En la pista de baile, el mayor de los Catrell la agarró de nuevo. Kimber se dio la vuelta, giró, meneando las caderas, mientras se alejaba un poco. Se había olvidado del nombre de ese hermano. Oh, era guapo. Condenadamente guapo de hecho. Ojos azules, pelo castaño, cuerpo arrebatador. Quizá en otra época se hubiera sentido atraída por él, pero ahora su objetivo era aprender a complacer a Jesse y vivir feliz con él. Tenía que averiguar si podía soportar ser compartida.
Pero otro hombre, uno con un corte de pelo a lo militar, ojos hambrientos y unas zancadas furiosas, había atraído su atención de una manera oscura y fascinante, igual que lo había hecho cinco años atrás.
«Oh, oh». Deke definitivamente se dirigía hacia ellos. ¿Qué demonios querría ahora? El día anterior en su casa, se había esforzado mucho en humillarla. ¿Es que acaso quería volver a hacerlo?
De repente, Adam Catrell la rodeó con un brazo y la atrajo contra su cuerpo, inclinando la cabeza hacia ella. El primer impulso de Kimber fue dejarse llevar por el pánico. ¿Tendría intención de besarla en medio de la pista? No lo conocía. Y como había descubierto en los treinta segundos que llevaban bailando, no quería conocerlo. En especial con todo el mundo —incluido Deke—, mirándolos.
—¿Conoces a Deke? —le gritó el hombre al oído para hacerse oír por encima de la música.
—N-no.
No podía olvidar la noche anterior en la cocina de Deke, cuando Luc y él la habían besado… tenía que olvidarlo. O intentarlo. Sólo Dios sabía que había fracasado hasta el momento.
De alguna manera, era culpa suya. Mirándolo en retrospectiva, se daba cuenta de que los militares no eran conocidos por su elocuencia, sino por la fuerza bruta. Deke había intentado negarse a su petición. Como ella había seguido presionándolo, él había dejado a un lado las palabras y había pasado a la acción, ahuyentándola intencionadamente con sus crudas palabras.
Y vaya si había resultado.
Luego ella había agravado el error al presentarse allí y suponer que si estar con Deke y con Luc la había excitado de una manera educativa, entonces estar con Adam y Brian-Brad-Brock —o como quiera que se llamara—, sería igual de agradable.
Pero no había sido así. Casi desde el comienzo del baile había querido marcharse. Pero huir como una cobarde con Deke observándola no era una opción. Con aquellos pensamientos dándole vueltas en la cabeza como una bailarina de salsa, Kimber intentó decidir su siguiente movimiento.
En ese momento, Deke se había levantado de la silla y se dirigía hacia ellos con la clara intención de tomar la decisión por ella.
Se arriesgó a mirar en su dirección. Dios, estaba todavía más cerca. Lo suficiente para que ella pudiera percibir el tic del músculo de su mandíbula mientras clavaba la mirada en la mano de Adam, ahora en la parte baja de su espalda, casi sobre las nalgas.
—¿Seguro que no estás liada con Deke? Parece que él no lo ve de esa manera. —Adam levantó la cabeza, aunque no movió la mano, y se giró para saludar a su amigo común—. Hola, Trenton. ¿Qué te trae por el The Hang Out, viejo amigo?
—Un asunto pendiente con Kimber. —Centró en ella esa penetrante mirada azul que tanto la desconcertaba—. ¿Podemos hablar fuera?
Aunque parecía una petición, su mirada sugería todo lo contrario.
Kimber tragó saliva. Deke llevaba unos vaqueros ceñidos, unas botas negras, una camiseta beis con la palabra a «Army» estampada sobre su musculoso pectoral izquierdo, y una mirada exigente. Parecía un hombre con una misión personal y todo en su actitud lo proclamaba. No saludó a su amigo, ni contestó a su pregunta. Tampoco la había saludado a ella. Nada de buenos modales, iba directo al grano.
¿Le había quedado algo por añadir ayer en la cocina? En pocas palabras, él la había molestado y ella había salido corriendo como alma que lleva el diablo, como él había afirmado que haría. Pero nada en su expresión hablaba de una disculpa, y ella no podía imaginar qué otra cosa podía querer como no fuera humillarla más. «No, gracias».
—Creo que ayer dejaste las cosas bien claras. No tenemos nada más que decirnos.
—Ya lo creo que sí.
—Estoy ocupada bailando. —Sin más, se dio la vuelta hacia el hermano de Adam. ¿Brett? ¿Buck? Era algo así.
Le dirigió al rubio propietario del club una sonrisa y meneó las caderas, muy consciente de la mirada penetrante de Deke clavaba en su espalda.
En cuanto el hermano sin nombre se volvió hacia ella, la canción finalizó. El disc-jockey anunció que iba hacer un alto para tomarse un respiro.
Deke la agarró de la muñeca y la giró hacia él, arqueando una ceja dorada.
—Ahora ya no estás bailando.
«¡Maldita sea!». Kimber puso los brazos en jarras.
—Entonces di lo que sea que tengas que decir.
—Fuera.
El tono autoritario le puso los pelos de punta.
—¿Va a llevarte mucho tiempo?
—No.
—Entonces dilo y vete.
Él vaciló.
—No creo que quieras tener público.
O no lo quería tener él. Por razones que ella no podía comprender, él no quería que los hermanos Catrell, que ahora los miraban fijamente, oyeran lo que estaba a punto de decir. Si iba a salirle con más de lo que le había dicho hacía sólo veinticuatro horas, podía ahorrarse el discurso.
