Deke estaba cubierto por una película de sudor cuando rodó en la cama. La luz grisácea del amanecer se colaba por debajo de las persianas, burlándose de él. Esa noche apenas había dormido. La había pasado a solas, sabiendo que al otro lado del pasillo, Luc y Kimber compartían el calor de sus cuerpos —y probablemente mucho más— sin él.
Algo punzante y ardiente surgió en su interior, retorciéndole las entrañas. Deke no quería darle nombre. Pero tampoco lo necesitaba. Los celos eran condenadamente imposibles de confundir.
Salió de la cama y recorrió el pasillo hacia la habitación de Luc. Qué estupidez. Qué manera de torturarse. Pero tenía que verlo con sus propios ojos. Tenía que saber…
Y lo supo. «Maldición». Hizo una mueca ante la imagen de Kimber acurrucada de lado con la espalda pegada al pecho de Luc, y sus piernas entrelazadas. Los dos estaban enredados entre las sábanas blancas y la mano laxa por el sueño que Luc se había posado sobre uno de los pechos de Kimber.
Parecían tranquilos. Cómodos. Satisfechos.
Tres cosas que no iban con él. Que no se merecía. Él había destruido a Heather, una chica inocente…
Interrumpiendo sus pensamientos con una maldición, Deke regresó por el pasillo a su habitación. Tenía que concentrarse en el ejercicio. Ese día era como cualquier otro, a pesar de la presencia de Kimber en la casa y de su sombrío estado de ánimo.
Primero haría flexiones. Se echó en el suelo y comenzó la primera serie de cincuenta. El sudor le cubrió de nuevo mientras las contaba, luego se tumbó de espaldas para hacer cien abdominales, y durante todo ese tiempo pudo escuchar cada crujido de las sábanas al otro lado del pasillo, cada murmullo de buenos días, cada desperezo de Kimber y Luc. Cada prohibida intimidad en la que Deke no se atrevía a participar.
«No te quejes. Lo hecho, hecho está», se dijo a sí mismo.
Cierto, pero… Luc siempre se despertaba excitado, así que Deke sabía lo que vendría a continuación. ¿Por qué demonios no se había comprado un iPod o una radio para no tener que oírlos? Deke agarró las pesas y se dedicó a hacer trabajar sus bíceps, tríceps y pectorales, recordándose a sí mismo que Luc merecía cualquier felicidad que pudiera encontrar con una mujer. Su primo siempre veía lo bueno en las personas, siempre intentaba ayudar, se reía con facilidad, entregaba su corazón una y otra vez. Y Deke… bueno, él sabía mejor que nadie cómo era.
De repente, oyó la risa de Kimber. El sonido cantarín flotó por el pasillo mientras Deke se tumbaba en el suelo para otra tanda de abdominales. Hizo rechinar los dientes. Luego sólo pudo oír los suspiros de Kimber. Primero uno, luego otro más largo y profundo… uno que descendió directamente a su miembro y le hizo sentir una puñalada en el vientre.
La negra oleada de celos le acuchilló de nuevo, algo que no sirvió para mejorar su estado de ánimo y sí para multiplicar su deseo de golpear algo y hacer daño.
«Céntrate». Dobló las rodillas para alternar con los abdominales. Eran los ejercicios de siempre. Pero concentrarse en la rutina era prácticamente imposible cuando se imaginaba las manos de Luc acariciando las elegantes líneas del torso de Kimber hasta llegar a aquellos pezones sonrosados, mientras inspiraba la dulce fragancia a melocotón de su piel y esperaba con su habitual paciencia y susurraba algunas palabras adecuadas que la harían humedecerse. Luego, lamería los duros brotes de los pechos, donde trazaría un círculo tras otro con la lengua, mientras bajaba las manos al vientre de Kimber, instándola a separar aquellos dulces muslos para él, y, por fin, deslizaría los dedos en el resbaladizo refugio del sexo femenino y sentiría cómo las tensas paredes de la vagina de Kimber se cerraban en torno a ellos.
El vientre de Deke se contrajo. Hacer abdominales con el miembro duro como una piedra no era nada fácil.
En especial cuando los suspiros de Kimber se convirtieron de repente en gritos.
«Maldición». Se quitó las ropas empapadas en sudor y fue a darse una ducha fría.
Tras diez minutos bajo el agua helada en la ducha de estilo italiano, frotándose con el jabón perfumado de Luc, estaba todavía más cabreado.
Gruñendo, salió del cubículo, rezando para que ya se hubiera producido el orgasmo matutino. Aún no se había terminado de secar con la toalla la humedad que le perlaba el pecho, cuando oyó a Kimber lanzar un desgarrador grito sensual y lujurioso. Suplicante. «Demonios. Adiós a los beneficios de la ducha fría».
Deke terminó de secarse por completo, concentrándose en el diseño de la pared de yeso veneciana. Pero no pudo dejar de oír los sonidos sexuales que provocaba el placer que Luc le proporcionaba a Kimber.
La puerta entre el cuarto de baño y el dormitorio contiguo al de Luc, estaba entreabierta, y los gemidos implorantes de Kimber flotaban en el aire. Primero jadeos, luego grititos. Estaba cada vez más cerca.
—Por favor, Luc.
«Joder».
Y eso era exactamente lo que quería hacerle a Kimber, acomodarse entre aquellos dulces muslos y ser el primero en hundirse profundamente en su interior. Pero eso no iba a ocurrir. Ella no quería y él no podía consentirlo.
«Pero tú podrías estar disfrutando con ellos».
Y maldito fuera si no se sentía muy tentado. Estaba en su derecho. Lo compartían todo por igual; era lo que Luc y él habían acordado hacía ya una década, y jamás se habían arrepentido.
¿Por qué envidiaba tanto el placer que se estaban dando Luc y Kimber? Nunca le había importado antes. ¿Y por qué no participar en lo que se estaba desarrollando esa mañana?
Kimber Edgington era demasiado tentadora, demasiado dulce y demasiado receptiva.
Demasiado inocente y vulnerable. Y demasiado peligrosa para su tranquilidad de espíritu. Se parecía demasiado a todo lo que él llevaba años buscando. Si se dirigía a la habitación de Luc, desnudo y excitado, sería absorbido por el atractivo de aquella mujer y se ahogaría por completo.
La noche anterior, el deseo de abrirle las piernas, acomodarse entre ellas y reclamarla, lo había golpeado de manera implacable. Y lo peor de todo era que aquel deseo había crecido como las malas hierbas en un jardín perfectamente cuidado. Tenía que recobrar el control antes de perderlo por completo. Antes de tocarla de nuevo y hacer algo alocado e irrevocable. Con fatales consecuencias.
Gruñendo, cogió unos pantalones cortos y una camiseta, luego se embutió los pantalones sobre su implacable erección matutina. Café. Era lo que necesitaba ahora mismo.
