Capítulo 5

A Logan le palpitaba el corazón con más fuerza y rapidez que un martillo percutor. Intentó no aplastar la mano de Tara con la suya cuando la arrastró lleno de impaciencia por el pasillo. Apenas podía contener las ganas de tocarla, de penetrarla y quedarse dentro de ella, pero tenía que concentrarse en entrenarla.

Al llegar a la puerta de su mazmorra, la abrió y la dejó pasar delante. La ropa de Tara seguía en el suelo, y el anillo de compromiso, que se vislumbraba a través de la ranura del bolsillo de la falda, titilaba bajo la luz cenital. La certeza de que ella pensaba casarse con Brad Thompson, le aceleraba todavía más el corazón.

«Tranquilo. Respira hondo. Céntrate».

Tenía que actuar con inteligencia, prestar atención a los detalles. Ella había sido testigo de la cesión de poder y había comprendido la belleza de la escena. Era algo que quería para sí misma. Necesitaba aprenderlo para la misión. El mayor impedimento ahora era la impaciencia que él no lograba contener… Y la renuencia de Tara a escuchar sus explicaciones sobre la ruptura. Pero eso era algo que tratarían otro día. Por ahora, se centraría en someterla sexualmente porque era la única manera de hacer aflorar sus emociones. Porque no pensaba cometer el mismo error que había cometido su hermano con su mujer e intentar forzarlas. Tenía siete días; no iba a dejarse llevar por el pánico. Tenía que creer que conquistaría su corazón antes de agotar el tiempo.

—Arrodíllate —le pidió con suavidad—. Colócate en la posición correcta.

Sin titubear, ella se puso de rodillas y separó las piernas, luego le miró a los ojos. Tenía los pezones tan enhiestos que parecían suplicar las caricias de su boca. Su sexo estaba hinchado y de un intenso tono rosado.

—Eres muy hermosa —la alabó—. Cuéntame en qué aparato te instruyó Axel.

—¿Te refieres a en dónde me usó? Lo cierto es que no llegó a hacerme nada, Logan.

Al escuchar su nombre en los labios de Tara, pronunciado en ese tono reverente en el que las demás sumisas decían Amo, se le aceleró la respiración. Había estado duro cada instante que había pasado con ella, pero cuando decía así su nombre… ¡Joder!, tenía que concentrarse para mantener la calma.

—De pie. Acércate a la cruz.

Tara se levantó y clavó los ojos en la cruz de nogal, en las esposas acolchadas fijadas con cadenas en la parte superior e inferior. Cruzó la estancia un tanto indecisa.

Logan la detuvo tomándola por las caderas y la apretó contra su torso. El dulce aroma a cereza y vainilla de su piel le tensó los testículos.

—¿De qué tienes miedo, Cherry?

—De sentirme indefensa. —Incluso le temblaba la voz.

—No lo estarás. Debes confiarme tu seguridad y entrenamiento —le murmuró al oído—. ¿Crees que dejaría que te pasara algo malo?

Ella tragó saliva.

—Define malo.

Él contuvo una sonrisa. Su Cherry siempre tan minuciosa.

—¿Crees que te haré sangrar?

—No.

No vaciló al responder, lo que hizo que Logan se viera inundado de alivio y orgullo. Estaba asustada, pero la secuencia lógica de sus razonamientos era perfecta.

—¿Crees que te dejaré marcas en la piel?

—Sé que no lo harás.

—¿Te provocaré más dolor del que puedas tolerar?

Una pequeña pausa.

—No. Pero ¿qué me harás sentir?

Tara lo miró por encima del hombro y clavó los ojos en los suyos. Desde que habían comenzado a trabajar juntos, ella había intentado ocultar su aprensión y su deseo con desesperación, pero en ese momento no llevaba ninguna máscara. Su cara brillaba de deseo y de preocupación. Las dos emociones eran tan sinceras que él se sintió eufórico. En el fondo, Tara comenzaba a confiar en él.

—Sentirás lo necesario para ceder voluntariamente a mi control. Aunque nuestra interacción puede ser diferente a la de Jason y Greta, conseguiré que te entregues a mí. Adelante, Cherry. —La empujó hacia la cruz—. Por lo general, te diría que me dieras la espalda, pero quiero observar cada una de tus reacciones. Apóyate en la madera.

Ella respiró hondo, luego se dio la vuelta y presionó la columna contra la suave madera oscura. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso.

Logan tenía la certeza de que bajo esa piel, pálida y preciosa, pugnaban el deseo y la inquietud. Ese instinto serviría para sus propósitos.

—Ponte las esposas y ciérralas.

Con rapidez, alzó una sorprendida mirada hacia él. Sabiamente, no dijo nada. Tras vacilar un momento, aseguró el tobillo izquierdo y luego el derecho. Se enderezó y observó las esposas que colgaban desde arriba. Logan supo que se estaba planteando si era inteligente encadenarse allí.

