Capítulo 12

Un motel cercano. Sábado por la noche.

Tara se puso de puntillas para mirar por encima del ancho hombro de Logan y se quedó paralizada al ver que la pequeña habitación del motel había sido arrasada.

Pensándolo bien, debería haberlo esperado. Bocelli ya le había advertido que el psicópata que asesinó a la madre de Logan no parecía el tipo de hombre que se daba por vencido. Era evidente que la había estado vigilando. Por mucho que ella quisiera pensar que su habitación había resultado destrozada por culpa de un acto vandálico casual, se percibía la furia de un loco. Quien hubiera hecho aquello quería asustarla.

Las cortinas habían sido casi arrancadas de cuajo y caían destrozadas sobre las ventanas. Las dos almohadas parecían haber sido acuchilladas y el relleno sobresalía como harapientas virutas. Las sábanas estaban manchadas de pintura roja. Su maleta había sido rajada y la ropa estaba esparcida por todas partes.

Logan sacó la Sig Sauer de la pistolera que ocultaba bajo la cazadora azul marino.

—Quédate en el pasillo, bajo la luz.

—Ni hablar. —Metió la mano en el bolso en busca de la Glock. Ignorando la maldición de Logan, le siguió al interior de la oscura habitación.

Tras una primera ojeada superficial, supo que quienquiera que hubiera provocado aquel desastre ya se había ido, dejando a su paso un rastro de destrucción. Se enfureció; se sentía violada. Los últimos dos días habían sido un infierno y la presión no hacía más que aumentar.

Tara cerró los ojos e intentó pensar en otra cosa. No podía permitir que aquello le afectara cuando tenía que centrarse en asuntos más importantes. Darcy no dejaría que algo así interfiriera en su trabajo.

Logan sacó el móvil del bolsillo y se alejó unos pasos para hacer unas llamadas. Tara hizo lo mismo, segura de que sería mejor advertir a su jefe. En poco más de diez minutos, llegó a la escena del crimen una patrulla de la policía de Dallas. Thorpe y Bocelli no tardaron mucho más.

Justo cuando los detectives y los agentes comenzaban a buscar pruebas, Bocelli bajó del Lexus de Thorpe y, tras estirar su poderoso cuerpo, se acercó a ellos.

—Imagino que no encontrarán nada.

Logan asintió con la cabeza, parecía como si la furia hirviera a fuego lento en su interior.

—Es una advertencia.

Tenía razón, y pensarlo hizo que Tara se estremeciera. El hombre que asesinó a la madre de Logan había estado allí, revolviendo sus cosas, destrozando el lugar para asustarla. ¿Y si hubiera regresado sola y le hubiera pillado con las manos en la masa?

Debió de hacer algún sonido, porque Logan la estrechó entre sus brazos obligándola a apoyar la cabeza en su pecho.

—Tranquila, cariño. No dejaré que te ocurra nada.

La sensación era dulce, pero Tara sabía que él no podía garantizarle aquello.

—Creo que estoy más cabreada que asustada. Este capullo pagará por lo que ha hecho.

—Acabará cometiendo algún error y yo lo estaré esperando.

—No he oído nada. —Bocelli le sonrió ampliamente.

Media hora después, uno de los detectives pidió a Tara que confirmara sus primeras declaraciones y le sugirió que hiciera un inventario.

No faltaba nada, ni siquiera los pendientes de diamantes que heredó de su madre o el colgante de oro en forma de corazón que le había regalado Adam el mismo día que rompió con Logan.

Intentó no dejarse llevar por la angustia cuando recogió sus desparramadas pertenencias. Logan tenía un rollo de bolsas de basura en la guantera y ella lo guardó todo en un par de ellas mientras pensaba que, en las últimas cuarenta y ocho horas, había hecho dos veces el equipaje; una para dejar a un hombre y la siguiente para atar su destino a otro. Todo cambiaba con rapidez —la misión, las relaciones, su corazón— y, sin embargo, tenía que continuar adelante. Logan se mantuvo a su lado, ayudándola a ordenar y almacenar sus cosas.

Tras advertirles que tuvieran cuidado, Bocelli y Thorpe regresaron al Dominium. La policía tomó declaración al dueño del motel, que admitió que no tenía cámaras de seguridad. Dada la cantidad de gente que pasaba por las instalaciones, no pudo indicar que algún desconocido le hubiera llamado la atención más que otro. Y en esa parte de la ciudad, nadie veía nunca nada. Logan podría haberles hablado de la nota que había recibido, pero entonces se la quedarían como prueba. Y seguirían sin encontrar nada. Logan prefería conservarla e investigar por su cuenta. Confiaba mucho más en los federales, como Bocelli, que en los agentes de orden público. Aquello era un callejón sin salida.

—Vamos, Cherry, estás a punto de caerte de cansancio. Deja que me ocupe de todo.

Logan cerró las bolsas de plástico y las lanzó al maletero del todoterreno antes de ayudarla a subir al vehículo.

—Estoy bien.

—Debería darte una zurra por mentirme.

