Tara observó sin parpadear cómo Logan se despojaba de la ceñida camiseta negra, revelando ante sus asombrados ojos aquel increíble cuerpo. Le acarició con la vista los poderosos hombros, los musculosos bíceps; devorando la marcada tableta del abdomen que desaparecía bajo los pantalones. El tatuaje que le cubría las costillas atrajo su mirada; aunque tuvo que dolerle cuando se lo hicieron, resultaba hermoso sobre la piel bronceada.
No importaba cuánto mirara a Logan, cada vez que lo hacía se derretía sin remedio. Se le detenía el corazón. Le hervía la sangre. Le hormigueaban los dedos por tocarle. Ahora fueron aquellos impresionantes ojos azules los que captaron su atención. La mirada de Logan, de un sombrío azul oscuro, la dejó clavada en el suelo por la intensidad y salvajismo que rezumaba. Era un polvorín a punto de estallar. Tara sospechaba que le había presionado demasiado y que la explosión era inevitable.
Él llevó los dedos al botón de los pantalones y lo abrió. Tara clavó allí los ojos y tragó saliva con nerviosismo, presa de una intensa sensación de anticipación que la hacía estremecer.
—¿Nerviosa?
—No vas a hacerme daño —repuso con la barbilla en alto.
—Nunca —le prometió él—. Pero eso no quiere decir que vaya a ser suave contigo, Cherry.
Aquello era palpable en la exigente mirada. Tara dio un paso atrás.
La risa ronca de Logan le erizó la piel, audaz y desafiante… Sexy como el infierno.
—¿Vas a algún sitio?
No. Sólo podría retroceder un paso más, dos a lo sumo, antes de toparse con la pared. Pero ante ella había casi cien kilos de virilidad decididos a hacer lo necesario para que gimiera, implorara y se rindiera.
La parte más rebelde de su naturaleza comenzó a bullir en su interior. No iba a privarla del placer de demostrar su cólera. Al menos todavía no, ¡maldición! Iba a por todas y, algunas veces, la mejor defensa era un buen ataque. Tara cruzó los brazos y le lanzó su mejor mirada de advertencia.
—¿Por qué tratas de intimidarme?
Logan negó con la cabeza.
—Cariño, sólo estoy intentando obligarte a guardar la calma para que podamos… charlar. Créeme, esto no es un juego para mí.
—Ni para mí. Estoy intentando decirte cómo me siento, y tú…
—Te he oído. Estás enfadada porque no te lo cuento todo. Lo he captado. Ahora voy a intentar comunicarme contigo. —Encogió los hombros—. Si tú estás preparada para ello, yo también.
A pesar de lo enfadada que estaba, se arrepintió un poco por haber presionado tanto al enorme Amo que se cernía sobre ella, pero llegados a ese punto no podía exigirle que le contara todo y luego negarse a escucharle.
—De acuerdo, soy toda oídos. Habla.
—De rodillas.
Ella arqueó una ceja lentamente a pesar de que el corazón se le había desbocado.
—¿Perdón?
—Me acabas de decir que no quieres jugar. No empieces ahora. Ya me has oído.
—¿Por qué? No pienso someterme a ti ahora. Él negó con la cabeza.
—Confía un poco en mí, cariño. Voy a contarte todos mis secretos.
Y lo único que ella tenía que hacer para escucharlos era arrodillarse. Aquello era algo contra lo que se rebelaba su sentido de la independencia, aunque, por otro lado… La imagen de él cerniéndose sobre ella, viril y decidido, exigente, tomando su cabeza con la palma de la mano y guiando sus labios hasta la polla para ordenarle que se la chupara… ¡Oh, Dios! ¿Por qué eso la excitaba?
No, no iba a jugar. Pero en cuanto estuviera de rodillas, quería respuestas.
Él le sostuvo la mirada mientras se arrodillaba lentamente, doblando primero una pierna y luego la otra antes de sentarse sobre los talones. Contuvo el aliento, tenía las palmas sudorosas y se sentía como una concubina a los pies de su Amo esperando para darle placer. Y aquella sensación no le molestó en lo más mínimo.
