Capítulo 3

Tara tragó saliva. El corazón le dio un vuelco mientras seguía a Logan por el pasillo tras salir del despacho de Thorpe. No veía más que su espalda, pero incluso sin percibir los afilados ángulos de su cara sentía la rabia y la cólera que bullían en su interior. Estaba furioso porque había intentado reemplazarle. Pero ¿por qué demonios le importaba? La había despachado doce años antes. Sí, de acuerdo, él estaba hecho polvo por el asesinato de su madre; ella hubiera disculpado cualquier ataque de cólera o distanciamiento, pero no la crueldad con que la trató. ¿Qué demonios quería ahora? ¿La enfermiza satisfacción de volver a hacerle daño? No pensaba permitírselo porque ella —y aún más importante, Darcy— no necesitaba los juegos mentales de Logan.

Pero no podía negar que le gustaba haber lastimado su orgullo Edgington.

Logan la guió poniéndole la mano en el hueco de la cintura, y las yemas de sus dedos le dejaron su impronta en la piel mientras la conducía por el largo pasillo hasta las oscuras habitaciones que contenían aquellos artilugios que tanto la conmocionaban. Se estremeció al notar un cálido y humillante chispazo de ansiedad. Tara lo odió casi tanto como le gustaría odiar su contacto.

—Vamos a pasar un montón de tiempo en mi mazmorra, Cherry.

—No me llames así —siseó ella.

—Mientras esté entrenándote, no eres tú quién decide cómo debo llamarte ni lo que haces o lo que llevas puesto.

En ese momento, Tara intuyó su juego.

—Vas a presionarme de todas las maneras posibles para que tire la toalla, ¿verdad?

Él arqueó una ceja de forma intimidadora, pero no dijo nada. «Cabrón».

Estaba claro que él no sabía cuánto había cambiado ella desde el instituto. Y a pesar de ello…

—Crees que no podré soportarlo.

—Preferiría que no te vieras implicada.

—Mi trabajo es hacer lo imposible para salvar a la agente Miles. Me importa una mierda lo que prefieras.

Logan apretó los dientes.

—Infiltrarse cuando no se tiene experiencia en operaciones encubiertas ni se sabe mostrar un comportamiento sumiso demuestra mucha valentía. Pero también es muy peligroso. Primero deberías haber adquirido más experiencia en otras misiones. Como ya no hay tiempo para eso, mi trabajo es prepararte lo mejor posible.

—¿Por qué no permites que sea otro el que realice el trabajo? —Tara le apartó la mano de la cintura—. Hace años que me dejaste muy claro que no te importo nada.

—Imagina que considero esto como mi expiación por nuestro pasado en común. Vamos.

Le presionó la espalda para que pasara delante. Logan parecía irritado y su presencia inundaba el aire que la rodeaba, imponente.

«¿Expiación? ¡Ja!».

Conteniendo una oleada de aprensión, Tara avanzó y sus tacones resonaron sobre el suelo de cemento mientras él la seguía. Puede que Logan tuviera el mando… por ahora, pero según Thorpe, ella poseía un recurso que él debía respetar. En el momento en el que él intentara imponerle su voluntad, ella pronunciaría la palabra segura más rápido de lo que podía pensar. Thorpe, al oírla, se vería forzado a reemplazarle por otro Amo. Entonces podría dedicarse a entrenar en serio. Fuera lo que fuera a lo que estuviera jugando su primer amante, ella no pensaba participar.

Logan la condujo a un lugar que no había visto antes y encendió las luces. El espacio era funcional; suelo de cemento gris y paredes negras. Una mesa acolchada, un banco de azotes que parecía un caballete, una gran cruz de madera y una cama en la que había sábanas de seda negra. ¿Ésa era su mazmorra?

—Pasa.

Ella entró y dio un respingo cuando él cerró de un portazo… y echó el cerrojo.

Tara le lanzó una mirada gélida.

—No intentes asustarme haciéndote el duro.

Él la inmovilizó con los ojos mientras cruzaba el cuarto hasta detenerse junto a la cruz de madera. Había unas cadenas colgando de unos ganchos en la parte superior e inferior.

—No estoy haciendo nada. Ven aquí y preséntate.

Ella echó un vistazo al aparato y contuvo un estremecimiento de desconfianza.

—Si somos un equipo, necesito saber lo que va a pasar. Quiero que hablemos de cómo será el entrenamiento.

La mirada de Logan se volvió helada.

—Puede que seamos un equipo, pero yo estoy al mando. No te he dado permiso para hablar. Primera advertencia. Ven aquí y haz lo que te he ordenado o comenzaremos nuestro tiempo juntos con una maldita zurra.

«¿Una zurra? ¿Me zurrará en el trasero?».

El pensamiento hizo que la atravesara una involuntaria oleada de calor. Tara no gastó saliva en desafiar a Logan diciéndole que no se atreviera. Sabía que lo haría.

Maldita sea, ¿por qué eso provocaba que se le mojaran las bragas?

Se acercó a él y se detuvo a menos de medio metro. Logan arqueó una ceja.

—No eres capaz ni de seguir mis instrucciones más simples, ¿cómo pretendes infiltrarte en el club de BDSM de un traficante de esclavos? ¿Crees que lograrás hacer creer a alguien que eres la sumisa perfecta?

Tara se tomó su tiempo. A pesar de lo mucho que quería odiarle, tenía razón. Hasta que Thorpe le asignara un Amo distinto, estaba ineludiblemente comprometida con Logan. Y fuera cual fuera su situación, tenía que controlar la cólera y el deseo que le provocaba la idea de que él la tocara.

