CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

TRIS

Está oscuro y nieva cuando llegamos a la entrada del complejo. Los copos de nieve soplan por la carretera como si fueran de azúcar glas. No es más que nieve de principios de otoño; desaparecerá por la mañana. Me quito el chaleco antibalas en cuanto salgo y se lo entrego a Amar junto con el arma. Ahora me resulta incómodo sostenerla. Antes pensaba que esa incomodidad desaparecería con el tiempo, pero ahora no estoy tan segura. Quizá no desaparezca nunca, y puede que sea lo mejor.

El aire caliente me rodea al cruzar las puertas. Después de ver la periferia, el complejo parece más limpio que antes. La comparación me perturba. ¿Cómo puedo caminar por estos suelos relucientes y llevar esta ropa almidonada cuando sé que la gente de ahí fuera envuelve sus casas en lonas para conservar el calor?

Sin embargo, cuando llego al dormitorio del hotel, la sensación de inquietud ya ha desaparecido.

Busco a Christina o a Tobias, pero no están. Solo veo a Caleb y a Peter; Peter con un gran libro en el regazo, garabateando notas en un cuaderno, y Caleb leyendo el diario de nuestra madre en pantalla, con ojos vidriosos. Intento no fijarme en eso.

—¿Alguno de los dos ha visto…? —empiezo a preguntar, pero ¿con quién quiero hablar, con Christina o con Tobias?

—¿A Cuatro? —pregunta Caleb, decidiéndolo por mí—. Lo he visto antes en la sala de los árboles genealógicos.

—La sala de… ¿qué?

—Tienen los nombres de nuestros antepasados expuestos en una sala. ¿Me dejas un trozo de papel? —le pregunta a Peter.

Peter arranca una hoja del final del cuaderno y se la da a Caleb, que garabatea algo en ella: indicaciones.

—Hace un rato encontré los nombres de nuestros padres. Están a la derecha del cuarto, segundo panel contando desde la puerta.

Me entrega las indicaciones sin levantar la vista. Me quedo mirando las letras, pulcras y regulares. Antes de pegarle, Caleb habría insistido en acompañarme él mismo, desesperado por contar con la oportunidad de explicarse. Sin embargo, últimamente me guarda las distancias, ya sea porque me teme o porque por fin se ha rendido.

Ninguna de las dos opciones me hace sentir bien.

—Gracias. Hmmm… ¿Qué tal tu nariz?

—Bien. Creo que el moratón resalta el color de mis ojos, ¿no?

Sonríe un poco, igual que yo, pero está claro que ninguno de los dos sabe qué hacer después, porque los dos nos quedamos sin palabras.

—Espera, hoy no has estado en el complejo, ¿verdad? —pregunta al cabo de un segundo—. Algo está sucediendo en la ciudad. Los leales se han levantado contra Evelyn y han atacado uno de sus almacenes de armas.

Lo miro. Llevaba unos días sin preguntarme qué sucedía en la ciudad, estaba demasiado inmersa en lo que pasaba aquí.

—¿Los leales? —pregunto—. ¿La gente liderada por… Johanna Reyes… ha atacado un almacén?

Antes de marcharnos estaba segura de que estaba a punto de estallar otro conflicto en la ciudad. Parece que ya ha estallado. Sin embargo, me siento muy alejada de él porque casi todas las personas que me importan están aquí.

—Liderados por Johanna Reyes y Marcus Eaton —dice Caleb—. Pero Johanna estaba allí y llevaba un arma. Ha sido absurdo. Los del Departamento parecen muy inquietos con ese tema.

—Vaya —comento, sacudiendo la cabeza—. Supongo que era cuestión de tiempo.

Guardamos silencio de nuevo y nos alejamos el uno del otro a la vez: Caleb vuelve a su catre y yo me alejo por el pasillo, siguiendo sus indicaciones.

Veo la sala de los árboles genealógicos a lo lejos. Las paredes de bronce parecen despedir una luz cálida. De pie en el umbral me siento como dentro de un amanecer, el resplandor me rodea. Los dedos de Tobias recorren las líneas de su árbol (supongo), aunque lentamente, como si en realidad no les prestara atención.

Creo distinguir la vena obsesiva a la que se refería Amar. Sé que Tobias ha estado observando a sus padres en las pantallas, y ahora está contemplando sus nombres, aunque no hay nada en esta habitación que no sepa ya. Yo tenía razón cuando dije que estaba desesperado, desesperado por encontrar una conexión con Evelyn, desesperado por no ser defectuoso, aunque no se me ocurrió que ambas cosas estuvieran relacionadas. No sé cómo me sentiría yo si odiara mi historia y, a la vez, ansiara el amor de las personas responsables de esa historia. ¿Cómo es que nunca me había fijado en ese cisma dentro de su corazón? ¿Cómo es que nunca me había dado cuenta de que, además de su lado fuerte y de su lado amable, también había un lado dolido y roto?

Caleb me contó que nuestra madre le había explicado que todos tenemos una parte mala, y que el primer paso para amar a alguien es reconocer esa misma maldad dentro de nosotros, para así perdonar. Entonces ¿cómo voy a echarle en cara a Tobias su desesperación, como si yo fuera mejor que él, como si yo nunca hubiera dejado que mi parte defectuosa me cegara?

—Hola —lo saludo, haciendo una pelota con las indicaciones de Caleb al metérmelas en el bolsillo de atrás.

Él se vuelve, serio, con esa expresión que tan bien conozco. Es la misma que tenía cuando lo conocí, las primeras semanas, como un centinela que protege sus pensamientos más íntimos.

—Mira —le digo—, creía que debía averiguar si podía perdonarte o no, pero ahora estoy pensando que no me has hecho nada que deba perdonar, salvo quizá acusarme de estar celosa de Nita…

Abre la boca para interrumpirme, pero levanto una mano para detenerlo.

—Si seguimos juntos, tendré que perdonarte una y otra vez, y si todavía estás interesado, también tendrás que perdonarme una y otra vez. Así que la clave está en el perdón. Lo que de verdad debería estar intentando averiguar es si todavía somos buenos el uno para el otro.

Durante todo el camino de vuelta he estado pensando en lo que me ha dicho Amar, en que todas las relaciones tienen problemas. He pensado en mis padres, que discutían más a menudo que los demás padres abnegados que yo conocía y, a pesar de ello, pasaron juntos cada uno de sus días hasta que murieron.

Entonces he pensado en lo fuerte que soy ahora, en lo segura que me siento y en que durante todo el camino él me ha repetido que soy valiente, que me respeta, que me ama y que merezco que me amen.

—¿Y? —pregunta, y tanto su voz como sus ojos vacilan un poco.

—Lo somos —respondo—. Creo que sigues siendo la única persona lo bastante fuerte como para darme fuerzas.

—Lo soy —responde con voz ronca.

Y lo beso.

Sus brazos me rodean y me sostienen, levantándome hasta dejarme de puntillas. Entierro la cara en su hombro y cierro los ojos para centrarme en respirar únicamente su perfume a limpio, el aroma del viento.

Antes pensaba que, cuando la gente se enamoraba, aterrizaban donde aterrizaban y después no tenían más elección en el asunto. Y puede que sea cierto al principio, pero no lo es después, ahora.

Me enamoré de él, pero no me quedo con él por inercia, como si no hubiera nada más a mi disposición. Me quedo con él porque así lo decido todos los días al despertarme, todos los días que nos peleamos, nos mentimos o nos decepcionamos. Lo elijo a él una y otra vez, y él me elige a mí.