Empezó a recorrer el pasillo, vaciló al pasar delante de la habitación de Luc. Al verlos sintió como si le pegaran un puñetazo en el estómago. Luc tenía la cabeza oscura inclinada sobre el cuello de Kimber, el pelo largo caía sobre los pechos y hombros pálidos como porcelana. Los elegantes dedos de su primo jugueteaban entre los muslos abiertos de ella. Desde donde él estaba, el deseo de Kimber era evidente, sus pliegues estaban resbaladizos, rojos e hinchados.
—Me muero por hacerte gritar —murmuró Luc—. Porque estés tan excitada que me implores.
—Luc, ahora. Por favor —gimió ella, aferrándose a su pelo—. ¡Por favor!
—Pronto, cariño. Deja que el deseo aumente.
Ella movió la cabeza de un lado a otro.
—No puedo soportarlo más.
La súplica de Kimber se clavó en las entrañas de Deke.
—Puedes. Sólo un poco más.
Luc sacó los dedos del anegado e hinchado sexo de Kimber para acariciarle los muslos, el abdomen… ignorando sus caderas cuando ella las alzó hacia él. Deke no podía ignorarlo. Y no iba a hacerlo.
Entró en la habitación, bajándose los pantalones cortos por las caderas con un ansia salvaje.
«Follala». Necesitaba… tenía que meterse en ella profundamente. Tenía que ser el primero.
Ya.
—Luc… tócame.
El grito gutural de Kimber atravesó a Deke, sacándolo del estupor sensual. Le había pedido a su primo que la tocara, no que la follara. «Santo cielo». ¿En qué estaba pensando?
En nada que debiera pensar.
De hecho, no debería estar allí, deseando estar dentro de ella. Reclamándola. Y lo que era peor, pensando en arrebatarle aquello que ella quería reservar para otro hombre. Nada bueno podría salir de eso. Él ya había tomado a una virgen antes y sabía a ciencia cierta lo que venía a continuación.
Deke se subió bruscamente los pantalones, se dio la vuelta y regresó al pasillo, conteniendo una imprecación. Kimber iba a estar allí dos semanas… ¿cómo iba a conseguir no tirársela, no sin destruirla?
El suelo de pizarra de la cocina le enfrió los pies desnudos cuando entró en aquella estancia y cogió el café de la despensa. Miró el paquete. Trufa de caramelo con chocolate. Maldito café aromático. ¿Por qué demonios nunca había café normal allí? Cerró la despensa de golpe.
Lanzando el paquete sobre el mostrador al lado de la cafetera, Deke se quedó paralizado.
—¡Luc!
Otra súplica de Kimber. «Maldición». Cerró los ojos con fuerza y soltó un fuerte suspiro.
Un momento después, abrió de golpe la tapa de la cafetera que crujió con un sonido que no auguraba nada bueno. Luego aquella maldita cosa cayó al suelo. Maldiciendo otra vez, Deke se agarró al borde de la encimera. Tenía tensos todos los músculos del cuerpo, desde el ceño fruncido y los ojos entrecerrados hasta los dedos de los pies, encogidos sobre el suelo de pizarra italiano.
«Esto es lo que te mereces», se castigó a sí mismo mientras recogía la tapa del suelo y la ponía en su sitio. Llenó la cafetera de agua, echó el café molido en el filtro y apretó el interruptor con decisión.
Al parecer, Luc también apretó el interruptor de Kimber en ese mismo momento.
—¡Oh, Luc! —gritó ella antes de lanzar un gemido largo y torturado.
Así que Kimber se había corrido por fin… bajo las manos de Luc, bajo las caricias de Luc.
¿Por qué demonios hacía eso que Deke quisiera golpear algo? ¿O a alguien?
Mejor no averiguar la respuesta.
En su lugar se dedicó a observar cómo goteaba el café, esforzándose por mantener la mente en blanco, concentrándose sólo en la tarea que tenía entre manos; un truco que había aprendido en las fuerzas especiales, por lo que ya podía estar agradecido al ejército.
Unos minutos después, Luc salió de su habitación en vaqueros y con la camisa en la mano.
Su pose era relajada cuando se acercó a la cocina y no había señal de que estuviera empalmado.
—Buenos días.
—¿Hizo que te corrieras con las manos o con la boca?
La pregunta surgió de la boca de Deke antes de que pudiera detenerla. Eso no era asunto suyo. Saberlo no borraría los gemidos de placer de Kimber que todavía le resonaban en los oídos o la visible satisfacción que suavizaba el rostro de su primo.
Luc apoyó la cadera contra el mostrador de la cocina, cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una de sus cejas oscuras.
Antes de que Luc pudiera responderle, Deke dijo:
—Olvídalo, no es asunto mío.
Se giró para coger las tazas de la alacena superior, luego buscó el azúcar y la leche para Luc.
Mientras tanto, sintió la mirada de su primo clavada en su espalda, sopesando la situación, decidiendo cómo contestar. Astuto bastardo.
—Con ninguna de las dos.
Seguía sin ser una respuesta. Y maldito fuera, la cara de Luc no revelaba nada. Kimber había estado implorando, pero Luc no había estado satisfaciendo su placer cuando él había pasado por la habitación, Aunque tampoco se había quedado para ver mucho más. ¿Y si al final lo había hecho?
—¿No te la follaste? —Deke hizo la pregunta como una afirmación, como si esperara que la respuesta fuera un no.
—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó Luc—. Si la deseas esta mañana, está suave, despeinada y mojada. Y todavía sigue en la cama. Ve. Me ocuparé del café.
Deke vaciló. ¿Quería demostrar a su primo y a sí mismo que podía resistirse o salir al pasillo e ir en busca de lo que tanto Kimber como Luc habían compartido? Si pudiera, tomaría aún más.
Lo tomaría todo.
Sonó el pitido de la cafetera y Luc la extrajo del quemador para servirse una taza, sonriendo débilmente, como si conociera el debate interno de Deke.
Ese juego era una tontería, y Deke no quería jugarlo.
—¡Joder! Esto no va a funcionar. Kimber tiene que marcharse.
—Cállate o te oirá —murmuró Luc.
Eso sería lo mejor. No quería herir sus sentimientos, sólo quería que se marchara.
—¿Por qué piensas que debería irse? —preguntó Luc en voz baja—. ¿Crees que será incapaz de aprender lo que nosotros tenemos que enseñarle?
Deke puso los ojos en blanco.
—No juegues a hacerte el estúpido. Claro que puede aprender. Es obvio. Sé que no está asustada. Debería estarlo pero por alguna alocada razón no lo está. Sin embargo, ése no es el problema.
—Mmm. Creo que sé a qué problema te refieres, pero ¿por qué no me lo explicas con tus propias palabras?
—Es virgen, ¿recuerdas?
—Pero ella no es Heather.
—Kimber no tiene nada que ver con ella. No quiero discutir ese tema de nuevo.
Luc ladeó la cabeza y le dirigió una larga mirada pensativa.
—En realidad fue algo que nunca llegamos a discutir, lo que en sí mismo es parte del problema. Pero si no quieres hablar de Heather, por mí estupendo. Ahora bien, dime qué otras razones tienes para evitar a Kimber.
