Kimber se estremeció a pesar de las enormes manos de Deke en sus hombros, tranquilizándola. Quemándola.
La idea de esos dos hombres salvajes y atrevidos, que parecían salidos de una novela erótica, y ella, estaba a punto de convertirse en realidad. ¿Podría manejarlo? ¿Podría aceptarlo como parte permanente de su vida?
Luc se acercó lentamente a ella, con una sonrisa de tiburón y una mirada hambrienta. La excitación y el miedo la dejaron sin aliento. Deke tenía razón: las palabras no podían prepararla para la realidad de esos dos hombres. Él apenas la tocaba y Luc estaba aún a medio metro. En la habitación se palpaba la testosterona que sobrecargó sus sentidos, haciendo que le zumbara la cabeza. Tenía los nervios tan a flor de piel que se estremeció.
Al ser virgen, Kimber se sentía un poco intimidada, pero no asustada. Nerviosa…, sí. Pero eso no iba a detenerla. Tenía que saber si podía ser la mujer que Jesse necesitaba, si podía aceptar las caricias de dos hombres a la vez. La tranquilidad que la envolvió era probablemente el resultado de criarse con hombres decididos. Tener miedo no era una opción. Tenía que hacerlo.
Y también sentía curiosidad…, sí. Una curiosidad repentina. ¿Cómo sería poder disfrutar de la alegre delicadeza de Luc y del crudo poder de Deke al mismo tiempo? Ardía en deseos por conocer la respuesta. El cosquilleo que sintió en el estómago se mezcló con la curiosidad y la fascinación para crear un potente brebaje.
«Alto». Kimber tragó saliva, recordando por qué estaba allí. La respuesta a su pregunta era irrelevante. No importaba cómo la hicieran sentir Deke y Luc. Ella estaba allí para aprender, por Jesse, para que él la viera como a una mujer. Alguien a quien pudiera considerar su mujer cuando la abrazara o cuando la compartiera… ¿Con quién la compartiría? ¿Con los miembros de su grupo? ¿Con alguna groupie? Jesse se había negado a darle detalles sobre su vida sexual, aquélla que los periódicos sensacionalistas consideraban depravada y escandalosa.
Entonces Luc la tocó, le deslizó las manos por las caderas. La pregunta se disipó bajo el ardiente contacto de sus dedos cuando la acarició suavemente y le dio la vuelta, dejándola de nuevo de cara a Deke. Su mirada se encontró con la de Luc por encima del hombro. Sin apartar las manos de ella, él la hizo descansar contra su cuerpo, apretándola contra su pecho, acunando su erección contra el trasero.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar ante la descarga ardiente y el abrasador deseo que se enroscó en su vientre antes de que los dedos de Deke se enredaran en sus cabellos y arrastrara su mirada hacia sus ojos azules, un azul hipnótico parecido al de los vaqueros lavados.
—Kimber —gruñó Deke—, estás jugando con fuego, nena. Prepárate para quemarte.
Cerró los puños y sin más aviso, bajó la cabeza.
Con un simple roce de su boca, Deke le abrió e invadió los labios, encendiendo sus sentidos cuando deslizó la lengua dentro de su boca y arrasó todo lo que tocaba con cada lánguida y excitante caricia.
Había esperado de Deke un beso rudo, sin concesiones ante su inexperiencia. No fue así.
Era hambriento y exigente, sí, pero bueno, muy bueno. Un enredo salvaje de labios, aliento y hambre.
A Kimber la habían besado antes, pero no de esa manera. Jamás sin vacilación ni una invitación, pero Deke no era de los que perdía el tiempo.
De repente, él se retiró, dejándola dolorida y sin fuerzas. Oh, Dios. Su sabor. Era excitante y masculino. Adictivo. Kimber deseaba más, mucho más.
Con un solo beso, la había despojado de sus defensas, había puesto su mundo del revés, se había hecho con el control.
Deke le rozó los labios con los suyos otra vez, y Kimber abrió la boca un poco más. Él se hundió en ella con más profundidad que antes. La saboreó, jugueteó con ella, se retiró. «¡No!».