Respiró hondo antes de adoptar la posición que Axel le había enseñado, se sentó sobre los talones con las piernas tan abiertas como le permitía la falda y las palmas de las manos hacia arriba encima de los muslos; echó los hombros hacia atrás y bajó la mirada.

Logan caminó lentamente a su alrededor, acariciándola con la mirada de arriba abajo. Por mucho ejercicio que hiciera para mantenerse en forma, tenía un trasero generoso. Pero no le importaba si Logan odiaba su figura. A Brad, su prometido, le parecía maravillosa.

Logan se agachó ante ella.

—Mírame.

Tara clavó los ojos en los de él de manera retadora.

Aquella mirada azul traspasó sus defensas y, a pesar de llevar falda, blusa y zapatos, se sintió totalmente desnuda. Su piel se encendió y erizó mientras él la miraba.

—No hay nada incorrecto en la pose en sí misma y estoy seguro de que lo sabes. Siempre lo has estudiado todo a fondo. Pero eso no será suficiente para hacer creer que eres una sumisa. Lo importante no es sólo obedecer, sino obedecer de corazón.

»Has adoptado la posición correcta en cuanto te recordé el bienestar de la agente desaparecida —siguió él—, pero no has llegado a mí con deseo de complacerme. Has hablado después de que te dijera que guardaras silencio. Y puedo leer la cólera en tu expresión.

Ella mantuvo un gesto inexpresivo mientras le miraba fijamente.

—Lo haré mejor la próxima vez.

—Puede que no tengas una próxima vez. La agente Miles no la tuvo.

Él tenía razón. Maldición, esto no iba a resultar. Sí, necesitaba seguir el entrenamiento hasta el final, pero habían pasado demasiadas cosas entre ellos que no podía olvidar. Tenía que dejar de perder el tiempo y deshacerse de él, y tenía que hacerlo ya.

Tara le devolvió una mirada inocente.

—¿No querías darme una zurra?

—Sí, te zurraré hasta que seas una buena sumisa y te lo pienses dos veces antes de dejarte llevar por tu temperamento. Eso sería fatal en la misión. A menos que, por supuesto, quieras renunciar al trabajo y permitir que envíen a una agente con más experiencia que tú.

—Ni hablar. A diferencia de ti, yo no les doy la espalda a mis amigos.

A Logan le palpitó un músculo en la mejilla.

—Todavía no te he dado permiso para hablar. Es algo que no te tolerarán cuando estés infiltrada. Por ello, recibirás dos azotes además de los cinco que pensaba darte por ir corriendo a quejarte a Thorpe en lugar de quedarte y resolver tus diferencias conmigo. Por responderme de esa manera, añado dos más. Y por no llamarme «Logan», otros tres.

Ni Axel ni Robert la habían tocado en toda la semana. Tampoco ella quiso que lo hicieran. Pero contra su voluntad, se excitó al pensar en el vertiginoso número de azotes que Logan había prometido darle en el trasero. Se le tensó el vientre. Maldición, no debería de reaccionar de esa manera con él.

—¿Los frikis del control, como tú, no preferís que se os llame Señor o Amo?

Él se rió. No fue un sonido agradable.

—Sí, suele ser así. Pero haré una excepción contigo. Quiero oír mi nombre en tus labios y así tendré la certeza de que sabes perfectamente quién es el que consigue que te corras.

Tara se mordió la lengua. A ella le gustaría decirle a la cara que no cabía la más mínima posibilidad de que la excitara lo suficiente como para alcanzar el clímax. Pero si él consiguió que se derritiera en sus brazos y arrebatarle la virginidad cuando sólo tenía dieciséis años, ¿qué no conseguiría ahora que era un hombre en la plenitud de la vida con una mujer hambrienta por un orgasmo? No importaba. No estarían juntos mucho tiempo.

—No harás que me corra. Eso sólo lo consigue mi novio.

—Sí, ya he leído que te has comprometido con Brad Thompson. Siempre había pensado que te enamorarías de alguien con un poco más de decencia.

—Bueno, teniendo en cuenta que él no me mintió para robarme la inocencia ni me abandonó al día siguiente, diría que es mucho más decente que tú.

Logan se tensó, apretó los puños con los músculos rígidos y las venas hinchadas.

—Mientras estés conmigo, ese hombre es irrelevante. Su nombre no saldrá de tus labios. Y no quiero que lleves su anillo. ¿Has entendido?

Parecía que a Logan le molestaba ver que lucía el símbolo de la posesión de Brad. Tara sonrió y se lo quitó lentamente para guardarlo en el bolsillo de la falda.

—Espero que te haya quedado claro que no debes tocarme sexualmente. Yo elijo quién me proporciona mis orgasmos.

Y sería Brad si la excitara lo suficiente como para conseguirlo.

La petulante sonrisa de Logan hizo que le diera un vuelco el corazón.

—Estuviste de acuerdo en ser entrenada. Eso quiere decir que te presionaré mucho más allá del límite para que te acostumbres a actos que, ahora mismo, te pueden resultar incómodos. Ya veremos qué dice tu cuerpo cuando esté entre tus piernas con la lengua en tu clítoris. Otra vez.

Tara se mordió los labios para contener un jadeo. Aquellas palabras le provocaron una ardiente llamarada entre las piernas cuando los recuerdos bombardearon su mente. Mojó más las bragas. Maldición, ¿por qué su cuerpo no reaccionaba con repugnancia ante él?

—¿Algo que alegar? —preguntó con una ceja arqueada—. Bien. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Por faltarme el respeto llamándome «friki del control», otros tres azotes más. ¿Cuántos llevamos ya?