Le dio un momento para pensarlo. Según avanzara el entrenamiento, los tiempos de respuesta tendrían que ser más rápidos y fluidos. Comportarse como una sumisa no entrenada sólo la haría destacar. Cuando un soldado completaba un entrenamiento de esa clase, su intención principal era siempre no llamar la atención.

—¿Por qué vacilas, Cherry?

—Nunca he estado encadenada.

Ese hecho le embriagó. Era el primer —y único— hombre que le mostraría la alegría de la cesión de poder que ella ansiaba en secreto. Podría experimentar una retorcida versión durante la misión, pero sólo se sometería de verdad a él.

Se dirigió a ella en voz baja, presionándola con confianza.

—Ya hemos superado esto. Sabes que no te haré daño. ¿Cuál es la razón real?

—Es el temor lógico a ponerme en manos de otra persona.

«En especial de alguien que me ha hecho daño». Tara no lo dijo, pero Logan lo intuyó.

—Cierto, pero recompensaré tu confianza. Y estarás un paso más cerca de salvar a la agente Miles.

Al oír eso, ella asintió con la cabeza, luego respiró hondo al tiempo que alargaba una mano hacia una de las esposas para cerrarla con la otra. Le miró buscando su aprobación y, viendo el deseo de agradarle en su expresión, él se puso todavía más duro.

Logan se quitó la camiseta y se sintió gratificado cuando notó que ella abría más los ojos; se acercó a ella para poner un dedo bajo la barbilla.

—Muy bien, Cherry. Estás siendo muy valiente.

Se inclinó sobre sus labios y los rozó con los suyos. Aunque fue casi imperceptible, él notó que ella contenía el aliento; comenzaba a entregarse. Tomó la mano libre de Tara y la apretó contra el nudo que sentía en el pecho. Ella le acarició ligeramente. Dios, esos suaves dedos marcaban su piel como un rastro de fuego, avivando las llamas de su vientre cuando le acariciaron la tetilla. La delicada palma sobre el latido de su corazón le quemaba.

Cada instante que estaban juntos, crecía la certeza de que debía hacer lo que fuera necesario para volver a conquistarla. Sonriendo, llevó la mano femenina hasta la boca y le besó la palma. Luego la alzó hasta la esposa que quedaba libre.

Justo cuando el «clic» resonó en la estancia, una pequeña luz roja comenzó a brillar en la esquina, indicando que alguien había entrado en el cuarto de seguimiento. Quien fuera no tenía su permiso. No era Thorpe; el dueño del club había prometido mantenerse al margen y darle tiempo para entrenar a Tara. ¿Habría enviado a alguien para que les observara en su lugar? Era posible, pero Jason tenía que regresar al trabajo, Xander visitaba a su abuelo en la residencia los viernes por la mañana y, en ese momento, no había más Amos disponibles en el club; Thorpe jamás permitiría que uno de los socios no habituales les observara. Y tampoco creía que Axel desperdiciara el tiempo que disponía con el agente York para observar los progresos de Tara. ¿Quién demonios les estaba espiando?

—Espera un momento.

—Pero…

—Cherry —la interrumpió—. Te prometo que regresaré enseguida. No te ocurrirá nada, sólo voy un momento a la habitación de al lado.

A Logan le angustió dejarla desnuda y encadenada a la cruz, tan hermosa e insegura que dolía mirarla. Pero había alguien espiándoles sin permiso, sin seguir el protocolo, y eso le irritaba profundamente.

Salió de la mazmorra y se dirigió a grandes zancadas al cuarto de seguimiento. Empujó la puerta y vio a la última persona que esperaba encontrarse: el prometido de Tara, Brad Thompson.

—¿Qué coño haces aquí? —le exigió.

Brad se acercó a él con una mirada furibunda, la cara roja y los puños cerrados.

—No, la cuestión es ¿qué coño haces tú aquí, Edgington? He llamado a esa maldita puerta y no te has molestado en abrir.

—Es antirruido por esa razón.

—Eres un cabrón. No sé cómo has logrado convencer a Tara para que participe en esta denigrante charada, tú de entre todas las personas del mundo, pero te exijo que la sueltes y le devuelvas la ropa ahora mismo. —El hombre le miró de arriba abajo con desdén—. ¡Santo Dios! ¿Qué clase de depravado eres?

La clase de depravado que hacía que Cherry se mojara y sonrojara. La clase que esperaba con anhelo llegar a excitarla hasta que gritara de placer. Pero guardó silencio.

Se cruzó de brazos y miró a Brad como si fuera un insecto.

—¿Qué quieres?

—Tara no es tu juguete. Es mi prometida y no permitiré que le hagas daño. Suéltala.

«Ni hablar».

—¿Cómo has llegado hasta aquí? Estás en una zona de acceso restringido.

—Mostrando mis credenciales de ayudante del fiscal del distrito a esa estúpida recepcionista. Casi se tragó la lengua en su afán por ayudarme a encontrarte en este laberinto.