Deke vaciló, luego se dio cuenta de que no diría nada que su primo no supiera.
—Nada que no te haya dicho antes. Me hace perder el control. Si se queda, acabaré por no respetar sus deseos. Tarde o temprano, implorará y no tendré voluntad para decirle que no. La poseeré.
—Si se da el caso, evaluaremos de nuevo la situación. Quizá fuera lo mejor para todos que le diéramos exactamente lo que quiere.
La idea de Luc arrebatándole la virginidad a Kimber le hizo sentir como si le hubieran metido las entrañas en una licuadora. Pero tampoco él podría arrebatársela, en especial a solas.
Nunca.
—Tú crees que es nuestra.
Luc respondió lentamente:
—Cualquier cosa es posible. Pero sí, me niego a creer que una mujer que responde con tal perfección a nuestras primeras demandas, pertenezca a otro hombre.
—¿Acaso te has olvidado de la promesa que le hicimos de enseñarle a aceptar el contacto de dos hombres a la vez, y de que cree estar enamorada de otro?
—No. Sólo creo que ella está intentando buscar su lugar y que espera que Jesse McCall esté en él. Pero también creo que no tardará mucho en darse cuenta de que no es así.
—Escúchate Luc, crees que Kimber no tardará en correspondemos y olvidarse de todo lo demás —sacudió la cabeza, incrédulo—. Pero te equivocas. En el mejor de los casos, Kimber se esforzará en aprender todo lo que hay que saber sobre los ménages para poder ponerlos en práctica con otra persona. En el peor, sólo es una salida. Pero tú sigues pensando que la mujer perfecta está ahí fuera para jugar con nosotros a las casitas hasta que la muerte nos separe.
—Es que está ahí fuera —dijo Luc, confiado—. Pero si está en algún lugar muy lejos o al final del pasillo, está por verse.
Deke meneó la cabeza, se sirvió una taza de café, y contó hasta diez, pero fue inútil. La frustración todavía hervía en su interior, arrebatándole el sentido común y el autocontrol.
—Yo no quiero una esposa. Lo único que quiero es poder follar cuando quiera, y ella no vale para eso.
Luc no dijo nada durante diez segundos.
—Entonces no tienes que preocuparte por nada, salvo de cumplir tu palabra. Kimber ya ha superado la ansiedad por estar aquí y te ha perdonado por la terrible manera en que la trataste cuando llegó.
«Maldita sea». Luc no decía que no pudieran echarse atrás en su promesa de enseñarle todo sobre los ménages, pero lo sugería en cada sílaba.
—Además —añadió Luc—. No somos sus únicas opciones. ¿Has olvidado a los hermanos Catrell?
No. La imagen de Adam y Burke con las manos sobre Kimber había quedado grabada a fuego en su mente.
—No creo que ella los aceptara.
—Pero podría estar lo suficientemente decidida a aprender con ellos si no le quedara otra opción.
Cierto. Deke suspiró. Kimber lo tenía cogido por los huevos… en más de un sentido.
—Piensa que ésta es la única manera de mantenerla ocupada para protegerla de los hermanos Catrell, a quienes conocemos demasiado bien para permitirles estar con Kimber —dijo Luc.
Sí. Trataban con dureza a sus mujeres. Los dos hermanos nunca tenían suficiente. La utilizarían, la destrozarían, y la dejarían a un lado cuando ella no pudiera seguir el ritmo.
Así que, mirara como lo mirase, estaba básicamente jodido, tanto si la dejaba quedarse como si la dejaba marchar.
—Genial. Se quedará con nosotros trece días. Ni más ni menos.
Luc sonrió mientras se encogía de hombros, tomaba un sorbo de café y se dirigía hacia la puerta trasera.
—Tengo que acudir a una entrevista en una emisora local de radio. Seguiremos con esta conversación dentro de trece días. Mientras tanto, Kimber es un plato muy dulce por las mañanas —se relamió los labios.
Mientras Deke observaba cómo su primo agarraba las llaves del coche y salía por la puerta, contuvo el deseo de golpear las paredes, los muebles de la cocina, la cabeza de Luc, y maldijo entre dientes.
¿Dejarse tentar? A Deke le encantaría, pero eso no iba a ocurrir. Allí había mucho más en juego que la virginidad de Kimber y su enamoramiento por el inmaduro de Jesse McCall. Mucho más que celos mezquinos. Y maldita sea si Luc no lo sabía y estaba intentando provocarlo.
Podía contar con los dedos de una mano los días que pasarían antes de que terminara atravesando las barreras mentales y físicas de Kimber. Era inevitable.
Y cuando eso ocurriera, todos sufrirían. Sobre todo Kimber.
Kimber se despertó por segunda vez esa mañana y se encontró sola en la blanda y acogedora cama de Luc. Se puso la camisa de alguien —¿Luc?—, y salió al pasillo, dejándose guiar por el olor a café recién hecho. Sentía los miembros pesados y aunque trataba de fingir lo contrario, también se sentía un poco inquieta.
Al llegar a la cocina, la imagen de Deke inclinado sobre una taza de café, perdido en sus pensamientos, la dejó clavada en el sitio. No parecía que esos pensamientos le hicieran feliz.
Por supuesto que no lo hacían. Ella estaba allí, y él no quería que estuviera. No había oído las palabras de la discusión con Luc, pero habían quedado grabadas, altas y claras, en aquella estancia.
Y eso explicaba por qué la noche anterior se había quedado dormida con Deke a su lado, para despertarse veinte minutos más tarde y descubrir que se había ido. Y por qué cada vez que se había despertado inquieta durante la noche, se había encontrado sólo con Luc a su lado. No era simplemente que Deke hubiera elegido dormir en otro lugar, sino que se había negado a estar con ellos aquella mañana cuando Luc la había devorado con la boca. Lo que la había sumido en una profunda tristeza y el peso que sentía en el pecho amenazaba con aplastarla.
A pesar de que Deke parecía haber estado muy excitado la noche anterior, una vez que llegó al orgasmo le dio la impresión de perder el interés en ella. ¿Podía ser porque aún siguiera viéndola como una adolescente? ¿O era porque respetaba a su padre más de lo que ella creía? Tal vez. Pero esos problemas tenían fácil solución. Tomaría cartas en el asunto y él dejaría de mirar de manera tan malhumorada su café. El verdadero problema sería mucho más difícil de solventar, sobre todo si era el mismo que había tenido durante toda la vida.
—Hola —musitó ella.
Deke levantó la cabeza de golpe y clavó la mirada en ella con una expresión entre acusadora y ardiente. Inspiró profundamente. ¿Se estaría preparando mentalmente?
—¿Café? —preguntó al fin.
—Claro. Ya me sirvo yo.
—Las tazas están en la alacena que hay sobre la cafetera.
Kimber asintió con la cabeza y cogió una taza. Se preguntó qué podía decir. ¿De qué podía hablar? ¿Debería disculparse porque sus modales bruscos hubieran acabado con su deseo? En cuanto la habían despojado de la falda y la blusa de encaje y la había visto como realmente era, se había dado cuenta de lo poco femenina que era. No sería el primer hombre que lo pensara… sólo había que preguntarle a su pareja en el baile de graduación.