Pero quizá no fuera eso. Deke carecía de maneras sociales. Tener la oportunidad de dejarle actuar y ver cómo se ahorcaba a sí mismo la hizo sonreír.
—No me importa. Dispara.
—De acuerdo —se encogió de hombros—. Ayer cuando Luc y yo te desnudamos sobre la encimera de la cocina y comenzamos a pasar la lengua por tu cuerpo, tú…
—¡Para! —Ella soltó un grito ahogado, sintiéndose furiosa cuando el rubor le inundó las mejillas.
El hermano del que no podía recordar el nombre, se rió entre dientes junto a su oído.
Deke sonrió con aire satisfecho. «¡Bastardo!». Había ido a jugar sucio y se había lanzado directo a la yugular. ¿Cómo no lo había visto venir?
—¿Está enrollada con Luc y contigo? —le preguntó Adam a Deke.
—Sí.
—¡Demonios, no! —exclamó ella a la vez.
Eso provocó que el músculo de la mandíbula de Deke comenzara a palpitar de nuevo.
—Mejor lo discutimos fuera.
¿Es que ese hombre no sabía cuándo abandonar?
—No estoy enrollada ni contigo, ni con tu primo. No pienso acercarme de nuevo a tu cocina, y, te aseguro, que no voy a salir contigo.
—He venido a decirte algo que creo que te gustará oír.
—No estoy interesada en ser otro rollo más para ti, y estoy tan cabreada que me importa un bledo lo que tengas que decirme.
En un segundo, Deke estuvo a su lado, sin tocarla. Un segundo más y le rodeó la cintura con un brazo, con el otro le agarró el pelo que le caía por la espalda y la puso de puntillas.
—No voy a pedírtelo otra vez. O hablamos fuera o voy a dirigirme a la silla más cercana, a levantarte esa minifalda y a calentarte el trasero mientras toda esta gente nos mira.
Kimber apenas tomó aliento para decir:
—No te atreverás. —Pero sabía que lo haría.
La irritación le envenenó los pensamientos. Él era un arrogante hijo de perra, pero incluso mientras pensaba eso sintió un cosquilleo en el estómago… No, no podía ser deseo.
—No tienes ningún derecho.
Deke se encogió de hombros.
—Pero estoy seguro de que disfrutaría.
Adam se acercó a ellos.
—Aunque me encantaría ver el espectáculo, no permito peleas ni desnudos en el club.
Tendréis que salir fuera.
Kimber se giró hacia él con la boca abierta. ¿Acaso aquel imbécil estaba dejándola a merced de ese lobo? ¡Cómo no! Los hombres siempre se apoyaban los unos a los otros.
—¿Sabéis qué? Que os den… a todos. Me voy a casa.
Los hermanos Catrell se rieron. Con la sangre hirviendo de furia, se dirigió a la salida.
«¡Eran unos completos gilipollas!». Pero a pesar de eso, no era tan estúpida como para creer que Deke dejaría estar las cosas. La seguía; lo sintió dos pasos por detrás. Condenado hombre.
Cuando alcanzó la puerta del club, la música comenzó a sonar de nuevo. Kimber se dirigió al gorila más grande de los tres que estaban en la puerta y le brindó una sonrisa.
—¿Podrías acompañarme al coche? Me están siguiendo. —Lanzó una mirada punzante por encima del hombro en dirección a Deke.
—Venga cariño —le murmuró Deke suavemente mientras la rodeaba con un brazo—, no te enfades.
Antes de que pudiera decirle dónde podía meterse las palabras y decirle al gorila que se librara de aquel acosador chiflado, Deke la atrajo hacia sí, bajó la cabeza, y ahogó sus furiosas palabras con un beso arrebatador.
Ella forcejeó, pero sólo un momento, luego dejó de pensar.
Aquel hombre ardiente, persuasivo y adictivo como el pecado, invadió sus sentidos. La doblegó con la boca. Kimber se resistió. O por lo menos lo intentó. A pesar de la furia que la embargaba, Deke le provocó la familiar aceleración de su pulso, la oleada de deseo, y ahogó sus protestas. Con un roce de sus labios, una lenta caricia de su lengua mientras le deslizaba la palma de su mano por la espalda, la sumergió en el deseo, y no sólo a ella. El de Deke era tan tangible que Kimber pudo saborearlo con la lengua.
El beso la derritió por la contenida urgencia de su necesidad, suavizada por un enredo de labios, alientos y lenguas, del que nunca hubiera imaginado capaz a Deke Trenton. Kimber, ingrávida e irreflexiva, se dejó llevar, con el corazón a mil por hora, perdiéndose en la calidez de aquel beso.
Hasta que él le mordisqueó el labio inferior y se lo lamió, para luego volver a posar su boca sobre la de ella una vez más. Sin pensar, Kimber se inclinó hacia él, buscando más besos, más contacto, más de él.
Deke la agarró por los hombros.
—Siento lo que pasó ayer. Ven a casa conmigo, gatita.
—Que disfrutéis de la noche —dijo el gorila con una sonrisa picarona.
Mientras ella intentaba buscar una respuesta, Deke la tomó de la mano y la condujo afuera, a la húmeda noche de verano.
Un coche entró en el aparcamiento, con los faros iluminando la carretera de tierra, y se dirigió al extremo más alejado. En alguna parte allí cerca, croaba una pareja de ranas. Los grillos cantaban y los mosquitos zumbaban en las farolas que junto con la luna plateada iluminaban la superficie que se extendía ante ellos.
