El amor produce exaltación; no solo el amor entre humanos,
sino también debilita la sabiduría de los demás animales.
Cristabel había cerrado los ojos un instante, y los componentes del grupo, incluido el trío de rotsenkors, vieron cambiar el paisaje por los ventanales de la cápsula.
—Esperemos que los sensores externos determinen el tipo de atmósfera y las condiciones de habitabilidad antes de salir —proclamó Jake.
En la parte anterior de la cabina podían ver manómetros, higrómetros y una docena de instrumentos con pequeñas pantallas visibles que cambiaban a gran velocidad. Jake sabía que, en ciertos casos, los sensores tardaban a causa de la complejidad de la atmósfera.
Antes de salir de XmirR-c4.4b, el otro exoplaneta, Jake definió una parte de la misión. Empezó por lo más difícil para sobresaltarlos y, a medida que se sosegaran, pero propensos y a la receptiva, darles los datos indispensables.
El universo mide 14.000 millones de años luz y, según los astrónomos, se expande, pero las leyes de la física nos permiten viajar a velocidades como la de la luz, y —teóricamente— no podemos ir hasta la última galaxia.
Jake ordenó el lanzamiento a Cristabel y a los rotsenkors, que estaban en el exterior, e inmediatamente notaron que los sensores de ambiente externos mostraban una atmósfera pasable.
Los habitantes del exoplaneta Ypsilon Erídano eran espíritus y solo espíritus; imposible verlos, palparlos o sentirlos. Eran sensibles y se hacían notar vía contactos mentales, los percibían, y como se hacían entender conceptualmente, la telepatía no representaba un papel. Sin embargo, había preferencias por parte de los espíritus, y se comunicaban más a menudo y hondamente con Erik y Molins, y estos «traducían» las historias que los eridanos les contaban.
Sorprendentemente, su historia era vagamente similar a la de los rotsenkors: habían existido como entes corpóreos que necesitaban respirar, hablar, comer y amarse, pero avanzaron a la transmisión del pensamiento —completamente distinta a la telepatía—, y luego de algunos experimentos de desincorporación, progresaron hasta hacer de la maniobra un acto completamente normal en ellos. Entonces, dieron el salto que los desincorporó totalmente, y continuaron vida como espíritus.
—¿Es vuestra vida siempre así?, ¿existe la muerte para vosotros? —preguntó Erik a su interlocutor, un ente llamado Ejaid.
—No, claro que no es para siempre, y la muerte existe —replicó Ejaid—. Cuando morimos, deja de existir, nos desvanecemos.
—Pero ¿no se dan cuenta los demás, no hay tristeza colectiva, no hay funeral? —intervino Molins.
—Todos nos damos cuenta instantáneamente y penamos colectivamente cada vez que uno de nosotros muere.
—¿Tenéis enfermedades o vivís todos el mismo lapso de tiempo?
—Algunos morimos antes, otros vivimos más tiempo, y tenemos enfermedades, algunas incurables. Aunque seamos espíritus seguimos atados a nuestro antiguo cuerpo, que se conserva en colectividades y va envejeciendo. Cuando nuestros cuerpos mueren, morimos nosotros, pero vivimos mucho más tiempo que antes.
—¿Y cómo es la reproducción? —indagó Erik—, ¿cómo llegáis a ser tan numerosos?
—Como siempre —replicó Ejaid—. Volvemos a nuestros cuerpos y pasamos un periodo de reproducción en el existidorio que nos corresponde, allí nacen los nuevos seres, se incorporan a un jardín infantil, y luego pasan a espíritus.
—¿Cuándo? —preguntó Erik.
—Primero deben aprender lo que sabemos nosotros, y pueden elegir entre vivir como espíritus o seguir con cuerpo; entonces se trasladan al otro lado.
—¿Quieres decir —saltó Molins emocionado— que hay seres de carne y hueso en algún sitio?