Misty, o Guisantito, como la llamaban todos, era una eficiente recepcionista y una dulce sumisa, pero se ponía nerviosa cuando veía una placa. Casi se había desmayado al conocer a York.

—Lárgate antes de que llame a seguridad.

Logan se volvió para salir de allí.

Thompson le agarró por el hombro, haciéndole girar, y le lanzó un gancho de izquierda. Logan anticipó su movimiento. Se agachó y, al incorporarse, clavó el puño derecho en el estómago de Brad. Éste gruñó y su cara se puso todavía más roja.

—Escúchame bien porque sólo te lo diré una vez. Esto es un entrenamiento. A tus superiores no les gustará saber que espías a tu prometida mientras trabaja, mientras aprende las habilidades necesarias para salir con vida de la misión.

Brad apretó los puños.

—Vi las marcas de tu barba anoche en su cuerpo. No le estás enseñando nada, sólo quieres hacerla caer en una trampa para volver a hacerle daño.

Logan negó con la cabeza.

—Te equivocas. Y, ya a nivel personal: ¿crees que espiar a Tara te hará ganar puntos ante ella?

—Me preocupo por su bienestar. Es mi responsabilidad protegerla. —Brad le miró furioso.

—Mientras estamos trabajando, la responsabilidad es mía. Siempre la protegeré.

—¿Es eso una insinuación? ¿Una amenaza encubierta de que vas a intentar seducirla?

—No es una insinuación en absoluto. Conseguiré que te deje. —Logan pegó la nariz a la de Brad—. Tara está hecha para lo que yo le puedo ofrecer, y ese sexo vainilla que mantienes con ella no le hace sentir lo que necesita. Su corazón fue mío primero. Si ella me quiere, no descansaré hasta que vuelva a serlo.

—Tara será mi mujer, la madre de mis hijos. Y tú no tienes nada que hacer.

Thompson volvió a golpearle y él le dio un puñetazo en la mandíbula. Brad se tambaleó, casi cayendo encima del futón. Logan le aplastó entonces contra la pared y le presionó el otro antebrazo contra la garganta.

—No sé cómo la has engañado para que se case contigo, pero sé el tipo de escoria que eres.

—Claro, y tú eres un perfecto caballero que se dedica a encadenar a las mujeres —graznó—. ¿Crees de verdad que a ella le gusta eso? —Entrecerrando los ojos con cruel placer, Thompson sonrió—. Pero sigue, dame más ventaja. Ella te odiará todavía más, pero no es algo que me importe. Sin tener en cuenta lo que le hagas, Tara jamás volverá a amarte.

Ésa era una de sus mayores preocupaciones. Podría enseñarle a ser una sumisa. Poseía la actitud y la aptitud necesarias. Incluso podría conseguir que le deseara; de hecho, ya respondía a él; pero ¿lograría que volviera a amarle en tan sólo una semana? Logan estaba tentado de decirle la verdad sobre la ruptura aunque ella no quisiera oírle. Pero le había robado tantas opciones que creía que no debería presionarla. Y forzarla a separarse de Thompson sería contraproducente. Tenía que contener la impaciencia y dejar que las cosas siguieran su cauce.

—Lárgate de una vez y no vuelvas a aparecer en mi mazmorra.

Logan cerró de golpe la puerta del cuarto de seguimiento. Ya en el pasillo, tomó aire para tranquilizarse, flexionó los hombros e intentó desprenderse de la tensión. ¡Menudo capullo! Siempre había odiado a Brad Thompson en el instituto, era un cabrón con dos caras.

Pero ahora tenía que centrarse en Cherry.

Entró en la mazmorra y cerró con llave. Si Thompson era listo, se iría. Bueno, podría llamar a seguridad y hacer que le echaran del club, pero Logan apostaría lo que fuera a que el prometido de Tara no iba a actuar con inteligencia. Se quedaría y espiaría lo que hacían por un ridículo sentido del deber. O puede que lo hiciera porque no estaba tan seguro del amor de Tara como aparentaba. A Logan le daba igual. Pero si Thompson era tan tonto como para quedarse… él estaría encantado de alardear y hacer lo necesario para demostrarle que era capaz de complacer a Tara sexualmente de una manera que Brad jamás podría imaginar. Sería un gran placer abrir los ojos a ese gilipollas.

Suspiró. La reacción de Tara le preocupaba. Se sentía culpable. Al principio se enfadaría, pero él no haría eso si no creyera realmente que se pertenecían el uno al otro.

Dejando a un lado sus preocupaciones, se acercó a Cherry y le apartó el pelo de la cara con una suave caricia.

—¿Qué tal estás, cariño?

Ella se estremeció.

—Tengo un poco de frío.

Y también estaba un poco asustada, aunque no lo dijera. Era testaruda, pero él admiraba su valor.

—Lo siento. He tenido que deshacerme de un incordio. Ahora tienes toda mi atención, te compensaré.

—Entonces pongámonos manos a la obra. —Le brindó una valiente sonrisa.

