Tras dormir de un tirón lo que quedaba de noche, Tara se despertó y se desperezó, sintiendo que cada músculo de su cuerpo había sido deliciosamente usado. Estaba claro que cuando una mujer estaba satisfecha, dormir era lo de menos.
Se levantó con una sonrisa y pasó por encima de la maleta que Logan había preparado mientras ella dormía. Había sido muy claro antes de dirigirse a la cocina para hacer el desayuno: no podía ver el contenido. Si quería guardar algo más —por supuesto, olvidándose de las bragas— debía dejarlo encima. Tara no estaba segura de si le gustaba esa regla: ¡ni que fuera tan estúpida como para no saber hacerse el equipaje! Pero él le había jurado que así se sorprendería más. En Llave del Placer esperarían que ella dispusiera de ciertas prendas y de ciertos… artículos. Y Logan quería sorprenderla con algunos juguetes que había comprado para ella en los últimos días.
Tara no sabía cómo tomárselo. Le excitaba pero, a la vez, la asustaba. A saber lo que un hombre con las inclinaciones sexuales de Logan había guardado para ella.
Conteniendo un escalofrío, se cepilló los dientes, se duchó y se vistió con un traje chaqueta, al menos por el momento. Sin duda, Logan le diría que debía cambiarse de ropa antes de llegar al complejo. Y no importaba cuánto le molestara aquella actitud prepotente: dadas las circunstancias, debía obedecerle.
Recogió algunos artículos de tocador y los puso sobre la maleta. Al encontrar el cargador del móvil, tomó el aparato para comprobar la batería que le quedaba. Vio que la carga estaba casi llena y que había quedado registrada una llamada perdida de Adam. Eran las cinco y media. Ya estaría levantado. Marcó su número con los nervios en tensión. ¿Debería contarle todo lo que estaba ocurriendo?
—Buenos días, princesa. ¡Qué madrugadora!
—Hola, Adam. Ha habido un cambio de planes. —Aspiró hondo. Estaba segura de que aquello no le iba a gustar—. Me reuniré con Bocelli dentro de treinta minutos, luego tomaremos un avión para Florida. Se han precipitado los acontecimientos que afectan al caso, así que no podemos esperar al miércoles. El viernes que viene ya estaremos de vuelta.
—Qué repentino, ¿no crees?
—Ya sabes cómo es este trabajo. Lo sufriste durante años.
Adam se mantuvo en silencio, evidentemente preocupado.
—Sí, pero creía que te darían más tiempo para prepararte.
—Yo también lo pensaba, pero las cosas son como son.
Él volvió a quedarse callado; ella casi pudo escuchar sus pensamientos.
—¿Quién será tu pareja en la misión?
A Tara se le detuvo el corazón por un instante, luego se puso a latir frenéticamente.
—Sabes que me asignaron al agente York.
—Sí, y también sé que ha desaparecido de manera injustificada. —Al notar que ella jadeaba, se apresuró a añadir—: Lo siento, pero todavía conservo amigos en la Agencia, y…
—Me has estado controlando. —¡Joder!, eso era demasiado—. No soy una cría.
—Pero eres novata.
—Entonces ya sabes con quién voy a trabajar, ¿verdad?
—Sí —admitió—. Me quedé muy preocupado cuando Brad me contó quien es el capullo que te está entrenando. Cuando me enteré me subía por las paredes.
Tara soltó un bufido.
—Ahora no tengo tiempo para discutir. Me voy dentro de unos minutos y…
—Estás sirviéndote en bandeja al hombre que ya te rompió el corazón una vez. Volverá a colarse en tu cabeza y en tu corazón. Hará lo mismo que la otra vez, te camelará con falsos halagos. Entonces, cuando hayas vuelto a enamorarte de él, te destrozará.
Aquellas palabras la llenaron de ansiedad. Notó un helado terror y una dolorosa opresión en el pecho. Ya volvía a sentir algo por Logan. Si no contenía esos sentimientos, podría romperle el corazón cuando quisiera.
Pero Adam no lo sabía.
—Vale, tendré cuidado. Pero Logan tenía sus razones para dejarme entonces. Razones que no ha podido compartir conmigo hasta ahora.
—Bueno, ese cabrón ha tenido años para inventar una disculpa y pensar la mejor manera de que la creyeras.
Tara se mordió los labios. Sabía que Adam tenía motivos de sobra para odiar a Logan… Le había dado unos cuantos cuando tenía dieciséis años y, durante mucho tiempo, ella los había considerado ciertos.
La noche que Logan puso fin a su relación con ella, encontró un hermoso colgante en forma de corazón en el coche de Adam. Cuando le preguntó si podía quedárselo, él se lo dio, explicándole que se lo había comprado para que recordara siempre que su corazón era frágil y que sólo debía entregárselo a alguien que lo valorase. Ese collar era una de las pocas cosas que había recogido en casa de Brad y todavía lo llevaba en el bolso. Tenía el presentimiento de que, mientras estuviera con Logan, necesitaría ese constante recordatorio.
—Protege tu corazón —insistió Adam—. Ve, realiza tu trabajo y vuelve. Después mantente lo más alejada que puedas de ese hijo de perra.
No podía prometerle eso; no sabiendo lo que sentía ahora por Logan, pero no pensaba discutir con Adam; sobre todo cuando él podía tener razón.
—Tendré mucho cuidado y haré todo lo necesario. Te lo prometo.
Avión rumbo a Florida, domingo por la mañana.
La advertencia de Bocelli aún resonaba en los oídos de Logan; «que parezca que Tara no te importa demasiado».