Ahora que la boca persuasiva de Deke no le nublaba el pensamiento, Kimber cerró los ojos ante su estupidez. Maldita sea, no había tenido intención de responder a Deke cuando la besó y acarició. Había hecho una buena imitación de una perra en celo.
Bueno, de todas maneras ella había querido irse. Y ya estaba fuera.
Buscó en el bolsillo de la falda la llave del coche.
—Vale, no voy a quedarme con los hermanos Catrell. Ya te has salido con la tuya.
¿Contento?
Una sonrisa ladina curvó la boca de Deke. Antes de que pudiera preguntarse qué estaría tramando, Deke alargó la mano y le quitó las llaves que desaparecieron en el bolsillo de sus vaqueros. La única manera de recuperarlas era deslizando la mano dentro de los pantalones.
«Genial». Considerando la erección que le abultaba la bragueta, no creía que él se opusiera a que le metiera la mano en el bolsillo… o en cualquier otra parte por allí abajo.
—No, todavía no —le dijo, palmeando las llaves a través del vaquero—. No irás a ningún lado hasta que terminemos de hablar.
Kimber soltó un suspiro de frustración.
—Mira, arrogante hijo de…
—Espera. Antes de que inicies una retahíla de insultos, he venido a ofrecerte mi ayuda. Si todavía la quieres.
Ella se interrumpió. ¿Estaba oyendo lo que ella creía que estaba oyendo?
—¿Has venido a decirme que me enseñarás lo que quiero saber sobre sexo? ¿Luc y tú?
Él hizo una pausa, no parecía demasiado contento.
—Sí.
Alivio e irritación lucharon por dominar su reacción. Al final, ganó el alivio, ya que no iba a conseguir a Jesse sin instrucción. Y tras haber visto a los hermanos Catrell que, a pesar de lo dispuestos que habían parecido, no eran lo que ella buscaba.
Pero no iba a permitir que Deke lo supiera.
—Quizá sea demasiado tarde.
—No parecías cómoda con Adam y Burke.
Por incómoda que se hubiera sentido con ellos, tomó nota mental del nombre del hermano mayor.
—¿Y a quién le importa? A mí no desde que intentaste ahuyentarme ayer.
Deke se rió entre dientes.
—¿Y tengo que creérmelo?
—Tendrías que ser imbécil para no hacerlo. Y jamás me lo pareciste cuando trabajabas para mi padre.
—No.
Kimber soltó un bufido.
—Jamás habrías pensado en mí en un contexto sexual si no hubiera llamado a tu puerta.
Él dejó de reírse.
—Si piensas eso es que eres una ingenua.
¿Estaba tomándole el pelo? Kimber frunció el ceño. El enorme agente de las fuerzas especiales, convertido ahora en guardaespaldas, no podía haber pensado sexualmente en ella antes de encontrarla con Luc en la cocina.
—Oh, vamos —se mofó ella—. Hasta ayer ni siquiera habrías imaginado hacer nada conmigo. ¿Cuántos años tenía yo? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve?
—Diecisiete. —Deke torció la boca en una sombría sonrisa—. Diecisiete y medio. Y todo lo que me pasaba por la cabeza en ese momento era ilegal, Kimber. Mis pensamientos no han cambiado. Pero ahora no iré a la cárcel si los hago realidad.
Deke parecía hablar en serio mientras la taladraba con esos penetrantes ojos azules.
—Durante ese tiempo deseabas…
—¿Follarte? Oh sí, eso y cualquier otra cosa que me hubieras dejado hacer. Te deseaba.
Punto. Kimber tomó aliento, estupefacta. «Oh, Dios mío»…
Clavó una larga mirada en la patente erección que parecía a punto de reventar la cremallera.
—¿Y todavía me deseas?
—¿Acaso no te lo acabo de decir?
Ella se humedeció el labio inferior. Cuando la ardiente mirada de Deke se clavó en ese gesto, a Kimber se le tensó el vientre y se le contrajeron los pezones. En su mente apareció una imagen: Deke recostado sobre ella, penetrándola con dura insistencia. Kimber se había corrido la noche anterior con sus propios dedos con esa misma imagen mental. Sintió que se le calentaban las mejillas. No tenía sentido, se excitaba con un hombre que no sería más que un mentor para ella. Quizá fuera debido a una locura temporal, al estrés tras un frenético curso escolar o a una persistente curiosidad juvenil. Ya se le pasaría.
Pero, de repente, algunas cosas tuvieron sentido.
—Entonces era por eso por lo que apenas me hablabas cuando trabajabas con mi padre.
—Sí.
—Y la razón de que hayas cambiado de idea sobre mi… favor.
—En parte. Luc también tuvo algo que ver. Casi me arranca la piel a tiras con su lengua viperina.
—¿No quería que me hablaras de esa manera?
Deke asintió con la cabeza.
—Porque te desea tanto como yo.
—Y tú intentaste ahuyentarme porque piensas que no estoy en mis cabales.
Deke asintió con la cabeza.
—Aún lo pienso. Pero cómo Luc me recordó, ya eres adulta.
—Llevo algún tiempo pensando en ello. He tomado una decisión. Ya no estoy en el instituto. No soy menor de edad, y no soy idiota.
—No creo que entiendas en realidad en qué te estás metiendo, pero es tu vida.