Logan se inclinó hacia ella, sonriente.

—Intentaré con todas mis fuerzas que no te aburras.

Ella mostró una expresión recelosa y abrió la boca, pero antes de que pudiera decir una palabra, él le puso el dedo sobre los labios y negó con la cabeza.

—¿A quién vas a obedecer?

Tara se humedeció los labios con las pupilas un poco dilatadas.

—A ti, Logan.

Escucharla hizo que le palpitara la polla, pero fue su corazón el que cantó.

—Buena chica.

Logan le cubrió el hombro de besos aproximándose poco a poco a su oreja, luego le susurró al oído.

—Me resultas muy hermosa cuando estás encadenada.

Ella arrugó la nariz.

—Así por lo menos no me ves el culo.

Por regla general, aplicaría disciplina ante cualquier pensamiento negativo sobre su cuerpo. De hecho, ya debería castigarla por la pequeña rebelión del día anterior. Pero después de haber visto a Jason y Greta, Tara reconocía por fin la belleza en esa clase de relaciones. Antes de mostrarle la parte más desagradable, la que la ayudaría a enfrentarse con éxito a la misión, quería ofrecerle la parte más maravillosa por el bien de los dos. Y si con eso conseguía cabrear al capullo de Thompson, mejor que mejor.

—Ya lo he visto, y me encanta… Mmmm… —Le mordisqueó el lóbulo—. Apenas puedo esperar para acariciarlo y besarlo. —«Y follarlo».

—Logan, esto es un trabajo —advirtió ella.

—Y también placer. —Le encerró la cara entre las manos y capturó su cautelosa mirada—. Respira conmigo.

Tara lo hizo. Cuando él cogió aire, ella también. Cuando lo soltó, lo hizo con él. Pronto estuvieron en sincronía, pero él no apartó la mirada. Tenía los ojos clavados en ella, apresándola. Se acercó más y sus pies se rozaron. Tara tenía los dedos helados.

—Me has dicho que tenías frío, no que te estuvieras congelando. ¿Por qué no me has avisado de que estabas incómoda? —le exigió, arrodillándose para envolverle los pies entre las manos calientes.

Ella gimió de puro alivio.

—No creí que fuera importante para ti.

—Tu comodidad siempre es importante. Puede que alguna vez te provoque un poco de dolor, pero será para excitarte. Jamás te descuidaré.

Logan cruzó la estancia hasta el pequeño armario. Cogió un par de calcetines sin estrenar que había allí desde el invierno pasado. Los desdobló y se acercó a Tara para ponérselos, metiéndolos bajo las esposas.

—¿Mejor?

No se quedaría tranquilo hasta que se hubiera encargado de ella. De acuerdo, ponerle unos calcetines era un gesto amable, no algo con lo que ganarse su corazón, pero ella suavizó la expresión.

—Gracias, Logan.

Cada palabra era un suspiro. Sus caricias y su preocupación hacían mella en ella, o eso parecía. ¿Estaría buscando señales de que él era importante para ella?

El pensamiento le hizo sonreír. Si con eso conseguía que ella mostrara algo de afecto, él estaba dispuesto a darle todo el placer que pudiera soportar.

Tara bajó la mirada hacia Logan. Oh, oh, había un brillo peligroso en sus ojos, lo que le indicó que él se traía algo entre manos.

—Ya no tengo frío. ¿Podemos volver al trabajo? —pidió ella.

—¿De verdad no te estremeces?

¿Se refería a física o metafóricamente? Si era lo primero, ¡oh, sí! Estaba congelada. Pero daba igual, no pensaba demostrar debilidad, rendirse ni abandonar esa misión. Además, tenía la esperanza de experimentar el tipo de cesión de poder que habían compartido Jason y Greta. Necesitaba sentirlo aunque fuera una sola vez.

—Empieza.

En el momento en que dijo la palabra, Tara supo que no debía haberla dicho. Si se hubiera mostrado de acuerdo con él y hubiera utilizado un tono deferente para decir su nombre… Eso agradaba a Logan. Le apaciguaba. ¿En qué estaba pensando para retarle de esa manera? Acababa de despertar a la bestia.

Logan le deslizó las manos por las pantorrillas, por las sensibles corvas, subiendo lentamente por los muslos hasta agarrarla por las caderas, hundiéndole los dedos en el trasero. Él clavó los ojos en lo que tenía enfrente… es decir, en su sexo. Lo vio humedecerse los labios mientras la miraba fijamente, como si no pudiera esperar a devorarla. El corazón se le aceleró y comenzó a latir desbocado. En esa posición, ella era plenamente consciente de que tenía las piernas abiertas y de que estaba desnuda. No podría hacer nada para detenerle.

Comenzó a temblar de pies a cabeza al saber que él pondría la boca sobre su carne más secreta otra vez.