Sabía que tenía que ocultar su anhelo por ella o aquella misión les explotaría en la cara. Pero ahora que estaba acurrucada contra él en el avión y apoyaba la mejilla en su hombro mientras le tomaba de la mano con plena confianza, tenía todo lo que había querido siempre. Claro que la situación no era tan sencilla. Salir sanos y salvos de la misión era prioritario sobre cualquier otra cosa. Lo que quería decir que tenía que ocultar su desesperado deseo de atar a Tara otra vez a la cama para proporcionarle placer hasta que admitiera que todavía le amaba. Y le amaba; estaba prácticamente seguro de ello.
Quería poseerla, y no porque Thorpe le revocara el permiso como socio del Dominium, sino porque necesitaba que fuera suya. Desde luego, él estaba desesperado por ser suyo. Aunque tenía el presentimiento de que, una vez que fueran pareja, cumpliendo las condiciones del dueño del club, Cherry y él irían a jugar allí en algunas ocasiones.
Pero antes de nada, debían detener a aquellos enfermos mentales que secuestraban mujeres y las vendían como esclavas. Después, se encargaría del psicópata que mató a su madre y que ahora se dedicaba a amenazar a Tara.
«De una manera o de otra —se prometió a sí mismo solemnemente— Tara no volvería a apartarse de él».
Cuando el avión aterrizó, Tara despertó y le miró de soslayo entre sus pestañas color jengibre, con una expresión somnolienta y confiada. Al verla, se puso duro.
—¿Ya hemos llegado?
—Estamos en Key West. —Bajó el tono de voz hasta que fue un susurro—. En cuanto bajemos del avión, vendrá a buscarnos un vehículo de Llave del Placer. A partir de entonces, deberemos interpretar un papel. Tendré que comportarme como un auténtico cabronazo y deberás obedecerme. Te pido disculpas por adelantado, quiero que sepas que ése no seré yo.
Ella se mordisqueó los labios.
—Espero estar preparada para enfrentarme a cualquier cosa que surja.
—Acuérdate de que tienes que contener tu carácter. No sabes lo que pueden llegar a pensar los otros Amos.
—¿Qué opinas de esas reuniones VIP de las que nos habló Bocelli esta mañana? Si, como él sugirió, las mujeres pasan allí una criba, es interesante que asistamos a una de ellas lo más rápidamente posible.
—Primero tenemos que conseguir que nos inviten, centrémonos en ello. Por ahora, limítate a interpretar tu papel lo mejor posible. Si lo hacemos bien, irán a por ti enseguida.
Ella asintió temblorosamente con la cabeza. Se levantó y se puso de puntillas para recoger el equipaje de mano mientras los demás pasajeros salían del avión. Logan sabía que estaba nerviosa. ¡Joder!, también él lo estaba. La mayoría de sus misiones consistían en buscar el momento adecuado, apuntar con precisión y disparar a la cabeza de algún jodido terrorista. Y cuando se trataba de una batalla, sabía de sobra a quién apuntar. Ahora sería distinto, pero lo más importante sería proteger a Cherry en todo momento.
Se acercó a ella y la detuvo en el pasillo, enlazándola por la cintura, y la apretó contra su pecho.
—Nada de lo que diga o haga públicamente tendrá que ver con lo que siento por ti en realidad. Quiero que lo sepas.
Tara le miró por encima del hombro y se giró hacia él.
—Lo sé. Me presenté voluntaria para la misión. No me asusto con facilidad.
Él la besó en los labios con suavidad.
—Eso está bien. Pero recuérdalo, puedes apoyarte en mí cuando lo necesites. Yo me encargaré de todo.
—Se trata de mi trabajo. —Tara apretó los labios con terquedad—. Tengo que hacerlo yo.
—Somos un equipo —le recordó—. No te arriesgues innecesariamente.
Cherry apretó los dientes como si su faceta más independiente quisiera tomar el mando.
—Si somos un equipo, eres tú el que tiene que recordar que tengo que interpretar un papel que no consiste solamente en arrodillarme a tus pies.
«¡Maldición! Tenía razón».
—Vale, intentaré contener al cavernícola que llevo dentro —bromeó antes de soltarla a regañadientes y seguirla con su equipaje de mano.
Una vez que bajaran a tierra y hubieran pasado por la sala de recogida de equipaje, deberían contactar con un conductor uniformado de negro, con el pelo oscuro y oculto bajo una gorra. Mostraría un cartel con el logo de Llave del Placer.
El equipaje no tardó mucho en aparecer en la cinta. Logan lo recuperó, lo colocó en el carrito y se inclinó hacia ella.
—Comienza el espectáculo —le murmuró al oído.
Ella asintió con la cabeza. Parecía nerviosa.
—Respira hondo —le exigió en voz baja.
Ella lo hizo, relajándose lentamente.
—Bien —la alabó, antes de acercarse al conductor que les observaba con curiosidad.
—¿Se dirigen a Llave del Placer? —preguntó el hombre. Llevaba una pequeña chapa donde indicaba que se llamaba Jordan.
Tara se dispuso a responder, pero él le lanzó una mirada penetrante y ella cerró la boca al instante.
—Sí. Logan Flint —se presentó, utilizando el nombre que les había dado Bocelli y que el FBI había utilizado para hacer las reservas.
Logan observó al hombre de pies a cabeza mientras éste miraba una lista. Luego la guardó en el bolsillo de la chaqueta.
—De acuerdo. ¿Su sumisa es Tara Cabot?
—Sí.
—¿Puedo dirigirme a ella?
Logan tardó en responder. Incluso los chóferes guardaban el protocolo. No se andaban con chiquitas…
—Claro.
—Perfecto. —El hombre, que aparentaba unos treinta años y emitía vibraciones de Amo dominante, se volvió hacia Tara—. ¿Necesitas ayuda con el equipaje?