Maldecir la realidad no servía de nada. No podía librarse del hecho de que tras criarse sin madre y entre militares, el coronel y sus dos hermanos de los cuerpos de élite SEALS habían sido los modelos a seguir. Le gustaban los uniformes militares, y correr diez kilómetros todos los días.
Por el contrario, odiaba los pantys, el encaje y el maquillaje. La mayor parte de los hombres juraban que ella tenía testosterona en las venas. Pero la diversión de lanzar a los tíos al suelo por encima del hombro o darles cien vueltas a todos bebiendo, había perdido la gracia hacía mucho tiempo. Quería que los hombres la vieran como a una verdadera mujer, no como un chico con pechos.
Con Deke y Luc había sido tan sensual como había podido. Pero al parecer no había sido suficiente. Todo ese deseo que Deke decía haber sentido por ella durante años… lo más probable es que lo hubiera curado de eso la noche anterior.
Pero cambiar no era una opción. A ella le gustaba ser como era y al que no le gustara que se jodiera, Deke incluido. Sí, él la poma caliente. Mucho. Muchísimo. Había sido así desde que tenía diecisiete años y él había protagonizado sus más oscuras fantasías. Pero en dos semanas se iría con Jesse. Él aceptaba sus modales poco femeninos, e incluso decía que los encontraba adorables.
Ese miedo paralizante que la embargaba ahora no tendría importancia luego.
¿Por qué no podía deshacerse ahora de ese temor?
—¿Has dormido bien? —le preguntó ella para romper el silencio.
—No.
Kimber notó que él no le preguntaba lo mismo. Lo más seguro era que ni siquiera le importara.
—Yo tampoco.
Deke gruñó y tomó un sorbo de café. Evitaba mirarla.
Maldición, Kimber tenía que desahogarse. Dejar que la duda la corroyera no era su estilo.
Tomando un largo sorbo de café, Kimber se sentó en una silla frente a él.
—No dormiste anoche con nosotros.
—¿Y?
—¿Por qué?
—Ayer te expliqué por qué. —A Deke comenzó a palpitarle un músculo en la mandíbula.
—¿Y el insomnio es la única razón?
Él clavó la mirada en ella, y aquellos ojos azul oscuro brillaron con algo —¿cólera?—, pero bajó la vista a su taza de café medio llena antes de que Kimber pudiera estar segura.
—Gatita, no hurgues en mi mente. No te gustará la respuesta.
De eso estaba segura. Si lo hacía, probablemente descubriría que él la había deseado antaño, pero que la noche anterior se había dado cuenta de que ella no respondía a aquella fantasía femenina que él había creado en su cabeza. Y ahora, de no ser por Luc y su propio honor, habría deseado que se marchara para no tener que repetir lo sucedido la noche anterior.
«Genial. Así era la vida». Podía vivir con ello. De hecho podía celebrarlo. Todo lo que a ella le importaba era lo que su primo y él podían enseñarle. Deke no tenía que desearla de verdad.
Incluso puede que fuera mejor así, ya que ella respondía a él a un nivel más afectivo.
Pero, sencillamente, no podía dejar estar las cosas. No era su estilo.
—Puede que no me guste la respuesta, pero si eso va a afectar a tu promesa de enseñarme…
—Cumpliré mi palabra. Aprenderás todo lo que necesitas y, probablemente, más de lo que quieres.
—Bien.
Pero el alivio de Kimber fue efímero.
—Yo no estaría tan contenta. —Deke cogió la taza de café y clavó los ojos en ella por encima del borde—. Luc tiene la condenada idea de que te enamorarás de nosotros y te desharás de tu famoso novio para casarte con nosotros y tener bebés.
«¿Matrimonio? ¿Bebés?». Kimber contuvo el aliento. Quería esas cosas en su vida algún día, pero con Jesse. Él era quien realmente la conocía y la había aceptado tal y como era. Algo que no ocurría con Deke y Luc.
—¿En serio?
Deke asintió bruscamente con la cabeza.
—Y como no quiero que siga con esa idea, y tú tampoco, a menos que haya sexo de por medio, te mantendrás alejada de mí.
Nadie diría nunca de Deke que se andaba por las ramas. Kimber había sabido desde el principio que no le iban las relaciones. No es que quisiera mantener una con él, pero si le iba a permitir aquellas increíbles intimidades con su cuerpo, si iban a estar piel contra piel y vivir bajo el mismo techo, ¿no debería al menos poder hablar con él?
—¿Está Luc en casa ahora?
—No.
Kimber frunció el ceño.
—No puede hacerse una idea equivocada si hablamos mientras no está.
—No quiero hablar. Has venido aquí para aprender todo lo necesario sobre los ménages.
Vamos a enseñártelo. Pero no somos amigos, me importa un bledo lo que pienses y no tengo nada más que decirte.
«A la defensiva y cerrado en banda». Ésas eran las mejores palabras para describir a Deke.
Bueno, ofensivo también serviría, pero eso entraba en la categoría de ataque. No era que estuviera de mal humor por las mañanas; lo conocía lo suficientemente bien para saber que no era así. Y tampoco estaba malhumorado por lo de la noche anterior. No, no había tenido ningún problema hasta que había conocido de primera mano lo poco femenina que ella era.
El primer impulso de Deke había sido rechazar su petición. Ahora probablemente estaría pateándose mentalmente por haber permitido que Luc y ella lo hubieran convencido de ese acuerdo. Seguro que estaba pensando que iban a ser las dos semanas más largas de su vida.
Sus hermanos la felicitaban a menudo por ser una de las pocas mujeres que sabía contener sus emociones, pero aquellos horribles sentimientos la carcomían por dentro. Se sentía mal.
Herida. Y lo odiaba.
—Genial. No tengo nada más que añadir. Compórtate como un auténtico gilipollas. Me es indiferente siempre que seas un buen maestro.
Kimber se puso en pie y pasó junto a Deke hacia la puerta.
Él la agarró del brazo y tiró de ella, acercándola a su regazo.
—Gatita, seré el mejor maestro que puedas imaginar. Que no te quepa la menor duda.
—Me alegra oírlo. —Se soltó bruscamente—. Respetaré el hecho de que no quieras que te hable cuando no estemos en la cama, siempre que tú no me toques a menos que sea para enseñarme. Así que hasta esta noche, puedes dejarme en paz.
Deke vaciló; una sonrisa amarga le curvó las comisuras de la boca.
—Gatita, ésa es la mejor idea que has tenido desde que entraste por esa puerta.
La cena transcurrió en silencio a pesar de que Luc había asado a la parrilla unas malditas chuletas de cerdo y las había aderezado con un delicioso jarabe de arándanos. A Luc no pareció importarle el desalentador silencio. El ejército había enseñado a Deke a comer cualquier cosa —desde los grasientos platos del comedor hasta una cabra cruda— para mantenerse con vida. Las chuletas de Luc sabían bastante mejor. Y Kimber… por la manera en que fulminaba a Deke con la mirada, dedujo que los dos habían discutido mientras él no estaba.