Santo Dios, quería escupirle a la cara.

—Quince.

Logan sonrió.

—Vas a tener el culo al rojo vivo cuando termine contigo, Cherry.

Tara deseó poder permitirse el lujo de decirle que no había manera de que le dejara tocarle el culo, pero necesitaba deshacerse de él y conseguir otro Amo. Por ello, aguantaría hasta el final, no importaba lo difícil o desagradable que fuera.

—Tu temperamento está a punto de jugarte otra mala pasada. Trabajaremos eso también. Pero primero, te he dicho que te presentes, no que poses.

Ella se quedó paralizada cuando entendió el verdadero significado de sus palabras.

—¿Quieres que me desnude?

—Sí. Y vigila tu tono, o añadiré más azotes.

—Axel permitió que tuviera puestos el sujetador y una malla para que estuviera más relajada y cómoda en las sesiones de entrenamiento.

Logan soltó un bufido.

—En el entrenamiento de los SEALs no se permite relajarse ni estar cómodo durante muchas horas para simular mejor el estrés y los problemas reales que se pueden encontrar durante los combates de verdad y las misiones secretas. Estoy a favor de la teoría que dice que los entrenamientos son más efectivos cuanto más se aproximan a la realidad. ¿Cómo se llama esto? —Señaló la cruz de madera con cadenas colgadas.

Era la cruz de algo. La terrible curiosidad que la embargaba sobre lo que sentiría si él la amarraba desnuda hacía que se le hubiera quedado la mente en blanco.

Deseó recordar el término, pero la ansiedad y una lujuria indeseada habían ocupado su mente y pasó un largo minuto en silencio absoluto.

—Es una cruz de San Andrés —dijo él ante su silencio—. ¿Y qué es esto? —Logan señaló los gruesos aros metálicos que había en la parte superior e inferior de los que colgaban las cadenas.

Tara siguió en blanco.

—¿Una anilla metálica?

—Es un anillo en O —informó él—. Dime, ¿qué es lo que has aprendido durante todo ese tiempo que estuviste en malla y sujetador?

«¡Mierda!».

—Estuvimos de acuerdo en entrenar en bañador o ropa interior. Además, Robert, el agente York, es un compañero de trabajo. Tendremos que seguir trabajando juntos después de que esto acabe y queremos evitar cualquier tipo de incomodidad posterior.

—York y tú os entrenáis ahora por separado, así que problema resuelto. Y ya he visto todo lo que tienes, Cherry.

—Thorpe nos verá a través de la cámara.

—No creo que vaya a ser el único hombre que te vea desnuda antes de que acabe la misión. Será mucho más útil que centres la atención en complacer a tu Amo, así que cuando estés lista, desnúdate por completo, dobla toda la ropa y vuelve a presentarte ante mí. Vacilar te costará diez azotes más.

La furia estuvo a punto de acabar con su compostura. ¡Por Dios! ¿Qué había visto en él además de esos impresionantes ojos azules?

En otra época había sido absolutamente sincero con ella. Cuando estaban en el instituto habían estudiado juntos literatura inglesa y ella había aprendido mucho sobre el corazón de Logan. Habían discutido sobre la mala suerte de los amantes adolescentes de Shakespeare, se habían entristecido juntos por Tiny Tim, incluso le había visto retorcerse las manos mientras esperaba un final feliz entre Elizabeth Bennet y el señor Darcy. A ella le había encantado su sensibilidad.

Aquel chico ya no existía, si es que alguna vez lo había hecho.

Se había transformado en el hombre que iba a conseguir que su trabajo se convirtiera en un infierno. Tara apretó los labios y borró la expresión testaruda de su rostro.

«Piensa que esto no es más que otra prueba que superar en la misión. Piensa en Darcy».

—Vamos —la apremió él—. Demuéstrame que estás dispuesta no sólo a mostrar obediencia, sino a aceptar la voluntad de tu Amo sin importar de qué manera quiera tenerte. Y también le tentarás luciendo tu cuerpo. No puedo verlo porque lo tienes cubierto, Cherry. Desnúdate.

Ella contuvo el aliento. Volver a desnudarse para Logan. Se formó en su vientre un gélido nudo de temor y, entre sus piernas, notó una oleada de deseo. Desnudarse ante él la haría sentirse muy vulnerable, pero era necesario acatar sus órdenes para seguir con aquella farsa. Se tragó los nervios.

Permitiría que le diera algunos azotes en el trasero y luego conseguiría que estuviera fuera de su vida otra vez… en esta ocasión para siempre.

Se puso en pie y se quitó los zapatos de tacón alto antes de dejarlos a un lado, luego se quitó la pulsera, los pendientes y el collar de plata. Se deshizo de la chaqueta del traje y se desabrochó la blusa, cerrando los ojos para no verle.

—Mírame.

Su voz parecía impulsarla y obedeció casi contra su voluntad. Logan permanecía a sólo medio metro escaso, y observaba fijamente cómo ella pasaba la blusa por sus pálidos hombros, revelando el sujetador de encaje. Notó que la mirada de Logan se volvía más caliente, que ensanchaba las fosas nasales, y su propio corazón se aceleró. La seda no ocultó sus pezones puntiagudos mientras doblaba la blusa. Respiró hondo y desabrochó el sujetador, que dejó también en el suelo. Él apretó los puños.

Logan la deseaba. Una rápida mirada a la bragueta de los pantalones demostró lo excitado que estaba. Tara no quería que eso le importara, pero una peligrosa sensación de poder femenino la atravesó.

Era la primera debilidad que él mostraba; quizá pudiera utilizarla en beneficio propio.