Ayudar a Tara era derecho y responsabilidad suyos, pero él tenía que interpretar su papel. Sin duda, en condiciones normales, Tara preferiría tomar sus propias decisiones, algo que a él le parecía bien. Sin embargo, en este caso, ella se ciñó a su rol y le miró como si le pidiera permiso. Definitivamente, su Cherry sabía lo que debía hacer.
—Respóndele —le ordenó Logan.
Había algo en Jordan que le molestaba mucho, probablemente fuera la manera en que miraba a Cherry, como si quisiera comérsela de un bocado. Si hubieran ido allí por decisión propia, no habría dado permiso a ese hombre para que hablara con ella y hubiera gruñido una advertencia, pero tenía que resultar indiferente.
—Sí. Gracias por su ayuda. —Tara le ofreció su trolley.
El hombre lo tomó. Logan rechazó su ayuda con el resto del equipaje y le siguieron hasta un sedán negro.
—Son ustedes los únicos invitados que han llegado en este vuelo, así que a menos que quieran detenerse en la ciudad por algún asunto, nos pondremos en camino de inmediato.
—No es necesario hacer ninguna parada. —Logan quería llegar de una vez, rescatar a la amiga de Tara y salir de ahí pitando. Tenía la esperanza de que, además, pudieran desenmascarar a ese individuo que utilizaba el complejo como tapadera para secuestrar víctimas a las que denigrar, poniendo en entredicho la cesión de poder voluntaria entre Amos y sumisas.
—¿Estarán con nosotros tres días? —preguntó Jordan.
—Quizá cuatro, depende de un asunto que tengo pendiente. —Habían dejado abierta la fecha de salida, por si acaso no completaban sus objetivos con rapidez.
Jordan miró a Tara por el espejo retrovisor.
—¿Quieres algo antes de llegar? Hay botellines de agua fría en el compartimiento. También hay algunos aperitivos, por si quieres tomar algo.
Logan apretó los puños. No era necesario que Jordan estuviera pendiente de Tara; un buen Amo se encargaba de su sumisa y Logan ya se había ocupado de que comiera y bebiera en el avión. Pero era evidente que el chófer estaba interactuando con Tara, midiendo su interés por él. Por mucho que le molestara, tenía que interpretar su papel y se forzó a mirar por la ventanilla fingiendo desinterés. Aunque si por él fuera, habría golpeado a Jordan en la cara.
—No, gracias —respondió ella con suavidad.
—Muy bien. Señor Flint, estamos llegando al muelle. El viaje por mar hasta nuestro pequeño paraíso privado durará aproximadamente veinte minutos. Cuando atraquemos en la isla, tenemos un espacio íntimo en el que podrán cambiarse de ropa. A las sumisas no les está permitido llevar zapatos a menos que estén participando en alguna escena. Son las reglas.
Otra cosa más que era distinta. En el Dominium las reglas eran mucho más laxas y permitían que el control estuviera en manos de los Amos de manera individual. Tuvo el presentimiento de que tendrían muchas más sorpresas cuando llegaran a Llave del Placer.
—¿Podría avanzarme el plan que nos encontraremos a nuestra llegada? Me gustaría disponer de la oportunidad de descansar y hablar con mi sumisa en privado antes de interactuar con el resto de los invitados.
—Después de registrarse y enseñarles las instalaciones, se les informará de las reglas básicas. Luego podrán descansar. Tras la cena, les escoltarán a las mazmorras y demás lugares donde se desarrollan las escenas, ahí recibirán instrucciones de su guía personal. Él se asegurará de que conocen el reglamento del complejo.
—¿Quién será nuestro guía?
Jordan sonrió en el espejo retrovisor con aire satisfecho.
—Yo mismo. Hoy nos falló uno de los conductores y me presté voluntario para recogerles, pero soy el Amo que se encarga de las mazmorras.
«Jodidamente perfecto».
Logan volvió a clavar la vista en la ventanilla, conteniendo el deseo de golpear a Jordan. A su lado, Tara le tomó la mano. No se atrevió a mirarla; su expresión de necesidad y posesión le delataría, pero le apretó los dedos antes de soltarla.
Pasaron aún unos minutos antes de que llegaran a un pequeño puerto deportivo en donde les aguardaba una lancha rápida atracada en el embarcadero. Jordan le tendió a Tara un chaleco salvavidas y le ayudó a ponérselo. Sus manos permanecieron más tiempo del necesario donde no deberían antes de ofrecerle un bote de bronceador con una sonrisa.
—Para que protejas tu piel, sumisa.
Tara fingió un perfecto azoramiento y aparentó sentirse halagada por la actitud del hombre. Logan hirvió por dentro. Le costó toda su fuerza de voluntad contenerse para no apartarle de un empujón. Para conseguirlo se dirigió a la popa del bote y fingió admirar el océano azul cuando lo cierto era que, para un SEAL, el mar no era hermoso; sólo un lugar donde trabajar.
Dejó que pasaran los minutos mientras ignoraba el deseo de mirar a Cherry. Oyó el murmullo de su conversación con el guía. Su respuesta sonó seductora y jadeante. Pensó que la parte buena era que si Jordan tenía algo que ver en la elección de las sumisas que se subastaban, Tara tenía muchas posibilidades de resultar elegida. Por esa razón, fingió no prestarles atención hasta que atracaron en la isla privada.
Logan dejó que Jordan se ocupara de trasladar algunas maletas, pero fue él quien se ocupó del equipaje de mano. Además de contener un teléfono vía satélite y el portátil, también llevaba la ropa que Cherry debería ponerse. Se preguntó cómo se sentiría ella al ver las prendas que había elegido, pero fuera cual fuera su reacción, valdría la pena verla con ellas.
