La puerta del Pandemónium se elevó y apareció la Guerra enojado seguido de su escolta.
—¡A qué se deben esos gritos! ¿Qué pasó aquí?
—¡Yo no hice nada! ¡Me quieren mandar a la fosa y yo no he hecho nada! —gritaba Salaíno.
El demonio soldado soltó a Salaíno y este se arrastró de rodillas hasta la Guerra, a quien le besó los pies huesudos.
—Por favor, no me mande a la fosa. He hecho todo lo que me han dicho. Era el espíritu que tenía más colmillos y ahora me los han robado. No tengo nada.
—¿Quién te robó los colmillos?
Salaíno apuntó con el dedo a San Pedro.
San Pedro trató de esconderse, pero la Guerra chasqueó sus dedos huesudos y los demonios guardianes alzaron sus alas y de un salto quedaron al lado de San Pedro.
Los demonios guardianes empujaron a San Pedro, quien perdió el equilibrio quedando de rodillas frente a la Guerra.
San Pedro nervioso, ocultó su rostro con la capucha.
—No quise causar problemas —dijo San Pedro.
—Él me robó todo lo que tenía —gimoteó Salaíno.
—¿Es verdad eso? —preguntó la Guerra.
—Su collar cayó al suelo y los demás espíritus recogieron los colmillos —contestó San Pedro.
—Ya no soy nada, no tengo poder, tendré que empezar de nuevo. No es justo —se quejaba Salaíno.
—¡Justo! ¡Justo dices! ¡Qué sabes de lo que es justo! ¡El Infierno nunca fue justo!, ¡ni ahora ni nunca! ¡Quieres que sea justo! ¡Bien, seré justo!
Llévense a los dos espíritus a la Mazmorra de los Tormentos, allí aprenderán que el Infierno nunca fue justo.
—Después de que los torturen quiero ver si les quedan ganas de seguir reclamando.
—¡No! ¡No puede ser! ¡No es justo! Yo no hice nada.
Cada demonio guardián agarró a un espíritu por las cadenas que tenían en sus manos y se los llevaron arrastrando hasta el interior del Pandemónium.
—¡Sigan trabajando todos!, ¿o quieren acompañarlos?
Los espíritus condenados asustados, volvieron a sus trabajos y otros se escondieron al interior de los túneles.