Y por la manera en que Deke la miraba a ella, sabía que el hambre de su primo no iba a ser saciada ni por la carne de cerdo ni por la crujiente tarta de melocotones que había horneado un poco antes.
Luc sonrió detrás de la servilleta. Lo cierto es que todo iba sobre ruedas. Había llegado el momento de echar un poco más de leña al fuego.
Luc estiró el brazo hacia Kimber y le acarició el suyo, que estaba desnudo por el bustier que llevaba. Luego le rozó la mejilla con los nudillos. Mmm, suave. Dulce. Y Deke estaba cada vez más enfadado, observó al lanzar una mirada de reojo a su primo.
—¿Más ensalada, cariño? —preguntó Luc.
—No. —Ella se relajó lo suficiente para sonreír—. Estoy llena. Cocinas de maravilla, pronto no podré ponerme los pantalones.
Luc se inclinó hacia delante para depositar un beso tierno y sensual en los labios femeninos, que aún tenían el débil sabor de los arándanos con que había condimentado la comida. Al otro lado de la mesa, Deke se puso tenso. Su tenedor repiqueteó en el plato. Luc lo ignoró.
—Con nosotros dos cerca, no necesitas pantalones, ¿verdad que no, Deke?
Luc cerró la mano sobre el hombro desnudo de Kimber y se lo acarició suavemente, sin dejar de observar los duros pezones que se erguían contra la tela blanca del bustier y el calor peligroso que emitían los ojos de su primo.
—¿Habéis terminado de comer? —soltó Deke bruscamente, poniéndose en pie y cerniéndose sobre la mesa.
Kimber se apartó y dirigió a Luc una mirada de incertidumbre. Estaba realmente preocupada. Oh, oh, ¿qué diablos había pasado entre Deke y ella para ponerla tan nerviosa?
—Eso depende de Kimber. Podemos quedarnos aquí un poco más si lo prefieres, cariño.
Deke soltó la servilleta sobre la mesa.
—Si quieres que te enseñemos algo esta noche, gatita, es ahora o nunca. Tengo mejores cosas que hacer que quedarme aquí sentado charlando.
Luc notó que Kimber se tensaba bajo sus dedos. Oh, los fuegos artificiales estaban a punto de comenzar.
—Has sido muy claro y, como no quiero molestarte, será mejor que vaya sólo con Luc a su habitación, tú puedes marcharte si quieres.
Alzando la barbilla, Kimber se puso en pie y, a pesar de vestir una minifalda estampada y un bustier sin sujetador, pasó al lado de ellos con la altivez de una reina.
La mirada aturdida en la cara de Deke no tenía precio.
Su primo se dio la vuelta y siguió a Kimber por el pasillo. Luc se puso en pie y se apresuró a ir tras ellos. Quería que estuvieran irritados, pero no tan furiosos que se pusieran a discutir en vez de a follar.
Kimber casi logró llegar a la puerta del dormitorio de Luc antes de que Deke la agarrase, la empujara contra la pared y cubriera su cuerpo con el de él.
—Me comprometí a enseñarte todo lo que sé sobre los ménages, gatita. Y para eso son necesario tres. No voy a irme a ninguna otra parte que no sea a compartir la cama contigo.
Ella abrió la boca para protestar —o para soltar una réplica mordaz—, pero Deke se le adelantó con un beso abrasador, cubriéndole la boca con la de él, invadiéndola y devorándola.
Maldición, sólo con verlos Luc ya se excitaba. Observó cómo el tenso rechazo de Kimber desaparecía bajo el empuje de la lengua de Deke contra la de ella. Gimió cuando una de las manos de su primo se deslizó por la espalda de Kimber y se cerró sobre su trasero, levantándole las caderas hacia las de él.
No cabía duda, Deke quería penetrarla. «Perfecto».
Él apartó la boca, pero siguió cubriéndola con su cuerpo, apretándola contra la pared. Y se quedó mirándola fijamente, jadeando, como si hubiera estado corriendo diez kilómetros. No apartó la mirada.
Luc se acercó a ellos y rodeó a cada uno con un brazo, empujándolos hacia la puerta del dormitorio.
—¿Por qué no entramos, nos desnudamos y nos ponemos cómodos para pasar un buen rato?
Por encima de él, Deke le dirigió a Kimber una tensa mirada. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Cariño, ¿estás bien? —preguntó Luc.
Kimber lo miró de soslayo antes de volver a mirar a su primo. En ese momento, tenía la piel ruborizada y los pezones como duras bayas tentadoras. Luc decidió centrarse en un objetivo a largo plazo en vez de desnudar a Kimber en ese momento.
Kimber clavaba la mirada en Deke con una voracidad renuente. Deke se ponía más tenso a cada segundo que pasaba. «Muy interesante».
—Estoy bien —susurró Kimber finalmente.
Esas palabras fueron todo lo que Deke necesitaba para pasar a la acción. Alargó la mano por delante de Luc hacia Kimber. Le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo contra su cuerpo.
Con la mano libre le bajó las tiras del bustier por los hombros y le deslizó la prenda bruscamente por el torso, dejando los pechos y los rosados pezones hinchados expuestos a sus miradas hambrientas.
Luc ya estaba duro antes, demasiado duro para su comodidad, pero aquella visión lo llevó a unos límites insoportables.
Deke le dirigió una mirada tan llena de frustración y necesidad sexual, que sus ojos resplandecían con la llama del deseo.
—Ahora.
Su primo no parecía dispuesto a esperar para tocarla y no iba a perder el tiempo indicando lo obvio. Y por mucho que a Luc le gustara recrearse en una mujer, Kimber tenía algo que hacía que Deke y él respondieran de manera inmediata, sin que ambos pudieran mantener la distancia necesaria para conducirse con paciencia.
Así que Luc le dirigió a su primo un escueto asentimiento de cabeza.
Cuando se acercó a ellos, Kimber estaba sin aliento, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas. La incertidumbre asomaba a su rostro, pero también una aguda necesidad, como si supiera que era demasiado tarde para detener la hambrienta seducción que su cuerpo estaba a punto de sufrir. Esa noche la llevarían un poco más lejos, la someterían a pruebas más duras.
El deseo le recorrió las venas como un buen vino.
Deke se colocó en el lado derecho de Kimber, mientras él ocupaba el izquierdo.
—¿Luc? —susurró ella, buscando que la tranquilizara.
¿Sentiría ella la violencia apenas contenida que crepitaba en el aire? Apostaría lo que fuera a que sí. Y eso la asustaba y excitaba a la vez. Tenía buenas razones para tener miedo. En los diez años que Deke y él llevaban compartiendo mujeres, Luc jamás había visto a su primo más ansioso y descontrolado. Tomaría todo lo que ella estuviera dispuesta a ofrecer. En ese mismo momento.
Y la presionaría buscando más.
El deseo de Deke alimentaba el suyo, y Luc se sintió salvaje y deliciosamente excitado.