Ella le lanzó una mirada irritada.

—¿Crees que eso me haría sentir mejor ahora mismo?

—No, pero me frustra que no seas honesta conmigo. De esa manera no puedo atender tus necesidades. Además, cuando estemos en Llave del Placer, la comunicación entre nosotros debe ser absoluta.

Tara suspiró. Él tenía razón una vez más.

—Ya, vale. Estoy muy cansada. No sé si seré capaz de cenar, aunque estoy segura de que tienes algo previsto para esta noche; sin embargo, la escena de sumisión pública y lo que hicimos después me han quitado el hambre. He intentado ignorar la aprensión, pero temo no ser capaz de interpretar bien mi papel cuando estemos en el complejo turístico.

«O que tú te des cuenta de que en realidad no me quieres». Algo que consideraba imprescindible esa mañana, ahora hacía que se muriera de miedo.

—¿Ves? Ya está. ¿Ha sido tan difícil?

Logan puso en marcha el todoterreno y condujo hasta detenerse en un bareto grasiento, de ésos que abren las veinticuatro horas.

—¿Vamos a tomar huevos a las dos de la madrugada? —Tara le lanzó una mirada inquisitiva.

—Mejor eso y no que cocine yo.

—Un asesino acaba de destrozar mis pertenencias; ¿de verdad crees que seré capaz de tragar algo?

—Si no lo haces, acabarás desmayándote.

Logan la ayudó a bajarse del vehículo. Tara le apartó, excitada por la falta de ropa interior. Los pocos clientes presentes no se fijaron en ellos. A los pocos minutos, daban cuenta de unos huevos y unas tortitas. Aunque era comida sencilla, Tara no recordaba haber comido nunca con tantas ganas. Estaba famélica.

—Mmmm —gimió, cerrando los ojos para saborear un bocado.

—No hagas eso a menos que quieras excitarme —murmuró él desde el otro lado de la mesa.

—Si sólo muestro el placer que me produce tomar las tortitas.

—Eso da igual. Si tú gimes así, nena, yo me muero por follarte.

Tara no creyó ni por un momento que él estuviera bromeando, y no se veía capaz de soportar uno de los sensuales ataques de Logan. Terminó de cenar en silencio.

Al final, apartó el plato sin haber logrado acabarse el contenido.

—¡Oh, Dios, estoy llena! ¿Quién será capaz de acabar tanta comida?

—Supongo que la mayoría de los clientes son camioneros o borrachos. Tanto unos como otros suelen hacer gala de un saludable apetito. ¿Te encuentras mejor ahora?

Fueran cuales fueran sus sentimientos, Logan siempre estaba pendiente de ella. Intentó no hacerse ilusiones, al fin y al cabo eso es lo que hacían todos los Amos. Pero, incluso aunque fuera así, ella se sentía como si no hubiera nada más importante para él. No podía negar que le encantaba.

—Sí. Gracias.

Logan le acarició la mejilla.

—Es un placer. Espero con ansiedad el día en que me permitas ocuparme de ti.

Tara tragó saliva para contener una nueva oleada de temblorosa pasión. No debía morder aquel cebo; era muy peligroso. Le brindó una desvaída sonrisa y se dirigieron al todoterreno.

Logan condujo hacia el norte durante poco más de diez minutos. Cuando las brillantes luces de la ciudad comenzaban a dejar paso a una zona más tranquila, aparcó. Tras apagar el motor, se quedó callado durante un buen rato, como si estuviera eligiendo qué palabras utilizar.

—Significa mucho para mí que estés aquí. Espero que sigas confiando en mí.

Antes de que pudiera responderle, Logan se bajó del vehículo. Cuando abrió la puerta del copiloto, se lo encontró esperándola para ayudarla a bajar. Le rodeó la cintura con sus grandes manos y la alzó para dejarla en el suelo. Contuvo el aliento. Al final, Logan se apartó para coger las bolsas del maletero y caminó hacia una puerta cercana.

Vivía en una urbanización bien iluminada, con exuberantes zonas ajardinadas, donde se escuchaba el rumor de una corriente de agua cercana. Los azulejos del patio estaban pintados a mano y las paredes eran de estuco color beige con adornos marrones y dorados. Muchos de los vecinos tenían plantas y enredaderas en la entrada.

Logan no tenía nada.

Él sacó un manojo de llaves del bolsillo e introdujo una en la cerradura. Ella escuchó el «clic» y la puerta se abrió.

Logan se apoyó en el marco con expresión vacilante.

—No suelo estar demasiado a menudo en la ciudad, pero cuando lo hago, me gusta tener… privacidad. —Lo vio tragar saliva—. He traído aquí a alguna chica. Bueno, en realidad a muchas chicas.

Sus palabras fueron como una bofetada y ella notó que se le revolvía el estómago al imaginarle allí con cientos de mujeres desnudas, mojadas y excitadas, que se habían rendido a sus manos o su boca cuando él las dominaba. Pero tenía que contener los celos. Logan y ella llevaban años separados y no debía juzgar lo que él hubiera hecho en ese tiempo. Aun así, saberlo le reconcomía por dentro.

