La cena fue suculenta y duró demasiado tiempo.
Luc sabía cocinar, de eso no cabía duda. Dominaba con maestría un arte que Kimber admiraba, ya que ella apenas sabía hervir agua. No era hábil en casi ninguna de las llamadas «artes femeninas». Era el resultado de haber crecido entre hombres que se pasaban la vida en misiones altamente secretas y que se mostraban paranoicos con la seguridad. Con sinceridad, Kimber estaba bastante sorprendida de que la blusa de encaje y la falda que se había puesto no le provocaran urticaria, ya que lo cierto era que sabía más de armas de fuego que de alta costura.
Más sobre las artes marciales que sobre el maquillaje. Por ese motivo, intentar mantener un romance en el pasado había sido ridículo. Sólo esperaba que cuando Deke y Luc la instruyeran —no que salieran con ella—, ese tipo de cosas no le importaran igual que no le importaban a Jesse.
—¿Te ha gustado la cena? —preguntó Luc.
¿Qué si le había gustado? Se había quedado completamente sorprendida por la maestría culinaria de Luc. Se había ganado con creces el reconocimiento internacional que tenía.
Pero después de casi dos horas de deliciosa comida, cháchara y de que todos se dedicaran a evitar por tácito acuerdo lo que vendría a continuación y lo que eso acarrearía, Kimber tenía los nervios más afilados que cualquiera de los selectos cuchillos de cocina de Luc. No podía contener la anticipación ni controlar la testosterona que bullía en la estancia, o el espeso deseo que se deslizaba entre sus piernas.
Basándose en los monosílabos con los que Deke había contestado durante la última hora, suponía que él estaba más que listo para ponerse manos a la obra.
O era eso, o que seguía sin estar feliz de tenerla allí.
Kimber apartó a un lado el incómodo pensamiento.
—La cena ha sido maravillosa. Gracias por una comida tan buena, Luc. Todo ha sido espectacular.
—¿Más vino? —Las palabras eran una pregunta educada, pero sus ojos tenían un brillo travieso, como si hubiera hecho la pregunta sólo para jugar con ella.
—No, gracias. Dos copas es mi límite o me quedaré dormida.
—¿Una copita de Jerez?
Un asomo de sonrisa curvó la boca plena, pecaminosa y roja de Luc. Era un hombre atractivo, sensual, juguetón, de trato fácil, cultivado y curioso. Era sorprendente que aún no lo hubiera cazado alguna mujer.
Pero en ese momento, Kimber quería estrangularlo por prolongar su agonía.
—No quiero nada más.
Luc se puso en pie y dejó su plato en el mostrador de donde cogió un postre de chocolate.
—¿Y postre? Puedo hacer café si queréis. Lo tengo con canela, vainilla francesa…
—Te lo agradezco mucho, pero lo que me gustaría es que nos fuéramos a la cama de una vez.
Luc se detuvo en medio de la cocina, con los platos en la mano. Deke contuvo el aliento.
Ninguno de los dos se movió.
«Oh, no». ¿Acaso había mal interpretado las vibraciones? Habían parecido interesados.
Durante la cena, Deke sólo había dicho lo justo, y la había mirado con esos ojos ardientes hasta que ella casi se había quedado sin apetito. Luc no había hecho más que coquetear, tocándole las manos, rozándole la rodilla con la suya, alimentándola con su tenedor.
Kimber lo miró a través de la cocina. Luc se había puesto duro, la bragueta de los pantalones parecía a punto de reventar. A su izquierda, una silla arañó el suelo, rompiendo el silencio sepulcral. Deke se había puesto en pie y Kimber descubrió que estaba en el mismo estado que su primo… listo para la acción.
Así que no había malinterpretado nada ¿verdad? O quizá no… quizá el deseo de Deke no tenía nada que ver con sus palabras. Quizá Luc tenía sus dudas.
Maldición, no lo sabía. La inexperiencia no era de mucha ayuda ahora.
—Lamento haberos incomodado —se disculpó—, no estoy acostumbrada a pensar antes de hablar. Mi familia nunca lo hace, así que yo…
—Vamos. —Deke le agarró de la mano y le tiró del brazo, casi arrastrándola en su prisa por abandonar la cocina.
—¿A la cama?
—¡Pues claro!
Deke la deseaba. La excitación la atravesó, haciéndole hervir la sangre.
Por fin. Había llegado el momento. Iba a descubrir de qué iba todo eso de los hombres y el sexo, algo que iba más allá del placer de la masturbación. Y lo iba a hacer de la mano de los dos hombres más guapos que había conocido nunca. Con el deseo burbujeando en su cuerpo, pensó que en ese momento no le molestaba lo más mínimo la idea de ser compartida. Aprendería todo al respecto para que cuando Jesse regresara a Tejas, al cabo de unas semanas, supiera todo lo que hacía falta saber y cómo ofrecérselo. A él no le importaría hacer más profundo ese vínculo especial porque ella ya no sería demasiado inocente para adaptarse a su estilo de vida.
Luc intentó parecer molesto.
—Me he pasado mucho tiempo haciendo este postre.
Kimber le dirigió una mirada provocativa por encima del hombro.
