San Pedro encontró las llaves, estaban encima del escritorio, al lado del intercomunicador.
—Ángelo, quedas a cargo del Cielo hasta que vuelva de la reunión que tendré en el Consejo. Ya sabes cómo funciona todo, así que abre las puertas del Cielo y recibe a los nuevos espíritus.
—¿Qué pasará con usted San Pedro? —preguntó Ángelo angustiado.
—No te preocupes Ángelo, todo saldrá bien. Cuando sepan todo lo que está pasando en el Infierno, lo que pasó con los niños será solo un mal entendido.
Los ángeles guardianes estaban atentos a cualquier movimiento sospechoso que pudiera hacer San Pedro. San Pedro abrazó a Ángelo y le susurró al oído.
—Llama a Nikola y dile que lo haga, él sabrá.
—Bien Ángelo, amigo, no hagas esperar a los nuevos espíritus.
Ángelo desconectó la energía espiritual de los barrotes dorados y se dirigió hacia las puertas del Cielo.
—¡Hasta cuándo tendremos que esperar! —dijo un espíritu.
—Sí, que incompetencia —dijo otro espíritu.
—Bienvenidos al Cielo, espero que vuestra estadía sea de lo mejor. Soy Ángelo y seré su guía —dijo Ángelo con la voz muy baja.
—¿Qué dijo?
—No escuché que dijo.
—¡Dije! ¡Bienvenidos al Cielo! ¡Soy Ángelo y seré su guía en su paso por el Cielo!
—Podrías abrir las puertas primero —dijo un espíritu.
—Ah, verdad —dijo Ángelo quien nervioso introdujo la llave en la cerradura para abrir las puertas del Cielo.
—Antes de entrar, por favor, pasen sus discos de identificación por el detector áureo.
—¿Dónde está esa cosa? Yo no veo ninguna —dijo uno de los espíritus.
San Pedro subió la palanca doble y del suelo de nubes apareció la cabina de cristal. San Pedro se despidió de Ángelo con una sonrisa y luego fue escoltado por los ángeles guardianes hasta el transportador que los llevaría hasta el Consejo de Arcángeles.