—Abróchate el cinturón, cariño —murmuró Luc—, va a ser un viaje muy movidito.
Apenas había terminado la frase antes de que Deke se inclinara, ahuecando uno de los pechos de Kimber con una mano mientras lo cubría con su boca. Luc siguió su ejemplo, lamiéndole con la lengua el otro pezón. Deslizó los dedos suavemente por la curva de las caderas para contrarrestar los duros y afilados tirones que ambos estaban dándole a los turgentes pezones con los dientes.
Kimber se arqueó hacia atrás jadeando. Se había puesto de puntillas como si estuviera tratando de absorber las sensaciones o de acercarse a sus bocas. Ella cerró la mano sobre el cabello de Luc para atraerlo contra su pecho. Luc recibió con agrado el tirón en su cuero cabelludo, y ella se aferró a él, indefensa ante la oleada de placer.
Las succiones y los voraces lametazos, junto con los fuertes jadeos de Kimber, llenaban el aire. Ella era perfecta. Con cada lametazo, sus pezones se endurecían cada vez más contra sus lenguas…
De repente, Deke gruñó a su lado:
—Sigamos con el plan.
Ah, el plan, el que habían estado ideando mientras Kimber había permanecido recluida en la guarida preparando los exámenes. Todo ese tiempo Deke se había estado paseando por la cocina de un lado a otro, como si se lo comiera la impaciencia, mientras Luc cocinaba.
A regañadientes, Luc abandonó la almibarada perfección del pezón de Kimber. Ya tendría tiempo más tarde —toda una vida, si las cosas salían como él quería— tan pronto como aplacara a la hambrienta bestia que tenía a su lado. La verdad fuera dicha, pensar en lo que iba a ocurrir esa noche, despertaba también a su propia bestia interior.
Sabiendo que era demasiado pronto para eso, reprimió esos pensamientos.
Ante la pérdida de sus caricias, Kimber gimió implorante. Luc se arriesgó a mirarle los pechos. Tuvo que tragar aire. Sus pezones ya estaban de color granate, visiblemente hinchados y duros. La imagen casi hizo que se olvidara de los planes y quisiera pasarse la noche prodigando atenciones constantes a aquellos hermosos pechos.
—Ahora. —La impaciencia resonó en la orden de Deke.
«Tranquilo, chico, tranquilo». Luc le dirigió a su primo una mirada de advertencia antes de volverse hacia Kimber. Con cuidado la ayudó a quitarse la minifalda y el tanga. Dios, era preciosa.
Esbelta, pero con curvas. Atlética, pero sin resultar masculina. Lo suficientemente alta para ser grácil, pero no tanto como para parecer torpe. Era, simplemente, perfecta.
Luc sonrió ante sus propios pensamientos y la tomó por los hombros.
—Cariño, la noche anterior queríamos que te acostumbraras a aceptar las caricias de dos hombres.
A pesar de los ojos aturdidos y las pupilas dilatadas, ella asintió con la cabeza.
—Lo sé.
—Bien. Muy bien. Esta noche aprenderás cuánto placer puedes darnos tú. Y será todo un desafío puesto que quieres seguir siendo virgen y aún no estás preparada para aceptarnos en ese dulce trasero.
Kimber se quedó meditando, intentando descifrar sus palabras.
—No sé nada de sexo oral.
Él le acarició los hombros, tranquilizándola.
—De eso nos ocuparemos todos juntos.
Mordisqueándose los labios, ella asintió con la cabeza. Luego se pasó la lengua por el labio y la imagen golpeó a Luc con otra oleada de pura lujuria.
A su lado, Deke parecía a punto de perder la paciencia… y el control. Luc apoyó las manos en los hombros de Kimber y la instó a ponerse de rodillas ante él. Ella se arrodilló lentamente, algo indecisa pero sin apartar la mirada de Deke. Luc siguió la mirada de Kimber y la imagen le provocó otra oleada de lujuria.
Suspiró. Suponía que eso zanjaba la cuestión de quién disfrutaría primero de la sedosa boca de Kimber.
Arrodillándose detrás de ella, Luc se quitó bruscamente la camisa, observando cómo Deke se quitaba también la suya y la arrojaba al otro lado de la habitación, luego comenzó a desabrocharse uno a uno los botones de los vaqueros. Luc se situó tras Kimber, posó las manos en los hombros femeninos y observó cómo ella clavaba la mirada en la porción de musculoso abdomen y el castaño vello púbico que Deke iba dejando a la vista, luego su primo se bajó los vaqueros y su miembro saltó libre en toda su longitud.
Deke se pasó la mano por la erección, como si no pudiera estar ni un minuto más sin recibir estimulación. Detrás de Kimber, Luc se encontraba en un estado parecido e hizo una mueca mientras acomodaba su propio miembro. Luego apoyó las manos en las caderas desnudas de Kimber y le acarició la suave piel.
—Tócale —murmuró Luc.
—¿Cómo?
Luc no podía detener sus manos errantes, de las caderas las deslizó al vientre y a los pechos. Con los pulgares le acarició los pezones duros como guijarros. Se los apretó. Quería comprobar lo mojada que estaba.
Pronto… «Maldita sea, ten paciencia». En ese momento, no podía distraerla.
—Toma el miembro de Deke en la mano y acaríciale, justo como está haciendo él.
Tan lentamente que Luc empezó a sudar, Kimber estiró el brazo y romo la dura carne de Deke en su mano. La deslizó hasta la punta, y le pasó el pulgar por el glande. Deke gimió con tanta fuerza que el sonido retumbó en su pecho.
—Muy bien —la elogió Luc—. Ahora sube la mano y vuelve a bajarla.
Kimber repitió el proceso un par de veces, cada vez más rápido, coordinando cada vez más los movimientos.
—Apenas puedo cerrar la mano en torno a él.
Kimber frunció el ceño con concentración y llevó la otra mano al miembro de Deke, uniéndola a la primera, cerrando los elegantes dedos alrededor de la erección. Ahora la abarcaba por completo, la acariciaba con más vigor, observando la cara de Deke y cómo aquellos ojos azules, por los que las mujeres babeaban, se cerraban al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás, invadido por un inconmensurable placer.
—Muy bien —masculló Luc—. Ahora humedécete los labios. Sí, así. —Luc no pudo resistirse a besarle el cuello, a mordisquearle el lóbulo de la oreja—. Inclínate, abre bien la boca y captúralo con los labios.
La mirada ardiente que ella le lanzó por encima del hombro estaba tan llena de curiosidad y de picara anticipación, que Luc se sorprendió. Maldición, bajo aquella sencilla superficie se escondía una chica juguetona. Una arpía. Hubiera apostado lo que fuera a que si le daban un poco de rienda suelta en el dormitorio, los haría bailar al son de su música.
—¡Ahora! —exigió Deke.
—Pídelo por favor —ordenó ella.
Luc no pudo contener la risa. Al parecer, ella ya sabía cuándo tenía a un hombre en la palma de su mano, y que con la promesa de su boca madura en la febril mente masculina, lo tenía bajo su poder.