—Hemos venido a dormir y descansar antes de irnos por la mañana. No disponemos de muchas horas. —Se encogió de hombros, intentando resultar indiferente.

—Para mí significa mucho más. Es sólo que… —suspiró—. Cuando atravesemos la sala, cierra los ojos ¿vale? No quiero que pienses en lo que hay ahí. Quiero tomarte donde jamás he estado con ninguna otra mujer. Nunca. Te quiero en mi cama.

Las palabras la dejaron sin aliento y su corazón comenzó a revolotear. Tara pensó que tal reacción no tenía demasiado sentido. Ya sabía que Logan había estado cinco años sin acostarse con nadie, pero tenía la sospecha de que él no se refería al sexo. Hablaba de compartir su espacio. De entregarse a ella.

Y le gustó.

—¿Por qué?

—No te van las preguntas fáciles, ¿verdad? —Le tendió la mano—. Ven, intentaré explicártelo.

Tara vaciló. De alguna manera, la idea de atravesar el umbral de su puerta, de entrar en el dormitorio que nunca había compartido con otra mujer, era una especie de acto simbólico; como si estuvieran dando un paso más. Contuvo aquellos sentimientos. Estaba dejando volar la imaginación a pesar de que él estuviera ahí y pareciera tan inseguro.

De repente, lo entendió todo.

—¿Te has sentido solo?

—Sí, me he sentido solo durante los doce putos años que he pasado sin ti. —Estiró los brazos hacia ella, acariciándole la nuca con una mano—. Jamás he querido compartir mi espacio con otra persona. Pero te quiero aquí. Te deseo ahora.

El dolor que mostraba la impulsaba a consolarlo. No podía negarse. Dejó a un lado todo lo que había ocurrido esa noche, el peligro y la incertidumbre que traía el futuro, y le besó.

Santo Dios, había pensado que él sólo necesitaba poner punto final a algo que había quedado incompleto para poder olvidarla. Había creído que estaba confundido, que sentía nostalgia, que quería disfrutar de algo que había perdido demasiado pronto. Hasta ese momento jamás creyó haber calado tan profundamente en el alma de Logan. Tanto que ni el tiempo ni la distancia habían borrado su huella.

¿Sólo tres meses de amistad y haberle entregado su virginidad habían causado en él una impresión tan profunda? ¿Cómo era posible? Sonaba ridículo, pero parecía ser lo que había ocurrido. Quizá, sólo quizá, había llegado el momento de considerar que Logan era el único que sabía realmente lo que sentía por ella.

Quizá debería considerar la posibilidad de que todavía estuviera enamorado de ella.

La esperanza y el deseo inundaron su ser. Le rodeó el cuello con los brazos y apretó su cuerpo contra el de él, presionándolo contra la puerta para devolverle el beso. Logan la estrechó con fuerza y se hundió en su boca como un hombre moribundo.

Cuando ella gimió, él amoldó su boca sobre la suya para reclamarla de una manera más profunda, y su ansia excitó un fuego imposible de apagar.

¿Por qué la afectaba como ningún otro hombre? ¿Por qué se haría tantas preguntas sobre los sentimientos de Logan? A menos que ella también le amara…

No estaba preparada para pensar en eso. Interrumpió el beso.

—¿No íbamos a entrar?

Logan escudriñó su rostro y luego miró hacia la calle.

—Sí, dentro estaremos más seguros. Ven.

Tras abrir la puerta, la condujo a un espacio oscuro. La luz de la luna entraba a través de las ventanas mientras él desactivaba la alarma y la programaba de nuevo. Tara tuvo una fugaz impresión de suelos de madera y una amplia estancia sin sillas ni sofás. Pero cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, observó que había un banco de azotes, una cruz de San Andrés y varias cadenas colgando del techo. En las paredes vio lo que parecía una colección de látigos.

—Dios… —se le escapó.

Él la tomó de la mano.

—Ya has probado el banco y la cruz, cariño. Y también te he encadenado del techo. No hay nada nuevo.

—Los látigos… —Retrocedió.

—¿Te dan miedo?

Ella asintió con la cabeza frenéticamente.

—No los soporto.

—Esa clase de disciplina puede surgir en Llave del Placer. —Logan vaciló y se pasó la mano por el pelo—. Es una de las cosas que quería que conocieras, por si acaso.

—No.

—Cherry, puede que no tengas elección. Lo que hago… No es lo que se ve en las películas, donde desgarran la piel. No te haría daño, no sentirías más que esa pizca de dolor que estimula al placer. Te juro que sólo te excitaría.

A ella le dio vueltas la cabeza.

—Pero los látigos hacen sangre.

—Sólo si se quiere. Si mueves con suavidad la muñeca, la cuerda sólo provoca un hormigueo en la piel, una leve picazón, como los azotes. Lo único que ocurre es que la sangre se dirige a la superficie e inunda tu piel…

—No esta noche. —Quizá nunca, pero sabía que ahora no lo soportaría.