Que Jordan pudiera admirarla —y seguramente se excitara— le hizo rechinar los dientes. No podía dejarse llevar por los celos. Se reunió con Tara para dirigirse a la cabaña privada que habían adaptado como vestuario para los recién llegados; le sorprendió comprobar que parecía un Spa. Con la ayuda de la joven, registró el lugar en busca de micrófonos o cámaras, sin descubrir ninguno.
Luego la condujo a la camilla acolchada que había en el centro de la estancia y le dijo que se despojara de la falda antes de subirse. Acercó una silla y se sentó a su lado. Los suaves ojos de cierva de Tara reflejaban aprensión y determinación a partes iguales. Parecía decidida a llevar a cabo la misión costara lo que costara.
—Cherry, ahora empieza la parte más difícil. Tenemos que tomárnoslo en serio.
—Pensaba que ya lo hacíamos.
Logan permaneció en silencio un buen rato antes de hablar.
—Si ésta fuera una verdadera relación de dominación y sumisión, ya habría hecho modificaciones en tu vestimenta. Y en tu cuerpo.
Ella puso los ojos en blanco.
—Ya imaginaba que llegaríamos a eso, pero no puedo conseguir tener menos culo. Lo he intentado. Es así, grande.
—Es delicioso —la corrigió—. Y a mí me encanta. No se trata de eso. Antes de que salgamos de aquí, debemos realizar dos cambios en ti.
Introdujo la mano en la bolsa de equipaje que había dejado en el suelo y sacó un paquete envuelto en papel de seda que puso en la mesa, a su espalda. Le temblaban las manos. Tara iba a estar preciosa, y no tenía ganas de compartirla con nadie.
—¿Logan? —le llamó ella.
—Tienes que vestirte de sumisa, Cherry. —Por supuesto, no añadió que si se salía con la suya, si lograba persuadirla para pasar por el altar, pretendía que se vistiera de sumisa en la privacidad de su dormitorio—. Lo que significa que irás medio desnuda.
—Ya… —Sonó jadeante.
—Bien. Y el otro cambio. —Logan se sentó en la camilla a su lado y le puso la mano en el muslo, deslizándola cada vez más arriba hasta cubrirle el monte de Venus—. Tengo que depilarte.
Ella respiró hondo, luego asintió temblorosamente con la cabeza.
—Lo suponía.
Logan se sintió aliviado. Se lo había tomado bien. Lo cierto es que, personalmente, a él le gustaba ver aquel vello rojizo en su pubis, pero también le excitaría verla con él desnudo.
—Yo lo haré. —Tara se incorporó, mirando a su alrededor en busca de una hoja de afeitar.
Logan negó con la cabeza.
—Es mi privilegio y mi derecho. Acuéstate.
Ella lo miró fijamente, parecía aturdida. Logan le sostuvo la mirada sin parpadear. Supo en qué momento entendió ella lo que querían decir esas palabras. Al instante se humedeció los labios y se tumbó otra vez en la camilla.
Sintiéndose orgulloso de ella, se volvió hacia la mesa a su espalda en busca de las herramientas necesarias. Al poco rato, se acercó con un paño caliente.
—Separa las piernas.
Ella vaciló.
—Has puesto voz de Amo.
—La escucharás a menudo en los próximos días. Es probable que éste sea uno de los pocos momentos íntimos que tengamos mientras estemos aquí. Y quiero disfrutarlo.
Al cabo de unos segundos, ella se abrió para él, separando lentamente los pálidos muslos y revelando aquel sedoso vello rojizo que ocultaba sus dulces y rosados secretos. Sólo mirarla hacía que la deseara con algo que parecía obsesión.
Conteniendo la lujuria, colocó el paño sobre su sexo para suavizar la piel y el vello. En el estante, encontró crema y una hoja de afeitar desechable. Alzó la tela y cubrió de espuma blanca la suave y rosada piel. Con extrema concentración, él pasó la cuchilla por el monte de Venus y por los labios vaginales antes de ordenarle que se diera la vuelta y se pusiera a cuatro patas. Antes de que ella pudiera preguntarle, extendió más crema de afeitar entre las nalgas. Ella se tensó y apretó los puños, pero él le separó los globos gemelos para afeitar el vello existente, luego limpió los restos de espuma. Para terminar, aplicó una loción balsámica.
—Dios, qué embarazoso —gimió ella.
—¿De veras? A mí me ha encantado, apenas puedo esperar para volver a hacerlo mañana. Quítate la blusa.
Ella obedeció lentamente.
—Logan, las cosas van demasiado rápido. Estoy acostumbrada a hablar contigo.
Su tono indicaba que se sentía insegura ante aquel desequilibrio absoluto de poder.
—Hubieran sido necesarios unos días más de entrenamiento, pero la situación cambió radicalmente y no hemos dispuesto de ellos. Tienes que confiar en mí. En los momentos en los que podamos comunicarnos libremente, seguiremos hablando con normalidad. Ahora, separa de nuevo las piernas.
Con plena confianza en sus ojos, Tara se abrió para él, mostrándole su sexo desprovisto de vello. La imagen casi le hizo caer de rodillas.
Incapaz de contenerse, deslizó el pulgar entre los pliegues. Tara estaba empapada.
Apretó el dedo sobre el clítoris.
—A ti te gusta que me comporte como un Amo.
—A veces resulta molesto y frustrante. —Ella alzó la barbilla en ademán retador.
—Es probable, pero tu dulce coñito está muy mojado. —Y a él le encantaba. Ladeó la cabeza y la miró fijamente mientras una idea pasaba por su mente—. ¿Antes de estar conmigo, te diste cuenta alguna vez de que eras una sumisa?