—Espera, Log… ¡Oh, Santo Dios! —Tragó saliva cuando él pasó la lengua tortuosamente despacio por el clítoris, jugueteando con la punta en el capuchón. A la vez, introdujo dos dedos en su interior, acariciando muy despacio las resbaladizas paredes. Ella tuvo que esforzarse para seguir respirando.

Ningún hombre le había hecho sentir como él. Mientras estuvo en la universidad y durante los años posteriores, se había acostado con algunos tipos; por experimentar. Unos habían actuado mejor que otros. Algunos habían conseguido acelerarle el corazón, pero ninguno le proporcionó las ardientes emociones que Logan la hacía sentir. Él era el Ferrari de los amantes.

—Estás mojada, Cherry.

—De tu saliva —argumentó con una voz más temblorosa de lo que le gustaría. Logan arqueó una ceja con desagrado.

—¿Antes no estabas mojada?

Él conocía la respuesta, pero quería que ella la dijera. ¡Maldito fuera! ¿Por qué? ¿Podría experimentar alguna vez el tipo de conexión que había visto hoy si no era honesta? No. La mujer había mostrado el deseo que provocaban en ella las demandas de Jason, determinada a complacerle y a encontrar el placer que anhelaba.

—Sí, Logan. —Tara cerró los ojos—. Estaba mojada antes de que me tocaras con la boca.

—Abre los ojos. Mírame siempre.

Lo hizo, alzó los párpados poco a poco hasta que no pudo mirar a ningún otro sitio que no fueran los ojos azules de Logan.

—Bien. —Él respiró contra su monte de Venus, crispando cada uno de sus nervios y creando una hoguera de deseo—. El beso de ayer me dijo que anhelabas satisfacción. Sé que la quieres también ahora. ¿Serás lo suficientemente valiente como para aceptarla?

¡Oh, Santo Dios! Había leído en ella como en un libro abierto.

Respiró hondo. Tenía que hacerlo. Por Darcy y por alcanzar el éxito como agente tenía que ser capaz de llevar a cabo cualquier acto que le pidieran. Por ella misma, necesitaba saber si con Logan lograba llenar el hueco que el deseo insatisfecho había creado en su cuerpo.

—Sí, Logan.

—Excelente.

Él no vaciló ni un instante antes de acercar de nuevo la boca a su sexo y rozarle el clítoris con la lengua. Luego comenzó a friccionarlo, a lamer el pequeño brote casi con más intensidad de la que ella podía resistir. Pero, de alguna manera, él sabía exactamente hasta dónde podía presionarla antes de que el placer fuera demasiado intenso. Entonces, retrocedía y soplaba sobre los resbaladizos e hinchados pliegues y frotaba con el pulgar el necesitado nudo de nervios. Todo su cuerpo se sacudía por el ardor que él avivaba entre sus temblorosas piernas.

—Mmm, Cherry. Eres tan dulce como recordaba. —Pasó la lengua por la marca de nacimiento, aquella que tenía en el interior del muslo y que tan fascinado le había dejado cuando tenían dieciséis años—. Me pasaría el día con la boca en tu sexo, bebiendo tu néctar mientras tú te estremeces. Lamería toda esta dulce crema. Quiero que te corras. Quiero estar contigo hasta que te estremezcas, hasta que gimas y me implores sin estar segura de si deseas que me detenga o que siga saboreándote una vez más.

Una enorme oleada de deseo se estrelló entre sus piernas, añadiéndose al tortuoso dolor que la inundaba. ¿Cómo conseguía encenderla con tanta facilidad y rapidez? Sólo habían pasado unos minutos y ya estaba jadeando. La excitación se extendía a cada célula de su cuerpo. No podía engañarse: anhelaba cada hormigueante mordisco de pecado que su profunda voz prometía.

—Logan…

—Aquí estoy, cariño.

No pasó ni siquiera un momento antes de que él la abriera con los pulgares y deslizara la lengua entre los pliegues hasta succionar el clítoris. Un mareo de placer la barrió haciendo que cerrara los puños con una sensación de euforia e irrealidad. Dios, ya a los dieciséis años la había hecho alcanzar el cielo, le había proporcionado su primer orgasmo con esa lengua paciente y llena de talento. Entonces se había tomado su tiempo, y los lentos e interminables lametazos habían hecho crecer el placer hasta convertirlo en algo espectacular.

El orgasmo que alcanzaría en un instante era como una bola de fuego de sensaciones. Hacía que cada clímax que había obtenido masturbándose durante los últimos años se convirtiera en un chiste sin gracia. Apretó los puños. El creciente deseo tensó su cuerpo hasta que todos sus músculos estuvieron rígidos. Por muy nocivo que fuera Logan para ella, necesitaba ese orgasmo y parecía que sólo él era capaz de proporcionárselo.

En lugar de dejar que lo alcanzara, Logan se sentó sobre los talones y miró hacia arriba con impaciencia. ¿Qué quería de ella? Tara cerró los puños por encima de las inquebrantables cadenas, muriéndose por el placer mientras jadeaba y se contorsionaba.

—Logan…

—Dime lo que necesitas.