—Buena chica. —Logan le pasó un dedo por la mejilla antes de llevar la mano a la cremallera del pantalón.
Ella se estremeció.
—No me provoques. No quiero seguir con este juego en el que tú eres el único que conoce las reglas.
—Sólo me estoy comunicando contigo. Mira…
El sonido de la cremallera flotó en el aire. A Tara se le aceleró el corazón y retuvo el aliento en un vano intento de tranquilizarse. Cuando él se bajó los pantalones, revelando que no llevaba calzoncillos, y liberó cada aterciopelado centímetro de su erección, ella no pudo contener un suspiro.
—Quiero que mires esto… Cherry.
Ella frunció el ceño. Logan la había llamado así mil veces, pero ahora había en su voz algo diferente.
Antes de que pudiera preguntar algo al respecto, él se acercó y tomó la silla del escritorio, que situó junto a ella mientras la observaba con una oscura mirada.
—¿Qué tienes en el interior del muslo izquierdo? —preguntó Logan.
—Una… una marca de nacimiento.
—Siéntate aquí, levanta la falda y separa las piernas para que pueda verla.
Tara se quedó quieta. No porque no quisiera obedecerle —que quería—, sino porque no entendía el propósito de todo aquello.
—¿Estás seguro de que esto tiene alguna finalidad?
Logan arqueó una ceja.
—¿Recuerdas que debes confiar en mí?
Ella accedió con un suspiro y, tras sentarse en la silla, se subió la falda al tiempo que abría las piernas. Parecía como si el miembro de Logan apuntara hacia su sexo y, al instante, se le empaparon los pliegues. Cuando él se agachó entre sus piernas, su estrecha funda se contrajo dolorosamente.
Él le deslizó el dedo muy despacio por el interior del muslo, hasta que frotó la marca.
—Jamás olvidé esta pequeña marca rojiza. Aquel día que la acaricié en mi dormitorio, me encantó; me recordó a una pequeña cereza. Después de que rompiéramos, ese dulce recuerdo quedó grabado en mi mente. Pensé que me moriría al no poder tocarla, así que… mira lo que hice.
Logan se puso en pie y apoyó el pie izquierdo sobre la silla. Al principio ella sólo vio el enorme miembro hambriento y los pesados testículos. Entonces él apretó la punta del dedo contra un punto en el interior del muslo. Justo en el mismo lugar en el que ella tenía la marca de nacimiento, se había tatuado algo. Ella se inclinó hacia delante, observando con atención el grabado hasta que se dio cuenta de lo que era.
Sorprendida, alzó la mirada hacia él.
—¿Una cereza?
—Me la tatué el día que cumplí dieciocho años. Todavía te amaba. Estaba borracho y me sentía solo y miserable. Lo único que se me ocurrió fue hacerme la misma marca que tú tenías.
«¡Oh, Dios!».
Se quedó tan anonadada que las esclusas que habían contenido sus emociones explotaron en mil pedazos y sus sentimientos brotaron a raudales, formando un cálido chorro que le inundó el pecho.
¡Cuántos años perdidos! Ella, por su parte, intentó olvidarle sin conseguirlo. Se concentró en los estudios, primero en el instituto y luego en la universidad, utilizando la cólera que sentía por él como una armadura para protegerse. Tuvo algunas citas, pero nunca supo por qué no se sentía realmente atraída por nadie, por qué se sentía incómoda e inquieta cuando la tocaban otros hombres.
Ahora lo sabía. Llevaba más de una década engañándose a sí misma. Por fin, todo estaba claro como el agua.
Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras acariciaba con la yema del dedo la brillante y pequeña cereza tatuada en la musculosa pierna; estaba rodeada por piel algo más pálida y oscuro vello castaño.
—No lo sabía…
—Por eso te lo he dicho. Es el último de mis secretos. Quiero que lo sepas todo de mí.