—Será un buen tentempié para medianoche.
—Lo será si me dejas comérmelo de tus pechos —murmuró Luc, acercándose a ella.
Kimber soltó una risita juguetona.
—Sólo si me prometes que lamerás hasta la última miga.
Luc murmuró algo entre dientes y la siguió, pero ella no pudo oírlo pues Deke ya la arrastraba por el pasillo hacia la enorme cama de Luc. En menos de treinta segundos, ella estaba acostada, con el enorme cuerpo de Deke cubriendo el suyo y con las rodillas masculinas separando las de ella.
La boca de Deke cayó sobre la de ella antes de que la cama dejara de moverse. Él se apoderó de sus labios y la besó profundamente, azuzándola, inflamándola. Kimber le rodeó el cuello con los brazos y se perdió en su sabor picante y en sus caricias. La demanda masculina estaba llena de desesperación; Kimber la degustó. La impaciente lujuria de Deke fluía con cada cálido roce de su lengua contra la de ella, con la tensión de los duros hombros masculinos bajo sus dedos.
Deke le separó las piernas un poco más y apretó su miembro directamente contra ella. Oh, era tan bueno. No, mucho más que bueno. Era salvajemente excitante. Él encajaba tan bien, como si hubiera nacido para acunarse entre sus muslos. Y cuando embistió contra ella, rozando su clítoris, ella dejó escapar un gemido dentro de su boca, aturdida de que él pudiera llevarla a tal excitación sexual en tan sólo unos segundos. Deke se tragó su respuesta y empujó contra ella una vez más.
A la derecha, la cama se hundió de nuevo. El calor la inundó, acercándose cada vez más, hasta que otro duro cuerpo masculino se acomodó a su lado. Luc. Sin camisa, como descubrió cuando extendió la mano para tocarlo.
Los dedos de Kimber encontraron una piel tan suave como el ante sobre músculos acerados y afilados. Luego acarició su pelo oscuro como la medianoche, gloriosamente suelto sobre los hombros anchos y bronceados.
Luc le plantó una serie de besos suaves en la mejilla y luego bajó por su cuello mientras metía una mano entre ella y Deke, hasta que encontró el duro punto de su pezón a través de la blusa y lo acarició. Kimber sintió un dulce hormigueo en ese lugar. Y que se humedecía entre las piernas. «¡Oh, vaya!».
Deke apartó la boca de la de ella y bajó los labios a lo largo del cuello para saborearle la piel y mordisquearle la clavícula.
Un tembloroso suspiro salió de sus labios y abrió los ojos para ver a Luc y su ardiente mirada color chocolate observándola, invitándola a pecar. Kimber enterró los dedos en el oscuro pelo suelto. Luc parecía un caballeroso pirata —apenas domado, sensual, excitante— dispuesto a tomar cualquier cosa que quisiera. Kimber contuvo el aliento cuando él se acercó un poco más.
Luego Deke la distrajo desabrochándole los botones de la blusa de encaje y abriéndole la delicada prenda, luego subió el sujetador y la expuso ante su hambrienta mirada. Le cubrió un pecho con la enorme mano. Kimber jadeó ante el electrizante contacto. Deke no le dio tiempo a que se acostumbrara. Levantó el seno, y lo sopesó, luego le pasó el pulgar por la tensa cima.
Kimber se estremeció.
Apenas tuvo tiempo de sobreponerse a la caricia de Deke antes de que la boca de Luc cayera sobre la de ella. Como un maestro, jugó con ella. Lo hizo con suavidad, con un leve roce de labios, un lametazo en el labio inferior, un suspiro erótico cuando apretó su boca contra la de ella, prometiéndole profundizar más el beso, pero sin hacerlo.
Gimiendo con desasosiego, levantó la boca hacia la de Luc que, simplemente, sonrió, luego le mordisqueó el labio inferior de manera juguetona y tierna mientras la llenaba de anticipación y deseo. Todavía en sus pechos, Deke era cualquier cosa menos suave, dejando claro que no tenía intención de ser ignorado. Le succionó el pezón con dureza, llevando el deseo directamente a ese punto dolorido que se puso duro contra la lengua masculina. Luego lo mordisqueó con la suficiente fuerza para que doliera y enviara una bola de fuego desde su pecho a su vientre para estrellarse justo entre sus piernas. Kimber gimió y se arqueó contra él.
—Es preciosa, Deke. —Murmuró Luc contra la boca de ella—. Mejor que cualquier fantasía.
Kimber se sintió arder ante el halago, pero se descubrió conteniendo el aliento en espera de la respuesta de Deke. ¿Opinaría él lo mismo? No es que importara mucho. Su objetivo era aprender a complacer a Jesse. Era la única razón por la que estaba allí, aunque fue difícil recordarlo cuando Deke alzó la boca y la llevó al otro pecho, creando otra bola de fuego y necesidad que la hizo jadear y humedecerse.
—¿Verdad, Deke? —insistió Luc.
«¿Lo soy?». ¿Por qué la opinión de Deke tenía tanta importancia, maldita sea? Quizá porque pensar que el hombre que le iba enseñar los misterios del sexo no la encontraba atractiva le resultaba insoportable. Quería que él la viera hermosa. Tenía que ser eso.
