Uno de los encapuchados terminó de dar de latigazos al espíritu.
—Terminé con este, llévalo de vuelta al Primer Infierno.
—¿Por qué yo? —dijo el otro encapuchado.
—Porque tú estabas mirando mientras yo le daba de latigazos. Estoy cansado, me duele el hombro. He estado dando de latigazos todo el día.
—Vale, pero acompáñame, no me gusta ir solo al Primer Infierno.
—Vale, te acompaño, cobarde.
—No, no soy cobarde, soy precavido.
—Ja, ja, sí, te creo, precavido, ja, ja, ja.
Los encapuchados descolgaron al espíritu que se quejaba y se lo llevaron arrastrando hasta la salida de la Mazmorra de los Tormentos.
—Rápido, escóndanse —dijo San Pedro, que vio que se acercaban los encapuchados. La Pequeña Muerte guardó el manojo de llaves en su bolso y se escondió junto con Matías.
Los encapuchados pasaron por la celda de San Pedro.
—Dejaremos este espíritu en el Primer Infierno y regresamos de inmediato.
—Claro, hay que ser precavido, ja, ja, ja.
Los encapuchados desaparecieron por uno de los pasillos de la Mazmorra de los Tormentos.
Mientras Matías se escondía, la Pequeña Muerte se dirigió hasta una gran llave que colgaba de un gancho. La Pequeña Muerte saltó varias veces hasta alcanzar la llave, que cayó al suelo.
San Pedro miraba a la Pequeña Muerte desde la celda y vigilaba por si venía algún encapuchado.
—Cuando abra la celda irás detrás de mí hasta la salida —le dijo San Pedro a Salaíno.
—¿Y si nos atrapan?
—Espero que eso no pase.
—Prométeme que no nos atraparán.
—No puedo prometerte eso.
—Entonces prefiero quedarme aquí, no quiero terminar en la fosa como comida para los demonios.
La Pequeña Muerte se acercó a la celda y le entregó la llave a San Pedro, quien pudo abrir la puerta de barrotes. Antes de salir, San Pedro le pasó la llave a Salaíno.
—Si cambias de opinión puedes seguirnos.
San Pedro fijó su mirada en Salaíno, pero este avergonzado lo eludió.
San Pedro miró para todos lados esperando que ningún encapuchado viniera.
—¿Nos puedes llevar a un lugar seguro?
La Pequeña Muerte pensó un momento y asintió.
—Ve a buscar a Matías mientras salgo de aquí.
La Pequeña Muerte se dirigió hacia donde se encontraba Matías.
San Pedro miró para todos lados, esperó unos momentos y luego abrió la puerta de la celda y salió escondiéndose detrás de un cepo de tortura.
La Pequeña Muerte y Matías llegaron al lado de San Pedro.
—¿Adónde vamos? —preguntó San Pedro.
—Saldremos por el pasillo del Pandemónium, pero los demonios se comen a los espíritus que andan sueltos.
—¿No hay otra forma?
—No —dijo la Pequeña Muerte.
—Tendremos que arriesgarnos.
San Pedro, la Pequeña Muerte y Matías caminaron agachados entre medio de las máquinas de torturas. El ruido del ambiente y los quejidos de los espíritus hacían más fácil el escape.
Salaíno, los miraba desde el interior de la celda. Viendo que estaban a punto de escapar de la Mazmorra de los Tormentos, decidió salir de la celda, pero un encapuchado lo descubrió.
—¡Un espíritu se escapa! —gritó un encapuchado.
San Pedro y los niños miraron hacia donde venía el grito y vieron a Salaíno que era reducido por tres encapuchados.
—¡No! ¡No me hagan nada! ¡Yo no quería escapar, me obligaron! —lloriqueaba Salaíno.
—¿Sabes cuál es el castigo a los espíritus que tratan de escapar?
—¡No, por favor, no! ¡Yo sabía que esto iba a suceder! ¡Esto me pasó por hacerle caso a San Pedro!
—¿Qué estás diciendo?
—San Pedro, San Pedro, vino del Cielo y está escapando.
—¿Dónde está el espía?
—Está escapando. Allá está —dijo Salaíno apuntando donde se encontraba San Pedro.
—¡Espíritu tratando de escapar!
Las torturas cesaron y todos los encapuchados tomaron sus picanas y látigos para atrapar al espía.
—Niños, yo los detendré para que puedan escapar. Pequeña Muerte, cuida a Matías, pase lo que pase.
San Pedro levantó las manos como signo de rendición y diez encapuchados lo rodearon.
—Niños corran —dijo San Pedro.
Los niños corrieron a la puerta principal de la Mazmorra de los Tormentos pero esta se cerró de golpe. Un encapuchado iba a atrapar a los niños, pero San Pedro se abalanzó hasta el encapuchado y con un par de movimientos le quitó la picana.
—¡No me rendiré tan fácil! —gritó San Pedro.
Los encapuchados atacaron a San Pedro, pero este se defendió bloqueando los ataques con la picana. San Pedro dio pelea, aun con sus manos y tobillos engrillados. Los encapuchados atacaron al mismo tiempo. San Pedro forcejeaba, resistiéndose logró sacarle la capucha a uno de ellos. San Pedro quedó impactado con lo que descubrió. Los encapuchados eran espíritus humanos que torturaban a los de su misma especie. Los espíritus encapuchados lograron inmovilizar a San Pedro.
Dos encapuchados empujaron a Salaíno hasta donde se hallaba San Pedro.
—Habla o te lanzaremos a la fosa.
—Se llama San Pedro, vino del Cielo a rescatar a un espíritu.
—¿Dónde está ese espíritu?
—Está escondido.
—Busquen por todos lados hasta que aparezca el espíritu humano.
Los encapuchados buscaron por toda la mazmorra, hasta que atraparon a Matías y a la Pequeña Muerte.
—Pequeño amo, ¿está bien?, ¿no le pasó nada? —dijo un encapuchado nervioso.
—Sí, estoy bien —dijo la Pequeña Muerte—. ¡Déjenlos libres! ¡Se los ordeno!
—Lo siento pequeño amo, pero no podemos hacer eso. Tendremos que llamar a su padre.
San Pedro miró sorprendido a la Pequeña Muerte.