Sus miradas se encontraron otra vez y ella sintió que el sólido calor del imperecedero amor de Logan inundaba su corazón, derritiendo aquel terrible entumecimiento que ella misma había levantado para protegerse y no volver a sentir dolor. La penetrante mirada azul de Logan estaba clavada en ella, suave pero firmemente, diciéndole que no aceptaría que siguiera ocultándose de él. Aquello le gustó, no volvería a hacerlo.
Le acarició el muslo con una mano temblorosa que subió hacia sus caderas, donde siguió con un dedo el tatuaje que se extendía por las costillas hasta debajo del brazo.
—¿Y esto?
Él tragó saliva y la miró sin parpadear.
—En japonés significa: «Tara siempre».
Ella cerró los ojos. Xander le había dicho sólo unos días antes que buscara los tatuajes en su cuerpo y le preguntara lo que querían decir. No lo hizo; para ser sincera, le había dado un poco de miedo. Ahora…
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. No tuvo que preguntarle por qué lo había hecho, ni pretender que no le entendía. Logan la amaba. Se lo había demostrado. Había ido allí para ayudarla y protegerla en vez de disfrutar de su permiso con su familia y amigos. Había grabado lo que sentía por ella en su cuerpo, creando un templo en el que adorarla. A su manera, le fue fiel, en especial durante los últimos cinco años. A lo largo de ese tiempo, ella se había engañado al creer que había seguido adelante con su vida y que era feliz. Logan fue leal al dolor, sin negar el daño que le reconcomía; lo había incorporado a su vida, honrando lo que sintieron el uno por el otro.
Cuando le enjugó las lágrimas de las mejillas, la tierna caricia le oprimió el corazón.
Le miró, parpadeando, y sus almas se unieron.
—N-no lo sabía.
—No era algo de debieras saber. —Él se deshizo de los pantalones y los alejó de una patada y, tras quedar desnudo ante ella, la ayudó a ponerse en pie.
—He estado en muchas de las misiones más peligrosas de la Marina a lo largo de los últimos diez años: Irak, Afganistán, docenas de agujeros de mierda en el Tercer Mundo. Jamás me preocupó. Sabía lo que debía hacer y que soy hábil en mi trabajo. Llegaba, realizaba lo que me habían encargado y me largaba. Incluso me desperté una vez en el desierto con los colmillos de una víbora a pocos centímetros de mi cara; bueno, puede que entonces sí se me acelerase un poco el corazón. Pero nada me dio miedo de verdad hasta que regresaste a mi vida y me di cuenta de que todavía te amaba. Saber que puedes pronunciar el nombre de un personaje de Shakespeare y alejarte de mí para siempre me asusta más que nada en el mundo.
Ella se mordió los labios para contener un sollozo, le apretó los hombros con firmeza y le miró directamente a los ojos.
—Te amo.
Logan se acercó más, borrando el espacio que les separaba y apretando su cuerpo contra el de ella. Le temblaban las manos cuando le sujetó la cara. Tenía los dientes apretados y una mirada penetrante en los ojos que se clavó directamente en su alma.
—Dilo otra vez.
Las lágrimas volvieron a inundarle los ojos, impidiendo que le viera, pero lo sentía a su alrededor y, de alguna manera, en su interior. Puede que ella no tuviera ningún tatuaje visible, pero lo llevaba, indeleble, impreso en el corazón.
—Te amo. Creo que nunca dejé de hacerlo. He probado todo lo que se me ha ocurrido para arrancarte de mi corazón. —Negó con la cabeza—. Pero siempre has estado ahí.
Vio que una expresión de dolor atravesaba el rostro de Logan.
—¿Y la noche que fui a tu casa hace un par de años?
Santo Dios, aquella noche.
—Te cerré la puerta en las narices. Lo siento. Fue como si tuvieras un sexto sentido. Estaba con Brad, tenía la esperanza de que quizá con él sería diferente, de que podría amarle. Había pensado en acostarme con él… justo esa noche.
Trago saliva, deseando no tener que contarle aquello, pero si Logan quería saber la verdad, ella no se la ocultaría.
