Desde el túnel, Ignacio vio con horror como San Pedro y Salaíno eran arrastrados al interior del Pandemónium. El miedo se apoderó de Ignacio. Se hallaba solo, nadie lo podía ayudar. Se quedaría en el Infierno para siempre. No vería a su hermano nunca más. No había esperanza, todo estaba perdido.
«San Pedro me dijo que tenía que aprender a controlar el miedo, pero no puedo».
San Pedro y Matías estaban dentro del Pandemónium. Si solo supiera como entrar al Pandemónium. Un rayo de esperanza iluminó a Ignacio.
«Pero si sé las palabras para entrar».
Ignacio salió del túnel, miró para todos lados, esperando el momento oportuno para entrar al Pandemónium. Tres espíritus se acercaron al túnel donde estaba Ignacio, quien asustado se escondió en su interior.
Los espíritus condenados entraron al túnel, nerviosos, siempre alertas para arrancar en caso de que el túnel estuviera ocupado por algún espíritu. El túnel estaba vacío. Se apropiaron de dos sacos con piedras y una picota. Al igual que Salaíno, estos espíritus condenados lograron sobrevivir en el Infierno robando a otros espíritus. Para que esforzarse trabajando duro si otros podían hacerlo por ellos. Para ellos la astucia y la cobardía eran más importantes que la inteligencia y la fuerza, y en el Infierno eran virtudes que les ayudaban a sobrevivir.
Los dos espíritus condenados arrastraron los dos sacos con piedras hasta el Antro de Trituración. Luego vaciaron los sacos dentro del gran embudo metálico. Las piedras cayeron dentro del embudo, pero también rodó el espíritu de Ignacio, quien se había escondido en uno de los sacos. Ignacio cayó dentro de una larga correa transportadora que llevaba las piedras hasta enormes combos de metal que las pulverizaban, convirtiéndolas en trozos más pequeños.