mejor que desistiera.
—Está bien —murmuró ella.
Él la soltó y asintió con la cabeza con una expresión agradecida.
—Levántate del sofá y arrodíllate en el suelo de espaldas a mí.
Kimber ni siquiera pensó en provocarlo. Simplemente lo hizo.
—Bien —la alabó mientras la agarraba por las caderas y se situaba detrás de ella.
Luego ella sintió la palma de su mano en su espalda —entre los omóplatos— empujándola suavemente.
—Inclínate hacia delante y apoya los codos en el sofá.
«Oh, Dios. Está sucediendo. Estaba ocurriendo realmente».
Kimber podía negarse. Sabía que podía. Pero entonces no lograría su propósito. Y en ese momento deseaba con desesperación lo que Luc iba a ofrecerle, deseaba que Deke lo viera y que se excitara con ello. No podía dar marcha atrás.
Tragando saliva, hizo lo que Luc le ordenaba. El olor a cuero y a su propia esencia flotaban en el ambiente. Luc la tranquilizó, acariciándole las caderas, levantándole la minifalda, manoseándole el trasero.
—Eres preciosa —le dijo mientras le acariciaba una de las nalgas con la palma de la mano—. Redonda y firme… con esta piel tan blanca. Y, en este momento, toda mía.
Ella gimió. Aquellas palabras y las caricias de Luc la excitaban todavía más.
—Esto será igual que con los vibradores, sólo que yo soy de carne y hueso. Y más grande que el último vibrador que albergaste.
Sí, era más grande, y no sólo un poco.
—¿Me va a doler?
—Iré con lentitud, intentaré que te duela lo menos posible.
—Es mejor de esta manera. Luc tiene más paciencia que yo, gatita. Me va a encantar oír tus gemidos.
Eso lo había dicho Deke.
Kimber lo miró con el ceño fruncido. Aquellos ojos azules ardían de pasión, sí, pero ahora también había en ellos una pizca de ternura. Le estaba diciendo que temía lastimarla si intentaba ser el primero en tomarla analmente, pero que estaría allí con ella, que no la había abandonado. Y Kimber leyó el deseo en sus rasgos. Quería ocupar el lugar de Luc.
Pensó de prisa mientras oía cómo Luc rasgaba el envoltorio metálico a sus espaldas. ¿Deke había renunciado a ser el primero porque quería que ella lo disfrutara? ¿Habría provocado a Luc con ese propósito?
—Notarás que esto está un poco frío y resbaladizo —le advirtió.
Un segundo después, Kimber sintió un dedo explorador en su ano, extendiendo el frío lubricante en su interior y en el fruncido agujero. Se estremeció.
Se sintió invadida por una duda repentina. A pesar de que Luc siempre era tierno con ella, no era un hombre pequeño. Quizá no podría albergarle. Quizá le haría demasiado daño. Quizá…
Luc le acarició las nalgas suavemente y luego se las separó.
—Relájate. Acuérdate de presionar cuando comience a penetrarte. No te dolerá. Iré muy despacio.
Se inclinó y le dio un beso en la cintura, y Kimber supo que él haría todo lo posible para hacerla gozar, para minimizar el dolor. Suspiró.
Luego lo sintió empujar con fuerza contra el ano. La penetró un poco, y el glande entró en ella. Podía sentir la presión, pero no le dolía. «Bien».
Agarrándola por las caderas, Luc susurró.
—Ahora, empuja con fuerza.
Kimber lo hizo, apretando los dientes. Luc presionó un par de veces, forzando el anillo de músculos que allí había.
Luc maldijo entre dientes y le clavó los dedos en las caderas. Kimber gimió ante la aguda sensación de dolor.
Al instante, Deke se colocó delante de ella en el sofá.
—Shh, te va a gustar, gatita.
—Maldición. Necesito empujar con más fuerza —dijo Luc.
Ella asintió débilmente con la cabeza. Deke le agarró las manos.
Kimber sintió que Luc se retiraba un poco, que la agarraba con más fuerza de las caderas y que volvía a penetrarla; su glande consiguió traspasar el resistente anillo de músculos. Ella soltó un grito ahogado cuando el dolor estalló en su interior, y luego, lentamente se disipó, siendo sustituido por una sensación de plenitud. Las terminaciones nerviosas se excitaron ante las nuevas posibilidades.