Kimber necesitaba más, y presionó las palmas de las manos contra la sólida pared del pecho de Deke, allí donde sentía palpitar salvajemente su corazón.
Deke la recompensó con otra provocativa caricia de sus labios, que derritieron los suyos con aquella firme y salvaje posesión. Aunque lo había esperado, la invasión de su lengua la dejó sin defensas una vez más. Deslizó las manos del pecho al pelo de Deke. Intentó aferrarse a sus cortos cabellos para acercarlo más a ella, pero el pelo, al igual que su dueño, le era esquivo.
Kimber se moría de deseo. Le arañó. Apenas podía respirar, estaba mareada, deleitada en el calor que invadía su vientre. Se le tensaron los pezones. Era salvaje. Tan bueno…
Notó una mano cálida curvándose sobre su brazo y ascendiendo en una lenta caricia. Luc.
Casi se había olvidado de él, pero cuando él se acercó más a ella, cuando el calor de su torso contra su espalda y la dureza de su miembro todavía apretada contra su trasero se hicieron más evidentes, fue imposible ignorarlo.
Luc levantó la mano y le apartó el pelo del cuello. La suave presión de la ardiente boca de aquel hombre y su cálido aliento sobre el cuello fue como una suave lluvia sobre su sensible piel.
Kimber se estremeció, pero Luc continuó. La feroz respuesta de ella estimuló sus propios sentidos en sintonía con las demandas suaves y tiernas del beso de Deke.
Unas manos firmes se deslizaron sobre las costillas femeninas. Luc de nuevo. Aquellos dedos indagadores le rozaron el lateral de los pechos. Inesperadas sensaciones le atravesaron directamente los pezones, endureciéndolos todavía más. Kimber gimió mientras Deke seguía besándola, absorbiendo el sonido con su ávida boca. Inclinando la cabeza, amoldó sus labios perfectamente a los de ella, y su beso se hizo más persistente.
Kimber se derritió, gimiendo. Ardía tal y como lo hacia Deke cuando el deseo la embargó, cuando la sangre hirvió a temperaturas abrasadoras. Y se sintió dolorida. Quería más. ¡Mucho más! Agarrándola firmemente de las caderas, Deke se arqueó contra ella, apretando su impresionante erección en un movimiento delicioso y sugestivo contra su sexo. Aquello no la apaciguó, sólo la inflamó aún más y gimió.
Doblando las rodillas, Deke la agarró por los muslos y la levantó. Kimber apenas tuvo tiempo de soltar un grito ahogado antes de que la dejara caer contra Luc, cuya polla se apretaba aún más contra ella. Pero no había terminado…
Deke le arrancó los pantalones y el tanga, luego le abrió las piernas, manteniéndolas separadas con aquellas enormes manos. Luc le ayudó sosteniéndole las rodillas con los antebrazos, dejándola abierta y expuesta ante su primo. A Kimber le latía tan rápido el corazón que no podía oír nada más que su frenético palpitar mientras observaba cómo Deke la miraba como si le fuera la vida en ello. Kimber envió una invitación a esos profundos ojos azules que brillaban intensamente con un calor abrasador.
Deke se quedó inmóvil, esperando. Mirando. Volviéndola loca de anticipación y de deseo.
—Deke…
—Mantén sus piernas separadas —le dijo él a Luc.
Luego se introdujo entre los muslos separados y presionó íntimamente la bragueta de los vaqueros contra los pliegues húmedos. Ante el contacto, el clítoris de Kimber respondió con un ávido latido. Deke la sujetó por las caderas, alejándola del agarre de Luc. Se rodeó las caderas con las piernas de Kimber y embistió contra ella una y otra vez. Kimber gritó. Masturbarse jamás había sido tan intenso y agudo. Tan decadente. Tan abrumador.
