El transportador se desplazaba a una velocidad fantástica siguiendo una línea invisible que unía el Abismo con el Purgatorio.
—Niños, puede que sea la última vez que estén juntos. Tendrán que ser fuertes, así que será mejor que se despidan antes que los envíen a las Unidades de Reencarnación.
Matías contuvo las lágrimas. Ignacio afligido, abrazó a Matías.
—Fuiste un buen hermano mayor —dijo Matías.
—A ti te encantaba hacer siempre lo que querías, pero has cambiado y me gusta cómo eres.
—Te quiero hermano.
—Yo también te quiero.
San Pedro miraba a los niños tratando de no emocionarse. Las lágrimas corrían por las mejillas de los niños, hasta que el transportador se detuvo.
—Niños, tendrán que aceptar su destino, como yo tendré que aceptar el mío por haberte rescatado Matías.
Los niños abrazaron a San Pedro.
—Usted es el dueño del Cielo, puede hacer algo —le dijo Matías a San Pedro.
—Ojalá fuera así, pero también recibo órdenes de mis superiores a quien les debo obediencia y tendré que explicar y asumir lo que hice.
—¿Cómo podemos saber si hacemos lo correcto o no?
—No lo sabrán hasta que tomen una decisión. Ni yo lo sé, pero si no hacen nada tendrán que vivir con el remordimiento, que es mucho peor. Ustedes tienen un alma buena, así que la decisión que tomen será la mejor.
—Pero en el Infierno está lleno de espíritus que se equivocaron —dijo Ignacio.
—El Infierno está lleno de espíritus que no se respetaron a si mismos ni a los demás. Niños, ustedes deben ser respetuosos con ustedes mismos y con los demás. Sus virtudes compensarán sus defectos, todos los tenemos. Yo todavía cometo errores y eso que conservo todas mis memorias pasadas. Lo único que les puedo decir es que vamos a la Tierra a aprender experiencias, algunas buenas, otras malas, pero necesarias para que nuestra alma se haga más fuerte y podamos pasar al siguiente nivel de evolución.