Capítulo 80

La puerta del Pandemónium se abrió y dos espíritus encapuchados arrastraban una carreta de madera, que contenía en su interior, doce cántaros alargados, de un metro de largo aproximadamente. Los seguían otros dos espíritus encapuchados que caminan al lado de la carreta con una antorcha cada uno. Detrás de la carreta caminaba el Hambre junto a dos demonios guardianes que lo escoltaban. El hambre vestía una túnica que alguna vez fue amarilla. Su cuerpo era como el de un esqueleto humano.

La carreta atravesó el Primer Infierno y se detuvo a unos metros del nido de sanguijuelas infernales. Los espíritus encapuchados abrieron un costado de la carreta y bajaron los cántaros vacíos que arrastraron hasta el nido. Un espíritu encapuchado sacó de la carreta un tubo de metal puntiagudo. Examinó el nido y comenzó a golpear el nido con el puño buscando un sonido que le indicara donde había más concentración de esencia espiritual. El espíritu clavó el tubo en lo profundo del nido, comenzó a salir un líquido verde que caía dentro del cántaro que sujeta otro espíritu encapuchado. Las sanguijuelas salieron volando para atacar a los intrusos, pero los espíritus encapuchados movían las antorchas de un lado a otro, así evitan ser atacados.

Los demonios soldados estaban alterados. Olían el aire y se acercaban al nido de sanguijuelas infernales, pero los dos demonios guardianes alzaron sus hachas para atacar y uno de ellos les dio un gruñido de advertencia. Los demonios soldados, se alejaron frustrados, pero siguieron oliendo la esencia, lo que los hacía babear por entremedio de los agujeros del bozal metálico.

San Pedro se devolvió lentamente del Antro de Trituración, arrastrando las cadenas que aprisionaban sus tobillos. San Pedro miraba disimuladamente en dirección del nido, para saber lo que hacían los espíritus encapuchados.