Volvió a coger el sujetador y lo dobló. Cuando se incorporó de nuevo, respondió a su mirada con un cierto reto insinuante. Notó que él se ponía tenso.

—El resto —gruñó él.

Con el corazón desbocado, abrió la cremallera de la falda gris antes de contonear las caderas para que cayera al suelo. Se inclinó para recogerla, doblándola lentamente para no perder el anillo de compromiso y alargar el momento en que él vería el diminuto tanga de encaje. Tara la puso sobre el sujetador conteniendo el aliento.

Clavó los ojos en Logan. Él se la comía con la vista; desde la cara ruborizada a los pechos hinchados y el sexo todavía cubierto. El pelo corto de Logan enfatizaba los pómulos altos y la dura mandíbula, pero parecía como si estuviera a punto de devorarla. Una nueva oleada de deseo la atravesó, sutil como un martillo.

¿La había mirado Brad alguna vez de esa manera?

Ignoró ese pensamiento y enganchó la tira del tanga con los pulgares. Lo único que tenía que hacer era excitar a Logan y permitir que le diera un par de azotes, y para ello tenía que mostrarle su cuerpo. Sólo la tocaría una vez más.

Se bajó el tanga.

«Mierda».

Cuando Cherry deslizó aquel diminuto tanga por los muslos, Logan casi se tragó la lengua. Definitivamente se había convertido en una mujer. Debía de pesar alrededor de diez kilos más que cuando tenía dieciséis años, todos repartidos entre las caderas, el trasero y los pechos. La diminuta cintura y los delicados hombros de Tara eran el contraste perfecto para esas exuberantes curvas. ¿Y qué era lo mejor de todo? El vello intensamente rojo que le cubría el monte de Venus. Era preciosa por todas partes, y él quería recorrer su cuerpo con la boca, follarla hasta que gimiera de placer.

Apretó los labios en una línea sombría e intentó controlar sus sentimientos. Ella le odiaba… y con toda la razón. Además, estaba comprometida. Pensar en que un memo como Brad Thompson poseía el corazón de Tara hacía que casi se le saltaran las lágrimas. Logan sabía desde hacía mucho tiempo que no había superado el amor que sentía por ella, pero había esperado que su obsesión afectara sólo a su pene.

Ahora sabía que no había sido tan afortunado.

Todas esas emociones que había intentado obtener de Callie, y de otras muchas sumisas, para masturbarse eran una pálida comparación con lo que sentía ahora. Tara sólo se había desnudado y él ya quería penetrarla, perderse en su interior y quedarse allí hasta… oh, hasta el mes próximo. Pero también quería tener derecho a cubrir su exuberante boca con la suya, a rodearla con los brazos y… simplemente, estar con ella.

Imposible. Tara iba a emprender una peligrosa misión. Si no la entrenaba bien, acabaría traicionándose a sí misma y muriendo; a menos, claro está, que lograra disuadirla para que no participara en esa misión suicida. Quizá si ella supiera de primera mano cómo la tratarían aquellos hombres capaces de gastarse millones de dólares en un «cono desechable» confiaría un poco más en él. La Cherry que él conocía era fantasiosa, pero no le gustaba la violencia y no sabía mentir. Aunque era evidente que sabía ocultar lo que pensaba mejor que en el instituto, no quería que participara en esa misión. No es que fuera estúpida o inútil, pero estaba seguro de que no comprendía con claridad a qué escoria se enfrentaba.

Lo último que Logan quería era volver a hacerle daño, pero tenía que abrirle los ojos.

Cuando se acercó a ella, parecía preparada para la batalla. En sus hermosos ojos oscuros había un brillo retador. Se la quedó mirando fijamente; sabía que se traía algo entre manos. Fuera lo que fuera, no podía permitir que se saliera con la suya. Una vez se había comportado con ella como un cabrón para salvarle la vida y parecía que la historia estaba destinada a repetirse.

Deslizó la mirada sobre los enhiestos y rosados pezones mientras ella colocaba el diminuto tanga sobre la ropa. Luego, siguiendo sus órdenes, Tara adoptó la posición correcta, de rodillas, con la cabeza baja y las palmas hacia arriba.

Santo Dios, ¿qué daría él porque aquella sumisión fuera auténtica?

—Mucho mejor, Cherry.

Miró al otro lado de la mazmorra, a la mesa acolchada que Callie había ocupado antes. Pensar en que Tara estuviera en el mismo lugar le encogió las entrañas. Lo mismo pasaba con el banco de azotes.

Logan no quería hacer lo usual con ella. Su mirada cayó sobre la cama, que no acostumbraba a utilizar. Xander había insistido en instalar algo más cómodo y a él no le había importado lo suficiente como para negarse.

Perfecto.

—De pie.

Tara vaciló, la sorpresa parpadeó por un momento en sus delicados rasgos, antes de que se levantara con la mirada baja. Había hecho bien sus deberes y él estaba orgulloso. Aunque eso quería decir que ponerla nerviosa podría ser mucho más difícil de lo que había pensado.

—Dirígete a la cama. Detente a un lado y espérame.

Con los hombros erguidos, atravesó la estancia con decisión.

Logan observó el balanceo de sus caderas, las curvas de sus nalgas.

Cuando llegó a los pies de la cama, se giró hacia él. Tenía la piel ruborizada y expresión seductora. Era evidente que le gustaba saber que él la deseaba. Que pensara en mantenerla desnuda y excitada, con su dulce sexo preparado para…

No, no podía pensar eso; tenía que entrenarla para una misión o conseguir que claudicara.

Logan se acercó a ella, luego se sentó sobre la sábana de seda.