Antes de que ella pudiera asimilarlo o pensar en su siguiente caricia, Luc le deslizó las manos desde el tórax al vientre y luego hacia arriba de nuevo. Y más arriba, hasta ahuecarle los pechos con las cálidas palmas de sus manos. Kimber se derritió con un largo gemido. La pellizcó suavemente con los dedos y el estremecimiento de deseo bajó disparado a su clítoris. Los pezones se erizaron ante la dolorosa tirantez de su tacto, y él se los frotó con los pulgares.
A Kimber le llevó un rato darse cuenta de que Deke observaba las caricias de Luc con una mirada oscura de deseo. Con unos ojos que, cuando la miraron a ella, prometían devorarla. Un agudo deseo se deslizó por el vientre de Kimber, retorciéndole las entrañas con una necesidad apremiante.
—Tenemos que quitarle esto —dijo, dirigiendo los dedos al último botón de la blusa.
—Ahora —se mostró de acuerdo Luc. Y juntos, la dejaron sobre el mostrador.
Un momento después, Luc dirigió los dedos al botón superior de la blusa y lo desabrochó.
Las manos masculinas se ocuparon de los pequeños botones entre maldiciones, exponiéndola a sus devoradoras miradas con una rapidez que Kimber apenas podía asimilar. Aturdida, observó cómo su propia piel tensa y dolorida iba quedando expuesta hasta que todos los botones fueron desabrochados. Luc le quitó la blusa por un hombro, mientras Deke se la quitaba del otro y levantaba la mirada hacia ella.
Esos ojos eran intensos. Feroces. Decididos. Un remolino de deseo se anudó en el vientre de Kimber, dejándola sin respiración, despojándola de cualquier pensamiento racional…
Con el cálido aliento de Deke en el cuello haciéndola pedazos, éste alargó las manos por detrás y le desabrochó el sujetador con dedos ágiles. «¡Oh, Dios mío! ¡Oh, maldita sea!». Estaba desnuda. Eso se ponía serio. Y resultaba abrumador. Y, sin embargo, era maravilloso. No podía detenerse. Aún no… pronto.
—¡Oh! —gimió cuando la boca de Deke le cubrió un seno. Mordisqueó suavemente su pezón hasta que varios estremecimientos sacudieron las terminaciones nerviosas entre sus pechos. Hasta que su clítoris se estremeció de deseo. La sensación se multiplicó cuando Luc le pellizcó la sensible cima del otro pecho en el mismo momento que inclinaba la cabeza y le cubría la boca con un beso arrollador.
Más que besarla, la seducía sin palabras. Luc era un artista, un experto. No se apresuró ni exigió. La engatusó, jugueteó con ella, provocándola con el cálido roce de su lengua para luego retroceder, dejándola ardiendo de deseo. Sólo aquel beso habría sido suficiente para hacerla perder la cabeza, para que se derritiera como cera caliente. Con aquella erección apretada contra su muslo, las sensaciones eran absolutamente explosivas.
Deke continuaba succionándole el pezón, y cambió al otro con decisión, apartando los dedos de Luc para albergar el sensible brote en su dura boca, mordiéndolo con suavidad, lamiéndolo con la lengua, en el mismo momento que apretaba la dura protuberancia de su erección contra el palpitante clítoris.
Esa vez, la boca de Luc amortiguó sus gritos. El ardiente jugueteo de su beso absorbió el sonido y pidió más. Y ella le ofreció otro jadeo con gusto cuando Deke embistió en el lugar adecuado mientras le succionaba el pezón con dura ferocidad. Luego Luc terminó el beso con una suave exigencia que la hizo estremecer de placer. Sus labios temblaron cuando él retrocedió jadeante para tomar aire. Kimber sintió una eléctrica línea de placer entre los pechos y el sexo que la hizo estremecer de pies a cabeza.
—Sabes tan dulce como el azúcar —la alabó Luc acariciándole con la boca el lateral de su cuello mientras que con el pulgar le rozaba el pezón todavía húmedo por la boca de Deke—. Tan dulce que te deshaces.
Esa hábil boca le recorrió la barbilla, subió por la mejilla haciendo una pausa antes de capturar sus labios de nuevo y hundirse en ellos. Él se excitó con el beso, haciéndola arder cada vez más, prometiéndole con cada caricia que la satisfaría… a su debido tiempo. A su manera.