Bajó las cejas oscuras, él clavó los ojos en ella como penetrantes rayos azules. Tenía las fosas nasales dilatadas y la boca tensa de crispación, como si estuviera logrando contenerse sólo a duras penas.

La expresión de Logan le decía que estaba haciendo algo mal. Peor todavía, parecía renuente a hacer nada más a menos que ella se comportara como él quería.

Pero no le decía cómo.

Tara tenía la respiración jadeante y no lograba llenar los pulmones de aire. Él quería someterla y, de alguna manera ella lo comprendía, estar encadenada a esa cruz, bajo su yugo, la despojaba de cualquier barrera y revelaba a la mujer que había debajo. Incluso aunque su mente se rebelara, su cuerpo le deseaba con ardor. Lo peor era no que él la hubiera hecho arder antes, sino que la forzaba a confiar en él, en su fuerza, su tenacidad y en el deseo abrasador que mostraba su rostro.

—Te… te necesito —admitió.

De rodillas, él deslizó la mano hacia arriba. Tara no pudo apartar la vista del contraste que ofrecían esos dedos firmes y bronceados con la pálida piel de su muslo. Comenzó a jadear cuando él siguió avanzando lentamente hasta el fuego que llameaba en su sexo.

Logan la besó en la cadera y comenzó a juguetear con el pulgar en el clítoris otra vez.

—Gracias por tu honradez. Tu cuerpo es dulce y maduro. Se ruboriza, moja y estremece. Apenas puedo esperar a volver a tomarte en mi boca.

Tara gimió ante sus palabras. No podía moverse demasiado, pero sí podía contonear las caderas, ofrecer su sexo a los labios que esperaban a sólo unos centímetros.

Logan se alejó y quitó el pulgar del dolorido brote.

—Por favor… —Estaba implorándole y lo sabía. Él también lo sabía. Pero jamás había necesitado nada con tanta desesperación como ese placer. Sentía como si su cuerpo hubiera estado frío esos doce años que había pasado sin él.

Muy despacio, él llevó el dedo, empapado en su crema, a la lengua. Cerró los labios alrededor y lo chupó con los ojos cerrados mientras emitía un gemido.

—¡Joder, sí!

El éxtasis que atravesó sus rasgos la excitó todavía más. Antes de que ella pudiera tomar aire, él colocó el dedo de nuevo en el expuesto brote y comenzó a trazar lentos círculos.

—¿Lo necesitas de verdad, Cherry?

—¡Sí! —Tara apenas podía respirar, estaba dispuesta a decir lo que él quisiera. Ya se ocuparía más tarde del daño que aquello suponía para su orgullo y su compromiso.

—Lo único que tienes que hacer es decir que necesitas que sea yo quien te lo dé.

La atravesó un estremecimiento. Era cierto, pero admitirlo era darle mucho poder sobre ella.

—Ya te he dicho que necesito correrme.

Él negó con la cabeza.

—Eso es sólo la mitad de la confesión. Reconoce el resto.

Logan quería que se entregara a él en cuerpo y alma. Quiso despreciarle por ello, pero le necesitaba demasiado. La sonrisa que esbozó, le dijo que él lo sabía.

—Bien. N-necesito que seas tú.

—No es suficiente. Sé más concreta. Dime las palabras correctas.

Tenerle tan cerca era como un afrodisíaco, por no mencionar el ritmo hipnótico del pulgar sobre la perceptiva carne. Con cada gesto, cada pequeña fricción que otorgaba al tenso brote, éste se hinchaba más; asomando de su capuchón, exponiendo el delicado y sensible órgano interior. Tara jadeó cuando él la tocó allí. Deseó alargar la mano y acariciarle. Pero no podía y tuvo que clavarse las uñas en las palmas. Tensó los muslos.

Él comenzó a retroceder de nuevo.

—¡No! —protestó ella—. Necesito correrme. Necesito que tú hagas que me corra, Logan. Por favor.

—Todavía te debo trece azotes en el trasero por las provocaciones de ayer, pero tu petición ha sido tan dulce que te concederé tu deseo ahora mismo con una condición: no contengas los gritos.

Ella asintió con la cabeza, incapaz de hablar pero dispuesta a hacer cualquier cosa que le pidiera.

Cuando él le agarró el interior de los muslos con las palmas de las manos y sumergió entre ellos la boca otra vez para pasar la lengua entre los pliegues desde la estrecha abertura al clítoris, ella perdió cualquier sentido del decoro. Si quería saber si él era capaz de aliviar el constante dolor de su cuerpo, entonces tenía que ser capaz de aceptar todo lo que él le daba. Debía superar la ansiedad y aprender que ceder el control también era necesario para correrse.

—Sí. Hazme gritar —murmuró.

Los ojos azules de Logan se oscurecieron hasta adquirir el tono de la medianoche. Entonces sonrió y se inclinó hacia ella.