Logan se quedó quieto un instante antes de asentir con la cabeza.

—De acuerdo. Esta noche lo único que quiero es dormir contigo. Nada de escenas de sumisión. Sígueme.

La guió hasta el fondo de la sala. Abrió la puerta y entraron en un dormitorio muy masculino. Los muebles eran oscuros y modernos; las paredes estaban pintadas de negro. La estancia poseía un aire impersonal, como si fuera una habitación de hotel sin calidez alguna. La única excepción era la foto de la boda de su hermana. ¿Dormía allí solo? La habitación gritaba en silencio la soledad de su propietario, como si no le importara a nadie.

Él le tomó la mano y tiró de ella hacia el interior con una mirada penetrante. La llevó hasta los pies de la cama.

—Te quiero aquí.

—Estoy aquí.

—No. —Logan se pasó la camiseta por la cabeza, revelando un ancho pecho y unos brazos poderosos y nervudos que ondearon cuando palmeó el colchón—. Aquí.

Tara notó una oleada de calor. ¿Cómo era posible que le deseara otra vez? ¿Por qué sólo tenía que estar con Logan para querer sentir su piel contra la suya, sus labios en el cuello? ¿Para querer separar los muslos temblorosos y dejar que se sumergiera en ella otra vez?

Él alzó la mano y le pasó los nudillos por las mejillas, haciendo que sus pezones se erizaran.

—Sé que ha sido un día duro. Bueno, los últimos días en general. Creo que estás confusa y no sabes dónde te encuentras; tranquila, yo te diré dónde: conmigo. Confía en mí. Apóyate en mí, Cherry. Te juro ante Dios que no volveré a alejarme de ti. Deja que te haga el amor.

Oponerse a Logan era ya muy difícil en una escena, pero cuando él utilizaba esas palabras eróticas que la derretían, todavía lo era más. Era evidente que estaba ofreciéndole su ayuda, pero además la miraba como si ella fuera la respuesta a sus oraciones, la medicina que necesitaba para sanar. Ahora no podía tener en cuenta lo ocurrido en el pasado, no podía rechazarle.

Había llegado el momento de reconocer la verdad: una parte de ella pertenecía a Logan y siempre sería así.

—De acuerdo. —Tara llevó las manos a los botones de su blusa. Deslizó lentamente el primer botón por el ojal, luego el segundo…

Logan la detuvo antes de que llegara al tercero.

—Cuando estábamos en el instituto, una de mis fantasías más excitante era desnudarte poco a poco, besar cada centímetro de tu pálida piel que quedara al descubierto.

Ella jadeó. En aquella época, él la miraba con frecuencia; en sus ojos había visto el pecado y, sin embargo ahora, parecía incluso más indecente. Y ella sabía de sobra lo bien que podía hacerla sentir. Cada vez que la tocaba la hacía alcanzar un tembloroso límite de placer y conseguía que sintiera una implorante necesidad. Con cada beso, se metía bajo su piel un poco más, haciéndola ser consciente de aquella conexión que cada vez se adueñaba más de su corazón.

¿Cómo iba a luchar contra eso?

—Logan…

—Lo digo en serio. —Fue él quien desabrochó el tercer botón. A continuación le acarició un pecho, deslizando la palma por el firme montículo hasta que liberó el hombro de la prenda. Logan se inclinó hacia allí y le recorrió el cuello con la lengua, los dientes y el cálido aliento—. No sabes todavía cuánto te deseo, pero voy a demostrártelo esta noche.

En el fondo de su corazón, Tara sabía que aquello era una temeridad. Deberían reponer fuerzas para la misión y empezar con nuevos bríos. Pero con la penetrante mirada azul de Logan clavada en ella entre las sombras, no le importó nada más. Le deseaba demasiado. No sabía hacia dónde se dirigía su relación y, ahora mismo, le daba igual. Sólo quería compartir con él aquel momento de intimidad. Podrían cumplir la fantasía de Logan, harían el amor en su cama. Y ella redescubriría al chico al que jamás había olvidado y que se había convertido en el hombre capaz de hacer vibrar su cuerpo con una sola caricia.

—Demuéstramelo —susurró, deslizándole los labios por la mandíbula hasta la oreja—. Tócame.

Los ojos de Logan ardían cuando le introdujo los dedos en el pelo para obligarla a dejar caer la cabeza y darle un beso tierno y lleno de ansiedad. Tara gimió; quería más. Así que él la tomó de la mano y la condujo a la enorme cama cubierta por un edredón negro y una montaña de almohadas.

Fue entonces cuando vio las esposas acolchadas que colgaban de cada uno de los cuatro postes, y que parecían estar esperándola.

Su corazón se desbocó al instante.

Logan le desabrochó entonces el último botón de la blusa y se la deslizó por los brazos. Incluso ese suave roce la estremecía.

Antes de que la seda tocase el suelo, él había comenzado a acariciarla, tomándole los pechos con las manos y frotándole los pezones con los pulgares, aún sensibles por la pinzas de cerezas. Tara abrió los labios y gimió.

