La Pequeña Muerte colocó un trozo de hoja del árbol de la vida sobre las heridas de uno de los sabuesos infernales que se encontraban al interior de la celda. Luego le pasó la mano por la nariz al sabueso para tranquilizarlo y este le gruñó suavemente.
La Pequeña Muerte levantó la vista y vio a la Muerte que lo observaba desde la entrada de la enorme celda donde estaban los sabuesos.
—Acompáñame.
—¿Hice algo malo?
La Muerte no le contestó.
La Pequeña Muerte se levantó y caminó hasta donde se encontraba la Muerte. El niño trató de tomarle la mano, pero La Muerte lo rechazó.
—Sígueme.
—¿Adónde vamos?
La Muerte no le contestó.