—¿Ya estás dentro? —murmuró ella.
—Sólo la mitad —graznó Luc—. Pero ya ha pasado lo más difícil. ¿Te gusta?
¿Le gustaba? Era una experiencia nueva, pero no estaba segura de si lo que sentía era dolor o placer, o un poco de ambos. Jamás había pensado en sentir placer en aquella abertura, pero ¿le gustaba?
La mirada que dirigió a la cara de Deke acabó con sus dudas. Él estaba tenso de deseo y expectación. Parecía estar encantado de… ¿observarla? ¿O acaso estaba pensando que cuando le tocara el turno sería más fácil? De una u otra manera, el que ella se estuviera sometiendo a Luc, los complacía a los dos y excitaba a Deke. Ciertamente, aquello le gustaba y mucho.
—Me gusta. —Asintió con la cabeza—. Continúa.
—Maldición, eres muy estrecha, cariño —masculló Luc—. No voy a poder contenerme mucho más.
Kimber no tuvo la oportunidad de contestar, supuso que Luc tampoco lo necesitaba, no cuando volvió a empujar hacia delante de nuevo, introduciendo unos centímetros más de su miembro en su cuerpo. La presión se incrementó, y ella gimió, arqueando la espalda. Él se deslizó un poco más. Kimber jadeó.
—Casi está.
Con un último envite, mientras se aferraba frenéticamente a sus caderas y soltaba un gruñido, Luc se introdujo por completo en su ano.
Kimber soltó un gemido ante las repentinas y agudas sensaciones. No sentía ni placer, ni dolor, sino una mezcla de ambos. Una sensación extraña que le aflojaba las rodillas y la hacía sentirse completamente dominada.
Deke le apartó el pelo de la cara.
—Dios, ¡qué sexy eres! —Luego alzó la vista hacia Luc, y ella sintió que las miradas de ambos se encontraban a sus espaldas—. Follala.
Luc no contestó. Se retiró hasta el anillo de músculos, y luego volvió a introducirse por completo. La fricción hizo que Kimber jadeara. Volvió a sentir aquella sensación entre dolor y placer, plena y opresiva, que la hizo contorsionarse, echar la cabeza hacia atrás y aceptarlo por completo en su interior. Y sabía que volvería a hacerlo con gusto. Aquella plenitud la hacía sentir viva.
—Tócate el clítoris —dijo Luc con voz tensa—, quiero sentir cómo te corres.
Y se correría pronto. La novedad de aquello, y el éxtasis en la cara de Deke mientras observaba sus reacciones, la colmaban de placer, mientras que el miembro de Luc, con fuerza y suavidad, fue adquiriendo ritmo, conduciéndola lentamente al éxtasis.
Obedeciendo al instante, Kimber se tocó el clítoris con un dedo. No estaba sólo húmedo, sino que casi le goteaban los fluidos por los muslos. ¿Se había sentido alguna vez tan excitada?
Deke y Luc le ofrecían poderosas razones para que Kimber perdiera el control. «Es asombroso», pensó ella sintiendo como el sexy chef empujaba de nuevo en su interior.
El clítoris le latió bajo los dedos, y se siguió frotando. Oleadas de placer la envolvieron como una telaraña, delicadas y absorbentes. Increíble. Kimber oyó un gemido, y se dio cuenta de que el sonido provenía de ella.
El dulce dolor que provocaba la invasión de Luc y los placenteros toques que se daba a sí misma estaban a punto de enviarla a la estratosfera.
—Está comenzando a palpitar en torno a mi miembro.
—¿Te vas a correr, gatita? —le murmuró Deke al oído.
Kimber sólo pudo gemir y arquear un poco más la espalda mientras Luc la embestía profundamente y siseaba, clavándole los dedos en las caderas. La folló con fuerza. Las terminaciones nerviosas de Kimber estaban a punto de explotar. Dios, jamás había imaginado un placer que pudiera consumirla de esa manera.
—Chúpasela —le pidió Luc.
