Capítulo 99

La rejilla se abrió y uno de los demonios observó donde se hallaban los espíritus prisioneros. Un demonio abrió la puerta de la celda. San Pedro sintió que se le helaba todo su espíritu por la impresión. Era demasiado pronto. No había tiempo que perder.

—Matías, quédate cerca de la entrada. Cuando te diga ahora, te arrodillarás para que el demonio caiga ¿Entendiste?

—Sí.

Matías se acercó a la entrada. La puerta de hierro se abrió hasta atrás haciendo rechinar sus bisagras oxidadas. El demonio guardián entró sosteniendo su enorme hacha guerrera de doble filo y empujó a Matías para que se quedara junto a San Pedro, quien buscaba la mejor oportunidad para atacar. Matías trató de moverse, pero el filo del hacha en su cuello le indicó que no se trataba de un juego. Matías miró a San Pedro con cara de no saber qué hacer.

El otro demonio entró con dos antorchas y las colgó a un costado de la entrada para iluminar la celda.

—Puede entrar —dijo el demonio guardián.

Una sombra oscura entró al interior de la celda. Era la Muerte.

—Déjenme solo con los prisioneros —dijo la Muerte.

Los guardias asintieron y cerraron la pesada puerta de hierro.

—Matías, ¿estás bien?

Matías se encontraba sorprendido porque la voz era la de su hermano. La Muerte abrió su túnica y era la Pequeña Muerte que estaba sobre los hombros de Ignacio. Se disfrazaron de la Muerte para entrar.

—Hemos venido a rescatarlos —dijo Ignacio.

La Pequeña Muerte se sacó la túnica de su padre y dio un salto al suelo. Matías corrió a abrazar a su hermano con todas sus fuerzas.

—Yo sabía que no me ibas a abandonar —dijo Matías llorando afligido.

—Tranquilo, no llores tan fuerte, que te pueden oír.

—Extraño a mi mamá y a mi papá.

—Yo también, pero tenemos que ser fuertes, solo estamos nosotros y tenemos que cuidarnos.

—No seré nunca más malo contigo. No te voy a molestar más. No te acusaré nunca más. Te quiero mucho.

—Yo igual te quiero, aunque a veces eres tan fastidioso —dijo Ignacio emocionado, pero trató de ser fuerte delante de su hermano.

—Lo siento, nunca más seré fastidioso. Te lo prometo.

—Pero ¿cómo lograron entrar? —preguntó San Pedro.

—Fuimos a la habitación de la Muerte y sacamos una de sus túnicas —dijo Ignacio.

—Veo que hicieron un nuevo amigo —dijo San Pedro.

—Pensé que era Matías por la pañoleta que llevaba en el cuello.

—Yo se la regalé, porque es mi amigo —dijo Matías.

—También es amigo mío.

—Pero yo lo conocí primero, así que es más amigo mío.

—Como sea. Gracias a la ayuda de la Pequeña Muerte pudimos rescatarlos.

—Si no me hubiesen atrapado, yo te habría salvado primero —dijo Matías.

—Pero no pasó —dijo Ignacio.

—Pero pudo pasar.

—Pero no pasó y yo te salvé primero y eso es lo que vale.

—Pero si no le hubiese pasado la pañoleta a la Pequeña Muerte, no habrías llegado hasta aquí —dijo Matías.

—Dejémoslo en setenta y treinta —dijo Ignacio.

—Noventa y diez —contestó Matías.

—Niños, niños, no es momento para discutir. Los dos fueron muy valientes y los hermanos se quieren y deben cuidarse y protegerse —dijo San Pedro.

—Tengo un diez por ciento adicional por ser tu hermano mayor, así que sesenta y cuarenta y quedamos como amigos.

—Vale, dame la mano —dijo Matías.

—Matías también es mi masc… mi amigo —dijo la Pequeña Muerte.

—La Pequeña Muerte es nuestro nuevo amigo —dijo Ignacio.

—Pero es más amigo mío —dijo Matías.

—No empieces, prometiste que dejarías de ser fastidioso.

—Lo siento.