—Acércate.

—¿No tengo que elegir antes una palabra segura?

¿Cherry estaba más interesada en elegir su palabra segura que en empezar el entrenamiento? Sí, definitivamente se traía algo entre manos.

—¿Qué te parece «Romeo»? Si esa palabra sale de tus labios, nos detenemos.

Ella le lanzó una mirada de sorpresa, luego adoptó una expresión neutra.

—Romeo. Vale.

—Bien. Tiéndete sobre mi regazo y preséntame tus nalgas para empezar el castigo. Y no quiero que te corras.

—¿Qué dem…? —Tara se interrumpió y contuvo la irritación.

—Y nada de hablar. Si yo fuera un tipo que acabara de pagar cinco millones de dólares por el privilegio de violarte, ¿crees que te dejaría hablar? Sigue las instrucciones o el castigo será mayor.

Logan se puso tenso cuando ella se colocó torpemente sobre sus muslos. Al instante supo que Cherry jamás había hecho eso. No sabía cómo repartir su peso ni dónde situar los brazos. Ser consciente de ello le complació más de lo que debiera.

La sujetó para indicarle cómo ponerse y, al sentir su piel suave contra la palma, deseó con todas sus fuerzas poder follarla.

—Cuenta, Cherry. No pierdas la cuenta o volveré a empezar.

Necesitaba asustarla hasta que tuviera miedo de verdad, pero ver aquellas pálidas nalgas sobre sus muslos tuvo en él el mismo efecto que si se hubiera tragado una ardiente bola de lujuria. Sin embargo, nada podría ayudar a su pene. Se alzaba desesperado hacia Tara, buscando su calidez. Ella intentó cambiarse de lugar, pero lo único que consiguió fue friccionarse contra él.

La detuvo poniéndole la mano en el hueco de la espalda. Ella se quedó quieta, pero Logan la oyó jadear cuando deslizó la palma hasta acariciar aquel dulce trasero. Él casi gimió. Santo Dios, si pudiera hundir los dedos, los dientes, la polla en esa carne, sería un hombre feliz.

«Concéntrate».

Logan vaciló cuando levantó la mano. No quería hacerle daño, pero, maldición, no podía permitirse el lujo de vacilar. Si realmente quería conseguir que ella renunciara, tenía que convencerla mostrándole toda la mierda.

Se preparó y, saltándose las palmadas preparatorias, la golpeó con más fuerza de la que nunca había usado contra una sumisa. El repentino azote cayó sobre la nalga derecha con un ruido ensordecedor. Ella gritó y se arqueó. Logan se estremeció. Le picaba la palma de la mano, así que no quería ni imaginar lo que sentía su pobre Cherry.

—Cuenta —dijo con voz ronca.

—Uno. —A Tara le tembló la voz.

Él sofocó la sensación de culpabilidad con decisión.

—¿Lista para más?

Ella se puso tensa, como si se preparara para sufrir más dolor.

—Sí.

No lo estaba, pero jamás lo admitiría. Él admiró su tenacidad, pero esa obstinación podría hacer que acabara muriendo en la misión.

Cuando levantó la mano otra vez y observó la huella roja de su mano estampada en la nalga, su pene dio un brinco. Le gustaría dejarle su marca por todo el cuerpo. Sin duda, ella pensaría que estaba enfermo, pero Logan había asumido lo que le gustaba hacía ya mucho tiempo.

Le dio otro azote en la nalga izquierda. Tara gritó, arqueando el cuerpo al recibir el golpe. Le clavó las uñas en la pantorrilla como si así le resultara más fácil soportar el dolor.

—No me claves la uñas y cuenta —le ordenó.

Tara puso la espalda rígida y se estremeció, jadeando.

—Dos.

Pero ella le había añadido «gilipollas» para sus adentros. Logan lo escuchó resonar en el aire como si lo hubiera dicho en voz alta. Y cuando vio lo que le costaba aceptar los golpes, se sintió como un matón.

Logan alzó el brazo para darle otro azote. Ella se puso tensa, cada línea de su cuerpo exponía la cólera que la embargaba. Vaciló. No sólo no estaba consiguiendo asustarla, sino que además estaba reafirmando su baja opinión sobre él. Esperaba dolor de él. De hecho, contenía el aliento con impaciencia, como si esperara…

¿Qué coño esperaba? ¿Cómo intentaría controlar una escena una sumisa?

De inmediato, Logan supo a qué jugaba Tara. «¡Joder!». Bajó el brazo.

—En pie —ordenó.

Tara pareció quedarse paralizada.

—¿Q-qué pasa con el resto de la zurra?

Como buena alumna en matemáticas —de hecho era un as en álgebra— Tara sabía de sobra que no habían completado los quince azotes. No es que estuviera ansiando una paliza brutal; no, sólo esperaba la excusa perfecta para gritar la palabra segura.

Logan sintió admiración por ella; siempre había sido muy lista.

—Pospondremos el resto del castigo. Cuando estemos juntos quiero que me mires. Siempre a mí.

Aquellas pupilas color chocolate se enfrentaron a las suyas, con dureza y resolución. No conseguiría doblegarla de esa manera y no quería hacerle daño ni darle una excusa para usar la palabra segura de manera que resultara creíble. Si ella hubiera tenido éxito, ¿cuánto hubiera tardado Thorpe en irrumpir en la mazmorra? Sin duda hubiera sido veloz como un rayo. Y entonces, era probable que no la volviera a ver.