—Eres muy hermosa, cariño —susurró él.

Brad también se lo había dicho. La diferencia era que Logan lo expresaba con reverencia y se lo demostraba a la vez con sus manos. Resultaba imposible no creerle.

Él deslizó las manos hasta la cinturilla de la falda. Movió los dedos con habilidad y la desabrochó, dejándola caer en un montón a sus pies. Por fin, se arrodilló ante ella para quitarle los zapatos y masajearle los pies.

—Acabarás malcriándome.

Él se enderezó sonriente mientras le deslizaba una mano por la desnuda curva de las nalgas.

—Ése es mi cometido, ocuparme de tus necesidades, hacerte sentir adorada. ¿Funciona?

«No lo sabes bien».

Tara cerró los ojos e intentó abrazarle. Necesitaba tocarle, anhelaba con todas sus fuerzas tenerle cerca.

Pero Logan le acarició los brazos y le rodeó las muñecas con los dedos para llevarlas a su espalda, donde las sujetó con mano férrea. En esa posición, la obligó a arquearse hacia él, a ofrecerle los pechos. Y él clavó los ojos en los pezones con un hambre tan voraz que éstos se hincharon y endurecieron como guijarros.

Cuando le acarició la cintura con la mano libre, cada vez más cerca de los doloridos montículos, Tara fue plenamente consciente de su desamparo, de su vulnerabilidad. Logan podría tocarla como quisiera y ella no sería capaz de detenerlo.

Sus miradas se fundieron y ella se perdió en él. Jadeó y los pezones se alzaron desvergonzados con cada inhalación. Y aun entonces él esperó, observando… ¿para qué? No estaba segura. La tensión se hizo más espesa, atravesó su cuerpo e hizo hervir la sangre en sus venas.

—Logan… —Oh, Dios, no sabía qué le estaba pidiendo exactamente, pero necesitaba alivio.

Una lenta y taimada sonrisa curvó los labios masculinos a la vez que le hundía un dedo en los empapados pliegues, comenzando a acariciarlos.

—Paciencia, Cherry. No quiero devorarte de un bocado. Eres una pieza para ser degustada a placer.

En ese momento introdujo un dedo en su interior y su sexo lo apresó con fuerza, como si suplicara más en silencio. Le hormigueaba la piel. Necesitaba tocarle y que la tocara, que se enterrara profundamente en su cuerpo. Aquella incontrolable necesidad se intensificó cuando él retiró el dedo y se lo llevó a la boca con un gemido de placer.

—Dios, cariño: ¿sabes lo que siento al verte desnuda y excitada?

Tara intentó acercarse arqueando las caderas hacia las de él. Pero sólo sintió el fugaz roce de su miembro, que presionaba contra los pantalones de cuero, antes de que él le sujetara las caderas para apartarla.

—No quiero que nos precipitemos.

—Entonces, deja de jugar conmigo.

—¿Y dónde estaría la diversión? —Le apresó un pecho y, al tiempo que acariciaba la parte inferior, le rozó el dolorido pezón con el pulgar—. Separa las piernas, cariño.

Tara lo hizo sin titubear. Se moría por el siguiente roce; se estremecía de anticipación.

—Buena chica. —Otra vez, le frotó el suplicante clítoris con un dedo y ella contuvo un gemido—. Estás tan mojada que estoy tentado de tirarte en la cama y follarte hasta dejarte sin aliento. Pero me contendré.

—Por mí no lo hagas —susurró Tara, meciéndose contra su mano.

Logan retiró los dedos mientras la miraba a los ojos.

—Cuando estés lista. No ahora. Tú no tienes el control, Cherry. Soy yo quien dice cómo y cuándo. No lo olvides. Deslizó dos dedos profundamente en su sexo y friccionó ese lugar secreto que la volvía loca de placer sin dejar de rozarle el clítoris con el pulgar. Ya excitada, apenas podía resistir sus caricias. Contuvo el aliento y apretó los puños, muriéndose por aferrarse a sus hombros y frotarse contra él como una gata en celo. Pero Logan seguía reteniéndole las muñecas con firmeza en la espalda y la obligaba a recibir sus experimentados avances.

La llevaba al límite con tanta rapidez que apenas podía respirar. Unos incontenibles estremecimientos comenzaron a atravesarla mientras el ansia que palpitaba entre sus piernas se convertía en algo incontrolable que obnubilaba cada uno de sus sentidos y le hacía implorar. Estaba al borde del orgasmo.

Él se retiró otra vez.

—No, Logan. ¡Joder!

Él le lanzó una firme mirada.

—Ya te lo he dicho. Te haré llegar al clímax cuando yo quiera, cariño. Te follaré cuando crea que estás preparada. Pero no ahora, todavía estás demasiado tensa.

Aquellas duras palabras recordaron a Tara que, aunque Logan era suave con ella, también era un Amo exigente. Cada una de las veces que habían mantenido relaciones sexuales se había entregado a ella de una manera distinta. La noche anterior se había mostrado tierno, pero estaba desesperado por poseerla. Durante su entrenamiento con Xander había sido categóricamente posesivo, y tras la escena de sumisión pública, la había poseído por completo.