Para aumentar las ya crecientes sensaciones, Deke continuó restregándose contra su clítoris con envites constantes, friccionando con furia, encendiéndola de la cintura para abajo. Le pellizcó los pezones, se los retorció, en uno y otro sentido, estirándolos, estimulando sus sensaciones.
Cuando ella jadeó y se sujetó a los brazos de Deke jurando que se iba a correr, él retrocedió y Luc también.
Kimber gritó de frustración.
Deke le dirigió una mirada despiadada y le rozó el sensible pezón.
—¿Quieres más, gatita?
Estaba jugando con ella. Bueno, estaban. Pero en ese momento a Kimber le traía sin cuidado. Jamás había sentido nada parecido al placer que Luc y Deke le estaban brindando. Sus sensaciones eran como arenas movedizas que la arrastraban, la ahogaban. Cuanto más se retorcía, más se hundía. Y le encantaba.
—Por favor. —La palabra le salió de la boca en un jadeo.
Luc se inclinó para depositar uno de esos devastadores besos en su boca en su siguiente aliento. Deke continuó con la rítmica fricción de su miembro contra el clítoris de Kimber, al mismo tiempo que le mordisqueaba despiadadamente los pezones con la boca.
Cada vez que la tocaban, nuevas sensaciones se derramaban sobre ella como miel caliente que rápidamente se convertía en fuego líquido. Estaba flotando, hundiéndose, implorando…
—Más. —La palabra escapó de sus labios con un jadeo urgente.
Deke la besó por encima de los pechos, resollando sobre su cuello. Ella se estremeció, y Luc la inmovilizó con otro beso devorador. La boca del hombre parecía decir con cada envite de la lengua que quería algo que sólo ella podía darle. Lo que era mentira, pero tan, tan efectiva.
Kimber apostaría lo que fuera a que cuando Luc posaba su boca sobre una mujer, no había nada que ésta pudiera negarle.
Cuando más maravilloso era, cuando Deke le mordisqueó el lóbulo y la rodeó con sus brazos, las sensaciones se volvieron aún más intensas. Kimber se arqueó contra su poderoso y musculoso pecho, odiando repentinamente la camisa —cualquier prenda— que se interpusiera entre su piel y la de ella.
Kimber jamás había imaginado que pudiera desear de esa manera a un hombre tan irritante, pero lo hacía. ¿Por qué?
—¿Qué más quieres? —el sedoso susurro de Deke se deslizó por su espalda, luego pareció acariciarla en aquel lugar mojado que suspiraba dolorosamente por él.
¿Cómo conseguía hacer eso con un simple susurro? ¿Cómo lograba que el sonido se clavara directamente en su clítoris?
Luc levantó la cabeza para oír su respuesta.
—Me siento genial —fue todo lo que ella pudo susurrar en respuesta.
Dudaba que pudiera decirles algo que ellos no supieran ya.
—Puede ser todavía mejor —le murmuró Luc en el otro oído.
«¿Mejor? Que dios la ayudara».
Por lo general, Kimber estaba hecha de una pasta muy dura. En lo único que no había ganado a sus hermanos había sido en una lucha cuerpo a cuerpo. En todo lo demás: en soportar el dolor, en aguantar la bebida, en velocidad, en resistencia… les había vencido al menos una vez.
Pero ese placer aplastaba su voluntad.
—Si deseas más, te lo daremos. Quiero ponerte boca abajo sobre la mesa de la cocina y observar cómo Luc te succiona el clítoris mientras tú me succionas a mí.
Con los ojos nublados de deseo, Kimber dirigió la mirada a la susodicha mesa. Podía imaginar la escena. Con mucha facilidad. Jamás le había hecho una mamada a un hombre, pero lo intentaría. De hecho, le encantaría conseguir que al señor tipo duro se le aflojaran las rodillas. Y si un beso de Luc era el cielo, no podía ni imaginar lo fabuloso que sería con el sexo oral.