Kimber se mordisqueó el labio inferior, sospechando que él tenía razón. Comprendía —de una manera abstracta— qué significaba participar en un ménage á trois. Esa misma mañana había leído un libro erótico y se había sentido excitada por la historia de una mujer amada por dos hombres totalmente dedicados a darle placer. ¿Qué mujer con sangre en las venas no se hubiera excitado?
Pero, a pesar de que Deke había dicho que no había sentimientos implicados en un ménage, Kimber no lo creía. Aunque no tenía sentido, ella ya se sentía atraída por Deke. Probablemente porque siempre había sentido curiosidad por él. Tiempo atrás, él la había repelido tanto como la había atraído. Pero quien de verdad la atraía ahora era Jesse. Lo había echado de menos tras una larga ausencia de casi cuatro años. Aunque ambos hombres no se parecían, lo más probable era que estuviera utilizando a Deke como sustituto de manera inconsciente. Eso, y que Deke había hecho más por ella sexualmente en quince minutos que Jesse en todos esos años. Kimber suspiró.
—No creo que Jesse McCall sea el hombre adecuado para ti.
Era normal que Deke pensara eso. Para Don Práctico, allí presente, ella era una groupie persiguiendo a una estrella, una quinceañera que fantaseaba tontamente con el «vivieron felices y comieron perdices». A él le resultaba difícil comprender su relación con Jesse, que se había desarrollado y evolucionado en los últimos años mediante e-mails y llamadas telefónicas.
Kimber se encogió de hombros, intentando no parecer molesta.
—Tienes derecho a pensar lo que quieras. Pero como bien has dicho, es mi vida.
—Así es, y si quieres aprender todo lo que hay que saber sobre ser compartida por dos hombres, éste es el trato —continuó él—. Regresarás a casa conmigo. Te quedarás con nosotros dos semanas. Y te enseñaremos todo lo que necesites saber.
Se sintió aliviada. Había ganado. Aunque estaba tentada de decirle que no a Deke, el orgullo no resolvería su problema con Jesse. Éste había insistido en que ella no podía ser lo que él necesitaba, que era demasiado inocente para su estilo de vida. Iba a demostrarle que estaba equivocado aprendiendo todo lo necesario. Era la única manera de tener un futuro con el hombre que adoraba.
A pesar de la manera abominable en que Deke había actuado el día anterior, Kimber sabía que era un hombre de palabra. Le enseñaría todo lo necesario.
Aun así, tenía que hacerle algunas preguntas más.
—¿Viviré con vosotros dos semanas?
Deke asintió con la cabeza.
—Una de las cosas más difíciles de llevar a cabo en un ménage es satisfacer a dos hombres excitados. El sexo con dos hombres a la vez no es fácil. Algunos hombres también tienen exigencias individuales que querrán que tú satisfagas. A algunos les va el sexo matutino. Otros preferirán la medianoche o cualquier otra hora del día. Tendrás que aprender a tratar con distintos gustos.
Su explicación tenía sentido. Dos hombres darían, definitivamente, más trabajo que uno. La única complicación que veía era mantener relaciones sexuales varias veces al día cuando nunca las había tenido, pero así era como vivía Jesse.
—Déjame adivinar, Luc es el hombre de medianoche. Y tu momento favorito para tener sexo es por la mañana.
Deke negó con la cabeza.
—A Luc le gusta más hacerlo por la mañana. A mí me vale cada vez que Luc esté de humor si tú estas dispuesta. No te tomaré a solas. Nunca.
Igual que antes, él hablaba completamente en serio. No haría el amor con ella si Luc no participaba. ¿Por qué razón?
Su cara no decía nada; su expresión estaba demasiado vacía, casi dolorosamente en blanco.
¿Estaba ocultando algo? Tratándose de Deke, ¿quién podía saberlo?
—Así que si digo que sí, ¿tú querrás…?
La lujuria centelleó en sus ojos azules.
—Si Luc está dispuesto y tú también, allí estaré.
La insinuación en sus palabras creó una cálida corriente que se extendió deliciosamente por el cuerpo de Kimber hasta que se asentó dolorosa y peligrosamente entre sus piernas.
—¿Así que no soy sólo otro rollo más?
Él hizo una mueca.
—No.
—Mmm, está bien… Acabo de terminar el curso de enfermería, así que estoy libre. Tengo que estudiar para los exámenes, pero eso puedo hacerlo en cualquier parte. Tendré que ir a buscar algunas cosas y dejar una nota a mi padre de que voy a visitar a una amiga. De todas maneras, ahora está de viaje. Podría regresar mañana y…
—Un momento. Hay una regla.
¿Una regla? ¿Había reglas en los ménages?
—¿Cuál?
—No lo hago con vírgenes, así que no te follaré de manera convencional.
Kimber se puso tensa. No le gustaba ese lenguaje cortante, pero estaba acostumbrada a él.
Lo que más le molestaba era su tono, como si ser virgen la convirtiera en una forma de vida inferior.
—Creo que eso ya lo hemos aclarado. Te he dicho que quiero reservar mi virginidad para Jesse. Así que eso no será un problema.
—Quiero que recuerdes eso cuando las cosas se pongan calientes. —Le sujetó la cara entre las manos y la acercó más a su cuerpo. El intenso resplandor de sus ojos le dijo a Kimber lo mucho que deseaba besarla—. Y se calentarán, Kimber.
Un escalofrío ardiente la atravesó.
—Ni lo olvidaré, ni cambiaré de opinión.
—No cederé cuando me implores.
Kimber se soltó de su agarre.
—¿Cuando te implore?
«Oh, Dios, alguien tiene mucha fe en sus proezas».