—Sí —dijo él, gimiendo sobre su pecho, golpeándole el húmedo pezón con el aliento, enfriándolo y endureciéndolo a la vez—. Como un sueño húmedo.
Sus palabras vibraron en lo más profundo de Kimber, directamente entre sus pliegues hinchados. Dios, lo deseaba. Palpitaba por él…
Luego sintió las manos de Deke bajo la falda, levantándosela, subiéndosela, deslizando la suave tela sobre su piel. Las sensaciones no la excitaron tanto como saber que las ásperas palmas de Deke seguirían el mismo camino; por sus pantorrillas, las rodillas, los muslos, por las caderas.
El roce de las manos callosas de Deke sobre su sensible piel la excitó todavía más. La bola de fuego se multiplicó y se centró entre sus piernas, justo bajo su clítoris. Luc abrió el broche delantero del sujetador y le chupó uno de los pezones mientras Deke se arrancaba la camisa, se sentaba en cuclillas y la miraba fijamente.
—Esto tiene que desaparecer. —Se refería al tanga de color beige que Kimber se había comprado esa misma mañana para llevar puesto algo erótico.
Antes de que pudiera quitárselo, Deke agarró uno de los lados. Con una mirada ardiente en una cara cuyos rasgos gritaban que estaba arrebatado por el deseo, enrolló la tela en su puño y tiró. Una boqueada de sorpresa y un rasgón más tarde, Kimber estaba prácticamente desnuda.
Luc lo convirtió en un hecho quitándole la blusa y el sujetador y luego deslizándole la falda por las caderas hasta el suelo.
Deke siseó con fuerza cuando bajó la vista hacia ella, y centró su mirada descarada entre sus piernas, en los cortos rizos rojizos. Una mirada a la derecha le indicó que Luc miraba en la misma dirección que su primo, deslizando la mirada por sus curvas y depresiones, desde los pechos, bajando por la cintura y el vientre, hasta más abajo.
Luc parecía dispuesto a saborear cada instante. Deke… esos ojos ardientes le dijeron a Kimber que él estaba preparado para darse un festín. Ahora.
Kimber contuvo el aliento. El corazón le latía a toda velocidad, palpitando por todo su cuerpo y haciendo latir su clítoris dolorosamente.
—¿Deke? —preguntó Luc con suavidad.
Esa pausa en Deke debía ser inusual. Kimber podía ver la confusión de Luc bajo la lujuria.
No tuvo tiempo de pensar ni de fruncir el ceño antes de que la voz ronca de Deke vibrara dentro de su cuerpo, incrementando el deseo un poco más.
—Maldición, está mojada.
—Bien —murmuró Luc—. ¿Por qué no compruebas lo mojada que está?
«¡Sí, por favor!». Si Kimber no hubiera sabido ya que chorreaba de deseo, Deke se lo hubiera probado deslizándole los pulgares sobre los hinchados labios sexuales y abriéndoselos, introduciendo las puntas de los dedos por la resbaladiza piel. Su toque era eléctrico como si estuviera forzando a que sus pliegues hinchados se abrieran ante sus miradas hambrientas.
Sabiendo que los dos la observaban y que pretendían que su deseo se incrementara, Kimber casi dejó de respirar.
Uno de los pulgares de Deke se deslizó más cerca de su húmeda abertura, y Kimber sintió el agudo vacío. Ansió que él llenara su sexo con la rígida longitud de su miembro… «No. Aquello era peligroso. Y equivocado». Pero con cada roce, el cuerpo de Kimber fue cediendo a las demandas de Deke hasta que perdió el control y levantó las caderas en una súplica silenciosa.
—No hagas eso —le advirtió él—. No me tientes a penetrarte.
A pesar de su estado febril, los pensamientos le dieron vueltas en la cabeza. ¿Estaba él molesto porque ella quisiera experimentar más de lo que él podía darle? ¿O porque su mítico autocontrol pendía de un hilo?
Ese último pensamiento era estimulante. Que la inexperta Kimber, una chica cuyas coletas y clases de kárate él solía ridiculizar, pudiera excitarlo de esa manera era alentador. Una mirada a Luc probaba que él tampoco estaba en su mejor momento.
Con los ojos entrecerrados, Kimber les dirigió a ambos hombres una mirada somnolienta, luego buscó con la mirada el pene de Deke que deformaba la tela de los pantalones. Duro, grueso… y cada vez más grande, igual que ella lo veía a él.
Kimber les dirigió una sonrisa provocativa, y, antes de recapacitar, volvió a levantar las caderas hacia Deke.
Él gruñó y buscó su cremallera.
—Estás implorando que te dé lo que no quieres que te dé. Detente ya.
—Haz que se corra de una vez —murmuró Luc, la voz de la cordura—. Está excitada y no sabe lo que pide.
Kimber frunció el ceño. Claro que sabía lo que quería… ¡alivio! Deke la deseaba, sólo había que mirar la potente erección. Pero él decía que no, igual que había dicho que no al coito convencional durante sus conversaciones. ¿Por qué? Kimber sabía que a él le gustaban las mujeres.