No canten victoria, aún no hemos escapado —dijo San Pedro—. Al parecer tienen un mejor plan de escape que nosotros.

—Si salimos vestidos como mi padre, nadie podrá hacernos nada —dijo la Pequeña Muerte.

—Pero si los demonios nos preguntan a donde vamos, ¿qué le diremos? —dijo San Pedro.

—No lo sé —dijo Ignacio—. No pensé en eso.

—Mmmm… Pequeña Muerte, la salida del Pandemónium, ¿queda muy lejos? —preguntó San Pedro.

—Hay que subir hasta la entrada del Pandemónium —dijo la Pequeña Muerte.

—Y la Mazmorra de los Tormentos, ¿dónde se encuentra?

—A medio camino.

—Se me ocurre… Si nos preguntan los demonios guardianes, le dirás que nos llevarás a la Mazmorra de los Tormentos.

—Pero la Mazmorra de los Tormentos es peligrosa para los espíritus humanos —dijo la Pequeña Muerte.

—Le diremos eso, pero lo que realmente haremos será llegar a la entrada del Pandemónium.

—Decir una cosa y hacer otra es una mentira. Mi padre me dijo que los espíritus humanos eran mentirosos y traicioneros.

—A veces es necesario mentir por una buena causa —le dijo San Pedro a la Pequeña Muerte.

—¿Hay mentiras buenas y mentiras malas?

—Algo así —dijo San Pedro incómodo—. Nosotros no fuimos condenados al Infierno. Vinimos aquí a rescatar a Matías que cayó por error.

—Se pueden quedar aquí, yo los cuidaré, son mis amigos, los amigos se protegen.

—Hijo, nosotros no pertenecemos a este lugar. Yo vengo del Cielo y los niños tienen que volver a la Tierra adonde pertenecen. Lo que tú llamas hogar, para nosotros no lo es.

—¿El Cielo y la Tierra son mejores que el Infierno?

—Digamos que distintos del Infierno. Tú estás acostumbrado a vivir aquí, para ti es normal estar con demonios y espíritus malignos, pero para nosotros no.

—¿Puedo ir al Cielo y a la Tierra con ustedes?

—Es complicado… Mmm… Tendrías que pedirle permiso a tu padre.

—Oh… Mi padre no me daría permiso, porque dice que el Cielo es peligroso y la Tierra hay muchos hombres malos.

—No todos son malos ni todos son buenos, por eso somos amigos, porque no importa de dónde seas, siempre nos ayudaremos entre nosotros —dijo San Pedro.

—Sí, entiendo.

—Estira tu mano. Niños, coloquen sus manos sobre la de la Pequeña Muerte.

San Pedro colocó su mano sobre la de los niños.

—Este es un pacto de amistad. Repitan conmigo. Siempre nos cuidaremos entre nosotros, pase lo que pase, aunque seamos de mundos diferentes.

Los niños y la Pequeña Muerte repitieron la frase.

—Hicimos un pacto que no se puede romper. Pequeña Muerte, ayudándonos a salir de aquí.

La Pequeña Muerte miró por un instante a cada uno.

—Los amigos se ayudan.

—¿No vamos a usar el plan que teníamos? —preguntó Matías.

—No hijo, los planes se adaptan según la situación. Por eso deben concentrarse en salir de aquí e improvisar en caso que las cosas salgan mal.

—Pequeña Muerte, ¿me puedes sacar el grillete que tengo en el tobillo? —le preguntó Matías a la Pequeña Muerte.

La Pequeña Muerte abrió su bolso y le pasó el manojo de llaves. Matías introdujo la llave en el grillete y lo abrió.

—Matías no puedes salir sin el grillete, nos descubrirán.

—Lo dejaré suelto y llevaré la bola negra en mis brazos.

—Bien —dijo San Pedro—. Ahora golpea la puerta para que podamos salir. Diles que nos llevarás a la Mazmorra de los Tormentos.

La Pequeña Muerte guardó las llaves, se subió sobre los hombros de Ignacio y se acomodó la túnica de su padre. La Muerte disfrazada golpeó la puerta de la celda.