Ella cerró los ojos, apartando la mirada como si se sintiera avergonzada.
—No.
«¡Jodida vergüenza!».
—Mírame.
Tara le obedeció y suspiró.
—No. Bocelli me dijo que mi perfil lo indicaba, y yo… pensé que se habían vuelto locos.
Quien hubiera estudiado su perfil psicológico había acertado de pleno, pero los federales no eran los únicos que se daban cuenta de las cosas. Tara se habría cruzado con muchos hombres en su vida y seguro que algunos se habrían percatado. La dulce naturaleza de Tara les habría excitado, ¡maldición!
Pobres diablos… Ahora mismo, ella era suya, y si conseguía su propósito, lo sería siempre.
Desenvolvió el paquete. Sacó un tanga y se lo dio a Tara.
Cherry clavó los ojos en la diminuta prenda transparente y lo miró a él como si hubiera perdido el juicio. Luego bajó la mirada y suspiró.
—Dios, a los tipos que consideran que no tengo el culo gordo les va a gustar mucho esto.
Él ya había soportado demasiados insultos contra aquel delicioso trasero. Colocó su mano sobre la nuca de la mujer que amaba y la apretó contra su pecho.
—No quiero oír otra palabra negativa sobre ti misma, o tendré que castigarte.
—¿Lo dices en serio? —Parpadeó.
—Te lo juro. Me podría pasar el día diciéndote lo hermosa que eres para mí, pero no me creerías. Espero que así lo solucionemos de una vez y te ayudará a interpretar tu papel. Póntelo.
Ella jugueteó con la prenda antes de asentir con la cabeza.
—Bueno. Si alguien se ríe de mí, te pegaré un puñetazo.
Él no pudo evitarlo; sonrió ampliamente. Ella se colaba bajo su piel y le calentaba el corazón. Tuvo que besarla en los labios.
—Puedes intentarlo.
—Bruto… —Le sacó la lengua, juguetona.
Entonces se puso el tanga y se miró.
—Oh, venga… ¿Hablas en serio?
A Logan se le secó la boca.
—Sí.
—Tiene un lazo enorme, lo que no estaría mal si cubriera algo. Pero es que lo único que consigue es que parezca un regalito sexy.
—Sí. —Él sonrió ampliamente—. Ojalá tuviéramos tiempo para…
—Pero no lo tenemos, ¡pervertido! Jordan estará preguntándose por qué tardamos tanto.
—¡Jodido Jordan! —dijo él sin pensar.
Tara arrugó la nariz.
—Tienes razón. Me resulta algo… sospechoso.
—Buen instinto, Cherry. Apuesto lo que quieras a que este tipo está metido hasta las cejas en este asunto.
Logan centró de nuevo la atención en el paquete de seda que tenía en las manos. A por lo siguiente. Se empalmaba sólo de pensarlo.
Sin darse tiempo a recapacitar, se inclinó y presionó uno de los pechos para chupar y mordisquear el pezón. Notó que Tara contenía el aliento y se arqueaba hacia él. Dios, podría estar haciendo eso durante veinticuatro horas seguidas. Y tendría oportunidad de hacerlo, estaba seguro.
Cuando el pezón estuvo duro y comenzaba a hincharse, se apartó y cogió el primero de los dos adornos metálicos.
—Éstas son joyas para pezones. Míralas.
Abrió el delicado y diminuto gozne y colocó el objeto alrededor del pezón, apretando el delgado alambre hasta que quedó sujeto en el tenso brote. Dio un paso atrás y examinó el trabajo. Estuvo a punto de correrse en los pantalones.
La frágil plata, moldeada en forma de pétalos, rodeaba el pezón rosado de Tara que ahora parecía el exuberante centro de una flor.
—Perfecto —murmuró él, inclinándose para repetir el proceso en el otro pecho.
En cuanto él terminó, ella dio unos saltitos.
—Aprietan un poco.
—Se supone que deben hacerlo, pero te acostumbrarás a ellas dentro de un rato. Debes llevarlas todo el día.
Tara se atragantó.
—¿Todo el día?
—Sí. Ve allí y vuelve andando hasta mí —le indicó, señalando el extremo más alejado de la estancia.
Dado que aquel lugar no era muy grande, sólo dio tres pasos antes de llegar a la pared de azulejos color pizarra. Cuando se dio la vuelta, tenía la mirada un poco nublada y aturdida.
—Oh, Dios… —Le miró sorprendida—. Sabía que me excitaban estas cosas, pero estoy muy mojada.
Él sonrió, indulgente.
—Ya.
—Y tú sabías que sería así. Eres un auténtico pervertido.
—Amén. Aquí está la última parte de tu atuendo. Cherry tomó la diáfana tela que le tendía y la examinó con cuidado.
—Es transparente.
—Sí. ¿No te gusta?
Ella le dio un puñetazo en el hombro.
—Voy a morirme de frío.
—Cariño, aquí es verano. No pasarás frío. —Le encerró la cara entre las manos—. Lo vas a hacer genial. Y recuerda, que no te esté mirando no significa que no me esté muriendo por ti.
—No tienes que darme ánimos.
Sí, claro que sí. Logan tenía el mal presentimiento que aquello podría ponerse difícil para ellos.
Recogió la ropa que Tara llevaba puesta cuando llegaron y la guió hasta la puerta. Se tensó cuando vio la mirada que le dirigía Jordan.