«Jesse». No podía olvidarse de Jesse. Necesitaba experimentar con el sexo, pero debía de seguir siendo virgen para él, como había dicho que sería. Deke le había jurado que no se acostaría con una virgen, que no quería reclamar a nadie. Ahora lo recordaba, pero de alguna manera, la postura de Deke la irritaba.
Deke cerró los puños. Tragó saliva. El esfuerzo de resistirse a ella le estaba costando todas sus fuerzas.
—De acuerdo —dijo por fin con un tono ronco que la hizo licuarse aún más—. Voy a hacer que te corras.
—Ya lo hablamos antes —le confesó Luc a ella, acercándose más para darle un beso en la boca y luego en el pecho—. Durante esta noche, disfrutarás con nosotros. Te acostumbrarás a las sensaciones de dos hombres dándote placer a la vez. Cuando estés preparada te enseñaremos cómo complacernos a nosotros. Sin prisas ni presiones, ¿vale?
Kimber asintió con la cabeza, apenas capaz de pensar en algo que no fuera Deke y su promesa. Iba a hacer que se corriera. Kimber no dudaba de que lo hiciera. En treinta segundos… o menos.
¿Desaparecería de esa manera el doloroso vacío que sentía en su interior?
Levantando la cabeza para mirar a Deke, observó las mejillas ardientes de él, el rudo subir y bajar de su pecho musculoso, los tendones y venas tensos como cuerdas en los gruesos antebrazos. Atractivo, poderoso y muy masculino. Una nueva oleada de deseo latió en su vientre, en su sexo.
«No. Piensa en Jesse». Cualquier placer que le diera Deke debía ser únicamente por motivos educativos. Y tendría que ser suficiente. No podía pensar en su enorme, palpitante y más que preparado pene en su interior.
—Tócame, por favor —las palabras salieron de sus labios, suaves e implorantes.
—Lo haré. Voy a aprender todas las maneras de hacer que te corras y luego conseguiré que me implores que me detenga.
«Oh, Dios». ¿A qué se refería? Kimber esperaba que cumpliera cada una de esas palabras.
Se tragó un nudo de lujuria.
—Por favor.
Incapaz de detenerse, alzó las caderas una vez más.
Deke no rechazó la invitación para tocarla.
Deslizó un grueso dedo en las húmedas profundidades, mientras le rozaba el clítoris con el pulgar. Chispas eléctricas se convirtieron en magia sobre su piel, haciéndole arder la sangre de pura necesidad. Kimber gimió. Cuando él repitió el proceso, y Luc se inclinó sobre su boca para besarla con exigencia sensual, sus gemidos se convirtieron en quejidos.
Luc se tragó los sonidos y le cubrió un pecho con una mano, jugueteando con el pezón, pellizcándolo suavemente, retorciéndoselo. Excitándolo. Enviando más oleadas de lujuria hacia su sexo, donde se unieron al placer que su cuerpo obtenía de cada roce del pulgar de Deke sobre su clítoris.
Con las piernas tensas, arqueó la espalda, sintiendo que el clímax se acercaba. Y la había estado tocando ¿cuánto? ¿Menos de dos minutos? Kimber se ahogaba, volaba, latía de dolor y… no quería que fuera de otra manera.
Deke introdujo un segundo dedo en la vagina, luchando por deslizar ambos dedos en su interior. El placer se convirtió en una dolorosa sensación cuando él la penetró profundamente con los dedos. Al fin, su carne los absorbió y aceptó. Él maldijo entre dientes.
—Está caliente y me está quemando vivo.
Luc asintió con la cabeza, respirando contra el cuello de Kimber mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
—Dime cómo la sientes.
El hedonista Luc era quien alentaba a Deke, quien intentaba llevarla hasta el orgasmo con palabras provocativas, coqueteando peligrosamente con el escaso autocontrol de Deke.
—Kimber está condenadamente apretada y caliente. Su sexo me atrapa. Me aferra, palpita.
¡Maldición!
—Penétrala con los dedos.
Deke contuvo el aliento y comenzó a meter y a sacar los dedos del apretado pasaje.
—No puedo parar. Es demasiado bueno para parar.
—Córrete para nosotros —murmuró Luc en el oído de Kimber, rozándole los sensibles pezones con los pulgares.
Kimber se sentía hinchada en todas partes. Ensartada profundamente. Le dolía la carne interior de la vagina. Estaba húmeda de sudor, mojada de deseo. Le palpitaba el corazón y la sangre corría a toda velocidad por sus venas. Toda ella se estremecía. Y Deke seguía moviendo el pulgar de manera incesante, rozándole despiadadamente el clítoris, deslizando los dedos dentro y fuera, tocando un sensible lugar dentro de su sexo que ella desconocía.
Luc murmuró contra su boca.
—Eres tan hermosa. No puedo esperar a ver cómo gritas de placer.
Luego, con sus insistentes dedos, él le pellizcó el dolorido pezón.
Fue demasiado. Demasiado para resistirse. Contenerse no era una opción.