—¿Lo hiciste?
—No. Verte a ti, aunque sólo fuera dos segundos, accionó algún mecanismo en mi interior. Cuando te vi sentí más excitación, anhelo y necesidad de la que había sentido por nadie durante años. Sólo me llevó un segundo darme cuenta de que tú eras lo que había estado buscando, y ni siquiera habías abierto la boca. Me enfadé. Luego me dio un ataque de pánico. Sabía que Brad leería en mi cara como en un libro abierto, así que di un portazo, le dije que no me sentía bien y lo mandé a su casa.
Él se acercó más para poder susurrar sobre sus labios.
—Desearía haber tenido el valor para llamar a tu puerta cada día de mi permiso.
Nuevas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
—Te habrías cansado.
—No, Cherry. Te habría amado. ¡Dios…!
Logan la apretó contra su cuerpo, rodeándola con los brazos y enterrando la cabeza en su cuello. Tara se sintió envuelta por él, por su calor, por su amor, por aquel deseo que provocaba que la sangre le hirviera a fuego lento en las venas.
Con suavidad, ella se apartó, le tomó de la mano y lo llevó a la cama.
—¿Me amarás ahora?
Él le arrancó bruscamente la ropa que la cubría y la derrumbó sobre el colchón, cubriendo su cuerpo con el suyo.
—Y, si me dejas, durante todos los días durante el resto de tu vida. ¿Te casarás conmigo?
Tara pensó que le estallaría el corazón. Después de todo lo ocurrido, de los años y la distancia, de las vivencias y la angustia, iban a estar juntos, como debían.
Las lágrimas volvieron a surgir cuando asintió con la cabeza.
—No hay nada que desee más.
Logan esbozó una deslumbrante sonrisa, y la felicidad y el genuino calor en sus ojos fueron contagiosos. En ese momento, Tara sintió en lo más profundo de su alma que por fin habían superado todas las dificultades. En cuanto terminaran esa misión, podrían planear una maravillosa y perfecta vida juntos.
Con una mano en su cadera y la otra sujetándole la nuca, Logan comenzó a frotarse contra ella, friccionando la erección contra su empapado sexo; primero despacio y luego con más fuerza. El movimiento de su miembro hundiéndose en su funda hizo que se viera atravesada por una miríada de escalofríos que incrementaron todavía más su deseo.
—Te cuidaré siempre, cariño. Nunca dejaré de amarte —susurró Logan contra sus labios—. Puede que no haya sido la proposición de matrimonio más romántica de la historia, pero te aseguro que es la más sincera.
—Ha sido perfecta —musitó, justo antes de que él se apoderara de sus labios y enredara su lengua como si así pudiera absorber cada parte de su ser y retenerle siempre a su lado.
Cuando él profundizó más el beso, la necesidad de Tara de poseerlo por completo creció exponencialmente. Se arqueó y se retorció, ofreciéndose a él. Logan la besó en la expuesta garganta y movió las caderas sobre las de ella, haciendo que se viera envuelta por un nuevo remolino de sensaciones.
No sólo buscaban la unión de sus cuerpos, y ella lo sabía. Sentía como si las frágiles ramas de aquel amor, al que ambos se habían aferrado a través de los años, se espesaran y crecieran, enredándolos, con cada lento y dulce envite del miembro en su interior. Jadeaba de placer con cada empuje y retenía el aliento cuando él se retiraba, esperando más de aquel dulce ataque que la conducía a esa explosión que necesitaba con toda su alma.
—¿Confiarás en mí, Cherry? —Suplicaba con la mirada lo que no lograba transmitir con palabras.
Ella no sabía con exactitud lo que él quería, pero en ese momento no importaba. Hiciera lo que le hiciera, quisiera lo que quisiera, la haría alcanzar el placer.
—Sí. Siempre.
La sonrisa de Logan fue casi cegadora. La besó lentamente, entrelazando sus labios y sus alientos con suavidad. Luego se apartó.