La sombría sonrisa de Deke la puso de los nervios.
—Es uno de los placeres de ser compartida por dos hombres. Podemos conseguir que supliques por algo. Pero como ya hemos acordado aquí y ahora que no será sexo convencional, no habrá ningún riesgo.
Entonces, ¿qué tipo de sexo sería? ¿Oral? ¿Anal? Tampoco tenía experiencia en esas facetas. En dos semanas, se habría convertido en toda una experta en ambos casos. Ese pensamiento la hizo tomar aliento al sentir un peligroso arrebato de deseo.
—¿Riesgos de qué? ¿De embarazo?
Deke apretó los labios.
—De eso y de enrollarnos. Que seas virgen es una responsabilidad. Un hombre no debería follar a una virgen a no ser que tenga intención de reclamarla y conservarla para sí. Y yo no estoy dispuesto a reclamar a ninguna mujer… en ese sentido.
Asombroso. Anticuado y liberal a la vez.
—De alguna manera, no puedo decir que me sorprenda —comentó ella, notando el sarcasmo en su voz.
Deke sólo se cruzó de brazos y la miró fijamente, con una expresión insondable y la mandíbula tensa, un lenguaje corporal inequívoco. Sus labios apretados en una línea sombría y esos ojos azul oscuro parecían inexpresivos y despreocupados… a primera vista.
Kimber lo miró de nuevo.
Desolado. Eso es lo que parecía. Lo que denotaba la rigidez de su postura combinada con algún tipo de anhelo que ella percibía mientras lo miraba.
Deke parpadeó, cambiando el peso de pierna, y retrocedió un paso. Fuera lo que fuese lo que Kimber había visto en sus ojos, había desaparecido.
Kimber frunció el ceño. Señor, debía de estar loca, No era posible haber visto eso en su mirada. Deke era el último hombre a quien atribuir una emoción humana. Pero aquella mirada… lo más probable era que hubiera confundido su desolación con la molestia de tener que esperar al día siguiente para aliviar su excitación de cualquier manera que no fuera sexo convencional. El tema de que era virgen y de reclamarla no le molestaba de verdad. De hecho, dudaba mucho que lo hiciera. Lo más probable es que él no hubiera pensado apenas en los riesgos del sexo convencional como no fuera para decir que «no vírgenes» se correspondía mejor a «ningún tipo de compromiso».
—¿Debo decirle a Luc que regresarás a tiempo para la cena?
Deke volvía a mostrar una expresión neutra, y, esta vez, Kimber no buscó bajo la superficie. Dudaba que Deke fuera lo suficientemente sensible para tener sus propios demonios personales, pero si los tenía, ella no quería conocerlos.
—¿Cocinará él? Pues allí estaré.
Deke no sonrió. De hecho, parecía tan alegre como un hombre condenado a muerte.
—Te estaremos esperando.
Deke estaba tomando una cerveza en la cocina cuando Luc abrió la puerta principal y apareció Kimber al otro lado. Parecía tan condenadamente inocente con una blusa blanca de encaje y una coqueta falda de flores, que él rechinó los dientes.
Tenerla allí no auguraba nada bueno. «Maldición».
El indicio de picardía en los ojos de Kimber no fue lo que lo puso duro; estaba así desde hacía veinte minutos, cuando había estado pensando en ella. Pero el deseo que hacía brillar las mejillas femeninas envió una nueva oleada de sangre a su miembro cuando Luc la invitó a entrar.
Ella aceptó con una sonrisa y entró en el vestíbulo con sus sandalias de tiras.
Durante toda la tarde, su primo se había comportado como un cachorro jadeante ante la promesa de un nuevo juguete. Había adulado a Wiletta, su vieja asistenta, quien se encargaba de limpiarles la casa. Luc también se había pasado las últimas cuatro horas preparándole a Kimber un delicioso plato de pollo, cuyo nombre Deke no sabía pronunciar, además del postre, una complicada tarta de chocolate y fresas. Deke negó con la cabeza. Luc había comprado cuatro cajas de fresas y había escogido las mejores para la confección del pastel.
Pero Deke dudaba que lograran llegar al postre.
No tenía que preguntarle a Luc el porqué de todo ese esfuerzo. Su primo quería creer que finalmente habían encontrado a la mujer que podría complementarlos, la mujer que podía querer lo que ninguna otra mujer querría estando en su sano juicio: disfrutar de una relación a tres bandas con un militar retirado y un chef temperamental. Al parecer, Luc se había olvidado de las miles de veces en que Deke había insistido en que no quería una relación permanente.
Aun así, su primo seguía insistiendo en que Kimber sería de ellos, quién sabía por qué.
Deke le había señalado repetidamente que sus miembros no penetrarían el dulce sexo de Kimber.
Que si ella iba allí, era sólo para familiarizarse con los ménages y para prepararse para complacer a otro hombre.
Nada de eso había importado. Luc seguía convencido de que Kimber podría ser «la única».
Dulce y curiosa. Suave y con un gran corazón. Según Luc, Kimber era perfecta para vivir con dos hombres tan complicados como ellos.
Deke bufó. Sí, seguro que aquello terminaba como el final feliz de los cuentos de hadas.
Pues no sería así, y Luc tendría que descubrirlo por sí solo. Deke estaba cansado de señalarle lo evidente.
Aun así, tenía que admitir que había algo en Kimber que lo ponía a cien.