—Tu imaginación te engaña —replicó Lloder, otro ente anexo a Ejaid—, nuestros cuerpos físicos no tienen huesos, mira bien la imagen que te muestro.
Erik y Molins dieron un violento respingo y hablaron entre sí.
—¿Sabes lo que son?
—No, pero me dan miedo.
Jake intervino, inquieto por la reacción de sus hombres, y aplicó la fuerza extraordinaria de su voluntad para romper la barrera mental que impedía su participación en la comunicación con los eridanos.
—Hemos venido de un planeta lejano sin intención perjudicial, y es mi deseo ver lo que han visto mis compañeros.
Lloder envió la misma imagen y Jake, prevenido, no movió un solo músculo, pero la visión era, cuando menos, alarmante para cualquier ser humano de cultura normal. Lo que veían en la imagen era exactamente lo mismo que una medusa: cabezas colmadas de tentáculos o serpientes en movimiento que el ¿animal? aplicaba para trasladarse en cualquier dirección, los ojos muy separados y una boca cavernosa y sin dientes.
—¿Es así como se ve un habitante de este planeta? —preguntó Jake.
—Exactamente —replicó Lloder—, no veo por qué tus amigos sufren mala emoción.
—Nos recuerda a un personaje mitológico de nuestra historia, pero eso no quiere decir nada.
—Me complace oír eso, temí una reacción inamistosa —dijo Ejaid.
—Nos gustaría visitarlos, ¿dónde están?
—Al otro lado del mundo; pero explica cosas de tu mundo y también quiénes son esos tres.
—Son rotsenkors, del planeta XmirR-c4.4b.
—No sé dónde es ni podemos verlo, explica más.
—¿Hay científicos entre vosotros?
—¿Qué es un científico?, ¿es un sabio?
—Sí, son seres que conocen mucho, incluso cosas del universo.
Ejaid explicó a Jake su concepto del universo, que consistía en conocer su propio sol y algunos planetas, pero los eridanos no tenían interés en conocer las complicaciones cósmicas; eran espíritus y viajaban donde querían.
—Yo he viajado, como espíritu, a todos los objetos que brillan, he visto otros seres vivientes, inteligentes, y otros seres inexpresivos, pero aquí vivimos hartos de delicadeza, y no es una vida difícil, prefiero esto que viajar lejos.
—Cada civilización es diferente —contestó Jake—. ¿Veneráis algún dios?
—¿Qué es un dios?
—Nosotros creemos en un dios omnipotente y omnisciente que creó el universo, y lo veneramos, lo adoramos —contestó Jake.
—No sabemos nada de eso; quizá sea para vosotros, y no para nosotros —expresó Lloder en la mente de Jake.
—Si creó el universo, es para todos —lanzó Jake su potente pensamiento—, para vosotros también.
Jake reflexionó y descubrió una incoherencia fundamental que le hizo sospechar; los espíritus se comunicaban entre ellos, con ellos y quién sabe con quién más, pero no tenían un concepto de dios, y eso le parecía raro. Creer en algo sobrenatural era intrínseco en cualquier criatura y, para los legos en psicología, también en los animales; estos últimos veían tantos fantasmas y asistían a tantos milagros como el ser humano, pero no podían expresarse para entenderlos. Aquellos espíritus, sin embargo, no creían en nada de eso.
—Vosotros no creéis, por tanto, en ninguna fuerza desconocida para la ciencia o el sentido común, ¿entiendes la pregunta?
—No, no la entiendo —dijo Lloder.
—¿Y Ejaid lo entiende?
—Tampoco —transmitió este.
Jake entendió bruscamente que se hallaba ante una forma ajena a la vida; cerró su vía de comunicación electromagnética y llamó aparte a Molins y a Erik.
—Creo que nos hallamos entre seres extrabiológicos que quieren comportarse como si fueran seres vivos, pero en realidad son muertos.
—¿Qué quieres decir? —demandó Erik inquieto.