Conteniendo como pudo sus instintos asesinos, Logan se rezagó l permitió que aquel asqueroso ayudara a Tara a entrar en el coche. Al cabo de unos minutos, el vehículo se detenía en el camino de acceso al complejo vacacional, un enorme edificio blanco que parecía una casa de vacaciones junto a la larga playa. El océano asomaba por las esquinas. Había diferentes casitas privadas por todos lados, calentándose bajo el sol de la tarde. El lugar apestaba a dinero y a lujo.
Jordan salió del sedán y abrió la puerta de Tara, tendiéndole la mano. Había dicho a aquel memo que podía hablar con Tara, no tocarla. Pero tenía que aparentar que no le importaba. Los tres días siguientes iban a ser muy jodidos.
Llave del Placer. Domingo por la tarde.
El conductor —que parecía un pulpo— los escoltó hasta una puerta lateral, que abrió él mismo. Accedieron a una parte del complejo donde se podía percibir el efecto del aire acondicionado. Jordan le acarició la cadera con la mano mientras la ayudaba a entrar y ella contuvo un estremecimiento. Logan había logrado contener su irritación, pero ella la había sentido perfectamente; estaba muy furioso. Tara sonrió.
Cuando el guía se excusó por un momento, se dedicó a estudiar el lugar. No esperaba encontrarse en el vestíbulo, ya que habían entrado por una puerta lateral. Observó que había camareros de esmoquin circulando entre la gente con bandejas llenas de pequeñas frutas y quesos, aperitivos decorados, cestitas con marisco y copas de champán. Tara deseó beber una para calmar los nervios, pero Logan declinó la invitación cuando se las ofreció un joven camarero.
Algunas de las personas presentes habían formado corrillos en los que hablaban de sus cosas. Tara observó entre ellos una buena colección de Amos de ambos sexos y un número inferior de sumisas, muchas de las cuales iban todavía con menos ropa que ella. Algunas de las mujeres habían ido solas.
Logan también estaba estudiando el terreno.
—¿Observas algo interesante?
Ella frunció el ceño.
—Sí. ¿Ves a esa sumisa que habla con Jordan? La que lleva un corsé de látex con las tetas por fuera —susurró. Él le lanzó una mirada irónica.
—Es difícil no verla. Llama un poco la atención.
—Cierto. No entiendo por qué trata a Jordan como si fuera un viejo amigo.
—Está coqueteando con él. Tara negó con la cabeza.
—No creo. Fíjate en que las demás sumisas parecen un poco cortadas, como si no supieran qué esperar. Ella no. Y no hace más que mirar a la puerta del fondo, parece aguardar a alguien.
Tras pasar un buen rato observando a la mujer, Logan asintió con la cabeza.
—Tienes razón. Puede que trabaje aquí. Sabemos por Xander que contratan a Amos que emparejan con las dientas sumisas que vienen solas. Tal vez también suceda a la inversa.
—Es posible. Pero creo que interrogarla a ella puede ser la mejor manera de comenzar nuestra investigación.
—De acuerdo. —Una sombra de pesar atravesó su rostro—. Lo que realmente quiero hacer es tocarte a ti, pero eso no serviría a nuestros propósitos. Me veo obligado a flirtear con otras mujeres. Ve a un rincón y adopta la posición de sumisión hasta que te vea Jordan. Estoy seguro de que se acercará a ti una vez me haya ido.
A Tara no le gustaba la idea, pero estaba allí para cumplir una misión.
—Vale.
Logan asintió con la cabeza y volvió la mirada a la otra mujer. Tenía unos grandes pechos realzados por unos piercings en los pezones con forma de lágrima roja.
Tara se fue a la esquina, interpretando el papel de una sumisa que había sido relegada por su Amo. Se colocó en la posición apropiada, de rodillas y con la mirada baja, dispuesta a esperar. Una amplia variedad de zapatos —tanto femeninos como masculinos— pasó ante ella. Un hombre trazó un círculo a su alrededor. Ella se tensó, intentando no pensar en lo sola y vulnerable que se sentía ante todos aquellos desconocidos. Levantar la mirada o increparle sería considerado una punible falta de respeto.
—No llevas ningún collar de propiedad al cuello, hermosa sumisa. Me gusta tu culo —le dijo una profunda voz al oído, a su espalda—. ¿Cómo te llamas?
¿Debía responder o no? Antes de que pudiera decidir qué hacer, unos zapatos familiares surgieron ante su vista.
—Es la sumisa de la que te hablé —dijo Jordan al otro Amo—. Su dueño está por ahí. —Tara miró entre las pestañas para ver dónde señalaba—. Le aconsejaré que marque su propiedad o la perderá.
El Amo se mostró de acuerdo con Jordan.
—Quizá no marque su territorio por alguna razón. Parece bastante ocupado con aquella otra hembra. Tara se arriesgó a mirar a Logan… y pensó que iba a morirse de celos. Él estudiaba a la rubia, que estaba casi desnuda de cintura para arriba, como si estuviera fascinado. Ella le miró de arriba abajo antes de bajar la vista. Logan se acercó más y le deslizó los nudillos desde la barbilla al pecho. Tara contuvo el aliento sin poder evitarlo.
Jordan se interpuso entonces en su línea de visión.
—¿Te ha dejado aquí tu dueño?
—Sí. —Tara quiso bajar la mirada, pero no fue capaz de clavar los ojos en la alfombra de tonos dorados y verdes.
«Logan está cumpliendo con su papel —se dijo a sí misma—. Sí, pero ¿tenía que parecer tan entusiasmado?».
—¿Estás castigada? —preguntó Jordan.
—No.
—No, Señor —la corrigió.
Ella se concentró en Jordan. ¿Estaba el Amo de las mazmorras intentando aproximarse a ella ahora que Logan estaba ocupado? Por mucho que odiara la idea, era lo que pretendían.