Necesitaba usar otra táctica. ¿Cómo aceptaría Tara su genuino deseo por ella? Puede que odiara lo que le había hecho en el instituto, pero igual que él admiraba su cuerpo, ella no era inmune a él. Le deseaba. Sus pezones rosados se erguían desafiantes y le llamaban con cantos de sirena. Los hinchados labios de su sexo brillaban de deseo. Algo de todo eso —de él— la excitaba. En su mente, Tara consideraría la paliza un abuso y le encasquetaría el papel de villano. Pero ¿qué ocurriría si le daba lo que quería? Apostaría todo lo que tenía a que, en lo más profundo, ella también le deseaba. ¿Cuánto tiempo resistirían entonces los muros que había levantado a su alrededor? Quizá de esa manera podrían crear algo honesto y llevar adelante esa misión. Y, de paso, él también tendría su propia cura.

Logan tensó los muslos.

—Cherry, quítame la camiseta.

Sus pupilas, que seguían trabadas con las de él, se dilataron. Aquella mirada le excitó y aplacó a su miembro palpitante. Se prometió a sí mismo que saborearía el deseo que había provocado. Con tal de poder tenerla, iba a paladear cada una de las reacciones de Tara y cualquier otra cosa que ella le diera.

Tara apretó los labios, claramente renuente. Él observó cómo se preparaba, luego la vio llevar las manos al bajo de la camiseta y estremecerse cuando comenzó a alzar el tejido de algodón con dedos impersonales. Agradeció que la prenda fuera tan ceñida; eso la obligó a poner las palmas contra su abdomen para deslizar la prenda por el torso, rozándole la piel, cada músculo, muy cerca de las tetillas. Dibujó un rastro de fuego en cada parte que tocaba y él contuvo un estremecimiento. Cuando la camiseta quedó arrugada en las axilas, ella se detuvo.

—¿Cuál es el problema, Cherry? Continúa.

Él sabía que seguir la obligaría a ponerse de puntillas, de tal manera que su rostro quedaría cerca del suyo.

Alzándose sobre la punta de los pies, Tara agarró bruscamente la camiseta y tiró de ella.

Logan le sujetó la muñeca.

—Lentamente.

Cuando le miró, la expresión de Tara gritaba «cabrón». Y tenía los puños cerrados.

Él no la ayudó de ninguna manera cuando siguió alzando el oscuro algodón, pasándolo por un brazo y luego por el otro, con los labios a sólo unos centímetros de los suyos. Logan podía oler su aliento. Y el aroma a cereza y vainilla que siempre había percibido cuando estaban juntos. Se le hizo la boca agua.

La mirada de Tara cayó sobre el tatuaje que acababa de dejar al descubierto; unos signos de tinta negra cubrían sus costillas desde la axila a la cadera.

Logan se puso tenso.

—¿Sabes japonés?

Ella negó con la cabeza.

—¿Qué pone?

—No te rindas —mintió él. La verdad la haría escapar.

Por fin, ella le pasó la camiseta por la cabeza y se alejó un paso en el mismo momento en que la prenda rozó su pelo. Pero no era eso lo que él quería que hiciera.

Con una mano, Logan cogió la tela y la lanzó a un rincón de la estancia; con la otra, le rodeó la nuca.

—No retrocedas jamás sin mi permiso.

—¿Vas a azotarme de nuevo? —le desafió ella.

De ninguna manera proporcionaría a Tara la manera de deshacerse de él.

—Tiéndete sobre la cama. La espalda contra el colchón y las piernas separadas.

Aunque ella no contuvo la respiración ni protestó, su sorpresa flotó en el tenso silencio. Él casi pudo leer los pensamientos que se arremolinaban en su mente mientras se preguntaba, preocupada, qué demonios iba a hacerle.

—Cherry, ¿algún problema? —Logan contuvo una sonrisa y cruzó los brazos.

Lentamente, Tara puso una rodilla sobre la cama y apoyó las manos para gatear hasta el centro. Tras una pausa, se giró hasta que su espalda quedó sobre la fría sábana. Ella siseó ante aquella sensación inesperada y se arqueó ligeramente antes de acomodarse de nuevo.

¡Joder! Logan se maravilló del contraste entre el espeso pelo rojo y la seda negra, la pureza de su pálida piel. Aunque resultara increíble, se puso todavía más duro. Su miembro acabaría con la huella permanente de la cremallera si no se quitaba pronto el pantalón.

Tara respondía a todas las fantasías que habían rondado su mente durante todos esos años… e incluso las mejoraba. Cuando era una adolescente había sido un poco tímida. Jamás entendió por qué tenía tan poca confianza en sí misma; para él era perfecta. Ahora, ella sabía quién era, no le daba miedo ser independiente. Era lista y misteriosa… pero él la conocía y sabía lo que sentía.

En ese momento, la temblorosa reticencia de Tara y la anticipación que le embargaba a él estaban a punto de dejarle sin respiración y de estrangularle la polla. ¡Joder! Sería mejor que se controlara, a ver si conseguía que ella claudicara y le obedeciera, o se olvidaría de su propósito y haría cualquier cosa de las que estaba pensando para poseerla.

Pero, como bien sabía, salvarle la vida era más importante que conseguir su corazón.

—No recordaba que tuvieras problemas para seguir las indicaciones, Cherry. No has completado la orden.

Ella debía de estar tan cabreada como para escupir fuego por la boca, pero ocultó cualquier atisbo de cólera o desconfianza y accedió, separando lentamente los esbeltos muslos para revelar el interior de las rodillas, la cremosa piel del interior de los muslos… Más… poco a poco, hasta que la pequeña marca de nacimiento en su muslo izquierdo apareció en el lugar que él recordaba tan bien.

