—Pero qué tenemos aquí. Podremos negociar muy bien tu rescate y de paso con un poco de tortura podremos sacarte algunos secretos —dijo la Guerra en tono irónico.
—¡Estás violando el tratado! ¡No puedes hacer eso! —gritó San Pedro.
—¡El Cielo violó el tratado cuando decidieron mandar espías al Infierno!
—No, no fue el Cielo, vine por mi propia cuenta.
—Mientes.
—Yo no miento, tú lo sabes bien. Vine al Infierno para rescatar un espíritu que cayó por error.
—¿Y ese espíritu es el que te acompaña?
—Así es.
—¿El Consejo sabe que viniste?
—No.
—¿Viniste por tu propia voluntad?
—Sí.
—Muy valiente de tu parte, o muy estúpido. Si nadie sabe que viniste al Infierno, el tratado no se ha roto… porque tú no estás aquí. Llévenselo y tortúrenlo como escarmiento. Te obligaré a que me digas lo que quiero.
—¡Me buscarán y cuando se enteren mandarán a un ejército para que me liberen!
—Lo dudo, porque eso sería reconocer que han enviado un espía al Infierno y eso rompería el tratado y sería culpa de ustedes.
—¡Ustedes no han respetado el tratado desde que se firmó! ¿Qué hacen con la esencia de los espíritus? He visto los miles de discos apilados en el Primer Infierno. Dime ¡Qué han hecho con los espíritus!
—¿De verdad quieres saber?, pues no te daré en el gusto. No quiero que por casualidad escapes y se enteren en el Cielo de lo que hacemos realmente. Como decimos en el Infierno, las reglas y los tratados se hicieron para romperlos ¡Llévenselos!