—No, Señor —repitió, intentando sonar compungida y jadeante a la vez.
—Mírame.
Ella alzó inmediatamente la vista hacia él. Sin la gorra de chófer era muy atractivo. Poseía una impresionante estructura ósea, el cuerpo esbelto de un nadador, pelo oscuro que se rizaba a la altura de las orejas, un poco despeinado; parecía el típico tipo que busca problemas y se alegra de encontrarlos. Un estilo muy universitario. Pero había algo en él que la ponía a la defensiva.
—Muy bien. —Él echó un vistazo al reloj—. Disponemos de unos minutos antes de que comience la charla de bienvenida. ¿Te gustaría realizar una excursioncita privada? —le preguntó en tono conspirador—. Verás una parte del complejo a la que sólo se accede por invitación.
¿La zona VIP? Si Jordan se refería a esa área, sería un avance importante en el caso. Lanzó una mirada a Logan, tratando de captar su atención, pero él no apartó los ojos de las enormes tetas de la señorita melones.
—No tardaremos tanto como para que te eche de menos —le prometió Jordan en voz baja.
De hecho, cuanto más abrumada y confundida se mostraba ella, más interesado parecía él. Lo había notado en el barco y también ahora. Así que seguiría interpretando aquel papel de sumisa reticente.
—Logan podría enfadarse. No sé qué hacer… Señor.
—Mmmm —gimió él en su oído, como si haber escuchado aquella palabra en sus labios le excitara—. Si se enfada, yo hablaré con él. Le conviene saber por qué te llevé conmigo.
Lo cierto era que no quería ir a ningún sitio con Jordan. Había notado aquellos lascivos ojos grises recorriendo cada centímetro de su cuerpo, especialmente los pezones. Pero si no aceptaba, dejaría pasar una oportunidad que no se volvería a repetir.
—Er… Bueno. Gracias, Señor. Soy muy curiosa. —Intentó parecer juguetona.
Jordan la tomó del brazo, rozándole el lateral del pecho con los dedos. Ella contuvo el aliento y él se rió junto a su oído mientras la guiaba hacia una puerta.
—Estoy seguro de que eres una mascota muy curiosa. Y hay muchas cosas que me encantaría enseñarte.
Tara no tuvo que fingir un estremecimiento, aunque esperaba que él lo considerara una señal de excitación.
Cuando se acercaron a la puerta que conducía a las estancias más privadas del complejo, Logan la miró de reojo al tiempo que enterraba la cara en el cuello de la rubia. La otra sumisa pareció ruborizarse y se contoneó hacia él como si estuviera dispuesta a someterse y abrirse de piernas.
Conteniendo los celos, Tara permitió que Jordan la guiara fuera de la estancia. Logan y ella estaban interpretando sus papeles, pero las viejas inseguridades inundaban de nuevo su mente. La sumisa con la que Logan jugaba le recordaba mucho a Brittany Fuller, la novia del instituto con la que Logan se había acostado antes y después de estar con ella.
Él le había dicho esa misma mañana que la amaba, pero en el pasado, amarla no había supuesto fidelidad por su parte. Era cierto que entonces la abandonó para protegerla; sin embargo, ¿había sido realmente necesario proclamar a los cuatro vientos que había follado con Brittany la noche de la fiesta, para que lo supiera todo el mundo? Vale, era cierto que él había sido célibe los últimos cinco años, pero ¿y si ella le había «curado» y le daba por acostarse con otra? Incluso aunque aquella rubia no significara nada para él, ¿se la llevaría a la cama para obtener información de ella? ¿La desearía?
—Piensas demasiado, sumisa. Es comprensible, dado que tu Amo no está aquí para hacerlo por ti.
«¡Maldición! ¿Qué quería decir eso exactamente?».
—Déjame ayudarte —continuó Jordan—. No te preocupes por nada. Si él no te ofrece la atención adecuada, yo me ocuparé de que la recibas igualmente. Me gustaría tomarte bajo mi cuidado durante tu estancia en la isla.
¿Usaría esa estrategia con frecuencia? Era evidente que le funcionaba o no la estaría utilizando.
Forzó una sonrisa, pestañeó y apartó la mirada con timidez, conteniendo el deseo de vomitar.
Jordan le pasó el brazo por los hombros.
—Eres muy dulce. ¿Hace mucho tiempo que te sometes?
Aunque era una pregunta, resultaba muy evidente que él conocía la respuesta. Tara pensó a toda velocidad. Jordan era un Amo… Y uno muy listo. A menos que quisiera que él sospechara de ella, sería mejor que se ciñera a la verdad.
—No. El Amo Logan es mi primer dueño. Estoy aprendiendo, pero me temo que él… está perdiendo el interés en mí.
Era un cebo muy grande y Jordan picó el anzuelo al instante.
—No dejaré que te quedes sola aquí.
Recorrieron un largo pasillo y, al llegar al final, usó una tarjeta electrónica para tomar el ascensor a un piso superior. Jordan le acarició las caderas con los pulgares cuando entraron y sintió su aliento en la nuca cuando le presionó el duro miembro contra el trasero. Lo único que podía hacer era quedarse quieta y dejar que la tocara.
Salieron a otro pasillo desierto, decorado con un lujo impresionante. Tara se detuvo alarmada. Por lo que sabía, Jordan podía estar conduciéndola a una parte secreta del complejo para secuestrarla. No llevaba consigo ningún arma; algo sobre lo que quería hablar con Logan en cuanto pudiera.
—Ya estamos llegando, dulce esclava.
—T-tengo miedo. —Continuó jugando su papel de sumisa tímida y casi virgen—. ¿Adónde me lleva? Él le tomó la barbilla y la obligó a mirarle.