El fuego ardió. La sangre rugió. Kimber jadeó, gimió, gritó… antes de que el placer que sentía entre las piernas sufriera un incremento de energía que explotó como una supernova, enviándola a un mundo de éxtasis que ella jamás había imaginado que existiera.
—¡Sí! —Los dedos de Deke permanecían dentro de ella, y Kimber podía sentir sus propias contracciones en torno a ellos, apretándolos y soltándolos mientras la seguía acariciando—. Si.
Otra vez —le exigió él—. Córrete otra vez.
Ella gimió.
—No creo que pueda.
Luc se rió, con un sonido ronco que hablaba de una promesa sensual.
—Nosotros cuidaremos de ti.
—Pero es que después de haberme corrido una vez, no creo que…
Deke negó con la cabeza con precisión militar o con cólera… o con una mezcla de ambas cosas.
—No con dos hombres. Con nosotros te correrás repetidamente, hasta que caigas inconsciente.
«¿Inconsciente?». Kimber abrió la boca para protestar, aunque no tenía energía suficiente.
Y, la verdad, tampoco podía centrarse en nada que no fuera el pulgar de Deke jugando todavía con su clítoris, provocando más latidos y palpitaciones, prolongando su placer hasta que la cabeza le dio vueltas, hasta que muy lentamente volvió a excitarse y se sintió dolorida de nuevo.
—Eso es —murmuró Deke.
Luego se inclinó sobre ella. Sin preliminares. Sin esperas. Sin advertencias, le rozó el clítoris con la lengua, repitiendo los mismos movimientos que había hecho con el pulgar.
Las sensaciones eran parecidas a las que había tenido antes, pero más intensas. Kimber se sintió llena de necesidad, como si no se hubiera corrido antes. Sólo que esta vez, el placer era más fuerte. Su cuerpo estaba a punto de explotar, la boca de Deke parecía determinada a llevarla al éxtasis. Kimber se correría otra vez. No esperaba otra respuesta.
Ella lo observó, la imagen de él dándose un festín con su clítoris era igual de excitante que el toque en sí. Al cabo de unos momentos, la pregunta a si se correría de nuevo se había transformado en cuándo. Kimber sentía que su cuerpo se tensaba, que el placer aumentaba; abrió las piernas todo lo que pudo, invitando a Deke a que profundizara más, quería llegar al orgasmo ya.
—¿Cómo sabe? —le preguntó Luc a su primo mientras le lamía el montículo de un pecho antes de llenarse la boca con un pezón y succionarlo sensualmente.
Kimber comenzó a jadear.
—Jodidamente dulce —masculló Deke, lamiéndola una y otra vez, saboreándola—. ¡Cristo!
El deleite estaba presente en sus palabras. Le gustaba. No, Deke estaba gozando. Su voz áspera y desinhibidamente ronca se lo decía a Kimber. No iba a detenerse hasta que hubiera exprimido la última gota de placer que ella tenía.
Luc se alzó entonces sobre ella, clavando la mirada en Kimber. El deseo le endurecía los rasgos. Peligroso. Depredador. No le gustaba sólo observar. Esperaba su turno.
El placer de Kimber fue en aumento, subiendo, creciendo con cada lametazo hasta que su cuerpo se tensó de manera apremiante, hasta que ella sintió que él clítoris se hinchaba, latía, y se perdía en un orgasmo increíble.
—Mírame mientras te corres —le exigió Luc.
Kimber lo hizo, alzando la vista impotente hacia la decidida mirada negra.
Agarrándose a las sábanas, Kimber se arqueó cuando el placer resultó abrumador.
—Luc…
—Pronto, te lameré. Te succionaré. Y te volverás a correr.
—Sí —jadeó ella.
Luego la lengua de Deke le dio un golpecito en el clítoris, haciéndola perder el control.
—Oh, Dios… ¡Deke, ohhh!
El éxtasis arrancó un grito de su garganta mientras una explosión de colores, sensaciones y lava hirviente recorrieron cada nervio de su cuerpo. Ella se estremeció y convulsionó, con el cuerpo húmedo de sudor, con los músculos ahora tan líquidos como el agua.
Cuando se recostó en la cama, tratando de tomar aliento, luchado por recobrar el control, Deke levantó la cara de entre sus piernas, con la boca roja y mojada, y los labios apretados.
—Otra vez, gatita.
Y volvió a lamerla de nuevo.
Kimber no quería decir que no, aunque tampoco tenía fuerzas para negarse. Estaba muy cansada tras dos orgasmos devastadores y Luc aún no había tenido la oportunidad de hacerla volar hasta el éxtasis. Esperaba su turno. Y por la manera en que la estaba mirando, no iba a esperar mucho más.
—Es mi turno —insistió Luc—. Antes de que la dulce Kimber se desmaye. Y tienes que prepararla para otras cosas.
«¿Qué otras cosas»? Kimber estaba tan cansada que no podía pensar qué otras cosas podían ser.
Aunque a regañadientes, Deke se mostró de acuerdo, y se levantó de la cama para dirigirse al otro extremo de la habitación. Ella levantó la cabeza para seguirle con la mirada, pero Luc reclamó su atención acariciándole con un par de aquellos dedos elegantes la húmeda y ardiente vulva hinchada, para introducirlos lenta y profundamente en su interior.