Haciendo una mueca ante la erección que tensaba la bragueta de los pantalones de pinzas que Luc había insistido que se pusiera, alzó la botella de cerveza y dio un largo trago. Mierda, estaba más duro de lo que nunca recordaba haber estado y lo único que había hecho era ver cómo Kimber atravesaba la puerta con una sonrisa vacilante.
—Hola.
La voz de Kimber fue un suspiro suave y ligeramente tembloroso. Bien. Tenía razones para estar nerviosa. Él también lo estaba. Tenía las entrañas como un polvorín a punto de estallar.
¿Qué ocurriría con su reserva y autocontrol cuando Luc y él la llevaran a la cama? Catapún. Sentía cómo la adrenalina corría por sus venas como solía ocurrir después de una misión. Necesitaba follar, y no podría contenerse demasiado tiempo. Y lo que era peor… parecía estar obsesionado con ella.
Era muy probable que Kimber acabara implorando ser penetrada. Pero cuando suplicara por un duro miembro en su sexo, ¿cumpliría él la promesa de permitir que siguiera siendo virgen?
A pesar de lo que habían acordado, no estaba seguro.
Podía follarla, podía reclamarla, pero ¿podría afrontar las consecuencias?
¡Demonios, no! No quería correr más riesgos con vírgenes. Ni hablar. Nunca más. Kimber aprendería todo lo que pudieran enseñarle en dos semanas y luego se iría. De una manera u otra tendría que resistir la tentación.
—Adelante —decía Luc, cogiéndole la pesada bolsa de viaje y dejándola en el suelo del vestíbulo—. Nos alegramos de tenerte aquí. Me encanta que hayas decidido quedarte con nosotros.
Y si Luc se salía con la suya, Kimber no se iría nunca.
—Gracias por cambiar de idea.
Kimber parecía cohibida mientras se colocaba el sedoso pelo rojizo detrás de la oreja y sus ojos color avellana recorrían con rapidez la salita y la cocina.
Su mirada se encontró con la de Deke y ninguno de los dos la apartó. Ella contuvo el aliento ante la descarga eléctrica que le recorrió el cuerpo. Él sintió una punzada en el vientre y un fuerte tirón en su miembro duro.
Maldición. Estaba perdido.
Luc tomó la mano de Kimber y la guió a la cocina.
—Yo no necesitaba cambiar de idea. Por lo que a mí respecta, siempre has sido bienvenida.
«Gracias por echar una mano, primo».
—Deke. —Su nombre tembló en los labios de ella.
El sonido descendió directamente a su polla.
Dado que no confiaba en sí mismo para no revelar los sucios pensamientos que le pasaban por la cabeza, guardó silencio y asintió brevemente.
—¿Un vaso de vino? —le preguntó Luc, guiándola al centro de la cocina.
—Claro. Gracias. ¿Tienes vino blanco?
—Tengo un excelente chardonnay.
—Perfecto.
Luc le dirigió una mirada reprobadora al pasar por su lado. ¿Qué demonios quería su primo que hiciera? A Deke no le gustaba el vino. Luc tenía el don de la palabra, así que Deke le dejaba llevar la conversación. Era lo mejor, ya que Deke sólo hablaba como un cavernícola. Además, no tenía nada que decir. Si tocaba a Kimber ahora mismo, Luc sólo oiría dos sonidos: él arrancándole la ropa y ella gritando como una loca cuando la boca de Deke le cubriera el clítoris hasta que se corriera.
—Huele genial —murmuró ella, dirigiendo una tímida mirada en dirección a Deke.
Sonriendo de la misma manera encantadora que un maldito presentador de un programa de entrevistas, Luc le ofreció a Kimber una copa de vino.
—Espero que te guste. Ponte cómoda. O, si lo prefieres, dile a Deke que te enseñe la casa.
Kimber tomó un sorbo de chardonnay, luego dirigió una mirada ansiosa en dirección a Deke. Se pasó la lengua por el exuberante labio inferior y a Deke se le aflojaron las rodillas.
—Me encantaría —dijo ella.
Lo que a él le encantaría sería ver esa lengua deslizándose por su glande. Tragó saliva ante aquella imagen mental que le arrebató la mayor parte de su autocontrol.
—Claro —dijo él, intentando no hacer una mueca.
Deke atravesó la cocina y le posó la palma de la mano sobre la cintura porque no podía estar un minuto más sin tocarla. Curvas cálidas y firmes. Sensible. Deke recorrió sus formas con la mirada, y no se le pasó por alto que se le habían endurecido los pezones en el mismo instante en que la tocó. Y ese olor… a melocotones, azúcar moreno y canela. Intimo, picante y excitante.
Inhaló de nuevo. Santo cielo, si seguía poniéndose más duro, la cremallera le iba a dejar marcas permanentes en la polla.
Con un suave empujón, apartó las manos de ella y la condujo fuera de la cocina, de vuelta a la salita, luego al vestíbulo, donde cogió la brillante bolsa de viaje de color azul.
Colgándosela al hombro, la miró.
—Hay dos dormitorios y un despacho al final del pasillo. El grande es el de Luc, ya que vive aquí todo el tiempo. Yo sólo estoy entre una y otra misión o, como ahora, cuando me estoy recobrando de una lesión.
—¿Qué te ocurrió?
A Deke no se le escapó el tono de preocupación en su voz, algo que provocó que quisiera inmovilizarla contra una pared para besarla. No sólo quería follarla. Aún quería… «No, ni hablar». Pero su pequeña muestra de preocupación le atraía de una manera desconocida para él, aunque era igual de efectiva que una sirena enredándolo con sus encantos.