Ahora resultaba absolutamente dominante. Ésa era la fantasía que él había soñado durante tanto tiempo y su mirada abrasadora decía que estaba planeando disfrutarla a fondo… Que la llevaría al límite de la cordura.

—Por favor, Logan. Necesito más. —La había arrastrado tan cerca del orgasmo que ardía de pies a cabeza. No servía de nada tener encendido el aire acondicionado. Al contrario, el frío flujo le rozaba sus pezones y hacía que estuvieran todavía más sensibles—. No puedo resistirlo.

Él volvió a pasarle los dedos por el sexo empapado y luego los llevó a los pezones, donde extendió su esencia por la areola, consiguiendo que los duros brotes se erizaran todavía más.

—Eres fuerte, Cherry. Confía en mí. Si te entregas como quiero, te daré lo que necesitas.

Una afirmación básica en una buena relación de dominación y sumisión, intentó convencerse Tara; pero con el cuerpo en llamas, la piel cubierta de sudor y una neblina de necesidad confundiendo sus pensamientos, sólo pudo gemir. Tenía que entregarse a Logan en la privacidad de su dormitorio como él tanto anhelaba, debía darle completo control sobre cada una de sus sensaciones, permitir que la volviera loca.

—¿Podrás conseguirlo? —presionó él.

Si era honesta consigo misma, no estaba segura, pero mucho se temía que si le decía que no, él se detendría y ella se moriría de frustración.

—Sí, Logan.

—Buena chica. —Le soltó las muñecas lentamente—. Súbete a la cama.

Le obedeció con el corazón retumbando en el pecho. Logan no perdió un segundo antes de sujetar con las esposas cada una de sus extremidades a las cuatro esquinas de la cama. Tara se quedó tumbada con las piernas abiertas. Entonces, todavía vestido con los pantalones de cuero, Logan se arrodilló entre sus muslos, se sentó sobre los talones y se recreó en la vista.

La piel ardía allí por donde deslizaba aquella penetrante e inquebrantable mirada. Estaba totalmente a su merced. Ante ese estado de vulnerabilidad tan absoluto, los fluidos anegaron su sexo. Se contorsionó y arqueó, alzando las caderas hacia él.

—Tócame.

—Ya te lo he dicho, no eres tú quien marca la pauta ni quien dicta las reglas. Olvídalo otra vez, Cherry, y te castigaré. —Su tono sedoso quedaba desmentido por el duro brillo de sus ojos—. Quiero saborearte, quiero que te entregues a mí. Deseo que estés lista para cada cosa que quiera hacerte.

Cuando oyó las palabras de Logan, su sexo comenzó a latir. La palpitante cavidad se consumía en un deseo tan intenso que resultaba casi doloroso.

Él se inclinó y le pasó la cálida lengua por la vulva. Ella gritó y se estremeció en el momento en que aquel repentino placer la inundó. Esperó desesperada que Logan la cubriera con su cuerpo, que la llenara con su miembro, que la poseyera por completo.

Sin embargo, él alzó la cabeza y la miró fijamente en la oscuridad.

—¿Estás dispuesta a darme todo lo que quiero de ti?

—¡Sí! Tómame. Te lo daré todo. No me guardaré nada.

Logan le apartó el pelo de la cara, le acarició el hombro, los senos.

—Buena respuesta. Te voy a alzar un poco, cariño. Quiero verte sin que nada me lo impida.

Sus palabras hicieron que la atravesara una oleada de oscuro deseo cuando le deslizó una almohada bajo las caderas, obligándola a alzar la pelvis. Se le giraron un poco los pies, por lo que sus piernas quedaron todavía más separadas, exponiéndola por completo. Intentó tocarle, acercarle, pero la había dejado tan inmovilizada que ella sólo podía levantar las piernas y la cabeza en una súplica silenciosa que él ignoró.

Con una fiera sonrisa, Logan le deslizó la mano por el monte de Venus en un gesto posesivo.

—Aquí, ahora, se trata de nosotros, Cherry. Esto no es un entrenamiento. Y me encanta saber que estás a mi merced. Lo que no sé es si una noche será suficiente.

Se levantó de la cama y, en la prisa, casi se arrancó los pantalones de cuero. Luego se volvió a acercar con el miembro totalmente erecto, enorme y grueso. Le deslizó una mano desde el hombro al pecho y comenzó a trazar círculos alrededor del pezón sin llegar a tocarlo. Ella contuvo el aliento y se arqueó cuando le dibujó una línea por su abdomen hasta introducir los dedos entre sus pliegues.

—Necesito ofrecerte esta parte dominante que tengo, igual que necesito que tú te sometas por completo. No descansaré hasta saber que me perteneces.

Cuando su mirada apresó la de ella otra vez, cada jirón de deseo que la atravesaba se vio reflejado en el brillo de sus ojos. Estaba determinado a llegar al final; eso era mucho más que sexo para él, jugaba a ganar.