—Túmbate y disfruta —murmuró Luc.
Los estremecimientos volvieron a aparecer, conmocionándola al resurgir a la vida. Kimber jamás se había considerado una mujer muy sexual. Se masturbaba, sí, pero rara vez se corría más de una vez. ¿Quién hubiera imaginado que podría tener dos superorgasmos seguidos? Y por la manera en que se sentía ahora, no podía descartar un tercero.
Kimber cerró los ojos y soltó un trémulo suspiro de placer. «Túmbate y disfruta». Luc no esperaba una respuesta. Y ella tampoco se la iba a dar.
Él excitó ese lugar sensible que ella tenía en su interior y que Deke había encontrado con tanta rapidez y que había estimulado con suavidad pero sin compasión. El deseo surgió de nuevo, más rápido, más caliente. Las paredes de su sexo se tensaron, palpitaron, le dolieron.
—Tu vulva se hincha y se vuelve rosada cuando te excitas. Es fascinante observarlo —murmuró Luc.
Sus palabras la hicieron someterse al implacable deseo. Luego él estimuló su clítoris con un largo y lento lametazo.
Kimber gritó y se aferró de nuevo a las sábanas.
—Me encanta cómo hueles —inspiró profundamente por la nariz—. Es un olor asombroso. Picante, caliente, adictivo, me hace querer seguir saboreándote.
—Luc…
Kimber no supo si le había dicho que sí o que no. Sólo supo que Deke y él habían logrado llevarla a un lugar donde los pensamientos racionales no existían y quedaban desterrados por completo de su cabeza.
—Deja que te saboree —dijo Luc—. Acepta el placer que te doy.
Kimber se preparó para otro clímax, para algo aún más grande, más poderoso. La oleada de éste podría dejarla inconsciente, pero estaba segura de que valdría la pena.
Luego Deke masculló algo ininteligible en el oído de Luc. Ella abrió los ojos a tiempo de ver a Luc asentir con la cabeza. Luego las manos de Deke desaparecieron entre sus piernas.
La mirada de Deke se encontró con la suya. Era abrasadora igual que su expresión. Quería verla correrse de nuevo bajo la lengua de Luc. Era lo que decía su mirada. Y él iba a colaborar en empujarla hasta el borde.
No era que Luc necesitara ayuda, pensó ella, mientras él le chupaba el clítoris hinchado.
Kimber apretó los dientes ante las sensaciones que se iban agolpando una tras otra en su interior.
El orgasmo que venía era poderoso, le robaba la compostura con dientes afilados y comenzaba a liberarse. Luego, oh, la lengua de Luc jugueteó con la punta ultrasensible de su clítoris, que ahora sobresalía de sus pliegues protectores. Ella gritó cuando las sensaciones casi se desbordaron fuera de su cuerpo. No llegaron a hacerlo. Como si sospechara que el clímax se cernía sobre ella, Luc le soltó el clítoris y se echó hacia atrás.
—Todavía no, cariño. Pronto. Hay más. Y quiero saborearte.
—No —jadeó ella, con la frente y los pechos cubiertos de sudor—. No. Ahora.
Luc se rió entre dientes.
—Ten un poco de paciencia.
—No —repitió ella, mirando a ambos hombres.
—Sí —insistió Deke.
Ella centró la atención en él cuando se acercó más.
—Hazlo —le ordenó él a Luc.
Con un lento asentimiento de cabeza, el hedonista de pelo oscuro le cogió de los muslos y se los subió más y más arriba.
—Será un placer.
«¿Qué iba a hacer?». No iban a hacerla correrse de nuevo. Todavía. No importaba cuánto le doliera y necesitara, cuánto se arqueara, suspirara y suplicara y se quemara en el infierno.
Luc contestó a su pregunta cuando colocó las palmas de las manos bajo sus rodillas y le siguió subiendo las piernas, abriéndoselas a lo alto y a lo ancho hasta que estuvieron dobladas contra su cuerpo, a cada lado de las caderas, dejándola totalmente expuesta ante sus ojos. Para cualquier cosa.
Ella jadeó ante ese pensamiento.
—Sujétalas —le dijo Luc, colocándole las manos bajo las rodillas.
Los dos hombres clavaron los ojos en su sexo abierto, unos ojos ardientes y decididos. Sin duda, tramaban algo. Algo nuevo. El mero pensamiento le hizo sentir un nudo de aprensión y deseo en el estómago.
—Luc.
—No supliques piedad. No la tendrás. Ni de él, ni mucho menos de mí. Querías saber qué se sentía en un ménage, gatita, y al mismo tiempo mantener intacta tu virginidad. Pero eso no quiere decir que no vayamos a poseer ese culito delicioso que tienes.
«Penetración anal». Ahora. Podía verlo en sus ojos mientras las miradas masculinas se deslizaban por su cuerpo para detenerse en la carne hinchada entre sus piernas abiertas. En secreto, ella se había preguntando cómo sería el sexo anal tras oír sin querer a uno de sus hermanos referirse en términos casi poéticos a esa practica sexual. Sí, claro que Luc y Deke iban a penetrarla por allí. ¿De qué otra manera podría tomar a dos hombres a la vez?