—Que nos encontramos en un planeta donde la vida biológica no existe, los entes que parecen ser espíritus son simplemente ondas electromagnéticas transmitidas por robots o máquinas, y las visiones que nos ofrecen son irreales.
Cristabel se había acercado y puso una mano en el hombro de Jake.
—Tengo la misma sensación —apuntó.
Kirsten fue hacia ellos con su maletín; quería preguntar a Jake si era posible ver a los seres del otro lado del planeta, en suma, quería poner sus manos en un eridano.
—Kirsten… verás —carraspeó Jake—, me temo que nos hallamos en un exoplaneta poblado de vida artificial: son máquinas, no tienen ADN.
Kirsten lo miró a través de la careta de plástico como si se hubiera vuelto loco.
—Imposible… los espíritus… —balbució.
—Kirsten —intervino Jake—, los impulsos que recibimos de los supuestos espíritus son electrones en forma de ondas; si estuviéramos más lejos, no llegarían, y carecen de conceptos que solo se dan en los seres vivos.
—¿Cuáles? —preguntó Kirsten.
—Religiosos —contestó Erik—, pero debe haber habido una civilización de seres vivos, puede que hace mucho tiempo.
—Es probable, pero ellos han ido transmitiendo a sus reproducciones clónicas la información importante, eso es indiscutible. —Jake hizo una pausa para gesticular con vehemencia, y repitió—: Es obvio que no tienen alma, a pesar de ser espíritus o pasar por espíritus.
—¿Inteligencia artificial? —borbotó Molins—. No lo hemos conseguido nunca en la Tierra y aquí están. ¿Y aparte de existir como espíritus, qué?
—No existen, Molins —dijo Jake—. Creen existir, esa es la diferencia.
—¿Qué diferencia hay entre lo uno y lo otro? —rogó Erik realmente asustado—. ¿Cómo lo notas?
Jake los miró a todos y pidió al trío rotsenkoriano que se acercase. Ellos, tan extraños a los seres humanos, eran vida biológica. Jake les preguntó:
—¿Creen que los eridanos son seres vivos?
—No —contestó el trío, que actuaba y hablaba por una sola boca y como un solo ser.
«Son una trinidad», pensó Jake.
—¿Qué hacemos con los eridanos? —expresó Kirsten claramente aterrada.
—Nada —replicó Jake—, son inofensivos, están programados para pasar por seres vivos, y lo único que podemos hacer es irnos al otro lado de este planeta y averiguar sobre las medusas o lo que sean.
—Me alegro de que hayas sido tú el primero en usar el término —intervino Molins.
—¿Cómo está descrita la medusa en el texto griego? —indagó Jake.
—Medusa era una de las tres gorgonas, y era muy guapa, pero Poseidón la violó disfrazado de caballo y ella se transformó en una horrible máscara de mujer con víboras como cabello y ojos que transformaban en piedra a los que la veían: murió mirándose a sí misma en el espejo de Perseo, un héroe griego; pero es un cuento.
—¿Y qué hacía la sangre de Medusa?
Nadie contestó.
—Resucitaba a los muertos —declaró Jake—. Está claro, la parábola es cristalina.
Nadie lo entendió.
—Alguna vez hubo una civilización que creó inteligencia artificial, pero no era perfecta. Murieron, por alguna causa que averiguaremos, y quedaron los robots, los robots inteligentes.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo deduzco; la inteligencia artificial siempre careció de imaginación. Les inyectamos toda la ciencia, pero no pudimos pasarles ni enseñarles el amor, y sin amor no hay imaginación, y sin imaginación no hay progreso… ¿sigo?
—No es necesario —cortó Molins—, vayamos al otro lado, a las medusas.
Cristabel asintió, y todos tomaron su sitio en la cabina; esta consistía en una construcción de plástico ligero, sin mayores aditamentos; era una protección probablemente innecesaria, y la usaban como elemento psicológico.
No se movieron, y Jake miró a Cristabel.
—No puedo —dijo ella—, no puedo imaginarme el lugar, y sin eso no hay telepatía combinada con la ventana de Tesla.