Con un suave empujón, la hizo rodar sobre el estómago para que se apoyara sobre codos y rodillas. Él se levantó un momento antes de regresar a la cama.
—Ahora iremos poco a poco, cariño. Sólo quiero que disfrutes. Si no te gusta, dímelo.
Tara se hizo una idea de lo que él quería y su corazón dio un brinco.
—Hmm… Ahora no hablas como un Amo dominante.
Él se rió y le dio un beso en el hombro.
—Ahora que sé que tengo por delante toda la vida para explorar esa faceta contigo, puedo permitirme el lujo de ir despacio. Créeme, volverás a ver al Amo dominante. Pero en este momento lo único que me importa es estar contigo.
Aquellas palabras le hicieron sentir una alegría inmensa. Él quería que estuvieran conectados en cuerpo y alma. Pronto lo estarían también legalmente, ante los ojos de Dios y de los hombres. Y algún día —si no lo habían hecho ya—, crearían vida juntos. Y vivirían uno al lado del otro.
El saber que la felicidad estaba finalmente al alcance de su mano le hizo sentir una urgente necesidad de entregarse a él, de pertenecer finalmente a su hombre.
—Date prisa.
Él le deslizó la cálida palma de la mano por la espalda, por la curva de la cintura, por la cadera.
—Quiero que me pertenezcas de todas las maneras posibles. ¿Me dejas intentarlo?
Antes de poder contestar, sintió un líquido untuoso en la hendidura entre las nalgas. Al instante, notó que él deslizaba un dedo allí, diciéndole sin palabras lo que quería exactamente.
Tara contuvo el aliento cuando su cuerpo le aceptó. Se quedó inmóvil, asimilando lo que le hacía sentir aquella acción.
—Sí.
—¿Te gusta?
El dilatador que él había utilizado días antes le había resultado excitante, avivado necesidades que ella no sabía que tenía. Pero el dedo de Logan, el cálido roce de piel contra piel, era algo totalmente distinto.
Ella asintió con la cabeza.
—Por favor, más.
Logan se apoyó sobre su espalda para acercarse a su oreja.
—¿Así?
En ese momento él retiró el dedo antes de penetrar el mismo lugar con dos dedos, que separó para estirar el estrecho agujero. En esa ocasión ella se tensó al notar una intensa quemazón. La absoluta intimidad del acto la hizo sentir como si él considerara que cada parte de su cuerpo era digna de atención, como si amase y aceptase todo lo que ella era y quisiera reclamarla por completo; inspiró profundamente, se relajó, y se entregó de la manera que él pedía.
—¡Sí! —exclamó.
Él le clavó los dedos en la cadera.
—Incluso ahora noto cómo te sonrojas, cariño. No hay nada más hermoso para mí que tu aceptación. ¿Quieres más?
Por él, accedería a lo que fuera. Si así le complacía, si eso les acercaba más, ella estaba dispuesta a cualquier cosa.
Pero la reacción ansiosa de su cuerpo le indicaba que aquello no iba a resultarle desagradable, sino que encontraría un chispeante placer al que sólo podía esperar sobrevivir.
—Dámelo todo, Logan.
Él gimió contra la sensible piel de su cuello.
—No sabes lo que me hace sentir escucharte decir esas cosas, Cherry. ¡Dios, me excita hasta lo indecible!
Tara lo notó al cabo de un momento, cuando él presionó la dura erección contra su nalga. Después Logan comenzó a mover de nuevo los dedos en el estrecho esfínter. Uno, luego dos… Hasta añadir el tercero. El ardor se intensificó hasta que le pareció que su piel estaba en llamas. Gimió al tiempo que se empujaba hacia la mano de Logan, contoneándose para empalarse más profundamente.
Logan la detuvo con firmeza presionándole la cadera.
—Despacio, cariño. Vayamos con calma. Quiero que sea lo más placentero posible para ti.
—Estoy preparada.
—Pronto. Ten paciencia.
Ella gimió de frustración; el gemido se transformó en un suspiro cuando él introdujo los dedos más profundamente.