Le dio un vuelco el corazón. Una extrema emoción y un pánico mortal se aunaron en su interior. ¿Qué pasaría si dejaba caer sus barreras y él volvía a romperle el corazón?

¿Y si no lo hacía y terminaba amándola el resto de su vida?

Él endureció la mirada.

—Piensas demasiado, Tara. No lo hagas.

¿Cómo podía saberlo? ¿Por qué la conocía tan bien?

—¿Sabes? —susurró, cubriéndola con su cuerpo—. Esas preguntas que te haces a ti misma son destructivas. Limítate a sentir.

Logan capturó sus labios; la simple presión se volvió devastadora cuando comenzó a lamerle las comisuras, indagando en su boca con una minuciosidad que la sobrecogió al no dejar ninguna duda sobre su intención de dominarla. Dejó una posesiva huella en los labios hinchados, diciéndole sin palabras que tomaría y poseería cada parte de su cuerpo como deseaba. Ella comenzó a gemir, demostrándole que no querría que fuera de otra manera.

Se sintió caer en un profundo pozo de deseo con cada lametazo. Intentó alzar su cuerpo hacia él, pero las esposas no se lo permitían, así que se entregó al beso, mostrándole su anhelo.

De repente, él se apartó y la miró fijamente con las pupilas dilatadas. Le rozó la piel levemente mientras se dirigía hacia los pies de la cama dejando un ardiente rastro por su cuerpo.

Logan se ubicó entre sus muslos y ella se estremeció. El corazón comenzó a latirle desbocado cuando él se inclinó sobre su sexo sin apartar la mirada de la suya.

Luego comenzó a lamer los hinchados y resbaladizos pliegues mientras la abría más con los pulgares.

—Esto es mío —murmuró—. Siempre ha sido mío.

«¡Sí!». El pensamiento irrumpió en su mente, pero se había quedado sin voz para gritarlo.

—Dímelo, Cherry. Dímelo ya.

No hubo vacilación en sus palabras ni en los tortuosos toquecitos de su lengua contra el clítoris.

El ardor se incrementó de manera vertiginosa y ella se contoneó contra las ataduras.

—Por favor, Logan.

Él ignoró su súplica y continuó con aquella lenta seducción en su carne, rodeándole el clítoris con una medida precisión que la volvía loca. Sabía exactamente dónde y cómo tocarla.

Otra vez, ella se arqueó intentando demostrar que era suya, pero Logan le deslizó los brazos bajo los muslos y rodeó su cuerpo, presionando sus caderas con las manos. Con sus muslos ahora sobre los hombros de Logan, Tara no podía moverse ni un centímetro mientras era impotente testigo de cómo él sepultaba la cara en su sexo.

—Tara, pórtate bien. Tendrás lo que necesitas cuando yo obtenga lo que quiero.

Una vez más, se inclinó y reanudó la lenta devastación de sus sentidos. Y ella no pudo hacer nada para detenerlo.

Aquella certeza hizo que una innegable llamarada de calor explotara en su interior. Él no la llevaba todavía al orgasmo, pero le estaba dando algo que deseaba con todas sus fuerzas a un nivel más profundo, algo que ella no había sentido antes, que no había imaginado que existiera. Una conexión, un intercambio que necesitaba con desesperación.

Sus gemidos se volvieron más angustiados con cada latido, la promesa de la liberación se acercaba amenazadora. La piel le zumbaba, las impresiones se veían incrementadas por el impacto del frío aire acondicionado.

Tensó las manos y se aferró a las cadenas. Jadeó, corcoveó ante las sensaciones que la bombardeaban con cada roce de Logan en su clítoris. Se estremeció sin poder evitarlo. No podía respirar, no podía pensar. El frenético grito que se formó en su garganta estalló cuando las chispas recorrieron su cuerpo.

—¡Logan! ¡Me corro! —gritó. Su voz, jadeante y gutural, resonó en el oscuro dormitorio mientras notaba que le zumbaba hasta la yema de los dedos. Su sangre se volvió pesada y… estalló.

El clímax la envolvió. Y Tara sólo pudo dejarse llevar, sucumbir a su sombrío poder. Él gimió contra la sensible carne de su sexo, enviándola todavía más arriba. Ella no sabía que un orgasmo podía ser eterno, pero el despiadado placer que asolaba su cuerpo era un latido tras otro de éxtasis.

Y aún así, él siguió degustándola como un hombre muerto de hambre.

—¡Oh, Logan! No puedo más. —Su protesta fue entrecortada—. Es… es demasiado intenso.

Logan la ignoró y siguió rodeando el palpitante nudo con la lengua, en un medido y rítmico ataque.

—No estás lista todavía, cariño. Vas a correrte otra vez.

—Pero…

La silenció al seguir bebiendo de su sexo. El calor de su boca esparcía más fuego por su cuerpo. Introdujo los dedos profundamente en su interior y consiguió que la promesa de otro clímax hiciera hormiguear su piel.