Si no tenía cuidado, acabaría colgado de ella, por citar un cliché. Ya había pasado antes por eso con Heather, y nada le gustaría más que deshacerse de esos recuerdos imborrables, así que cerró su mente a cal y canto decidido a no fastidiar las cosas de nuevo.
—Un gilipollas con una navaja quiso dibujar la marca del Zorro en mis costillas. Pero ahora, tras doce puntos y una vacuna contra el tétanos, estoy como nuevo.
—Tanto mi padre como tú tenéis un trabajo muy peligroso.
—Para mí sería muchísimo peor estar sentado tras un escritorio.
—Depende de cada caso, pero sé que los hombres de acción como vosotros siempre necesitáis patear algunos traseros.
Deke no pudo contener la sonrisa que le asomó a los labios.
—Exacto.
Unos metros más adelante, él abrió la puerta que daba paso a una pequeña habitación con paredes blancas. Había una cama de matrimonio, una silla, una lamparita y un escritorio con un portátil. Jamás ganaría un premio de decoración, pero era funcional.
—Ésta es tu habitación. —No era una suposición; Kimber lo sabía.
—Sí.
—Es como tú.
—¿Aburrida? —la provocó él.
—Dura —se rió ella—. Podría llamarte un montón de cosas, pero aburrido no es una de ellas.
El tono ligeramente ronco de su voz aún seguía clavándose en su miembro. Nunca le habían gustado mucho los melocotones, pero el olor que ella desprendía le aceleraba el pulso.
Maldita sea, Luc siempre hacía de las cenas en compañía un evento especial. ¿Cómo se las iba a arreglar para no tumbar a Kimber sobre la mesa y comérsela a ella en vez de la comida?
—Es funcional, limpia y sencilla. A ti te gustan las cosas así.
Oh, maldición. Lo había calado demasiado bien sin que él se hubiese dado cuenta. Volvió a sentir ese peligroso impulso de querer besarla, junto con el deseo de abrazarla sólo por el placer de sentirla contra su cuerpo. «Ni hablar. Era una estupidez. Un error. No debía suceder».
Saborearía su dulzura antes de poseer su culo, pero el afecto… quedaba fuera de toda cuestión.
Kimber lo tomaría como lo que no era.
Maldición, incluso podría tomarlo él.
—Exacto —murmuró él, cerrando la puerta.
Cruzando el pasillo, abrió la puerta del despacho de Luc. Con paredes de un profundo tono borgoña y madera oscura, vitrinas de cristal y pomos de latón, parecería el elegante refugio de un caballero inglés si no fuera por el ordenador de sobremesa, un teléfono inalámbrico, un fax y una impresora multifunción. Tras el escritorio de nogal había un sillón de piel y una librería de madera más clara que tenía colgado al lado un premio de cocina que Luc llamaba «el medallón».
—Vaya —suspiró Kimber—. Es un despacho precioso. Luc tiene muy buen gusto.
¿Por qué las mujeres siempre decían eso? Por lo general, los hombres con «buen gusto» eran gays, pero sabía de primera mano que Luc era tan heterosexual como él.
Por primera vez en su vida Deke lamentó las inclinaciones sexuales de Luc. De no ser por eso y por el interés que su primo tenía en Kimber, Deke podría haber encontrado la manera de que sólo fuera suya, de tenerla con las piernas bien abiertas sobre la cama y él solo encima de ella, follándola.
«¡No!». Sería como volver a pasar por lo mismo. No es que Kimber fuera Heather, pero se le parecía bastante. Habían pasado doce años desde aquel terrible verano en que comenzó a compartir a las mujeres y a conseguir que alcanzaran el máximo placer.
—A Luc le encanta la decoración y la cocina.
—Es un hombre maravilloso. —Los ojos color avellana de Kimber se iluminaron mientras observaba la estancia.
Deke contuvo una punzada de irritación. Luc era un buen cocinero y un buen decorador, y, por supuesto, eso tenía que impresionarla. Pero había ido allí por sexo, y, en lo concerniente a eso, se juró a sí mismo que sería él quien se le quedara grabado en la mente.
Girándose, Deke salió del despacho y regresó al pasillo. Abrió la puerta y dejó la bolsa de viaje en el suelo.
—Ésta es la habitación de Luc.
Era espaciosa y con una ecléctica mezcla de lo antiguo y lo moderno, de tecnología y clasicismo. Colores marrones, aceitunados y dorados, con alguna salpicadura de rojo, junto con una enorme cama que invitaba a cualquier mujer a acomodarse en ella.
Le molestaba saber que Kimber no sería la excepción.
Kimber miró su bolsa de viaje en el suelo de la habitación de Luc y luego la cama.
—¿Dormiré aquí?
Deke tragó aire e intentó no imaginar a Kimber desnuda en la cama de Luc, intentó no pensar en ellos dos durmiendo, tocándose, follando a unas paredes de distancia. Aquel pensamiento le produjo una violenta oleada de furia que le hizo cerrar los puños con fuerza.
Kimber dormiría con Luc. Era lo mejor. Menos tentación para él. Luc dormía toda la noche de un tirón, pero no era el caso de Deke. Y si no tenía a su lado a la mujer que más le había excitado durante la última década, cuando permaneciera insomne la noche siguiente, no podría acariciarle la piel sedosa, ni susurrarle palabras picantes, ni alabar su sexo. Y querría hacerlo. Mierda, quería hacerlo ahora.
«Una mala señal, muy mala».
—Sí. Luc tiene la cama más grande. Y yo no duermo demasiado bien. No me gustaría desvelarte.
