La Guerra se levantó y vio todo el caos que había a su alrededor y comenzó a patear y a golpear a los demonios soldados para que dejaran de lamer la esencia espiritual. Un demonio soldado furioso se le lanzó encima y lo atacó. La Guerra se cubrió, y antes de que el demonio le enterrara sus garras, la Muerte con su guadaña le cortó un brazo al demonio soldado. La Guerra se levantó, sacó su espada y se la enterró al demonio en el vientre.
La Guerra cruzó una mirada con la Muerte, pero no dijo nada.
—¡Guardianes! ¡Atrapen a los niños y extermínenlos! —gritó la Guerra furioso.
Los demonios guardianes sacaron sus pesadas hachas de doble filo, extendieron sus alas para volar, pero decenas de sanguijuelas que protegían el nido, mordieron a los demonios impidiendo que estos pudieran volar.
Los niños corrieron a toda velocidad entre medio de los espíritus que no hacían nada para evitar que las sanguijuelas infernales les absorbieran su esencia. Ignacio se detuvo para sacarle las sanguijuelas a Matías y también las que tenía pegadas a su cuerpo, pero al detenerse cientos de sanguijuelas se lanzaron a morderlos.
—¡No te detengas Matías, no te detengas!
—Quiero descansar.
—¡Aguanta!, ¡ya estamos a punto de llegar! ¡No te rindas!
Los niños llegaron hasta la puerta del Primer Infierno, pero esta no se abrió. Ignacio golpeó la puerta con todas sus fuerzas pero tampoco pasó nada.
Uno de los demonios guardianes dio un enorme salto y se estrelló contra las estalactitas que había en el techo del Primer Infierno y cayó de frente a los niños. El demonio seguía sacudiéndose las sanguijuelas pero logró asentarle un potente hachazo a Ignacio, quien por centímetros logró esquivarlo. El hacha quedó incrustada en el suelo mientras el demonio guardián trataba de sacarla.
Los niños estaban aterrados con sus espaldas pegadas a la enorme puerta, cuando escucharon del exterior el profundo sonido gutural metálico que retumbó al interior del Primer Infierno.
Al oír el sonido, los espíritus condenados que estaban encadenados se levantaron y en un acto reflejo comenzaron a empujar los dos enormes cabestrantes que había a los costados de la gigantesca puerta. Las gruesas cadenas se tensaron y comenzaron a enrollarse. La pesada puerta comenzó a chirriar con el roce y se elevó lentamente, dejando a la vista enormes pestañas puntiagudas que aseguraban la puerta.
—¡No dejen que la puerta se abra! —gritó la Guerra furioso.
Dos demonios guardianes saltaron con sus alas abiertas y cayeron pesadamente a los costados de la puerta atacando a los espíritus con sus hachas. Los espíritus encadenados no pudieron hacer nada para defenderse. La enorme puerta de hierro se elevó solo un par de metros antes de detenerse. El peso de la puerta hizo que las cadenas de los cabestrantes se desenrollaran, pero una gruesa pezuña metálica se incrustó en los engranajes impidiendo que la puerta cayera.
—¡No permitan que los espías escapen! —gritó la Guerra.
Los dos demonios guardianes dieron un salto y cayeron rodeando a los niños, bloqueándoles la salida.
Los demonios gruñeron de satisfacción, elevaron sus pesadas hachas para darles el golpe final. Ignacio se dio cuenta que era el fin de todo. Instintivamente cubrió con su cuerpo a Matías para que no viera lo que iba pasar.