—Bien niños, despídanse porque nos vamos.
Ignacio se despidió, y los ángeles celadores lo abrazaron y lanzaron por el aire.
—Eres muy valiente para ser un espíritu humano. Espero que nos vengas a ver pronto —dijo un ángel celador.
—Espero que no —dijo Ignacio.
—Es verdad, ja, ja, ja, ja. Solo los espíritus condenados llegan al Abismo.
Ignacio miró por todos lados, pero no vio a su hermano.
—¡Matías!, ¿dónde estás?
Los demás ángeles comenzaron a buscarlo y a revisar por todos lados en busca de Matías.
—Puede que haya escapado al Abismo como tú —dijo Malik—. Iré para abajo a buscarlo.
—Estoy aquí arriba —gritó Matías desde el Faro.
Matías agradeció a Asael, el ángel caído a quien abrazó. Asael se sorprendió y solo emitió un gruñido, ya que no acostumbraba a recibir ninguna clase de afecto. Matías volvió a llamar. Matías se fue corriendo y bajó por la escalera en espiral.
Solo en la penumbra, una lágrima corrió por la mejilla reseca de Asael.
Matías se despidió de los ángeles celadores y luego se reunió con Ignacio y San Pedro. Malik los acompaño hasta la Cámara de Purificación.
—Les puedo pasar los trajes que usamos nosotros para que no tengan contacto con el exterior, pero están llenos de agujeros.
—No te preocupes Malik, estuvimos en el Infierno, así que un par de minutos en contacto con el Abismo no nos hará daño —dijo San Pedro, guiñándoles el ojo a los niños.
—Es bueno conocer a espíritus tan nobles como ustedes. Ojalá que no cambien. Es una lástima que se tengan que ir. Si pudieran quedarse les podría contar todas las historias que pasan en el Abismo —dijo Malik.
—No incites a los niños, ya sabes que no pertenecen a este lugar —sonrió San Pedro.
—La próxima vez vendré y me quedaré más tiempo, lo prometo.
—Bien, espero que sea pronto amigo mío.
Malik y San Pedro se dieron un abrazo de despedida. Los niños salieron por la cámara de descontaminación y continuaron caminando por el pasillo, hasta llegar al transportador. San Pedro sacó la llave de su cuello y la insertó en el aire. La cerradura apareció a un costado del transportador. Giró la llave tres veces y luego la retiró guardándosela. La puerta se abrió y la cerradura desapareció. San Pedro y los niños entraron al transportador y se ubicaron al centro del disco metálico, mientras dos aros de luz comenzaron a moverse, cada uno en sentido contrario elevándose del suelo. Los aros de luz producían un zumbido cada vez más rápido, hasta que una explosión de energía los hizo desaparecer.