—¡Maldición!
—Palabra incorrecta. —Kimber le dirigió una sonrisa coqueta.
Deke tragó y cerró los puños mientras tomaba aliento.
—Por favor.
La palabra sonó brusca y ronca, pero a Kimber le valió.
Lanzándole a Deke una última mirada desafiante, se puso manos a la obra, inclinándose hacia delante.
Inclinándose hacia un lado, Luc observó con rugiente necesidad y envidia cómo el miembro de Deke entraba en la boca de Kimber, acunada por su lengua resbaladiza. Él la fue penetrando cada vez más hasta que casi toda la longitud de su miembro desapareció en las profundidades de esa boca virgen.
Dios, la sola imagen lo mataba. El largo gemido de Deke resonó en el vientre de Luc, multiplicando su deseo. Sólo podía imaginar lo fabuloso que sería sentir a Kimber de esa manera.
Cuando había tomado todo lo que podía del miembro de Deke, ella se retiró y repitió el proceso, albergando un par de centímetros más. Deke soltó otro gemido, aferrando las manos con las que Kimber lo sujetaba.
—Sí —jadeó Luc—. Succiónale. Con fuerza. Le gusta así.
Las mejillas de Kimber se ahuecaron cuando lo introdujo de nuevo en su boca. Un instante después, Deke apretó los dientes.
—¿Estás a punto de explotar? —le preguntó Luc.
—Sí, maldita sea.
Deke apenas logró articular las palabras. Kimber lo estaba llevando al orgasmo con mucha rapidez. Luc jamás había visto nada igual. Por lo general, su primo podía hundirse en la boca de una mujer durante más de veinte minutos y seguir impertérrito. Siempre había sido así, salvo cuando Kimber le tocaba. Cuando Deke se tensó y el rubor le cubrió las mejillas, Luc supo lo cerca que estaba su primo de perder el control.
«Ha llegado el momento de rematarlo».
—Muy bien —murmuró Luc en el oído de Kimber. Observó la cadencia de la cabeza femenina y le ordenó—: Ahora un poco más lento. Hazle sufrir. Bien. Ahuécale los testículos con una mano.
Kimber hizo exactamente lo que le decía, acariciando la masa testicular de Deke, que se alzaba hacia su propio cuerpo con cada dulce succión de su boca. Incluso observarlo agitaba la respiración de Luc, por no mencionar lo que le provocaba en su miembro.
Estirando el puño a ciegas, Deke agarró a Kimber por el pelo. Luc casi detuvo a su primo para romper el contacto, pero ella gimió… y no de dolor.
Ah, así que a Kimber le gustaba un poco de dolor. Luc sonrió. Definitivamente podría proporcionarle un poco, pero era Deke el que estaba especialmente dotado para dárselo.
En cuanto Kimber lograra que Deke se corriese.
—Sigue así, cariño. Succiónale. Con lentitud y dureza. Harás que se corra —susurró Luc—. No podrá contenerse ante la dulce tentación de tu boca. Lámele el glande con la lengua. Perfecto.
Sí.
Deke gimió, como si quisiera corroborar las afirmaciones de Luc. Tensó los muslos y apretó el puño con el que tiraba del pelo de Kimber.
—Santo cielo… no puedo contenerme.
Luc sonrió.
—Buena chica. Ahora, pásale la punta de los dientes por el glande.
—No —protestó Deke.
—Hazlo —ordenó Luc—. Luego succiónale de nuevo. Se correrá.
Sujetando el grueso tallo de Deke con una mano, Kimber aflojó el agarre y pasó los clientes por el glande. La imagen hizo gemir a los dos hombres.
—Maldita sea… ¡Kimber!
—Ahora succiónale profundamente, y se correrá —murmuró Luc.
Ella lo hizo, y Deke rugió echando la cabeza hacia atrás y gritando su éxtasis que resonó en la habitación.
Kimber se quedó paralizada, agrandando los ojos con incertidumbre y pánico.
—Trágalo, cariño. Está bien.
Ella lo hizo, y Luc observó cómo su garganta y su boca se movía mientras lo hacía. El deseo y la envidia lo atravesaron como un relámpago. Dios, era asombrosa. Y, gracias a Dios, ahora sería él quien sentiría su boca.
Deke se apartó lentamente. Ella gimió mientras continuaba lamiéndole, como si no estuviera dispuesta a dejarlo marchar.
Llegados a ese punto, Deke solía volverse a excitar con el puño y se dirigía al trasero de la mujer, dejando que Luc bebiera de la boca o el sexo. Por lo general, Deke solía dejarle a él la tarea de satisfacer a la mujer, ya que para él las mujeres eran dulces y tiernas criaturas a las que había que explorar de pies a cabeza, trazando un mapa con dedos y lengua, recorriendo cada hendidura secreta y cada lugar sensible con la vista y los sentidos.
Pero para asombro de Luc, Deke se arrodilló ante Kimber clavando los ojos en ella, como si fuera algo tan precioso como esperanzador, como si fuera un antiguo acertijo. Inclinándose hacia ella, Deke agarró las caderas de Kimber y las alzó hacia su cara bajo la mirada estupefacta de Luc.
—Tengo que saborearte —masculló—. Tengo que saber lo mojada que estás.
En el momento en que ella abrió los muslos sobre la cabeza de Deke, él levantó la boca hacia los húmedos pliegues femeninos y los asaltó con los labios abiertos. Se aferró a las caderas femeninas y atrajo aún más su cuerpo para profundizar el íntimo beso. Un largo gemido de alarma escapó del pecho de Kimber, tratando de aferrarse a algo o alguien para mantener el equilibrio.
Con las piernas temblorosas, Luc se levantó y se acercó a la cama para observarlos. Se uniría pronto a la función, pero observar cómo Kimber se corría bajo los latigazos de la lengua de su primo y, como también veía ahora, sus indagadores y exigentes dedos penetrándola, excitaba más a Luc.
Deke giró la cabeza para mordisquear el muslo de Kimber.
—El vibrador.
Luc tardó un momento en descifrar las amortiguadas palabras de su primo. Sí. Tenían que enseñarle eso. Les iba a gustar ver cómo Kimber se retorcía, se sonrojaba y se corría mientras lo usaban, sobre todo sabiendo que servía para un gran propósito que todos disfrutarían.
Tras acercarse con rapidez a la mesilla de noche, Luc cogió todo lo que necesitaban y lo preparó, luego se giró hacia ellos. Kimber tenía los ojos cerrados, tenía la piel sonrojada y cubierta por una brillante película de sudor. Con los pezones erizados, parecía una diosa mientras gemía, aceptando cada roce de la lengua de Deke.
A Luc le hirvió la sangre. Tenía que aliviarse pronto en Kimber. Muy pronto. Masturbarse en la ducha no le serviría de nada esa noche.
Colocándose de nuevo detrás de ella, le puso la palma de la mano en la espalda, entre los omóplatos. Maldición, era suave por todos lados.
—Cariño, inclínate hacia delante. Ponte a gatas.