Jaketo puso en marcha su propia mente e hizo un esfuerzo para ayudar a Cristabel, pero todo fue inútil, y la fuerza telepática de ambos, combinada con la potencia de las baterías, no movió la cápsula.
Ellos no lo sabían, pero se había producido un ciclo de génesis solar explosiva, y estaban rodeados de rayos gamma y partículas solares de una estrella cercana y, bajo el influjo de aquella poderosa fuerza, era imposible salir.
—No me lo explico —tosió nervioso Erik.
—Mira los manómetros, hay radiaciones por todas partes.
—En ese caso no podemos exponernos ni salir fuera. Tengo dudas sobre la protección que nos dispensa la cápsula, no sé si será suficiente.
—En todo caso —apuntó Molins—, el aire no me preocupa, porque tenemos las máquinas, pero la comida sí.
—¿Quién te dice que hay comida donde las medusas?
—Si son seres vivos, habrá comida; los seres vivos comen, lo que sea, pero comen, y si comen ellos, comeremos nosotros —cerró Molins.
Las esperas son comúnmente indescriptibles: uno espera un acontecimiento, una mejora de la salud, la llegada de un transporte; ellos esperaban la desaparición o mengua apreciable de las radiaciones, no una disminución de un 50 o un 75%, necesitaban reducir las radiaciones en un 95%, y solo tenían una escafandra total, las demás eran para respirar.
Para que la teletransportación funcionase requerían la desaparición total de los rayos gamma, y esperaron. La telepatía de Cristabel sufría parestesias constantes, y hasta la desaparición de los síntomas no podían asumir el menor riesgo; pero el paso del tiempo es ineluctable, y después de largos días, según el calendario terrestre, los manómetros retornaron a la normalidad, y ellos decidieron dar el pequeño salto.
Parecía un campo de girasoles. Las cabezas eran mayores y no miraban al sol; permanecían inmóviles, eran muertos.
Kirsten se acercó y aproximó un instrumento recolector; iba a raspar la superficie de una de las cabezas, pero se retiró emitiendo un aullido lastimero.
—Tienen vida —aseguró Kirsten.
—Parece que sí —confirmó Jake—, ¿nos hemos equivocado y estamos en otro lugar del planeta?
—No lo creo —replicó Kirsten—, su aspecto es exacto al que nos proyectaron sus espíritus; podrían dejar atrás ciertos reflejos puramente animales, y para subsistir sin su espíritu, deberían alimentarse de algo, sino morirían.
—No podrían volver ni reproducirse —reconoció Molins—, ¿pero de qué se alimentan?
Un moscardón, el primer insecto que veían en un exoplaneta, se posó hambriento en la superficie dorada de uno de los entes y, con una rapidez extraordinaria, se abrieron unos tentáculos que engulleron el insecto.
—De insectos, parece —declaró Kirsten—, ¿de dónde saldrán? —Y, curiosa, introdujo su mano entre los tentáculos cerrados, que la retuvieron para comérsela; entre todos ayudaron a extraer la mano y parte del brazo; a buena hora, la mano estaba llena de enzimas que, como ácido, corroían la mano y la muñeca de Kirsten, quien se apresuró a remediarlo.
—Y seres humanos, si los pillan —concluyó Jake, con la inteligencia aguda y el cinismo de un hombre que ha descubierto certitudes exterminadoras de la fe y comprende que la variedad de la vida misma es sobrecogedora en extremo. Entonces, se hizo la misma pregunta de siempre: «¿Quién hizo esto?», y se contestó a sí mismo con otra pregunta: «¿Por qué tuvo que haber alguien?».
Comprendió también que el subconsciente viaja tanto por los sueños como por las distracciones, lo que explicaba la confusión del ser humano sobre los dioses, pero también su inhabilidad para explicarlo. «¿Está el futuro en las estrellas, en el infinito? ¿Existe sin el pasado?», se preguntó.