—¿Dolerá?
—Hoy será muy poco —la tranquilizó Luc—. Sólo lo suficiente como para proporcionarte las sensaciones sin abrirte demasiado.
Deke fue directo al grano.
—Aún no te follaremos ahí.
Pero pronto lo harían.
Kimber se sintió mareada ante el pensamiento de ser penetrada de esa manera tan primitiva y de entregarse completamente a ellos, dejando que el placer —y probablemente el dolor— la arrastraran y la ahogaran.
Ella asintió débilmente con la cabeza.
—De acuerdo.
—No estábamos esperando tu consentimiento. Nos lo diste cuando entraste por la puerta, maleta en mano.
Deke de nuevo. Y sonaba un poco enfadado. O tal vez estaba muy excitado. La enorme erección que le abultaba los pantalones requería atención… Y él todavía clavaba los ojos con avidez en su sexo, con los ojos azules brillantes de necesidad.
Una parte de Kimber quería protestar ante el arrogante lenguaje. Ante la presunción.
Kimber se mordió el labio, diciéndose a sí misma que él tenía razón. Y que era su frustración sexual lo que le hacía hablar de esa manera.
—Lo sé.
Parte de la tensión abandonó el cuerpo de Deke, luego bajó la mirada hacia Luc.
—Acaba.
—No durará mucho —comentó Luc.
—Kimber puede no responder. —Encogió los macizos hombros como queriendo decir que no le importaba. Pero ella sospechó que le importaba. Y mucho.
No dejaron que se preguntara durante demasiado tiempo a qué podría no responder. Unos momentos después sintió algo frío y resbaladizo en su ano. Se tensó, tenía una duda. No, no sólo una. ¿Con qué la estaban penetrando? ¿Y si no le gustaba?
—No te tenses —le recomendó Luc—. Relájate. No es grande…
Mordiéndose los labios, Kimber intentó relajarse y aceptar el objeto invasor, claramente impregnado de lubricante. No estaba muy convencida, pero controlaba sus reacciones.
Hasta que el fuego en los ojos de Deke se incrementó de manera incontrolada. Hasta que se vio forzado a quitarse los pantalones, y ocuparse de su miembro con la mirada fija en la suave penetración anal que estaba efectuando Luc.
Al ver que lo excitaba tanto, hasta el punto de obligarlo a acariciarse a sí mismo, Kimber quiso darle más de esa función. Se había imaginado indecisa y tímida con Luc y Deke, pero el hecho de saber que podía volverlos locos de deseo había evaporado cualquier timidez. Quería jugar con ellos.
Concentrándose en las instrucciones de Luc, hizo lo que él sugería y, de repente, algo delgado se deslizó en su recto. Un chasquido, y comenzó a vibrar.
«¡Oh, Dios mío!».
El placer descontrolado se incrementó en segundos, atravesándola y empujándola hacia el éxtasis de nuevo. Luc deslizó más profundamente el vibrador y dejó que se acostumbrara a la pequeña vara que la estaba despojando con rapidez de la cordura mientras observaba a Deke acariciarse el pene con el puño cerrado. Cuando Luc inclinó la cabeza de nuevo para tomar el clítoris en su boca, la llama entre sus muslos se convirtió en un infierno, extendiendo el fuego por su vientre y sus piernas.
Arqueó la espalda al tiempo que jadeaba. Ese clímax iba a ser grande. Poderoso. Cuando cayera sobre ella, Kimber temía perder el conocimiento, como ellos le habían asegurado que sucedería, y quedar noqueada durante horas. Días. Jamás se había imaginado un placer tan cegador, uno que la dejaba sin aliento y le nublaba la visión.
—Sí que responde —dijo Luc con un indicio de diversión mientras deslizaba los dedos en el sexo anhelante—. ¿Lista para correrte?
Kimber no podía contestar, no podía hacer nada salvo gemir mientras el clímax comenzaba a abrasarla.
—¡Joder! —maldijo Deke.
Con los ojos entornados lo observó reclinarse sobre ella. Deke cubrió su boca con la de ella, hundiendo profundamente la lengua dentro, como si intentara fundirse con ella. Unos momentos después, se apartó para recuperar el aliento y continuó bombeando su miembro. La imagen era insoportablemente erótica. Completamente excitante. Luego Deke se inclinó de nuevo y volvió a besarla como un hombre muerto de hambre, con salvajismo y pasión, lamiéndola profundamente, sin dejar de tocarse a sí mismo mientras la saboreaba con una fascinación erótica y una enorme punzada de necesidad.
Y durante todo ese tiempo, Luc la enloquecía con el vibrador en su ano, con los dedos en su vagina y la boca en su clítoris. Todo junto con el beso de Deke que la poseía, la arrasaba, tragándose silenciosamente sus gritos de pasión mientras seguían conduciéndola hacia un orgasmo abismal.
Y aquello la sobrepasó. Kimber no pudo detenerlo, no pudo contenerse, y tampoco quiso hacerlo.