En el momento en que abrió la boca sobre su sexo y deslizó la lengua por sus jugos, ella dejó de respirar. Santo Dios, fue como si él no se hubiera detenido. El deseo volvió a estar al límite, esperando sólo ese último empujón final.

Logan gimió y las vibraciones hicieron palpitar su clítoris. Si tuviera las manos Ubres, le habría clavado los dedos en el cuero cabelludo para presionar su rostro contra la entrepierna, obligándole a apurarse. Pero él siguió mordisqueándola suavemente, chupando dónde más lo necesitaba, y ella gimió sin parar. De alguna manera, estar atada y no poder dirigir a Logan hacía que se desvinculara de todo. No tenía ninguna responsabilidad. Ninguna alternativa más que permanecer quieta y aceptar el placer que él le daba.

—Eres tan dulce, Cherry —susurró él contra su sexo antes de sumergir los dedos en el cálido pozo de su sexo.

Le llevó menos de dos segundos encontrar un punto en el que cualquier roce la hacía boquear de placer; aquello era diferente a cualquier cosa que ella hubiera sentido nunca.

—Sssíiii —gimió Tara—. Oh, Dios mío…

—¿No te habían estimulado nunca el punto G?

Nunca.

—Jamás me habían hecho eso —confirmó ella.

—Hmm, me encanta ser el primero en tantas cosas.

Antes de que ella pudiera procesar las palabras, él rozó las yemas de los dedos sobre ese lugar a la vez que rodeaba el clítoris con la lengua. Cada fricción provocaba que un escalofrío de fuego atravesara su cuerpo.

—Ya estás lista. Córrete, Cherry.

Con esas mágicas palabras, Tara estalló. Cada nervio de su cuerpo se tensó en un destructivo in crescendo, diferente a cualquier cosa que hubiera sentido antes. Como le había prometido, gritó. Y gritó. Y él no se detuvo hasta que le exprimió cada espasmo, cada temblor y cada gemido.

Las violentas sensaciones recorrieron su cuerpo en una explosión aparentemente interminable hasta que, por fin, quedó laxa. Cuando se derrumbó, colgando de las cadenas, la cólera la inundó. Las bravatas habían sido sometidas a la fuerza. Él la había despojado de cualquier posibilidad de ocultarse, dejándola con una terrible sensación de desnuda vulnerabilidad.

Logan se apartó de su sexo relamiéndose los labios. Le depositó un beso reverente en el vientre, que todavía se crispaba con algún temblor secundario. Le acarició el monte de Venus con dedos suaves, besándole todo el cuerpo según iba subiendo.

—Eres hermosa. Todavía más que antes, Cherry.

Cuando estuvo de pie, ella no supo adónde mirar. ¿Al suelo? ¿A la cama? Desde luego, no a él. Temía suplicar por más. Así que cerró los ojos, pero una terrible sensación de desnudez la azotó, y se le inundaron de lágrimas. Contuvo un sollozo. Santo Dios, aquel orgasmo había frotado su psique como si fuera un estropajo metálico. Se sentía limpia y tosca.

Respiró hondo, intentando controlar sus atolondradas emociones. Logan no tenía por qué saberlo.

Él le soltó las cadenas con rapidez. Sus piernas parecían de goma y no soportaron su peso, haciendo que se desplomara en sus brazos. La atrapó y la llevó a la cama. Una vez que la depositó sobre el colchón, se arrastró por las sábanas hasta ponerla encima de su cuerpo, consolándola con una rítmica caricia arriba y abajo de la columna.

—No te contengas —la alentó.

Ella negó con la cabeza, intentando controlar las emociones.

—Lo siento. Necesito tranquilizarme. Esto no es nada profesional.

—Es necesario. —Le sostuvo la cara en el duro calor de sus manos—. Los Amos esperan siempre una respuesta honesta. No mientas ni te contengas… o habrá un castigo. Debes sentir de verdad cualquier cosa que necesites.

Su voz era suave y consoladora, pero Tara todavía quería meterse en un agujero. Tenía que dejar de llorar y de aferrarse a él. Pero lo único que pudo hacer fue enterrar la cara en el cuello de Logan y empaparse del terroso aroma a almizcle que emanaba. Se acurrucó más cerca. ¿Cómo podía consolarla cuando él era el origen de su desasosiego?

—S-soy un maldito agente del FBI. Necesito ac-actuar como tal.

Era simple, Logan sacaba a la luz sus emociones. Ella solía ser muy hábil conteniendo todo en su interior; tenía que serlo. Pero con él, no podía lograrlo.

Logan le enjugó las lágrimas con la yema del pulgar.

—Lo eres. Esto es entrenamiento. Tienes que aprender a dejar fluir tu naturaleza sumisa. Eso es lo que requiere la misión.

Quizá, pero no había pensado en la misión cuando Logan apretaba la boca contra su sexo. Había estado centrada en el placer, en que necesitaba más. Esa realidad la avergonzaba.

—Pero lo siento como algo personal. —Se incorporó y se sentó junto a Logan, estrechando las rodillas dobladas contra el pecho.

