Capítulo 90

El sonido de la Planta de Procesamiento era ensordecedor. Dos ruedas gigantes giraban, accionadas por la fuerza de varios espíritus que caminaban en su interior. Las ruedas se conectaban con varios engranajes de distintos tamaños que movían la correa transportadora donde había caído Ignacio.

Ignacio se acercaba peligrosamente al final de la correa transportadora donde enormes martillos pulverizaban la roca. Ignacio miró hacia abajo, pero logró distinguir el fondo.

«Tengo que tomar una decisión, rápido. Pasar entre medio de los martillos o saltar al vacío».

Ignacio decidió no arriesgarse y caminó en sentido contrario a la correa transportadora.

«¿Qué hago? Me da miedo saltar, pero también me da miedo pasar por entre medio de los martillos».

Ignacio caminó por largo rato esquivando las rocas. Algunas rocas caían al vacío y por el sonido que hacían, la correa transportadora no se encontraba a mucha altura.

«No puedo estar caminando por toda la eternidad hasta decidirme, tengo que tomar una decisión».

Ignacio corrió por la correa hasta llegar al enorme tubo metálico.

«Lo mejor será tratar de subir por el tubo y volver al Primer Infierno».

Ignacio trató de subir, pero las rocas que caían de arriba golpeaban su espíritu, haciéndolo caer y volver peligrosamente a los martillos pulverizadores.

Ignacio corrió de nuevo entre medio de las rocas y se dio cuenta que al inicio de la correa transportadora había un armazón metálico que sujetaba las ruedas. Sin pensar mucho, Ignacio saltó y quedó sujeto a un fierro oxidado por largo rato. El miedo se apoderó de él, pues no lograba ver el suelo, pero tampoco podía subir de nuevo. Sus fuerzas comenzaron a fallar y tuvo que bajar obligadamente, llegando hasta otro fierro transversal que mantenía unida la rueda con engranajes que movían los espíritus en su interior. Ignacio siguió bajando lentamente hasta que alcanzó el suelo. Se bajó y se escondió debajo de la rueda. Ignacio tenía los brazos agarrotados por el esfuerzo. Luego de sobreponerse, miró hacia lo alto y se dio cuenta que la correa transportadora no tenía más de tres metros de altura.

Tres demonios soldados atravesaron la Planta de Procesamiento iluminando el lugar con sus antorchas. Ignacio logró esconderse para que no lo descubrieran.

Ignacio no sabía dónde estaba y la penumbra inundaba el lugar. Era difícil distinguir en donde se encontraba y los ruidos de las maquinarias eran infernales. Ignacio se sentó a esperar a que su vista se acostumbrara a la oscuridad. Miró alrededor y la única luz en el ambiente eran de las sanguijuelas de tenían un pálido brillo verdoso. Las sanguijuelas estaban en todas partes y no perdían oportunidad de absorber la esencia de los espíritus que trabajaban en el lugar.

Ignacio se sentó en un rincón y comenzó a recordar todo lo que pasó.

«Si no hubiera peleado con Matías, nada de esto hubiera pasado. Extraño a mi mamá y a mi papá un poco. Extraño a mi hermano. Debe de estar solo igual que yo. Vine hasta el Infierno para rescatarlo, pero quien me rescata a mí. No quiero tomar decisiones, quiero que mi mamá me diga que hacer. Quiero que alguien me diga que hacer. Quiero que San Pedro me diga que hacer. Pero no hay nadie, estoy solo. Quiero quedarme aquí y esperar a que todo esto pase».

Una sanguijuela se posó en el brazo descubierto de Ignacio y comenzó a succionarle la esencia. Ignacio sintió como los cientos de dientes de la sanguijuela se incrustaban en su brazo y el cuerpo de la sanguijuela lentamente comenzaba a hincharse de la esencia. Ignacio se sacó la sanguijuela y le apretó el abdomen por donde salió la esencia verde que antes pertenecía a su espíritu. A los pocos segundos la esencia se evaporó en el ambiente.

«Terminaré siendo alimento de estos bichos. Ya nada importa. No quiero luchar, solo quiero dormir y que esto termine. Parece que así se mueren los espíritus».

Ignacio ya sin energías se acomodó para dormir eternamente. A cada movimiento sentía que el traje protector bajo la túnica se deshacía. Ignacio Se acordó de la hoja del árbol de la vida que le dio San Pedro. A lo mejor la energía negativa del ambiente era la que lo hacía sentir así. Con un último esfuerzo sacó la hoja y se la comió. Ignacio se quedó dormido.