Jake sintió una oleada de miedo y supo que era fruto de la ignorancia; decidió, entonces, hacer una investigación exhaustiva de Ypsilon Erídano; no se fiaba un pelo de las apariencias y comprendía, instintivamente, que los misterios son inventos de uno mismo o de los vividores de mentiras.
Miraban, a una distancia prudencial, los extraños girasoles sin vida espiritual, pero con vida animal, y no se apercibieron de la tupida red de raíces que empezaba a cubrir sus pies y tobillos. ¡Los girasoles los habían apresado!
Jake lo advirtió primero, y surgió una titánica lucha entre los miembros de la expedición y las fortísimas raíces. Jake descubrió que si simplemente las partía como cualquier tallo, y con el mismo esfuerzo, estas caían exánimes por tierra. Así fue como logró desembarazarse de todas. Otros, sin embargo, yacían enmarañados y a punto de ahogarse con las raíces al cuello.
Todos acabaron por liberarse, aunque no sin dolorosas quemaduras de las potentísimas enzimas que habían empezado a digerirlos.
No obstante, continuaron explorando el exoplaneta sin acercarse a los girasoles.
Ypsilon no era grande, por lo tanto, exploraron cuanto pudieron la zona de los espíritus puros y la de las apartadas plantaciones caníbales, pero les urgía decidir si continuar su periplo más lejos o retornar a la Tierra.
Necesitaban un descanso y reunirse con el concejo de exploraciones para determinar el próximo objetivo; necesitaban más telépatas, bioquímicos, naturalistas, una cápsula mayor y más resistente, y mayor capacidad de almacenamiento de alimentos, escafandras y mil equipos más.
Cerca de la cápsula oyeron un ritmo y, poco a poco, fueron parando. El ritmo, que era parecido al antiguo rap, sonaba cerca de la cápsula y pareció embrujarlos. Ajuicio de Jake, era una invocación, así lo comprendió y reaccionó a continuación: saltaba sobre la tierra y animaba a los demás a imitarlo; rompía el conjuro con sus propios contra ritmos, y pronto se vieron libres del encantamiento.
Jake pensó con rapidez; los habitantes de Ypsilon eran cualquier cosa menos inocentes e intentaban atraparlos a toda costa. Jake no comprendía por qué unos espíritus y sus habitáculos semimuertos deseaban cuerpos y almas de unos expedicionarios de otro sistema solar, y le sorprendió que uno de los espíritus invadiese su inconsciente. Jake endureció el subconsciente, pero no pudo evitar que el extraño le hablase. Era una parestesia de temblores que le decía: «La experiencia sensorial es agradable en la juventud, preciosa durante el resto de la vida y disminuye hasta la muerte en la senectud. Nosotros vivimos como viejos y hemos visto que vosotros, a través de la telepatía, nunca envejecéis, y por eso queremos hacerla nuestra». Jake no quería contestar, no quería establecer el hilo sutilísimo por el cual pudiera colarse el espíritu y robarle su propio ser, e hizo un esfuerzo de voluntad que cortó en seco el conjuro.
—¿Sois libres todos? —preguntó.
—Sí —replicaron todos.
—Han intentado retenernos con una invocación rítmica similar a la que se produce al leer los versos hexamétricos de un conjuro —les explicó, y advirtió—: Nos iremos, pero antes sabed que estos seres o espíritus no son inofensivos, nos quieren como alimento para sus cuerpos abandonados; ellos pueden vivir sin nosotros, pero necesitan algo más, y aprovechan que la cordura de algunos animales es frágil. Digo esto al intuir que existen otros animales o seres vivos en el planeta que no aún hemos descubierto.
—Jake —dijo Molins—. ¿A qué viene este rollo?
—Nos hemos comunicado con los seudoespíritus porque son incapaces de sentir. Intentaron atraparnos al otro lado, pero, como sabemos, la eficacia de la telepatía no disminuye con la distancia; es una muestra más de la soledad que sufren, y es una civilización peligrosa: disponen de medios mentales carentes de dimensiones espaciales. Si quisieran, o supieran, invadirían la Tierra.
