San Pedro y los niños se escondieron en uno de los túneles vacíos. San Pedro cayó agotado en un rincón de la cueva y comenzó a ver las piedras del túnel con un brillo inusual. Escarbó un poco y sacó una gran pepita de oro. Incluso los colores ocres y sucios, San Pedro los veía más brillantes.
—¿San Pedro, por qué mira tanto esa piedra negra? —preguntó Matías.
—Niños, ¿ven como brillan las rocas de la cueva?
—Yo puedo verlas —dijo Ignacio.
—Los efectos de la hoja del árbol de la vida están desapareciendo.
San Pedro cogió el bolso de la Pequeña Muerte y lo vació en el suelo. Del bolso cayeron frascos, una argolla con llaves, una canica negra, varios pergaminos enrollados, un lente de aumento, herramientas, la piedra roja y una hoja del árbol de la vida.
San Pedro tomó la hoja, la partió en dos y se las dio a los niños.
—¿Usted no va a comer un poco? —le preguntó Ignacio a San Pedro.
—No hijo, estoy bien. Ustedes la necesitan más que yo.
Los niños comieron de la hoja del árbol de la vida y rápidamente comenzaron a sentirse mejor. San Pedro tomó la canica negra y la examinó. Era redondeada con dos surcos que cruzaban el centro.
—Pude darme cuenta que esta canica es muy poderosa ¿Cómo funciona?
—Tiene que lanzarla con todas sus fuerzas para que explote y deshaga la roca —dijo Matías.
San Pedro guardó la canica dentro de su túnica.
—Nos iremos escondiendo en los túneles hasta que lleguemos lo más cerca de la entrada del Primer Infierno. Allí esperaremos a que los demonios de los pecados aparezcan, y cuando abran la puerta del Infierno, escaparemos. Síganme.
Ignacio se quedó al final y agarró la piedra roja y se la guardó en el bolsillo junto a la otra.
San Pedro y los niños salieron del túnel y caminaron tratando de ocultarse de los demonios soldados. Los espíritus condenados salían y entraban de los túneles arrastrando los sacos llenos de piedras. San Pedro y los niños caminaron hasta la mitad del Primer Infierno, cuando uno de los espíritus salió de los túneles arrastrando un saco con piedras negras. San Pedro esperó a que el espíritu condenado entrara al interior del Antro de Trituración, para no despertar sospechas.
—Entremos aquí —dijo San Pedro—. Aquí estaremos a salvo hasta que el espíritu vuelva. Ignacio, tú vigilarás hasta que el espíritu salga. Yo veré si encuentro otro túnel vacío más cerca de la puerta. Matías, estarás atento a mi señal, cuando levante las manos, saldrán del túnel y correrán hasta donde yo esté, ¿entendieron?
—Sí San Pedro —dijeron los niños.
La espesa neblina que salía de los platos de cobre seguía afectando a San Pedro, quien se detuvo unos instantes. Ya no lo protegía el traje, ni tenía una hoja del árbol de la vida para neutralizar sus efectos. San Pedro caminó lentamente revisando el interior de los túneles. Vio que la puerta del Primer Infierno, se encontraban reunidos siete hermosos seres. En un momento de flaqueza, quiso acercarse a ellos para pedirles ayuda, pero en el último instante reaccionó y se detuvo.
—Es imposible que seres tan bellos estén en el Infierno. Deben ser los demonios de los pecados capitales. Es una buena señal. Falta poco para que abran la puerta del Infierno —murmuró San Pedro.