Pero el tono desafiante de las palabras de Deke le molestó. ¿Acaso pensaba que todavía le tenía miedo?
—Vale —dijo Kimber e inspiró profundamente.
—Será mejor que esperes a oír a qué estás accediendo.
—Deke —lo interrumpió Luc con el ceño fruncido.
Un buen trozo de músculo dorado quedó a la vista cuando Deke levantó una mano.
—Debe oírlo todo.
Dirigiéndose a ella otra vez, Deke la tomó por las mejillas y la forzó a mirarle a los ojos.
—Luego quiero llevarte a la cama y observar cómo Luc hunde su miembro profundamente en ti mientras jadeas y gritas y te corres. Mientras él está en ello, yo me ocuparé de tu dulce culito, y te follaremos a la vez. Juntos. Con fuerza. Durante toda la noche. Hasta que estés agotada, saciada, exhausta.
El calor y la alarma la atravesaron a un mismo tiempo. La idea le atraía de una manera prohibida. Jamás había imaginado de verdad cómo sería estar con dos hombres. Pero ahora lo hacía. No dudaba que estos dos la harían gozar. Pero ella quería conservar su virginidad… no importaba cuánto le costara.
Y además, había algo en las palabras de Deke que la irritaba. Sonaba como si sólo quisiera… utilizarla. Como si ella fuera una mujer cualquiera que hubiera conocido en la barra de un bar y la hubiera llevado a casa para un polvo rápido.
—Luego volveremos a poseerte —continuó Deke con voz ronca—. Dormiremos una hora y volveremos a tomarte otra vez, tan dura y profundamente que no podrás andar ni sentarte durante una semana. ¿Qué te parece, gatita? ¿Entiendes ahora de qué va todo esto?
La mirada en su cara era la de un auténtico depredador. La deseaba. Para follar. Nada más.
No le importaba si con ello la ayudaba o no.
Kimber tragó saliva, intentando pensar a pesar del deseo, la cólera y la confusión. «Separa los hechos de las emociones», era lo que su padre le había enseñado. Tal y como ella lo veía en ese momento, Deke parecía un gilipollas, lo que probaba que quizá las primeras impresiones eran las correctas.
—Acudí a ti para pedirte un favor, y actúas como si estuvieras ante un rollo fácil de usar y tirar. Deke se encogió de hombros.
—Un favor… vaya. Pues eso es lo que estoy haciendo. Si puedes seguir el ritmo que Luc y yo te marquemos durante una noche, sin duda estarás preparada para todo lo que quiera ese niño bonito. ¿Te apuntas o no?
—En primer lugar, tengo intención de conservar mi virginidad para Jesse. Ya te lo dije.
—Genial. Supongo que tu culo y tu boca acabarán escocidos, pero puedo vivir sin tu coño.
¿Y tú, Luc?
Kimber dirigió la mirada al moreno y alto seductor. Él se tomó su tiempo antes de responder.
—Yo no tomaría nada que Kimber no quisiera dar.
—¿Ves? —Deke le dirigió una tensa sonrisa—. Así que ya está todo resuelto. Súbete a la mesa. Ella le observó cerrar los dedos sobre el botón superior de los vaqueros y, con un movimiento rápido de la muñeca, lo abrió, revelando durante un instante la piel dorada de aquel tenso abdomen.
Los nervios de Kimber se crisparon. Sandeces. Actuaban como un par de lobos hambrientos. ¿Acaso esperaba él que ella se subiera a la mesa y se convirtiera en la merienda?
¿Acaso pensaba que iba a abrirse de piernas, hacerle una mamada y…? No.
Ella no había ido allí buscando un final feliz. Pero había pensado que al menos le explicaría cómo funcionaba esa clase de sexo. Y si había que hacer una demostración, deberían ir despacio, haciéndola sentir segura. Ese placer era algo que ella daría y recibiría. No algo tosco y rudo pensado para ahuyentarla.
Kimber comprendía lo que había querido decir Deke con que las palabras no eran suficientes. Pero ahora su cuerpo se había enfriado —más con cada palabra que él decía—, y la lógica ocupaba su lugar.