Una sensación de satisfacción le atravesó. Era cierto. No importaba lo que ocurriera, una parte de él siempre sería de Cherry, y ella, suya.

Por fin, ella separó las piernas lo suficiente como para ver aquel paraíso rosado e hinchado en el que él se moría por hundirse. El cielo y el orgasmo que le esperaban. Allí estaba su sitio. Conectado a ella en cuerpo, alma y corazón.

Logan se acercó más y se tumbó en la cama. Con el corazón acelerado, rodó hasta ella y apoyó la cabeza en una mano. Los reservados ojos castaños de Cherry buscaron los suyos, diciéndole que se moría por saber lo que había planeado.

Podría hacer que se rindiera a sus caricias y, si jugaba duro —que era exactamente lo que pensaba hacer—, conseguiría que se dejara llevar lenta y dulcemente por un innegable deseo que la dejaría sin respiración. Entonces se aferraría a él implorante mientras seguía cada una de sus órdenes para poder así alcanzar el placer una y otra vez.

Pero tenía que conseguir no sólo que se entregara a él, sino que quisiera renunciar a la misión. La pena le embargó y sintió el alocado deseo de rodearla con los brazos, de apretar su cuerpo contra el suyo y simplemente abrazarla hasta que perdiera toda la rigidez.

Pero no podía permitirse ese lujo.

Le puso la mano en la nuca y le alzó la cabeza hasta que fue él quien tuvo totalmente el mando, luego le cubrió la boca con un ávido beso. No se contuvo ni esperó su aceptación; se sumergió en sus labios por completo.

Al instante, el deseo invadió su vientre, arrasando sus buenas intenciones, haciéndose cada vez más profundo hasta consumirle. Al principio, se puso rígida y luchó contra él, pero se dio cuenta enseguida que la había colocado de tal manera que no podía moverse. Cuando ella abrió la boca para respirar, él se zambulló de nuevo, casi famélico por ella, con el cuerpo tenso y dolorido. Tara se aferró a sus hombros. Logan intentó forzarla a apartar las manos. Pero en lugar de eso, y tras un momento de pausa, ella le rodeó el cuello con los brazos, urgiéndole a acercarse y enredó su lengua con la de él con avidez.

A Logan le bajó un escalofrío por la espalda, seguido por una abrasadora excitación.

Su Cherry sabía a… a todo. A todo lo que él había querido durante años. A la esencia que había perseguido. Eso era lo que se había estado perdiendo: ella.

Se hundió en su boca más profundamente, lamiéndola, saboreándola, poseyéndola. Ella le reconocía y respondía frenética a cada una de las embestidas de su lengua mientras él le envolvía la cintura con un brazo y aplastaba su torso ardiente y desnudo contra el suyo. Deslizó una pierna entre las de ella. Ella gimió cuando él friccionó el muslo contra sus pliegues. La humedad de su sexo cubrió la extremidad de Logan embutida en el pantalón de cuero, de manera que se deslizó contra ella con más facilidad que si estuviera embadurnado de mantequilla derretida. Era jodidamente doloroso saber que ella también le deseaba.

Por primera vez en más de una década, Logan se sintió bien.

¿Cómo demonios iba a conseguir que ella abandonara la misión, sabiendo que si era así jamás volvería a verla? Sabía que debería, pero ahora que la tocaba, necesitaba más, al menos unos preciosos momentos más que recordar y saborear cuando desapareciera para siempre.

—Cherry, cariño… —murmuró contra sus labios suaves, tan dulces como ninguna otra cosa en el mundo—. Ábrete para mí.

Ella lo hizo sin titubear, zambullendo la lengua en su boca otra vez y aferrándose a él como si le importara, como si fuera a morirse de hambre sin él.

El sentimiento era mutuo. Ya tendría tiempo más tarde para hacerla renunciar a la misión y conseguir que le odiara.

Se alzó ligeramente sobre Tara, sus labios y sus alientos todavía estaban entrelazados, y él saboreó cada roce. Le acarició la nuca con las palmas y deslizó los dedos por la delicada curva de la clavícula hasta extenderlos por la suave pendiente del pecho. Entonces apresó el firme montículo, abarcándolo. El pezón le ardía contra la palma.

Quería sentirlo contra la lengua. Cherry gimió y se contoneó de manera frenética bajo él.

Disfrutó de un último beso profundo y le chupó los labios antes de besarle la piel ardiente, lamiendo la suave superficie sedosa que desearía explorar durante horas, días.

Ella le enterró los dedos en el pelo cuando se acercó a ese delicioso pezón rosado.

No pudo ignorar aquella silenciosa súplica. Sí, se suponía que era él quien estaba al mando, y sabía que aquello era una temeridad, pero ya se reafirmaría en su papel después de probarla un par de veces…

Sostuvo el pecho entre los dedos como si fuera una ofrenda antes de mojar el brote enrojecido con la boca y pasar la lengua por la dura punta.

—Sí —jadeó ella—. Logan, sí.

Al oírla gemir su nombre, el deseo lo atravesó con más fuerza, endureciendo su miembro de una manera imposible. Ella se arqueó hacia él como si fuera a morirse si la soltaba.

Le succionó el pecho profundamente en su boca hasta que pudo aplastar el pezón entre la lengua y el paladar mientras deslizaba la mano por su cuerpo para acariciar los dulces pliegues de su sexo.

¡Joder! Tara estaba muy mojada. Empapada. Y era demasiado receptiva. Rezó para que le deseara al menos una décima parte de lo que él la deseaba a ella.

Sumergió dos dedos en su interior, hundiéndolos hasta donde podía. Ella alzó las caderas bruscamente hacia él.

