TRIS
El hospital está atestado de gente, todos gritan o corren de un lado a otro cerrando cortinas. Antes de sentarme he buscado a Tobias por todas las camas, pero no estaba en ninguna. Todavía tiemblo de alivio.
Uriah tampoco está aquí, sino en una de las habitaciones, con la puerta cerrada; no es buena señal.
La enfermera que me aplica antiséptico en el brazo está sin aliento y echa un vistazo a su alrededor en vez de dirigir la vista a mi herida. Me dice que es un arañazo, nada de lo que preocuparse.
—Puedo esperar si necesitas hacer otra cosa —le digo—. De todos modos, tengo que buscar a alguien.
Ella frunce los labios y responde:
—Necesitas puntos.
—¡Es un arañazo!
—En el brazo no, en la cabeza —responde, señalándome la frente.
Con todo el caos, se me había olvidado el corte, pero todavía no ha dejado de sangrar.
—Vale.
—Te voy a inyectar un anestésico —dice mientras me enseña una jeringa.
Estoy tan acostumbrada a las agujas que ni reacciono. Me humedece la frente con antiséptico (aquí son muy cuidadosos con los gérmenes) y noto el pinchazo de la aguja, aunque desaparece rápidamente a medida que surte efecto el anestésico.
Observo a la gente que pasa corriendo junto a nosotras mientras ella me cose la piel: un médico se quita unos guantes de goma manchados de sangre; una enfermera lleva una bandeja con gasas y está a punto de resbalar en las baldosas; el familiar de un herido se retuerce las manos. El aire huele a productos químicos, papel viejo y cuerpos calientes.
—¿Alguna novedad sobre David? —pregunto.
—Vivirá, aunque tardará en volver a caminar —responde; entonces deja de fruncir los labios unos segundos—. Podría haber sido mucho peor si no hubieses estado allí. Ya estás lista.
Asiento con la cabeza. Desearía poder contarle que no soy una heroína, que lo he usado de escudo, como una pared de carne. Desearía poder confesarle que odio al Departamento y a David, y que soy capaz de permitir que revienten a balazos a alguien con tal de salvar la vida. Mis padres estarían avergonzados.
La enfermera me pone una venda sobre los puntos para proteger la herida, y recoge todos los envoltorios y los algodones mojados para tirarlos.
Antes de poder darle las gracias, se va a la siguiente cama, al siguiente paciente, a la siguiente herida.
Los heridos hacen cola en el pasillo que da a urgencias. Por lo que he visto, deduzco que detonaron otra bomba a la vez que la de la entrada. Las dos eran distracciones. Nuestros atacantes entraron por los túneles subterráneos, como Nita dijo. Lo que no mencionó fue que pensara abrir agujeros en las paredes.
Las puertas del final del pasillo se abren, y unas cuantas personas entran corriendo con una mujer joven (Nita) en brazos. La dejan en un catre, cerca de una de las paredes. Ella gruñe y se agarra un rollo de gasa con el que se aprieta la herida del costado. Curiosamente, veo su dolor como algo ajeno. Yo le disparé, tenía que hacerlo. Fin de la historia.
Mientras recorro el pasillo entre los heridos, me fijo en sus uniformes: todos van de verde. Salvo escasas excepciones, todos son personal auxiliar. Se sujetan brazos, piernas o cabezas ensangrentadas; algunas heridas son como las mías, y otras, mucho peores.
Contemplo mi reflejo en las ventanas que hay justo después del pasillo principal: tengo el pelo sucio y lacio, y la venda me tapa media frente. Llevo parte de la ropa manchada de sangre de David y mía. Necesito ducharme y cambiarme, pero primero tengo que encontrar a Tobias y a Christina. No he visto a ninguno de los dos desde antes de la invasión.
No tardo en encontrar a Christina: está sentada en la sala de espera cuando salgo de urgencias, moviendo tanto la rodilla que la persona que tiene al lado le lanza miradas asesinas. Levanta una mano para saludarme, pero sus ojos se apartan de los míos y se vuelven hacia las puertas justo después.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí. Todavía no hay noticias de Uriah. No he podido entrar en la habitación.
—Esta gente me vuelve loca, ¿sabes? No le dicen nada a nadie. No nos permiten verlo. ¡Es como si creyeran que él y todo lo que le suceda es solo cosa suya!
—Aquí funcionan de otra forma. Seguro que te contarán algo cuando tengan noticias concretas.
—Bueno, te lo contarán a ti —responde ella, frunciendo el ceño—, pero no estoy convencida de que a mí me hagan caso.
Hace unos días no habría estado de acuerdo con ella, ya que no estaba segura de hasta qué punto influía en su comportamiento la creencia en el daño genético. No sé bien qué hacer, no sé cómo hablar con ella ahora que tengo estas ventajas de las que ella no disfruta, y que ninguna de las dos puede hacer nada al respecto. Solo se me ocurre quedarme a su lado.
—Tengo que encontrar a Tobias, pero volveré después para sentarme a esperar contigo, ¿vale?
Ella me mira al fin y deja quieta la rodilla.
—¿No te lo han contado?
—¿El qué? —pregunto mientras se me forma un nudo en el estómago.
—Han detenido a Tobias —responde en voz baja—. Lo vi sentado con los invasores justo antes de venir aquí. Algunas personas lo vieron en la sala de control antes del ataque y dicen que estaba desactivando el sistema de alarma.
Me mira con tristeza, como si yo le diera lástima, pero yo ya sabía lo que había hecho Tobias.
—¿Dónde están?
Necesito hablar con él y sé lo que voy a decirle.