Capítulo 82

De improviso apareció Salaíno quien se acercó a San Pedro.

—¿Pensaste en mi propuesta? —dijo Salaíno con una sonrisa.

—Gracias por tu preocupación, pero ya tenemos la información para entrar al Pandemónium.

El rostro del espíritu timador se desfiguró unos momentos y luego fingió una gran sonrisa.

¿Y quién que te dio esa información?

—La averigüé por mí mismo.

—Lo que hiciste fue de mala clase, nosotros teníamos un trato.

—Yo no hice ningún trato contigo.

—Me dijiste que lo ibas a pensar y eso es casi un trato.

—Casi un trato, no es lo mismo. Te agradezco tu ayuda, pero ya no te necesitaremos más —dijo San Pedro.

—Pero… pero… ocupé mi precioso tiempo en averiguar lo que me pediste, siendo que podría estar sacando oro y piedras preciosas —contestó Salaíno muy afectado.

—¿Y cuándo fue la última vez que llenaste un saco?

—Eso no es de tu incumbencia.

—Me parece que hace mucho tiempo que te has aprovechado de los demás espíritus y por eso tienes esos collares con tantos colmillos.

—No me iré con las manos vacías. Me darás un colmillo como pago, por las molestias que tuve que hacer para conseguirte la información.

—No, gracias por todo, pero no quiero que me ayudes más.

—Un colmillo, es el pago mínimo por mis servicios.

Salaíno agarró el collar de San Pedro y le sacó el colmillo. San Pedro forcejeó con Salaíno pasándole a llevar con la mano los collares que se desprendieron de su cuello, haciendo que todos los colmillos cayeran, desparramándose por el suelo.

Los espíritus condenados que miraban, vieron los colmillos en el piso y se lanzaron a recogerlos, desatándose una gran pelea entre todos.

Salaíno trataba de recuperar sus preciados colmillos, pero los demás espíritus lo empujaron, haciéndolo caer.

Los demonios soldados corrieron hasta los espíritus y a punta de latigazos lograron que se dispersaran. Los espíritus condenados desaparecieron rápidamente dejando a Salaíno arrastrándose por el suelo en busca de algún colmillo suelto. Salaíno gritó de impotencia. Perdió todos los colmillos que tenía ahorrados para su reencarnación.

—No, no puede ser, mi tesoro, perdí todo. No tengo nada.

Un demonio soldado le dio un latigazo en la espalda. Salaíno gritó de dolor.

—Me dejó sin nada.

El demonio soldado lo agarró de las cadenas que aprisionaban sus manos y se lo llevó arrastrando a la fosa.

—No, no lo hagan, no merezco esto. Por culpa de ese espíritu perdí todo. —Reclamaba Salaíno, tratando de resistirse—. No me manden a la fosa, piedad. Yo no tuve la culpa.