—En segundo lugar —continuó ella—, no me gusta tu actitud. Actúas como si yo fuera sólo una más. Como si con tal de tener un agujero húmedo en el que meterte, fueras feliz.
Deke se quedó pensativo, como si estuviera considerando la idea.
—Eso es bastante preciso. Tú aprendes. Nosotros disfrutamos. Todos salimos ganando.
Súbete a la mesa.
¿De verdad creía que la iba a mangonear?
Kimber observó cómo Deke se bajaba la cremallera. Luc se quitó la camisa por encima de la cabeza y la tiró al suelo, exponiendo un pecho cubierto de vello oscuro y montones de músculos de piel aceitunada.
El latir frenético del corazón de Kimber y su salvaje y agitada respiración indicaban algo más profundo. «Miedo». Eso era lo que sentía ahora. Cruel e implacable. No importaba lo que le hubiera enseñado su padre, no podía ignorarlo. No podía continuar adelante para enfrentarse a eso. Si los dejaba, caerían sobre ella y utilizarían cada parte de su cuerpo hasta que quedara exhausta, luego la enviarían a casa sin volver la vista atrás. La arrollarían y esperarían que ella siguiera el ritmo. Serían rápidos y violentos. La atacarían, la golpearían, la follarían. Quizá a Luc le importara su poca experiencia, pero no lo conocía tan bien como para asegurarlo. Deke había dejado bien claro que sólo la veía como sexo fácil, y nada más.
«¡Bastardo!».
Recogió su ropa del mostrador, se puso los pantalones y se abrochó la blusa sobre los pechos. Se aferró a la ropa interior como si le fuera la vida en ello.
—Vine a pedirte un favor.
Maldita sea, odiaba que le temblara la voz.
—Y tenemos dos duras pollas preparadas para concedértelo —le aseguró Deke—. Un favor con favor se paga. Súbete a la mesa.
—No. Acudí a ti porque pensé… —Kimber negó con la cabeza—. Siempre te comportaste como un bastardo cuando trabajabas para mi padre, siempre te mostraste distante. Pero jamás me habías parecido un mercenario despiadado. Ahora veo que estaba equivocada.
Luc dio un paso hacia ella.
—Kimber.
—¡Quieto! —ella retrocedió—. Deke me acaba de tratar como si fuera una fulana sin valor.
Y tú lo has permitido.
—Te has ofrecido como si lo fueras —intervino Deke—. ¿Qué esperabas?
—¡Vete al infierno! —les dio la espalda y se metió el sujetador y el tanga en el bolsillo.
—Ya estoy allí, gatita. Estoy tan duro que el resto de mi cuerpo se ha quedado sin sangre.
¿Seguro que no quieres quedarte y echarme una mano?
«¡Qué caradura!».
—Ya que hablas de manos, tú tienes un par con cinco dedos en cada una. Puedes arreglártelas muy bien solo.
Kimber enfiló hacia la puerta. El portazo resonó en la tranquila tarde del este de Tejas hasta que ella puso el coche en marcha y se alejó a toda velocidad.
—¿La has encontrado? —preguntó Luc con la voz teñida de preocupación. Maldita fuera la perfecta señal del móvil. En los tiempos de los teléfonos analógicos, Deke podría haber fingido no haberlo oído.
—Sí.
Deke había encontrado a Kimber, por supuesto. Y al igual que cuando ella tenía diecisiete años, le había puesto un nudo en el estómago que ni el propio Houdini podría deshacer.
—Vas a pedirle perdón por asustarla y a asegurarte de que no se mete en líos —le recordó Luc. Deke no quería hacerlo. Pero como Luc había apuntado racionalmente, asustar a Kimber era sólo una solución temporal a un problema que no iba a desaparecer sólo porque él quisiera.
Kimber era demasiado tenaz para darse por vencida. No iba a rendirse en su obcecación por buscar a alguien que la ayudara a conseguir a Jesse McCall, alguien que, en el mejor de los casos, podría incomodarla por no saber qué diablos hacer y que en el peor, se aprovecharía de ella y le haría daño.
