Capítulo 95

De improviso la correa transportadora dejó de funcionar y los demonios soldados fueron a ver qué pasaba, Ignacio aprovechó de esconderse. Uno de los espíritus que caminaba dentro de la rueda dentada que hacía mover la correa transportadora, yacía inconsciente. El otro espíritu agotado y engrillado a su compañero no tenía la fuerza suficiente para seguir moviendo la rueda y cargando al espíritu. Los demonios soldados se ensañaron con el espíritu y le dieron de latigazos pensando que la brutalidad del castigo lo haría reaccionar. Pero no fue así, el espíritu ya no tenía esencia.

—Llévenselos. Al barranco con ellos —dijo un demonio.

—¡No me lleven a mí! ¡Yo estoy bien! ¡Sáquenme los grilletes! —dijo el espíritu engrillado a su compañero.

—Las llaves se perdieron, así que irás con él.

Dos espíritus encapuchados con túnicas negras arrastraron al espíritu sin esencia, pero el otro espíritu se resistía. Los espíritus encapuchados lograron reducirlo a punta de garrotazos que dejaron al espíritu inconsciente. Los encapuchados agarraron a los dos espíritus de sus cadenas y los arrastraron y los arrojaron arriba de una carreta. Los encapuchados empujaron la carreta hasta el interior de la caverna. La puerta exterior de la Planta de Procesamiento se abrió inundando el interior con un olor nauseabundo. Las sanguijuelas hinchadas de esencia espiritual, salieron hacia el exterior en busca de su nido.

Los espíritus encapuchados salieron hacia un ancho camino que descendía en forma de espiral, hundiéndose en la oscuridad de las tinieblas. Los encapuchados le sacaron el seguro a la carreta y luego la giraron hasta colocarla en la orilla del camino que terminaba en un barranco sin fondo. El espíritu arriba de la carreta despertó atontado, tratando de comprender que sucedía. Cuando se dio cuenta, que ya era demasiado tarde. Los encapuchados levantaron la carreta y el espíritu sin esencia se deslizó por la superficie, arrastrando al otro espíritu quien trataba de agarrarse de lo que fuera, pero el peso inerte de su compañero sin esencia lo empujó hacia abajo. El espíritu se aferraba desesperado a la carreta, pero los encapuchados sacudieron la carreta de un lado para otro, hasta que los dedos del espíritu se soltaron, cayendo los dos al vacio. Los gritos del espíritu se fueron apagando a medida que caía por el barranco, mientras los demonios de los niveles inferiores se peleaban por la comida que les llegaba.

Los encapuchados giraron la carreta y entraron al interior de la Planta de Procesamiento.

Un espíritu que se sujetaba debajo de la carreta se soltó y rodó a un costado del camino. La mitad de su cuerpo quedó colgando del barranco. Logró trepar hasta quedar a salvo y luego se escondió entre las paredes de roca. Una sanguijuela salió antes de cerrar la puerta y voló hacia lo alto, metiéndose por un agujero al centro de una especie de cúpula natural que separaba el Primer Infierno de los niveles inferiores.

«Seguiré a la sanguijuela. Si fue al nido, el Primer Infierno debe estar arriba de ese agujero».

El camino en espiral ascendía hasta terminar en una puerta que tenía incrustado el rostro de un demonio de metal.

«La cara del demonio que estaba en la puerta de entrada al Pandemónium tenía la misma forma. Si es así, podré salir hacia el Primer Infierno».

Ignacio avanzó por el camino en espiral y cada cierto tiempo se escondía entre las sombras para que no lo detectaran los demonios. Una de las puertas de metal se alzó e Ignacio asustado se escondió. Era la Muerte que salía agarrando del brazo a la Pequeña Muerte.

Ignacio reconoció la pañoleta que llevaba el cuerpo del más pequeño.

«Es Matías, lo tienen prisionero».

Ignacio por fin encontró a Matías. Los siguió a prudente distancia tratando de no hacer ruido con las cadenas que le colgaban de sus manos y pies. La Muerte y la Pequeña Muerte entraron en una habitación. Ignacio se introdujo dentro de la habitación justo cuando la puerta cayó de golpe, sellando la salida. Ignacio se escondió debajo de un mesón esperando la oportunidad de rescatar a su hermano.