—¿Vale la pena explorar todo el planeta? —inquirió Molins.
—Naturalmente, pero nosotros no lo haremos, serán otros, los que vengan después de nosotros. Volveremos a casa y de allí buscaremos nuevos horizontes.
La cápsula se encontraba tras unos peñascos y al verla, presos de espanto, se detuvieron: gruesas raíces cubrían el vehículo que les servía de transporte colectivo por sinergia de la telepatía, y también la ventana electromagnética de Tesla.
Jake se acercó cauteloso y comprendió que escapar del exoplaneta se había convertido en una empresa difícil, por no decir imposible. Las raíces revestían la nave por completo, y Jake veía de cerca lo que no había visto antes.
Cada una de las raíces principales medía lo que un tronco de árbol y encerraba a la nave, ayudada por docenas de raíces de menor diámetro y miles de ellas del grosor de cuerdas.
—¿No quedamos en que eran robots? —dijo Molins—. Las raíces son una muestra de vida.
—Cierto —replicó Jake, y confesó que no lo entendía—. Esto contiene tantas posibilidades como estrellas hay en el universo. ¿Los seres vivos en forma de girasol serán controlados por los robots? —se preguntó.
—Tenemos poca cosa contra esto; unos míseros cuchillos y algunos machetes para abrirnos paso en lugares de vegetación tupida, pero contra estas raíces, que parecen de acero, no hay nada que hacer —apuntó Erik, y agregó—: Es cosa de negociar con ellos.
—¿Con los espíritus o con los girasoles? —cuestionó Kirsten.
De improviso, Jake sintió su mente atenazada por un poder superior; se sentía como controlado por otro ser, hipnotizado. Intentó mirar a sus compañeros y advirtió que todos pasaban por la misma situación: ¡todos eran prisioneros!
Jake comprendió, en un momento de iluminación inesperado, que la posesión espiritual era un simulacro para mostrarles la potencia de unos seres sin vida, y que era necesario negociar, como pensaba Erik.
Las ondas que lo aprisionaban aflojaron su potencia, y Jake, en un movimiento rapidísimo, se colocó la escafandra y la fuerza desapareció. «¿Qué es esto?», se preguntó, y lo supo de inmediato: eran ondas electromagnéticas de una potencia tal que anulaban sus cerebros —sus mentes también emitían las mismas ondas— y su naturaleza era técnica, tenían gran potencia, pero sin dirección, y aflojaron.
Uno de ellos, que se identificó como el rey de los eridanos, comenzó a sentar las bases de una discusión entre él mismo, como representante de los eridanos vivos en forma de espíritu, de los carentes de espíritu, pero vivos en carne, y de la vida vegetal obediente a los espíritus, y le planteaba cuestiones arduas que Jake apenas comprendía. Había oído, adivinado, raspado la telepatía y aprendido su idioma en muy poco tiempo y lo arengaba, mejor dicho, lo exhortaba a no continuar su viaje hasta la última galaxia.
—Tu proyecto de viajar hasta la última galaxia es un sinsentido, y ese dios que esperas encontrar no existe.
—¿Por qué es un sinsentido, y por qué dices que ese dios no existe?
—Hay conceptos extraordinariamente complejos que nosotros mismos como espíritus no comprendemos. Como espíritus podemos viajar donde queramos en un instante, y hace mucho tiempo, antes de alternar entre espíritus y entes físicos, intentamos viajar al fin del universo y descubrimos que no existe.
—Lo que me transmites no es lógico. Nosotros sabemos que el fin del universo existe, lo hemos comprobado —contestó Jake a la entidad espiritual suprema.
—Te equivocas. El universo es plano pero tiene una curvatura inevitable que lo convierte en infinito: cuando llegas al final es como si llegaras al principio: no tiene principio ni fin.