El coronel mataría a Deke si le ocurría algo a su hija sólo porque él se había hecho un nudo en la polla. El padre de Kimber era de temer. Un auténtico HP. Justo lo que él iba a ser. No creía que el hombre perdonase a Deke y a Luc cuando introdujesen a su niñita en los placeres del sexo anal. Pero quería pensar que el coronel preferiría eso a que Kimber eligiera a un desconocido en la barra de un bar para hacer… prefería no pensar en lo que ella podía acabar haciendo con otros dos hombres. Se aferró a la endeble mesa de madera que tenía delante y no se soltó hasta que la oyó crujir.
Pero no era su antiguo jefe lo que lo motivaba. Era la propia Kimber. Desde siempre, había tenido vividas fantasías con ella, se había masturbado pensando en ella. Pero la realidad era todavía más impactante, había sido como comparar una suave brisa con un huracán de fuerza cinco. Kimber era dulce e inocente. Era como miel en su boca. Absolutamente perfecta. Su piel cálida y suave, tan radiante como un día de verano…
Dios, sólo había que oírlo. Era jodidamente patético. Estaba describiendo a la chica como si fuera un poeta o algo por el estilo. Mierda.
Sin embargo, había algo que no podía ignorar. Kimber era una tentación tan fuerte que, por mucho que odiara admitirlo, podía llegar a hacerle perder el autocontrol. Debería alejarse de ella en cuanto pudiera, antes de que lo succionara por completo como una boa constrictor. Antes de que lo destruyera. Pero si Kimber iba a entregarse a aquella búsqueda de conocimientos sexuales, él no iba a permitir que otro hombre fuera su mentor.
Maldiciendo entre dientes, Deke se subió el cuello de la cazadora y tragó saliva. Siguió mirando fijamente.
En ese momento, Kimber estaba en la pista de baile del pub de Adam Catrell, The Hang Out, cimbreando sus dulces caderas al ritmo de una canción de Shakira que hacía alusión a esa parte de la anatomía. Sus muslos quedaban al descubierto por una falda tan corta que debería ser considerada indecente, además de enseñar una tira de la pálida piel del estómago. Bailaba entre Adam y su hermano, Burke. El club estaba lleno de humo y de gente, pero aun así, Deke no podía malinterpretar la lujuria que asomaba en la cara de ambos hermanos.
—¿Me estás oyendo? —gritó Luc.
Deke agarró el teléfono con fuerza.
—Anoche fastidiaste las cosas a base de bien, primo. Te toca hacer de Sir Galahad y salvar la situación. Y también tendrás que pedir disculpas.
—¡Déjame en paz!
Luc suspiró.
—Dile que la ayudaremos. Y díselo con suavidad. Nada de mencionar que usaremos su trasero tan a fondo que no podrá sentarse en una semana.
Deke hizo una mueca. La había tratado mal, esperando disuadirla de esa idea tan tonta y temeraria. Luc lo sabía, pero admitirlo ante él en voz alta sólo le daría más munición. Y ya tenía la razón de su parte…
—No me presiones.
—Tú eres el único que presiona. El que ahuyentó a Kimber cuando ella no había hecho más que pedir un favor. Y un favor que ambos nos morimos por satisfacer.
—Mierda, sí, admito que la presioné. Es virgen.
—No es Heather.
Eso había sido un golpe bajo. Deke apretó el teléfono y maldijo el rumbo que había tomado aquella conversación sin él proponérselo.
—Ella no tiene nada que ver con esto. Lo que pasa es que Kimber no es mi tipo.
Luc se rió de él.
—¿De veras? ¿Y quién es tu tipo?
Deke hizo una pausa; apenas podía recordar el nombre de otra mujer desde que había vuelto a ver a Kimber.
—Alyssa Devereaux.
—¿La rubia que posee el club de striptease? ¿La de los pechos gigantes?
—No es una fulana —protestó Deke, sabiendo por anteriores discusiones que era eso lo que estaba pensando Luc.