—¡Ahora!
—¿Tengo que atarte para lograr que te comportes?
Algún día —no tendría que esperar mucho—, lo haría. Tara se imaginó atada e impotente en la cama mientras él atormentaba su cuerpo de manera despiadada, hasta conseguir que ella le rogara que la llenara donde quisiera.
Sabía que ahora él necesitaba un acercamiento más suave. Ninguno de los dos buscaba sólo el placer, sino la unión que suponía el amor que sentían el uno por el otro. Cada caricia transmitía una emoción más intensa.
Con movimientos firmes y pausados, Logan fue introduciendo los dedos más profundamente mientras le besaba con ternura la espalda.
—¿Qué sientes, Cherry?
«Me siento en el Cielo».
Ella gimió cuando los gruesos dedos se movieron en su interior. Se sentía invadida y, de alguna manera, vencida… pero aún así amada. Logan la preparaba para uno de los actos más íntimos posibles, pero cada una de sus palabras y de sus acciones era tierna, buscaba su gozo y su dolor. Y ambas sensaciones se aunaban para proporcionarle un sorprendente placer.
Él se detuvo.
—Respóndeme.
—Es increíble —gimió ella.
—Cuando te penetre, te va a molestar, quizá te duela un poco.
—Quiero entregarme a ti, complacerte.
Logan se tendió sobre la espalda de Tara y la rodeó con un brazo hasta acariciarle el vientre.
—La hermosa sumisa que siempre busqué dentro de la mujer perfecta que siempre adoré. Me siento vencido.
La dicha que inundó el corazón de Tara se vio magnificada cuando él deslizó la mano más abajo, hasta posarla posesivamente sobre el monte de Venus. Cuando introdujo un dedo entre los resbaladizos pliegues, buscando el clítoris, Tara echó la cabeza hacia atrás sin poder contener un lento gemido.
Logan apoyó la barbilla en su hombro hasta que sus mejillas entraron en contacto. Tara notó que la necesidad que sentía se incrementaba al notar la dura frialdad de su cara contra el ardor de su rostro, y la sangre le hirvió en las venas. Se arqueó, perdida en el placer.
—Me siento tan deseada… —susurró.
Con un suave movimiento, Logan retiró los dedos de su ano y extendió más lubricante sobre la sensible zona. Se alejó durante un momento y ella escuchó los sonidos que hacía; le oyó abrir un cajón, desgarrar un envase de cartón y un crujido plástico. Vagamente se preguntó qué iba a hacer, luego decidió que no le importaba. Lo que fuera sería para darle mayor placer, para que su conexión fuera más intensa. Con los ojos todavía cerrados, ella sonrió al notar que regresaba a la cama y que el colchón se hundía bajo su peso.
—Te quiero, Cherry. Te deseo. Siempre lo he hecho. —Se colocó detrás de ella, apoderándose de su cadera mientras posicionaba el glande contra su ano—. Siempre lo haré.
Sus palabras terminaron con un gemido cuando comenzó a clavarse en ella con lentos y tortuosos movimientos, penetrándola cada vez un poco más. Tara notó una cierta quemazón cuando su carne se dilató. Logan no era brusco, pero sí más grueso que los dedos, y se detuvo cuando el apretado anillo de músculos se resistió a su entrada.
—Te va a encantar, cariño. Respira hondo… Así. Relájate. Buena chica. Ahora arquea la espalda y empuja hacia atrás.
Ella le obedeció mientras él le abría las nalgas, separándolas para su miembro. Cuando él comenzó a presionar, Tara deseó que la llenara por completo.
—¡Maldición! Esto es… —gimió—. ¡Joder! Eres tan estrecha. Ver cómo me aceptas por aquí me mata. Te deseo. Relájate un poco más… empuja… Sí, así… —acabó con un largo gemido.
Entonces embistió con fuerza y ella sintió un dolor abrasador justo cuando él traspasó los apretados músculos para hundirse en su interior.