Kimber así lo hizo, sin que Deke perdiera el ritmo. Luc imaginó, de hecho, que aquella nueva posición le estaba proporcionando nuevas sensaciones, ya que Kimber gimió.
Luc le acarició la cadera, depositando tiernos besos desde la base de su espalda hasta el lóbulo del oído, donde le murmuró:
—Relájate. Intentaré que te resulte fácil. Dime si te duele.
Ella sólo se agarró al edredón de la cama y jadeó como si no pudiera aspirar aire suficiente.
Él estaba a punto de llevarla todavía más cerca del límite.
Abriéndole las nalgas, comenzó a insertarle lentamente, muy lentamente, un nuevo vibrador en el ano. Uno más grande que el anterior. Ese medía dieciocho centímetros de largo por tres de diámetro. Un tamaño más aproximado a un miembro de verdad. Luc esperaba con ansia y un nudo de lujuria que a ella le gustara. Se moría por poder penetrarla pronto.
El vibrador estaba medio insertado cuando él comenzó a sudar. Sólo ver cómo aquel juguete desaparecía en el interior de su cuerpo le hacía arder. Siguió introduciéndolo poco a poco, observando cómo se deslizaba en sus profundidades casi por completo.
De repente, ella se arqueó, se puso tensa y gimió.
—¿Te hace daño? —preguntó él.
—Un poco. —Ella apenas podía articular las palabras.
—Acéptalo en tu interior por nosotros. ¿Puedes?
Kimber asintió con la cabeza con los hombros rígidos. Luc deslizó suavemente el resto del vibrador. Cuando ella gritó, lo puso en funcionamiento. Casi al instante, ella jadeó. Unos momentos después, comenzó a moverse agitadamente, y volvió a aferrarse al edredón de nuevo.
—¡Sí! —gritó Kimber—. Necesito… oh, Dios…
—Lo sabemos. —Luc la besó en el hombro, luego se puso de pie y se quitó los pantalones, dejándolos caer al suelo. Luego se sentó en el borde de la cama, delante de ella, y le apartó los rizos castaño rojizos de la cara ruborizada. Sus ojos color avellana se agrandaron al verle el miembro.
Ahuecándole la nuca con la mano, la atrajo hacia sí.
—Succióname.
Por suerte, no tuvo que repetirlo. Ella se abalanzó sobre su pene y casi se lo tragó entero.
Luc contuvo el aliento. Una salvaje sensación le subió por la erección, le recorrió las piernas, y atravesó su cuerpo con una descarga de deseo. La cabeza de Kimber subió y bajó mientras lo tomaba casi hasta el fondo de su garganta, deslizando la lengua con ansia por cada uno de los lugares sensibles de su miembro y por algunos que no sabía que tenía. No utilizó los dientes, como si de alguna manera supiera que eso era algo que le gustaba a Deke y no a él. Se limitó a agarrarlo por los muslos y a chupársela a un ritmo que aseguraba que él no iba a aguantar mucho más. Pero por la manera en que ella gemía en torno a su miembro y los sonidos que Deke hacía en su carne sensible, Kimber tampoco tardaría mucho en correrse.
Ella siguió chupándole el miembro, lo adoró; su boca era como el cielo, y las constantes caricias de su lengua elevaban a Luc cada vez más alto. El deseo se incrementaba en su interior con tal rapidez que… ¡Oh!, a duras penas podía asimilarlo. Luc comenzó a jadear. La agarró por el pelo, intentando que fuera más despacio. Quería saborear cada resbaladiza sensación, cada abrasador estremecimiento. Observarla con Deke, y luego sentir él mismo la sedosa succión de su boca, sabiendo que era la primera vez que se correría con la mujer que podía completarlos a Deke y a él…
El éxtasis comenzó en su vientre y luego ascendió por su miembro, abrumador e imparable. Luc intentó contenerlo —recitando recetas de cocina, pensando en cada uno de los chefs que había odiado en la escuela de cocina—, pero el trémulo calor aumentaba incontrolablemente ante la necesidad que sentía. La música de fondo de Kimber gimiendo su placer le decía que ella estaba a punto de sentir un orgasmo gigantesco.
Luc no pudo contener el placer por más tiempo. Sintió varios estremecimientos en la base de su espalda. Se le tensaron los testículos. Oh, Dios. El calor era intenso, y ascendía poco a poco por su pene quemándolo como si fuera fuego líquido. Luego Luc dejó escapar un ronco y agonizante grito. Mientras tanto, la boca de Kimber seguís succionándolo, chupándolo con frenesí, extrayendo cada onza de placer.
Respirando entrecortadamente, abandonó su boca y se encontré con su mirada; la necesidad no satisfecha se reflejaba en su cara. Tenía el cuerpo tenso como la cuerda de un arco.
Podía observar cómo el pulso de Kimber latía salvajemente en la base del cuello. Inclinándose sobre ella le sacó y le metió el vibrador en el culo un par de veces.
—Córrete, cariño. Por nosotros.
Kimber no necesitó que se lo repitiera. Aferrándose a sus muslos se dejó llevar por el placer, moviendo su cuerpo con agitación, convulsionándose con cada oleada de placer que la dominaba. Su grito retumbó en la habitación. Bajo ella, Luc podía oír los murmullos ahogados de Deke, alabando su reacción, su sabor.
Cuando Kimber se derrumbó, Luc extrajo el vibrador lentamente. Ella gimió y se dejó caer en el suelo al lado de Deke. Lo miró a lo ojos, con una mirada femenina y profunda. Luc no pudo evitarlo, el impacto que le produjo su expresión le golpeó en el pecho. Luego ella miró a Deke con la misma expresión, pero amplificada, hasta que fue como un sonido, una llamada, una súplica.
Luego Kimber comenzó a llorar.
Deke se puso tenso.
—Oh. Oh, Dios. ¿Qué…? No puedo… —Kimber aspiró con fuerza y soltó un sollozo.
Luc se dejó caer de rodillas a su lado.
—¿Cariño?
Ella le puso la mano en el brazo, tranquilizándolo, pero abrió aquellos ojos color avellana empapados en lágrimas, llenos de sabiduría femenina. Su mirada se clavó en Deke cuando desplazó la vista hacia él.
—Me haces sentir. Esto es… Jamás había sentido nada tan poderoso, ni me había sentido más viva que cuando estoy con vosotros.
Luc se regocijó. Kimber también sabía que eso era lo correcto. En su fuero interno ella también lo sentía. Sonrió y la abrazó.
Pero una mirada a Deke bastó para que a Luc se le cayera el alma a los pies. Su primo parecía a la vez excitado y enfermo. Intentaba controlar algún tipo de emoción, que aunque no era ira se acercaba condenadamente a ella.
—No es nada especial —le dijo Deke a Kimber con un gruñido mientras se ponía en pie y recogía sus ropas—. Es sólo sexo. Única y exclusivamente sexo, maldita sea.
Luego se dirigió a la puerta y la cerró de golpe. El sonido resonó en la estancia durante mucho tiempo.