—Quizá, pero lo cierto es que no deseas a Alyssa. Y que ella no te desea a ti.
—Porque te desea a ti.
Motivo por el cual Deke se había enfadado con Alyssa la última vez que la había visto hacía unos meses.
—Pues yo no estoy interesado. Además, dices que la deseas sólo porque piensas que ella es segura.
—La deseo porque me pone caliente y he oído que hace unas mamadas de muerte.
Luc bufó.
—¿Y por qué entonces mientras te masturbabas anoche gemías el nombre de Kimber? Te oí a través de la pared.
Deke sintió que se ruborizaba.
—Pues cómprate unos jodidos tapones para los oídos. Sí, Kimber me puso caliente, ¿y qué? Es virgen. Y ya te digo que eso no es precisamente muy alentador.
—Ya estuve con una virgen antes y fue una bonita experiencia aunque opines lo contrario.
Heather fue…
—Ni se te ocurra mencionarla.
—¡No! Tú espantaste a Kimber con aquellas palabras desagradables, y fue por Heather.
Deke, no fuiste el responsable de…
—Todos saben que lo fui. Tengo que vivir con ello cada jodido segundo de mi vida. Déjalo estar —gruñó.
—Creo que estás equivocado —suspiró Luc—. Pero dejaré el tema si me prometes que hablarás con Kimber, que te disculparás. Dile que la ayudaremos.
Deke se tomó otro largo sorbo de cerveza y miró fijamente cómo Burke Catrell agarraba las caderas de Kimber y le apretaba el trasero contra su miembro. Al parecer aquel bastardo buscaba que alguien le rompiera la nariz. Deke estaría encantado de hacerlo si no quitaba sus sucias manos de ella. Sintió que empezaba a hervirle la sangre, y la furia, que ya asomaba a sus ojos, amenazaba con nublarle la mente.
—Kimber parece estar ya muy ocupada —le gruñó Deke al teléfono.
—Pero acudió antes a ti.
Sí, así había sido. Condenado Luc y su lógica. Y Kimber, suponía, representaba ese espectáculo sólo para él, dada la manera en que lanzaba miradas de reojo en su dirección.
—Deja a un lado tu mal humor —dijo Luc—, y haz lo correcto.
—Sabes que si la llevo a casa voy a terminar por follármela. Lo dos lo haremos —suspiró—. Lo sabes.
Deke quería hundirse en el cuerpo de Kimber. No. Ni hablar. No sólo en su culo, aunque eso también le gustaría. No sólo en su boca, aunque estaba seguro que una mamada de la provocativa boca de Kimber sería increíble. La deseaba por completo, y no creía que permanecer alejado de su sexo fuera una opción.
—Respetaremos cualquier cosa que desee. Si cambia de idea, genial. Si no, lo superaremos.
Ve y discúlpate.
De alguna manera, su primo tenía razón. Eran verdades como puños. Pero correría un riesgo si prometía instruir a Kimber en el sexo. Si ella volvía a casa con él, Deke querría hundirse en su sexo. Lo reduciría al mismo estado de siempre y le arrebataría el control. Aquello le aterraba. ¿Y si el pasado volvía a repetirse? No era Heather, cierto, pero se le parecía mucho.
Y a pesar de eso, él no podía mantenerse alejado.
Negándose a darle más vueltas al asunto, Deke se llevó la cerveza a los labios y se la bebió de un trago. Luego depositó la botella sobre la mesa.
—Vale, ya voy.
—Tráela a casa.
A casa. Como si ella fuera suya. Como si fuera una gatita perdida a la que pudieran reclamar. Luc seguro que lo veía de esa manera. Su primo ya estaba oyendo campanadas de boda y bebés llorones, ya se imaginaba una casita con una valla blanca donde ellos dos y la chica de sus sueños vivirían felices por siempre jamás. Deke soltó un bufido.
Bueno, había llegado el momento. Corrió la silla hacia atrás, se puso en pie y miró cómo Kimber se marcaba una rumba pornográfica con los hermanos Catrell. Con el ceño fruncido y ganas de bronca, atravesó la estancia.