—Te sientes perdida y no estás acostumbrada. —Logan le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Todo está bien. Te gusta ser independiente, te sentirás incómoda en una relación de dominación y sumisión hasta que aprendas a dejarte llevar y a confiar en mí. Te ayudaré. Recuéstate. —Con una mano suave, pero insistente, la obligó a tumbarse sobre la espalda—. Ahora, respira conmigo. Inhala…

Él le enseñó, recostado a su lado, a tomar el aire profundamente por la nariz, Tara le imitó.

—Ahora, suelta el aire. —Logan expulsó el aire hasta que se vaciaron sus pulmones y los hombros cayeron.

Otra vez, ella hizo lo mismo. Por sorprendente que pareciera, comenzaron a secársele las lágrimas. Una sensación de calma la inundó. No duraría. Tenía que escalar montañas con esa misión… y con Logan. Pero, en ese momento, se sentía más decidida que en los últimos meses, quizá que en años.

Pero también se sintió más conectada a él que a ningún amante.

Antes de que las campanas de alarma resonaran en su cabeza, Logan rodó hacia ella, cubriéndola con la mitad de su cuerpo y apresó su boca en un beso lento y reverente. Fue interminable y profundo. No buscaba excitarla. Tara tuvo que combatir el deseo de perderse en su abrazo y aferrarse a él. Quería relacionarse con él otra vez en todos los aspectos.

Aquellos sentimientos no iban a ninguna parte. Logan la entrenaría y desaparecería de su vida. Tenía que estar preparada para fingir una respuesta apropiada para York o cualquier otro Amo que la sometiera.

Rompió el beso y se levantó, rezando para que las piernas la sostuvieran.

—Necesito un minuto, por favor. Luego volveremos al trabajo. —Trató de coger la ropa del suelo de cemento.

Logan la agarró antes de que lo consiguiera y la apretó contra el pecho.

—Cuando estás en mi mazmorra, en la mazmorra de cualquier Amo, no puedes vestirte más que con lo que él te permita. Si tienes que ir al baño, te facilitaré una bata. —Dejó la ropa en el armario y le ofreció una prenda de seda color crema. No era transparente, pero se aferraba a cada curva de su cuerpo, en especial a los doloridos pezones. Tara cruzó los brazos sobre ellos.

Chasqueando la lengua, Logan la obligó a bajarlos.

—No me ocultes tu cuerpo.

Él meció un pecho con la mano, estudiando el hinchado pezón a través de la seda. Un nuevo deseo atravesó su cuerpo. La mente le decía que debería de apartarse. Estaba comprometida. Ninguno de los suaves roces que Logan le prodigaba formaban parte del entrenamiento. Pero a su cuerpo no le importaba. Lo deseaba.

—Sí, Logan.

—Muy bien, Cherry.

En recompensa, separó las solapas de la bata, colocándolas a ambos lados de los pechos y dejándolos expuestos. Entonces, se inclinó y besó un pezón antes de succionarlo y morderlo suavemente. La punta se hinchó y sensibilizó. Luego hizo lo mismo con el otro, y el placer se unió al deseo que sentía entre los muslos.

Cuando ella se arqueó en silenciosa ofrenda, él le cubrió los pechos y la hizo girar hacia la puerta.

—¿Todavía necesitas unos minutos a solas? —le murmuró al oído.

Poner distancia entre ellos era una buena idea, pero ya no lo necesitaba. Sin embargo, ¿era realmente inteligente experimentar toda esa pasión otra vez cuando pensaba casarse con otra persona? Alguien como Brad, a quien su padrastro aprobaba, que compartía el mismo deseo que ella de formar una familia y tener niños. No la satisfacía en la cama y nunca utilizaría el sexo para controlarla. Logan lo haría cada minuto del día. Suspiró. Quizá debería satisfacer ella misma en el cuarto de baño el latido que palpitaba entre sus muslos y regresar con nuevas fuerzas y la cabeza más clara.

—Sí, Logan.

—Tienes diez minutos. No te masturbes. Si lo haces, recibirás veinticinco azotes y te privaré del orgasmo. Y eso sería una vergüenza… —Sonrió como si supiera que había frustrado sus planes.

¡Qué capullo! La quería a su merced por completo. ¿Por el caso… o por sí mismo? ¿Estaba sólo entrenándola para la misión? ¿Querría hablar del pasado para aclarar las cosas de manera que el mutuo entendimiento requiriera menos esfuerzo y el entrenamiento fuera más fluido? ¿Era aquello algo personal para él? Las caricias parecían decir que sí. Tara no podía más que preguntarse por qué. ¿Qué iba a hacer, ahora que tanto la chica asustada que había sido como la dolorida mujer que era querían aferrarse a Logan y pedirle respuestas a todas sus preguntas?

Tara respiró hondo y abrió la puerta de la mazmorra. Para su absoluto horror, Brad estaba justo delante de ella.