San Pedro y los niños escucharon el sonido de la alarma que retumbó en las paredes del Infierno.
—¡Corran con todas sus fuerzas hasta la entrada! —gritó San Pedro.
San Pedro tuvo que detenerse para recuperar el aliento. El ambiente infernal comenzó a afectarle. Su confianza se debilitaba, pero no podía demostrarlo, ya que los niños confiaban en él, tenía que continuar. Ignacio se detuvo y al ver a San Pedro afirmándose de la pared, se devolvió.
—Vamos, yo lo ayudaré —dijo Ignacio quien dejó que San Pedro se afirmara en sus hombros.
Un demonio guardián apareció volando desde los niveles inferiores del Infierno y agarró a San Pedro por el cuello y lo azotó contra la pared de roca. Ignacio trató de detener al demonio guardián saltando sobre su espalda, pero el demonio lanzó a Ignacio lejos, quien rodó por el camino. El demonio estrelló el espíritu de San Pedro con el suelo. El demonio agarró a San Pedro de la cabeza mientras desplegaba sus alas para volar. Ignacio saltó sobre el demonio agarrando una de sus patas. El demonio le pegaba a Ignacio con su otra garra, pero Ignacio aguantaba los golpes.
—¡Matías! ¡Ayúdame!
Matías y la Pequeña Muerte vieron lo que sucedía y se devolvieron. La Pequeña Muerte sacó una canica negra del interior de su bolso, se detuvo unos instantes, apuntó y la lanzó explotando en una de las alas del demonio. El líquido negro de la canica carcomió el ala derecha del demonio guardián, quien rugió de dolor.
La Pequeña Muerte lanzó otra canica. El suelo donde se hallaba el demonio se derritió haciendo que se hundiera hasta la cintura. El demonio golpeó a San Pedro contra las rocas antes de soltarlo. Ignacio sin pensar, saltó sobre la espalda del demonio y le mordió una de sus garras. El demonio aulló de dolor.
—Suelta al demonio, el suelo se está endureciendo —le dijo la Pequeña Muerte a Ignacio.
Ignacio se soltó justo cuando el suelo comenzó a solidificarse. El demonio trató de darle un hachazo a San Pedro para cortarlo en dos, pero el cuerpo del demonio se endureció hasta quedar convertido en una estatua que quedó con el brazo extendido, y el hacha a centímetros de San Pedro.
—San Pedro, ¿está bien? —preguntó Ignacio.
—Sí hijo. Ayúdame a levantarme.
San Pedro no se encontraba bien, su rostro se veía desmejorado.
—Tenemos que continuar, falta muy poco —dijo Ignacio—. Matías, Pequeña Muerte, ayúdenme a llevarlo.
San Pedro se apoyó en los niños y así pudieron llegar hasta la entrada del Pandemónium.
El cuerno de la alarma continuaba sonando por todo el Pandemónium. Una horda de demonios guardianes apareció de las profundidades volando hacia San Pedro y los niños.
—¡Nigredo putretactio! —dijo la Pequeña Muerte.
Los ojos de la aldaba se abrieron y se iluminaron. La puerta de hierro se elevó lentamente.
—¡Matías!, ¡Ignacio!, ¡Pequeña Muerte! Entren ¡Rápido!
Los niños y San Pedro entraron por la puerta que separaba el Pandemónium del Primer Infierno. Los demonios guardianes se acercaron a gran velocidad. La Pequeña Muerte dijo nuevamente las palabras herméticas y la puerta que subió hasta la mitad comenzó a bajar. Cuando la puerta estaba punto de cerrarse, una garra aprisionó el pie de la Pequeña Muerte tirándolo hacia el interior. San Pedro alcanzó a agarrar la correa del bolso de la Pequeña Muerte, quien se resistía agarrándose de la puerta de hierro. Varias garras demoníacas empujaban la puerta hacia arriba impidiendo que se cerrara.
Los niños corrieron a ayudar a San Pedro, pero no fue suficiente. Otras garras aparecieron tirando del cuerpo de la Pequeña Muerte. La correa de cuero del bolso se rajó haciendo caer a San Pedro y a los niños de espaldas. La puerta se cerró de golpe.
—¡Nigredo putretactio! —dijo San Pedro una y otra vez, pero la puerta no se abrió.
Los niños desesperados gritaban y lloraban. Del otro lado se escucharon unos gruñidos aterradores mezclados con el sonido de huesos quebrándose. Se sintieron algunos golpes que remecieron la puerta de entrada y luego el silencio.
Los niños lloraban desconsolados. San Pedro trataba de abrir la puerta, pero no pudo hacerlo cayendo de rodillas y golpeando la puerta con sus puños.
—Estoy bien —dijo la Pequeña Muerte desde el otro lado de la puerta.
Los niños y San Pedro se alegraron.
—Pero ¿qué pasó?
—No lo sé. Cuando desperté encontré un montón de demonios en el suelo.
—Abre la puerta para que salgamos juntos.
—No puedo, vienen más demonios. Me tengo que ir.
Del otro lado se escuchaban los golpes de los demonios que se agolpaban en la puerta del Pandemónium.
—Niños, movámonos rápido antes que nos descubran. Nuestra única esperanza será escondernos en alguno de los túneles.
San Pedro recogió el bolso roto de la Pequeña Muerte y luego avanzó con los niños por el pasillo de la caverna que daba al Primer Infierno.