Tara se arqueó frenéticamente. No hubiera creído posible tener otro orgasmo. Pero era inminente.

—¡Logan! Oh… Oh… Oh, Dios mío. Es demasiado intenso. No puedo…

Se retorció contra las cadenas, agitándose y presionando los muslos contra los anchos hombros de Logan. Él no se movió.

—Claro que puedes. Te correrás para mí.

Tras hacer aquella afirmación, Logan inclinó la cabeza y reanudó la tortura dándole pequeños toquecitos con la lengua, eróticos roces con los dedos.

Pero por mucho que corcoveó e imploró, él no tuvo misericordia. La atormentó con el infierno que crecía en su interior y ella gritó sin parar mientras él succionaba continuamente su clítoris, azotando con la lengua el hinchado nudo de nervios.

Horrorizada ante el candente placer que la inundaba, intentó liberarse en vano. Entre sus piernas se formó una tormenta eléctrica, agudizando la sensación en sus pezones. El vacío que atormentaba su sexo hizo que éste se contrajera palpitante, protestando cuando la carga de deseo se volvió demasiado intensa para poder soportarla.

Retorciéndose impotente bajo él, gritó su nombre hasta que se quedó ronca. Y él continuó avivando el fuego en su sexo con aquella boca voraz, lamiéndole los jugos y ronroneando de aprobación cuando brotaban más.

Cualquier pensamiento se evaporó hasta que sólo fue consciente de Logan y del hirviente placer que él le imponía. Cada posesivo lametazo la despojaba más de la cordura, hasta que todos los músculos de su cuerpo se tensaron.

—¡Córrete! —ordenó él.

No había manera de contener el clímax. La envolvió en su ardor. Gritó cuando todo su cuerpo sucumbió a la brutal oleada de placer.

La boca de Logan se suavizó, los lametazos se hicieron más tiernos cuando ella alcanzó la cima. Por fin, se detuvo.

En ese instante, él alzó la cabeza para observarla con fieros ojos azules. Parecía decirle que sabía que era suya.

—Ésa ha sido una dulce entrega. Ahora sí que estás lista para que te folle.

Tara no pudo apartar los ojos mientras él la liberaba de las esposas que retenían sus muñecas y tobillos. Exhausta, permitió que Logan la moviera como una muñeca de trapo para ponerla sobre manos y rodillas.

—Sujétate al cabecero hasta que te diga otra cosa.

Con un estremecedor suspiro y el cuerpo tembloroso, ella accedió.

Se colocó tras ella, la tomó de las caderas y alineó sus cuerpos para comenzar a penetrarla. Tenía el sexo tan hinchado que tuvo que hacerlo muy despacio, haciéndola sentir cada centímetro.

—Oh, Cherry… —gimió él con agonizante placer mientras se clavaba hasta el fondo—. Eres muy estrecha.

Se quedó paralizada cuando un nuevo hormigueo de excitación atravesó su sexo. Respiró hondo y se empujó hacia él, tomándole más profundamente.

—Estate quieta. —Le temblaba la voz, parecía a punto de perder el control.

Lo intentó, pero no pudo dejar de arquearse, gimiendo, al notarle en su interior. Logan gruñó, luego le clavó los dedos en las caderas e introdujo el resto de su miembro con un rápido envite.

Ella no podía respirar. «¡Oh, Dios!». Percibía cada vena, cada laudo de la erección; gimió. Sus sonidos parecieron volverle loco, porque le acarició el cuello con la nariz y comenzó a moverse a un ritmo endiablado.

—Necesito follarte, Cherry. Jamás he necesitado poseer a una mujer de la manera en que te deseo a ti.

Las palabras le oprimieron el pecho. Supo que aquello no era sólo deseo.

Logan la rodeó con un brazo y le estrujó un pezón entre los dedos.

—Tómalo todo, Cherry. Todo lo que te doy. Él no se refería sólo a su pene, sino a todas sus facetas: su irónico humor, su dominación, su compasiva naturaleza. Su corazón.

Ése fue su último pensamiento antes de que él le clavara los dientes en el cuello, le pellizcara el clítoris y la enviara a un salvaje orgasmo que la hizo perderse en el placer. Él la siguió a aquel abismo de éxtasis casi al instante. Y comenzó a llorar cuando la inundó con su cálida liberación.

Definitivamente, no podía volver a olvidarse de tomar la píldora, pero de una manera inesperada, la imagen de Logan siendo su marido y acariciándole el turgente vientre en el que crecía su hijo pasó como un relámpago por su mente. Un agudo y destructivo anhelo la apresó.

Cerró los ojos cuando la tumbó en la cama. Luego, Logan rodó a un lado y acopló el pecho húmedo contra su espalda.

—Te amo, Cherry. Que estés aquí significa mucho para mí.

Era evidente en su voz. Estar allí con él también significaba mucho para ella. Tenía la cabeza llena de imágenes de casitas con vallas blancas y cunas con barrotes.

¡Maldición! ¿Estaría volviéndose a enamorar de él?