La Muerte caminó apresuradamente haciendo sonar su guadaña contra el suelo. Llegó hasta donde se encontraban los dos demonios guardianes que custodiaban la entrada de la celda.
—Necesito ver a los prisioneros —dijo la Muerte.
—Su excelencia… usted se los llevó hace un momento.
—Yo no me he llevado a ningún prisionero.
—¡Abran la puerta!
Los demonios no entendían nada, pero abrieron la puerta de la celda que se encontraba vacía.
—¡Hagan sonar la alarma, los prisioneros escaparon! ¡El qué se llevó a los prisioneros no era yo! ¡Atrápenlos!
Uno de los demonios sopló un cuerno en espiral que tenía colgado al cuello, dando la señal de alarma. El otro demonio extendió sus alas y avanzó por el pasillo dando enormes saltos. En el camino se encontró con los grilletes en el piso, luego la bola de hierro y finalmente la túnica que pertenecía a la Muerte. El demonio agarró la túnica y furioso sacó su hacha doble de la espalda preparado para destruir a los prisioneros que escaparon.