La mente humana utiliza su propio camino para evitar su

autodestrucción, y ante una noticia devastadora, suaviza

su impacto y ralentiza la velocidad de comprensión.

Cristabel hacía esfuerzos titánicos para interpretar lo que percibía, mientras anotaba lo que veía en la misma carpeta del ordenador donde constaban cosas percibidas por Laura, Marivi y Montse, pero no avanzaba y, en un momento determinado, se quedó dormida. No despertó hasta pasados diez días, a pesar de los esfuerzos de médicos y sanitarios, y pidió transmitir sus percepciones a la pantalla gigante del centro. La pantalla crepitó y aparecieron letras, palabras, guiones, puntos y jeroglíficos desconocidos.

—Magnífico —aulló Jake emocionado—. Ha conseguido entender letras, palabras y signos.

—Los jeroglíficos indican que ve imágenes —añadió Molins emocionado.

Montse estaba embarazada. Era inusual, puesto que la reproducción de los seres humanos se había externalizado por completo, pero si alguna madre tenía deseos de sentir a su bebé internamente, tampoco era un problema. De todas maneras, Montse no acudió a la reunión de las otras tres telépatas, se encontraba mareada y tenía caprichitos, comía tiza y algunas cosas indecibles, y excusaron su presencia.

—Lo de la pantalla me lo escribieron en una pizarra, eran unos autómatas muy torpes —aclaró Cristabel a las otras dos.

—También percibí algo parecido —dijo Laura.

En tres meses habían logrado compilar un texto de unas cien palabras; los ordenadores trabajaban sin parar para descifrar el lenguaje, pero todas eran especulaciones.

Jean Paul, un neurofilólogo francés, se paró ante Jake y Molins, que estaban pendientes de la macrosuperficie brillante que parpadeaba sobre sus cabezas, y revolviendo azúcar en su taza de té, soltó una cita de Pascal, el teólogo, matemático y filósofo francés del siglo XVII.

—Las lenguas son cifras en que las letras no se cambian por letras, sino por palabras, de suerte que una lengua desconocida es descifrable.

El trabajo en la traducción se había convertido en una obsesión mundial, y cientos de ordenadores combinaban lo que ellos tomaban por letras, números, pictogramas o jeroglíficos y analizaban la frecuencia repetitiva de vocablos, letras, sílabas y la existencia o no de acentos, comas, puntos, la longitud de los párrafos, la posible intercalación de números, el formato y la misteriosa conexión entre unas y otras. Los ordenadores clasificaban frases aleatorias, las comparaban con probables significados, buscaban los equivalentes a conjunciones, adverbios, artículos, preposiciones y verbos; pero, claro, ignoraban si la civilización que estudiaban usaba pronombres, conjugaciones y verbos irregulares, y el trabajo se hacía prácticamente imposible.

Dagmar Kühne era física y, probablemente, tenía toda la física de la Tierra en la cabeza. Llevaba cuatro años en el centro y era la encargada de coordinar con el equipo alemán, que contribuía excelentemente.

—Me dice Walter, desde Basilea, que hemos llegado al punto final; entre todos hemos deducido algunas palabras. Tú sabes que Walter es un lingüista inmenso, y lo que voy a decir es una sorpresa o, mejor dicho, son dos.

—Habla, Dagmar, nos tienes fritos de ansiedad.

—Es que busco un espejo y no veo ninguno.

—¿Para qué lo quieres? Mandaré a buscar uno.

—Mientras llega el espejito, espejito… —dijo Dagmar sonriendo—, me explico en parte. Existen planos ultraluminosos entre el exoplaneta y la Tierra.

—Lo sabemos, Dagmar, era una de las teorías y la hemos eliminado; no sirve para viajar, es un modo o sistema espiritual, y no vale para transportar nada.

—Sí, pero esos planos actúan como espejos.

—¿Quieres decir que la imagen de la pantalla es reflejada?

—Exacto, si ponemos un espejo delante, volverá a ser lo que nos envían.

Jake pegó un salto y salió como un rayo; afortunadamente, el portador del espejo estaba ya en la sala y pudieron, mediante un sistema de poleas y ganchos del techo, colgar el espejo frente a la pantalla. Todos oyeron lo que parecía un horrísono frenazo, sin llegar a localizar de donde salía: eran los ordenadores que, al enfrentarse con la nueva pantalla y ser desviados de la otra, habían sufrido un cortocircuito casi fatal; a continuación, reanudaron su trabajo.