El búho no coge a los ratones en el granero gracias a su vista,

también los oye correr sobre el grano, y ahí está la precisión.

Montse veía en su mente figuras descoyuntadas, superficies reflectantes, prados, llanuras y objetos borrosos; innegablemente veía signos de una civilización, pero lo que su cabeza no podía interpretar eran visiones y sombras, y así se lo decía a Jake. El telescopio aumentaba la irradiación, pero no lo bastante, aunque la alineación del armazón de lentes cóncavas y convexas —por unas milésimas de un segundo de arco— mejoraba la visión. Por tanto, estaba claro que, cuanto mejor apuntaran el anteojo hacia la sugerencia de un exoplaneta u otro, mejor determinarían la naturaleza de los seres vivos.

—Es inútil —gruñó Jake descrestado—, así no llegaremos lejos, y lo que para nosotros es innegable, no lo es para el resto de la humanidad, ¿qué les enseñaremos?

—Esperemos —intervino Molins—. Hemos de identificar el exoplaneta para concentrar el haz de luz y para que ellas puedan ver mejor, pero el contacto…

—El contacto es el contacto, y no lo tenemos —interrumpió Jake.

Laura se vino hacia ellos pálida y desencajada, y se sentó junto a Molins sin decir nada; respiraba trabajosamente y padecía un desarreglo nervioso. Molins y Jake no quisieron apurarla y guardaron silencio, incluso entre ellos, pero tras diez o quince minutos, Laura se calmó y empezó, atropelladamente, a contarles la experiencia que había vivido.

—Cálmate, Laura —le solicitó Molins—. Ahora no entendemos lo que dices, tú misma confundes las cosas, tus palabras no tienen sentido; descansa, duerme si te hace falta, serénate.

—Tienes razón, Arturo —contestó ella—, permíteme otros diez minutos, solo necesito ordenar las ideas que se me han atropellado, ya casi estoy.

—Tranquila —exhortó Jake—, esperaremos lo que haga falta.

—He visto cosas que no entiendo —dijo la chica—, pero comprenderéis que no sepa si sabré explicar tanto prodigio y magia, no sé cómo decirlo.

—Habla, niña —reclamó Jake—, te ayudaremos y, si es necesario, vendrá más gente.

—He visto luces, pero no eran luces, era una ultraluminosidad segmentada que te podía llevar a cualquier parte.

—¿A dónde? —soltaron los dos científicos simultáneamente.

—No lo sé, creo que al exoplaneta, pero allí no hay nada, excepto mares, bosques enanos y desiertos; también algunos edificios derruidos.

—¿Entonces has visto? —exclamó Molins.

—No sé lo que he visto, no hay seres vivos.

—¿Edificios derruidos? —Remedó Jake—. Eso quiere decir que estaban enteros hace tiempo, no importa cuánto, por lo tanto, podría haber vida inteligente. ¿No has visto nada más?, ¿se repite la desolación panorámica por todas parles?

—No lo entiendes, Jake, sé que es difícil hacerlo para una persona sin el don de la telepatía. Nosotros no vemos nada directamente, sino a través de los ojos de nuestros contactos: la telepatía es, también, eso. Por tanto, vemos partes aisladas que ven los contactos en un sitio u otro, y no todo es igual. A ellos no los vemos.

—¿A ninguno?

—A ninguno —replicó Laura—, es decir, la visión es extraña; es limitada y cambia; veo columnas o pilastras y formas redondas que cuelgan de unos cables o cordeles, y tengo una mujer, de nombre Cristabel, que interfiere constantemente, pero desde aquí, no desde allá.

—¿Dónde está?

—Me esforzaré para averiguarlo.