Deke levantó la vista y miró a Luc. Fuera lo que fuera lo que allí vio, lo tranquilizó. Cuando bajó la mirada hacia ella, en sus ojos azules asomaba una súplica. Tomó su erección en la mano y la acercó a su boca.
¡Sí! Poseída por delante y por detrás. Era… perfecto.
El ritmo de Luc era ahora profundo, lento y duro. Kimber aplicó el mismo ritmo. Sabía que a Deke le gustaría.
—¡Oh, sí! —gritó él con aprobación.
Los dedos de Kimber se paralizaron sobre su clítoris, y Luc acudió al rescate, apartando su mano y asumiendo el control.
«Oh, mucho mejor». Era condenadamente efectivo. La rampa hacia el éxtasis era cada vez más inclinada. La hacía girar, temblar, volar. Casi…
—Córrete, cariño.
Ella gimió en torno al miembro de Deke, y una explosión atravesó su cuerpo, desgarrándole el alma, sacudiéndola, deshaciéndola y volviéndola a rehacer. Atontada y asombrada, Kimber se dejó llevar por las convulsiones, por los ríos de candente placer que fluían por todo su cuerpo.
A sus espaldas, Luc se tensó, aferrándole las caderas de nuevo, y soltó un grito gutural.
Kimber se sintió jovial y triunfante. ¡Lo había conseguido! Y lo repetiría con gusto.
Pero aún no había terminado, le recordó Deke empujando en su boca.
Decidida a compartir su dicha, lo tomó profunda y lentamente con la lengua, chupándole, lamiéndole, friccionándolo con los dientes. Deke le ahuecó la cara con las manos.
—Genial, gatita. Chúpamela. Es tan jodidamente bueno.
Saber que podía provocarle esas sensaciones a Deke era embriagador. Quería que él se corriera, necesitaba saber que él también llegaba al éxtasis.
Luc se retiró de su trasero lentamente, con cuidado. Kimber gimió ante la extraña sensación de su retirada, ante el dolor que provocaba el repentino vacío.
Luego Luc se inclinó sobre su cuerpo y le depositó un beso en el hombro.
—No dejas de asombrarme. Ha sido increíble.
Sintió que Luc se ponía de pie a sus espaldas. Vagamente, lo oyó quitarse el condón y luego el ruido apagado de sus pasos cuando dejó la habitación.
Kimber se centró en Deke, en los musculosos muslos que tenía bajo los dedos y en el grueso tallo que acunaba con la lengua.
Al instante, Deke se puso tenso.
—¡Vuelve aquí de una puta vez!
Kimber levantó la cabeza, perpleja.
—Ya estoy aquí.
—Se lo decía a Luc —gruñó él.
Deke necesitaba a Luc… ¿para qué? No tenía duda de que Deke podría correrse sin él.
—Ahora voy —gritó Luc desde el otro extremo de la casa.
—Quiero que muevas el culo hasta aquí ahora mismo.
Luc no contestó. Deke cerró los puños y se puso en pie con rapidez y maldijo entre dientes. Kimber tuvo la horrible certeza de que allí pasaba algo raro.
«La curiosidad mató al gato».
—No le necesitamos —murmuró ella—, estoy más que dispuesta a rematar la faena sin él.
Los ojos de Deke abandonaron el umbral de la puerta para deslizarse ardientes por el cuerpo de Kimber. Ante la imagen de ella con sólo una minifalda, su miembro palpitó y se hinchó todavía más. Lanzó otra mirada frenética alrededor de la estancia.
—Maldita sea, ¡no! No hay más condones.
Intentando disimular la perplejidad de su cara, Kimber le cogió de la mano.
—Está bien. Siéntate. No necesitamos un condón. Yo terminaré…
—No. No sin Luc aquí. No quiero seguir si Luc no está en la habitación.
—¿Qué? —La sorpresa reverberó por todo su cuerpo. ¿Qué quería decir Deke en realidad?
¿Se estaba negando el placer a pesar de tener tenso cada músculo de su cuerpo sólo porque quería gritarle obscenidades a Luc?
—Estoy segura de que puedes correrte aunque Luc no esté en la habitación. No lo necesitamos.
—No, pero se supone que él te protegerá, te ayudará. Y si no vuelve aquí de una maldita vez, juro por Dios que voy a tumbarte en el suelo y a follarte.