Gritó en la boca de Deke mientras el maldito mundo estallaba en mil pedazos, detonando su cuerpo, arrasando su mente. Unas fuertes y duras contracciones le tensaron las paredes de la vagina que se aferraron con fuerza a los dedos de Luc, haciéndola gemir en la boca de Deke una vez más.
De repente, Deke interrumpió el beso, jadeante y frenéticamente bombeó su erección con la mandíbula y el vientre tensos. Luego echó la cabeza hacia atrás y rugió tan fuerte que el sonido rebotó en las paredes. Entonces, cálidos regueros de semen salpicaron el vientre de Kimber, y otra oleada de sensaciones la atravesó al pensar que ella podía conseguir que Deke se corriera de esa manera tan poderosa.
—¡Deke! —gritó.
El grito de placer de Kimber aún resonaba en los oídos de Luc cuando ella cerró los ojos y se sumió en un sueño exhausto. Haciendo una mueca ante su dolorosa erección, le extrajo con cuidado el vibrador y sacó los dedos de su hinchado y saciado sexo. Ella era exquisita y sabía todavía mejor. Pero ya había tenido toda la excitación que era capaz de soportar por una noche.
Kimber había gritado el nombre de Deke cuando estaba perdida en la pasión. No el de Luc, sino el de Deke.
Tragándose el nudo de envidia, Luc se recordó a sí mismo que todo aquello era por una buena causa y levantó la mirada hacia su primo.
Deke se había quedado inmóvil sobre el cuerpo laxo de Kimber. Con el miembro aún medio erecto en el puño y la satisfacción relajando, sus rasgos. Soltó un silencioso suspiro, y dejó caer los hombros, intentando recuperar la respiración, con los ojos entrecerrados. Aunque era obvio que aún los tenía clavados en ella.
Deke se había corrido sin contención, lo que era bastante inusual. Pero si Kimber podía conseguir eso sin que Deke la hubiera penetrado por ningún lado, Luc no podía más que imaginar los fuegos artificiales que estallarían si su primo se permitía hacer el amor con ella. Si admitía que Kimber era algo más que un polvo. Si reconocía que esa mujer era importante para él, como de hecho lo era. Luc podía verlo en la cara de su primo.
—¿Por qué coño me miras tan fijamente? —refunfuñó Deke.
—Por nada.
Luc apartó la mirada, devolviendo la atención a la suave figura dormida de Kimber. Una mujer dulce y hermosa.
Así era Kimber. La única. La mujer que Deke y él llevaban años buscando. Luc contuvo una sonrisa de pura alegría. Sabía que Kimber era todo lo que necesitaban: suave y entregada en la cama, punzante cuando se enfadaba, ingeniosa y cariñosa. Era más de lo que se había imaginado en sus fantasías más descabelladas. Pero el hecho de que fuera virgen era un tema tabú para Deke.
Y respecto al resto de problemas que pudieran surgir en el futuro, Kimber lo acabaría entendiendo todo… al final.
Pero ya lidiaría con eso más tarde. Primero tenía que convencer a su primo de que un final feliz no era una tóxica mezcla de mierda y sandeces. Todo a su tiempo. Luc sabía que si comenzaba su campaña esa noche, Deke se percataría al instante, no era estúpido. Su primo sabía que Luc quería que compartieran una esposa e hijos algún día. Si lo presionaba ahora con el tema de Kimber, Deke saldría corriendo en dirección contraria. Tenía que actuar con prudencia e ir soltando una cosa aquí y otra allá. Luego dejaría que la naturaleza siguiera su curso.
—Me preguntaba si estabas lo suficientemente bien para asearla —mintió Luc—. Tengo las piernas acalambradas y mi polla no está mucho mejor.
Deke gruñó, y bajó la mirada a los pantalones abultados de Luc y luego al abdomen manchado de semen de Kimber.
—Si supone un problema, yo mismo me encargaré en unos minutos —añadió Luc.
Con la mandíbula tensa, Deke maldijo entre dientes.
—Ya me encargo yo.
«Ya suponía que lo harías».
—Cuando termines, la metes en la cama. Voy a darme una ducha.
Deke vaciló y luego asintió con la cabeza.
—Ah, y quédate con ella hasta que vuelva. Podría despertarse desorientada y asustarse.
—Es una mujer adulta.
—Que ha tenido una noche muy movidita. Serán sólo quince minutos, ¿de acuerdo?
Deke gruñó.
—Que sean diez. A menos que haya sexo de por medio no quiero estar con ella.
«Eso no es ninguna sorpresa». Luc sabía que tenía mucho trabajo por delante si quería formar una gran familia feliz.
—Vale, diez minutos.
Luc se giró y salió de la habitación. No miró hacia atrás, pero no tenía duda alguna de que Deke ya alargaba la mano hacia la fruta prohibida que suponía la pálida piel de Kimber por el sencillo placer de tocarla. Para recordarse que podía tocarla. Para fantasear que la tocaba de nuevo.
Sonriendo, Luc abrió la puerta del cuarto de baño, sabiendo instintivamente que Deke no podría permanecer demasiado tiempo sin tocarla.