Kimber se giró lentamente hacia él y le miró fijamente.
—Sé que piensas que cometo un error, y que no te emociona demasiado ayudarme…
Ella tenía razón y a la vez no la tenía. Estar allí para ser educada sexualmente por Luc y por él, era un arma de doble filo. Deke pensaba que estaba equivocada. Kimber no parecía el tipo de mujer que podía hacer de los ménages una manera de vivir. Pero para satisfacer la necesidad puramente egoísta de tocarla, la ayudaría. Aun así, odiaba que ella quisiera aprender a ser compartida para luego ponerlo en práctica con un niño bonito como Jesse McCall, una estrella del pop que probablemente tenía un harén de admiradoras en cada ciudad del mundo y que acabaría rompiéndole el corazón. En realidad, si era sincero consigo mismo, ni siquiera quería compartirla con Luc.
«Guau». Luc y él eran más hermanos que primos, y desde aquel desastroso verano con Heather, Luc y él habían compartido casi todo, incluidas las mujeres. Y ahí estaba él, admitiendo que quería a Kimber para él solo.
Esa confesión no era buena para su alma, decidió Deke, ya que le hacía sentirse fatal.
Kimber alargó la mano y le tocó el brazo, haciendo que deseara desnudarla y tumbarla en la cama de Luc. Maldita cena. Una parte de su ser, sentía la tentación de dejar a un lado su decisión de no volver a acostarse con una mujer a solas.
—Pero —murmuró ella—, no voy a complicarte la vida. Te lo prometo. Sé que en el fondo no me quieres aquí.
No. La realidad era que sí que la quería allí, mucho más de lo que debería. Y Kimber era una chica lista; no tardaría mucho en darse cuenta.
—Está bien.
Deke cerró la puerta del dormitorio de Luc —y a las perturbadoras imágenes de su primo y Kimber enlazados y solos— y volvieron al pasillo. Después atravesaron la salita y luego fueron por otro pasillo.
—Éste es el cuarto de los juegos. —Le mostró una espaciosa estancia con un minibar y una mesa de billar que, gracias a Luc, tenía la suficiente elegancia para evitar que se pareciera a la sala de recreo de un par de solteros.
—Ésa es nuestra guarida. —Deke señaló otra habitación que incluía una pantalla de plasma gigante, un par de sofás de cuero, un par de consolas de juegos y unas ventanas muy masculinas.
Le había dicho a Luc que los dominios de un hombre tenían que estar libres de cortinas.
—Aquí es donde nos relajamos. Hay una estantería con libros y películas en la pared de atrás. Así que si alguna vez te aburres…
—Gracias. Ahora mismo tengo que preparar los exámenes de enfermería así que me dedicaré a estudiar, al menos en los momentos en que no estemos… ocupados.
El rubor inundó las mejillas de Kimber de nuevo. Aquella piel tan pálida no le permitía ocultarlo. Ese pensamiento lo excitó. Lo excitó pensar lo roja que se le pondría la piel…
Demonios, volvía a ponerse duro otra vez.
Deke se colocó detrás de uno de los sofás para ocultar su erección e hizo una mueca.
¿Cómo podría contenerse durante las dos horas que a Luc le gustaba que duraran las cenas? En ese momento, daría cualquier cosa por un par de hamburguesas con tal de que todos estuvieran dispuestos a comérselas desnudos.
—La mayoría de los días, esto está bastante tranquilo, así que será un buen lugar para estudiar. Ahora ya conoces la casa. Hay jacuzzi ahí fuera.
Kimber frunció el ceño.
—Vaya, no he traído bañador.
—Incluso aunque lo hubieras traído, no lo llevarías puesto.
—Oh. Ya veo… —captó la insinuación sexual y sus ojos color avellana se iluminaron.
Tomó un trago de vino y luego se mordió el labio. Deke estuvo condenadamente cerca de saltar sobre el sofá, empujarla contra la pared y desnudarla.
—Tiene sentido. —Le dirigió una sonrisa nerviosa—. De cualquier manera, vas a verme desnuda.
Sí. E iba a hacer bastante más que mirarla, aunque ese momento estaba tardando mucho en llegar.
—¡La cena! —gritó Luc desde la cocina.
Agradeciendo que comenzaran de una vez las dos horas de anticipación que conducirían al verdadero festín, Deke guió a Kimber a la cocina. Luc los esperaba con la mesa preparada. Su primo ayudó a Kimber a sentarse, apartándole la silla como un caballero. Maldición, ¿por qué no se le había ocurrido a él?
Intentando no parecer contrariado, Deke se sentó y observó cómo Luc servía la comida, el vino, cómo sonreía, coqueteaba y la acariciaba de manera casual, algo que le enfureció sobremanera. Kimber se sonrojó y sonrió, y absorbió cada una de las palabras de Luc, algo que le enojó todavía más. Él necesitaba tirársela de una vez. Kimber estaba allí por el sexo. Y punto. ¿A quién le importaba que él no fuera Sir Galahad?
Y más tarde, cuando estuvieran desnudos y en la cama, Deke probaría que aunque aquellas cualidades que Luc mostraba eran buenas, sería él quien la haría retorcerse de placer. Estaría en sintonía con ella. Podría sentir cómo crecía su deseo, cómo se aferraba a su cuerpo.
Y usaría esos deseos para hacer que se corriera tantas veces que Kimber perdería la cuenta.
Se juró a sí mismo que su nombre sería el único que pronunciarían los labios femeninos.