—Estás tan mojada, cariño. Me llenas de deseo. Y eres tan estrecha…

—Hace mucho tiempo —jadeó ella.

«¿Mucho tiempo? ¿No estaba comprometida?».

—Mójate para mí, Cherry. Así… —Deslizó la yema de los dedos entre la resbaladiza carne antes de frotarlos contra el pezón, luego lo volvió a capturar con la boca, paladeando su sabor. La dulzura inundó su lengua, haciendo que perdiera cualquier pizca de control.

¡Santo Dios!, la necesitaba. Por completo. Quería pasar noches y días interminables a su lado, dentro de ella. Si fuera suya, la mantendría constantemente mojada, excitada y dispuesta para el placer que le proporcionaría.

Envuelto en el deseo, Logan deslizó los dedos por su clítoris, notando que el brote estaba tan duro e hinchado como él. Por él. Siguió tocándola, dispuesto a hacer cualquier cosa para que ella le entregara su voluntad.

Ahogada en las sensaciones que la recorrían de pies a cabeza, Tara apenas podía respirar.

Intentó coger aire, pero no era suficiente. Tenía la cabeza en una nube, y la inundaba el olor a hombre, a especias, a tierra. Logan exudaba testosterona que narcotizaba sus sentidos. Ella le siguió en cada movimiento, cada vez más alto, con la respiración jadeante y la sangre agitada, con el cuerpo en llamas.

Santo Dios, tenía que detener eso, y aún así… Las caricias de Logan la hacían sentir no sólo poderosamente femenina, sino deseada de una manera que no había experimentado desde la última vez que él la abrazó.

Mientras Logan deslizaba los dedos otra vez por su resbaladizo sexo, contuvo el atiento, esperando. La euforia y la necesidad habían formado una bola de fuego entre sus muslos. Cuando él le rozó el clítoris, ella se acercó peligrosamente al límite.

Por lo general, ella era una profesional capaz de esconder sus emociones, pero Logan la desnudaba por completo. ¿Por qué él? ¿Por qué era capaz de llegar a ella de una manera que no conseguía ningún otro hombre?

Era demasiado complicado descifrarlo y dejo de intentarlo al tiempo que se alzaba hacia él.

—Logan, por favor.

Él gruñó contra su pezón.

—Voy a excitarte sin piedad, Cherry. Te llevaré al límite una y otra vez. Cuando ya no lo resistas más me limitaré a acariciarte los pliegues con los dedos, con la lengua, llevándote cada vez más arriba, hasta que enloquezcas de placer. Y, cuando creas que no puedes soportarlo más, te llenaré con cada centímetro de mi polla, hasta que eso sea todo lo que puedas sentir y ver. Será un paseo duro y salvaje… la primera vez.

Él tomó aliento contra la piel húmeda de su cuello como si quisiera aspirarla. En ningún momento dejó de frotarle despacio el clítoris, trazando círculos leves que sólo provocaron en ella una anhelante excitación. Tara apretó los pies contra el colchón, separando más las piernas y se contoneó en silencio, arqueándose y ofreciéndose a él.

—Después me deslizaré otra vez en tu interior y volveré a dejarte sin aliento, haciéndote jadear mientras este dulce coño me apresa con fuerza. Una y otra vez. Y, aún así, no me detendré.

Con cada palabra él la dejaba sin respiración y le resultaba más difícil coger aire. Hacía que quisiera olvidarse del doloroso pasado común, de su prometido, de la peligrosa misión, y hundirse en el placer que sabía que podría proporcionarle, en esa conexión que sólo había sentido con él. El deseo la atravesó como un tren a punto de descarrilar, difuminando su resistencia y buenas intenciones. Puede que aquello fuera incorrecto, pero era tan bueno…

Cuando la boca de Logan apresó de nuevo la suya, cedió a su beso. Pero él no sólo entraba en su boca, sino que vencía y destruía. Poseía.

Tara se entregó, ávida y hambrienta, se ofreció por completo y le exigió más. Mientras, él seguía frotándole el clítoris, jugueteando, rozándolo y volviéndolo más sensible. La excitación serpenteó apremiante por su vientre.

—Eres tan buena. —Logan rozó la sombra oscura de la barba sobre el receptivo pezón.

Un millón de escalofríos la atravesaron en cascada. Jadeó su nombre y se aferró a él con todas sus fuerzas, perdida en las sensaciones.

—Así, así —murmuró él—. Estás a punto de correrte por mí, Cherry. Espera mi orden. Voy a hacerte alcanzar el mejor orgasmo que hayas tenido nunca, cariño.

Era cierto. ¡Oh, Dios! Lo anhelaba con todas sus fuerzas. Cada nervio de su cuerpo temblaba de anticipación. Se estremeció conteniendo el aliento, dispuesta a entregarle lo que le pidiera; todo, si satisfacía esa necesidad.

Pero si se lo permitía, ¿no sería traicionar a Brad? ¿Cuánto más podría Logan exprimir su cuerpo doce años después? ¿Qué parte de su alma capturaría ahora? Tara había bromeado con él en el instituto diciéndole que si alguien le daba la mano, él tomaría todo el brazo. Nada había cambiado… Sólo que ahora Logan era más poderoso.

Sólo una hora juntos y ya estaba a punto de entregarse a él por completo. A pesar de lo mucho que lo deseaba su cuerpo, necesitaba que fuera otra la persona que la entrenara para poder enfrentarse con éxito a su primera misión secreta y salvar a su amiga.

Cerró los ojos, aspiró temblorosamente y pronunció aquella palabra esperando no arrepentirse.

—Romeo.