Una explosión de sensaciones totalmente nuevas la atravesó en el momento en que él comenzó a moverse. Ya no notaba quemazón, sino que sus músculos parecían arder desde el interior. Aceptarle en su sexo siempre había resultado un placer que apenas podía expresar con palabras, pero esto era todavía más íntimo; la conexión era muda pero absoluta. El susurro de las sábanas se aunaba con sus gemidos, siguiendo el ritmo de los sincronizados empujes de Logan.
Por fin, estuvo completamente sumergido en ella y la rodeó con un brazo, como si jamás quisiera salir de su cuerpo.
—Iremos despacio, no quiero que te duela. No sé cuánto tiempo lograré contenerme ante tan intenso placer, pero quiero que tú quedes satisfecha. Necesito que aceptes todo lo que quiero ofrecerte, Cherry.
Él flexionó las caderas, clavándose con más fuerza y haciendo que se quedara sin aliento. Tara le deseó todavía más.
—Lo haré, Logan —jadeó con la respiración entrecortada—. Hazme lo que quieras.
Él la estrechó con fuerza.
—Gracias por entregarme tu confianza. Separa las piernas un poco más. Perfecto.
De repente, Tara sintió algo frío y resbaladizo tanteando en la entrada de su sexo, introduciéndose en su interior, cada vez más adentro, llenándola de tal manera que pensó que explotaría. Al momento, comenzó a sonar un zumbido que hizo vibrar cada terminación nerviosa de su vagina.
Logan llenaba su trasero por completo, de forma que su sexo tenía menos espacio para albergar el vibrador. Creyó que se desmayaría al sentir a la vez al juguete y al hombre. Cuando el aparato estuvo profundamente clavado en su interior, con la punta de plástico palpitando contra su cerviz y las alas exteriores acariciándole el hinchado clítoris, él comenzó a moverse en su recto con una sinuosa lentitud que la dejó sin respiración.
En el aire flotaba el aroma de su excitación. Sus desesperados gemidos comenzaron a invadir la estancia cuando él enardeció cada célula de su sexo y de su trasero, provocando unas imparables sensaciones que la hicieron arquear la espalda suplicándole en silencio que le diera más.
Tara no había sentido nunca nada así. Cuando alcanzó el límite de la necesidad, se abrió ante ella un abismo de placer diferente a cualquier otro, porque además de su cuerpo estaba implicado su corazón. El hombre que amaba estaba con ella; haría cualquier cosa que le pidiera porque confiaba en él por completo.
Detrás de ella, Logan sudaba; la humedad que le cubría el pecho se mezclaba con la fina pátina de transpiración de su espalda. La urgencia que la envolvía le hizo curvar los dedos, pero se mantuvo en silencio, entregada a la misericordia de Logan, que la poseía de una manera inimaginable con aquel vibrador y su grueso pene.
La sangre inundaba el clítoris y las terminaciones nerviosas del ano; todas las partes que él tocaba. El latido de su corazón se hizo más intenso en su cabeza hasta que sólo pudo oír el resonante rugido de su torrente sanguíneo. Las sensaciones se volvieron abrumadoras y amenazaron con hacerla estallar. Sollozó. Logan la estaba poseyendo por completo y ella abrazó la posibilidad de entregarse de manera absoluta. Entonces, él sabría que ella le pertenecía por completo y que siempre lo haría.
—Tienes la espalda roja —jadeó él—. Tu culo me ahoga por completo, cariño. ¿Quieres correrte?
—¡Sí! —Ella apenas pudo contener un sollozo.
Él retiró el juguete unos centímetros y lo giró para presionarlo con fuerza contra la pared delantera de su vagina, haciéndolo vibrar contra aquel lugar sensible detrás del clítoris mientras las alas del aparato latían contra el inflamado brote.
—¡Tómame! —gritó él, zambulléndose en su interior con tanta fuerza y rapidez como podía.
Las sensaciones se multiplicaron. Cada uno de los envites en su vagina, en su clítoris, en su culo, se aunaron para crear una enorme supernova que la hizo aferrarse a las sábanas gritando su nombre. El placer más ardiente y sublime que hubiera experimentado nunca se apoderó de su cuerpo.