—A una sala VIP. Es un lugar especial en el que se pueden hacer realidad todas tus fantasías. ¿Te gustaría comprobarlo?
A Tara se le revolvió el estómago. Aquello iba demasiado rápido, pero tenía que impedir que Jordan sospechara.
—¿De veras? Sí, Señor.
—Mira. —La llevó al fondo del pasillo y volvió a utilizar la tarjeta electrónica para abrir unas puertas dobles de acero. Tras un chasquido, las empujó.
Ante ella apareció un paraíso de BDSM… O un infierno. Tres hombres desnudos se movían alrededor de una mujer, que estaba atada y tenía los ojos vendados. Tara intentó no quedarse boquiabierta al ver que se turnaban para tomarla por todos lados. Los pechos de la morena oscilaban con cada empuje.
—¿Te excita ver esto?
Más bien le repugnaba, pero le siguió la corriente.
—Oh, Dios… Sí.
—La fantasía de esa esclava es ser sometida por unos completos extraños mientras su Amo es testigo. Los dos disfrutan de esta manera.
Tara estudió el resto de la estancia y observó a un hombre de mediana edad que miraba la escena con una sonrisa mientras bebía una copa de whisky. A su lado había sentado otro hombre, que tampoco apartaba la vista del espectáculo. Parecía más serio, y Tara se dio cuenta de que llevaba el mismo uniforme que Jordan, con el colorido logotipo del complejo estampado en el frente. Además lucía una pajarita a juego. ¿Sería otro Amo de mazmorras? ¿Alguien que ocupaba un puesto más elevado?
El hombre se fijó entonces en ella, y la miró de arriba abajo. Tara contuvo el deseo de retroceder. Cuando Jordan la miraba de esa manera se sentía un objeto en el que él quería hundir la polla, pero este hombre la observaba como si la considerara un artículo que no pudiera esperar a poseer.
El jadeo de la mujer sometida resonó en la estancia seguido por un grito, como si estuviera sufriendo mucho dolor. Tara volvió a mirarla y se quedó anonadada al ver a la sumisa, ahora doblada por la cintura, albergando a otro hombre en su interior, pero éste había cubierto su miembro con un capuchón de látex. Su pene era ahora azul y enorme. Tara jamás había visto nada tan grande en su vida. Él embestía con todas sus fuerzas a la mujer, a la que forzaban a mantener las piernas separadas.
Tara se puso rígida.
—¡Qué inocente eres! —se rió Jordan—. Esto es lo que ella quiere. Disfruta del dolor que le provoca albergar una polla de ese tamaño.
¿De veras? Dado lo doloroso que parecía, no podía imaginar por qué. Y la mujer no era capaz. Aunque el hombre intentaba clavársela del todo, todavía quedaban unos seis centímetros fuera de su cuerpo.
El Amo de la mujer se puso en pie y se despojó de la chaqueta azul antes de atravesar la sala. Al llegar junto a ella, le sujetó el pelo y la obligó a alzar la cabeza bruscamente.
—¿Te gusta esto, esclava?
—Sí, Amo. Gracias, Amo.
—Debes aceptar su polla por completo.
Si se fiaba de la manera en que la mujer contuvo el aliento y gimió, aquellas palabras casi consiguieron que se corriera. El hombre de atrás empujó de nuevo el miembro en su sexo. Ella volvió a gritar. El Amo la forzó a girar la cabeza hacia el hombre a la izquierda, que comenzó a masturbarse con rapidez hasta correrse en su boca abierta.
—Trágalo todo —ordenó el Amo.
Ella obedeció y gimió otra vez cuando los dos hombres restantes, que también habían comenzado a masturbarse, se corrieron sobre la suave piel bronceada de su espalda. Cuando ella lo percibió, se arqueó apretando las nalgas. El desconocido del miembro enorme embistió aún más profundamente en su sexo hasta que la erección desapareció en el interior. Entonces, el Amo llevó los dedos al clítoris de su sumisa.
—¿Quieres correrte, esclava?
—Por favor, Amo. Por favor.
—Tienes mi permiso. —Le frotó furiosamente entre las piernas a la vez que el desconocido la taladraba sin cesar. La mujer abrió la boca en un paroxismo de placer. Luego comenzó a gritar mientras su cuerpo convulsionaba y el hombre emitía un largo gemido de goce.
Tara soltó el aire que retenía. Aquélla no era el tipo de escena en la que le gustaría participar, pero era evidente que aquella sumisa había disfrutado. Y aquel tipo de libertad sexual sí la atraía.
—Muy bien —dijo el hombre con el uniforme del complejo y la pajarita, aplaudiendo—. ¿La escena ha satisfecho tus expectativas? —preguntó al Amo de la morena.
Tara se quedó paralizada. Aquella voz le resultaba familiar…
—Sí, gracias.
Los dos hombres se estrecharon la mano y luego el Amo se volvió hacia la sumisa, rodeándola con un brazo y cubriéndola con la chaqueta, antes de conducirla hacia la puerta.
En el momento en que desaparecieron, el hombre de la pajarita se concentró en ella.
—Bueno, bueno: ¿qué tenemos aquí?
Tara frunció el ceño. Sí, definitivamente había escuchado esa voz antes. La cara no le resultaba familiar, pero la voz —dulce y empalagosa como la de un vendedor de coches usados—. La conocía, pero ¿de qué?
No lograba situarla, ¡maldición!
Jordan la empujó hacia delante.
—Es una nueva sumisa cuyo Amo está… ocupado. Se llama Tara. El hombre le tendió la mano.
—Soy Lincoln Kantor, el gerente del complejo. Bienvenida a nuestra sala VIP. Creo que disfrutarás de tu estancia aquí.