Capítulo 89

La puerta de la mazmorra se elevó y entró la Muerte haciendo retumbar la guadaña cada vez que golpeaba el piso de piedra.

Los espíritus encapuchados dejaron de torturar a los espíritus y se colocaron firmes, pero sin mirar a la muerte a los ojos. La Muerte se acercó a los prisioneros y le sacó la capucha que cubría el rostro de San Pedro.

—¿Cómo llegaste hasta aquí?

San Pedro no contestó.

—¿Cómo lograste salir de la celda?

—Si me permite señor Muerte —dijo Salaíno interrumpiendo—. La Pequeña Muerte le entregó la llave a San Pedro para que escapara. Yo traté de convencerlo para que no lo hiciera, pero…

Los ojos de la Muerte se encendieron de rojo sangre. Salaíno se asustó y se arrodilló besando los pies de la Muerte.

—¿Es verdad eso?

San Pedro no contestó.

La Muerte le dio una mirada fulminante a la Pequeña Muerte.

—¿Es verdad lo que dice este espíritu?

—Quería ayudar a mí masco… a mí amigo —dijo la Pequeña Muerte.

—¿Quién es tu amigo? —preguntó la Muerte.

—Se llama Matías, estaba en el Infierno de los humanos llorando y lo llevé a mi habitación, para tener con quien jugar.

La Muerte tomó de un brazo a Matías y lo alzó hasta tenerlo frente a sus ojos. Un escalofrío recorrió el espíritu de Matías.

—¿Ayudaste a un espíritu humano que acabas de conocer?

—Los espíritus humanos son mentirosos y traicioneros, nunca confíes en ellos. Te lo digo yo, que los he conocido a todos.

—Pero él es distinto, es mi amigo.

La Muerte se dio cuenta que Matías tenía un anillo nube y se lo sacó.

—Así que este es tu amigo. Tu amigo te iba a traicionar, porque es un espía igual que San Pedro.

—Yo no soy un espía —dijo Matías.

—Es verdad lo que dice —dijo San Pedro—. He venido a rescatarlo porque cayó por error al Infierno.

—¡Mientes! Nadie llega al Infierno si no es culpable.

—Vengo del Cielo y sabes que no miento —dijo San Pedro, quien se fijó que en la mano izquierda de la Muerte, a la cual le faltaba una falange en el dedo anular.

—Le informaré a la Guerra —dijo el espíritu encapuchado a cargo.

—No, yo lo haré —dijo la Muerte.

—Me imagino que le dará un escarmiento a la Pequeña Muerte, eso no se puede tolerar en el Infierno y menos viniendo de la autoridad máxima —dijo el jefe de los espíritus encapuchados.

—¿Me estás diciendo lo que tengo que hacer?

—No, yo… perdón, no quise ofenderlo excelencia. Era una sugerencia nada más.

La Muerte le pegó al espíritu con la base de la guadaña, lanzándolo violentamente contra la pared de la mazmorra.

—¡Encierren a los espías y llévenlos al Gran Salón!

Los espíritus encapuchados engrillaron el tobillo de Matías con una bola de hierro, antes de encerrarlos a los dos dentro de una jaula móvil.

—¿Qué hacemos con el espíritu que delató a los espías?

—Azótenlo por tratar de escapar y llévenlo de vuelta al Primer Infierno. Ahora retírense. Hablaré con el espía en privado —dijo la Muerte.

Los encapuchados se retiraron para continuar torturando a los espíritus humanos.

—Estás violando el tratado —dijo San Pedro.

—Tú violaste el tratado primero al venir como un espía —contestó la Muerte.

—¿Crees que me hubieran permitido sacar al espíritu si hubiera dicho que cayó por error?

—Si así fuera, ¿crees que vale la pena arriesgarse por un espíritu insignificante?

—Si era un espíritu inocente, mi deber era hacer lo correcto.

—Ni siquiera sabes si va a ser un buen hombre cuando vuelva a la Tierra.

—A diferencia de ti, yo todavía creo en la raza humana.

—Por miles de años he tenido que encargarme de la peor escoria de espíritus que hay en la Tierra. Los humanos son despreciables.

—Acuérdate que alguna vez fuiste humano —le dijo San Pedro a la Muerte.

La Muerte no dijo nada, pero sus ojos se iluminaron.

—Llévenselos al Gran Salón. Las explicaciones las darás en la asamblea.

—Nadie tiene porque saber que pasó.

—Yo también hago lo correcto —dijo la Muerte.

—Pero tendrás que explicar porque tu hijo me rescató —dijo San Pedro.

—No es mi hijo —dijo la Muerte furioso—. ¡Llévenselos!

Dos espíritus encapuchados empujaron la jaula con ruedas hacia la salida de la Mazmorra de los Tormentos.

—Tú, vendrás conmigo —dijo la Muerte quien agarró del brazo a la Pequeña Muerte y desaparecieron por el pasillo de la mazmorra.