Él comenzó a jadear en su oído; gimió de manera entrecortada, unos frenéticos sonidos que seguían el vaivén de sus embestidas. De repente, Logan aulló con todas sus fuerzas, como si el placer le hubiera desgarrado el alma.
—¡Cherry!
Tara le tomó, corcoveó con él. El primer orgasmo todavía no había acabado y se convirtió en otro cuando sintió el chorro de la liberación de Logan en lo más profundo de su cuerpo.
Cuando los decididos movimientos se aplacaron, él retiró el vibrador y lo apagó. El único sonido que se escuchaba ahora era la ruda respiración de ambos. Se dejó caer sobre ella, todavía sepultado en su ano.
—Eres increíble —susurró Logan.
Ella giró la cabeza y él le besó la sien y la mejilla mientras le sonreía.
—¡Eh!, me has robado la frase —protestó. Logan le acarició la nuca.
—Todo lo que he dicho ha sido a conciencia. Te amo. Quiero casarme contigo.
La manera en que habían hecho el amor había propagado un resplandor en su interior, pero aquellas palabras hicieron que brillara con más fuerza.
—Ya te lo he dicho. Yo también te amo. Me casaré contigo. —Sonrió—. Sólo tenemos que terminar el trabajo para continuar con nuestras vidas.
«Continuar con nuestras vidas».
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría. Despojaron a Logan de la más intensa euforia que hubiera experimentado nunca en brazos de Tara. Cada uno de sus músculos se había relajado por completo, tenía la mente clara e inundada por el amor y la felicidad que llenaría todas sus mañanas a partir de entonces. No le molestaba tener que terminar la misión. Anhelaba hacerlo, seguir con sus vidas.
Pero Adam Sterling volvía a interponerse entre ellos otra vez.
¡Joder!
Los pensamientos se arremolinaban en su mente y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. Abrió el grifo. ¿Qué coño podía hacer? La cabeza le daba vueltas. Le había prometido a Tara que no tendría más secretos para ella. ¿Debía decirle que sospechaba que Adam era el asesino de su madre? ¿Debía esperar hasta que tuviera alguna prueba y no sólo un presentimiento? Quería esperar… Pero una vez que salieran de la isla, Adam estaría esperando. Aquel capullo había matado a Amanda y amenazado a su hijastra muchas veces; no podía arriesgarse a dejarla sola con él nunca más.
De repente, sintió la suave mano de Tara en el hombro.
—Piensas demasiado.
Supuso que Tara ya había vuelto a centrarse en la misión. La cuestión que le preocupaba sólo inundaba su mente. Pero ahora, su conexión era absoluta. La había perdido una vez por no confesárselo todo y la historia se hubiera repetido si ella no le hubiera perdonado por segunda vez. No estaba dispuesto a arriesgarse una tercera.
La sonrisa resplandeciente de Tara se desdibujó.
—Algo te preocupa. ¿Qué es?
—Entra en la ducha, Cherry. —La ayudó a acceder a la cabina intentando no fijarse en la expresión de preocupación que cubría sus rasgos. La siguió al interior.
Logan cerró los ojos, le tomó la cara entre las manos y se apoderó de sus labios con suavidad. No quería que ella volviera a poner en duda su amor. Todo lo que iba a decirle lo haría por preocupación y devoción… Aunque tal vez ella no lo viera de esa manera.
Tara se alejó.
—Logan, me estás asustando. La miró por fin.
—Quiero que escuches atentamente todo lo que voy a decirte porque va a costarte asimilarlo. Por favor, no te cierres a mis palabras, sopésalas con el corazón abierto; sabes que jamás te haré daño a sabiendas.
Ella asintió con un gesto de preocupación.
—Oh… bueno…
Logan la apretó con firmeza contra su cuerpo, rezando para que ella comprendiera sus buenas intenciones y que ésa no fuera la última vez que la abrazara.
—Tu padrastro mató a mi madre.