El futuro está en las estrellas, en el infinito, fuera y dentro
de nosotros; el porvenir no existe sin el pasado. El destino
es un albur para los que pasamos por un tiempo inmóvil.
Habían pasado de no saber casi nada a encontrar dos exoplanetas habitados exclusivamente por flora; y tuvieron suerte al encontrarlos cerca, ya que pudieron enviar cohetes iónicos que devolvieron muestras a la Tierra en diez meses, pero la suerte no les había sonreído y carecían del menor indicio sobre las características «visibles» de los exoplanetas habitados y, menos aún, si existía inteligencia en ellos.
Montse, Laura y Marivi habían navegado con sus mentes por el espacio, sin encontrar contacto alguno, y todavía les quedaban ocho exoplanetas por investigar. Estaban en La Palma y disponían del uso exclusivo del Grantecan (Gran Telescopio Canario), que aumentaba enormemente sus caudales telepáticos.
Montse, como lodos los habitantes de la Tierra, tenía un implante telefónico coclear controlado por el cerebro desde su nacimiento, y también transmisores de imagen dentro del globo ocular. Llamó a Jake.
Montse había percibido imágenes vagas, imprecisas y borrosas, pero representaciones al fin y al cabo, del exoplaneta XmirR-c4.4b, un objeto espacial que cada veinte horas daba vueltas a su propio sol, una de las estrellas próximas de Alfa Centauri.
—Jake, como no soy astrónoma y los maravillosos profesionales de aquí no son especialistas en viajes espaciales, esto lo resolverás tú.
—Mon, cariño mío, por ti resolvería hasta el origen del universo o las razones por las cuales este es como una tortilla y no como un huevo. Dime.
—Percibo representaciones de un exoplaneta, como dices tú, pero es muy raro; el director del telescopio me dice que el objeto está siempre visible, excepto durante menos de media hora, cuando su órbita lo esconde detrás de su estrella, y a mí se me interrumpen las imágenes cada diez minutos durante al menos otros diez.
—Vamos a mirar por telescopios para ver qué pasa, Mon, y te llamo —contestó Jake—. Pero ¿qué ves?
—Parece como un mar, un mar grisáceo, a veces, azul.
—¿Puede ser la curvatura del espacio? Porque a esa distancia no debería.
—Tú eres el experto —replicó Montse—. También tengo a Marivi y a Laura mirando, y coinciden conmigo.
—Será otro detrás; seguid —dijo Jake, y fue al despacho de Molins.
—¿Crees que conseguiremos algo? —preguntó Jake.
—Imposible de prever —replicó Molins—. Y claro, la instantaneidad de la transmisión telepática puede verse afectada por la distancia. Al fin y al cabo solo hemos experimentado con Marte y la Luna.
—Pamplinas, Molins, la distancia afecta débilmente a la velocidad de transmisión telepática en el sistema solar, no hay razón para sospechar que lo haga en mayor medida entre un exoplaneta a cuatro o cinco años luz, y la curvatura del universo es, en cualquier caso, casi inexistente. Otra cosa sería si me hablaras de Aldebarán o de galaxias a millones de años luz.
—Lo entiendo, pero…
—Pero nada, Molins, si hay vida extraterrestre en las cercanías, hemos de encontrarla. No diría nada si hubiésemos de buscarla a miles de millones de años luz, porque, además, no serviría para nada, pero en Alfa Centauri me parece factible.
—¿Qué te parece factible: la vida o encontrarla si la hubiera? —demandó Molins.
—Si la hay, encontrarla, naturalmente.
—Nos entendemos, pues.