Los tambores marcaban el ritmo de trabajo en el Primer Infierno. Los demonios chasqueaban una y otra vez los látigos para que los espíritus condenados trabajasen más rápido.
Los espíritus con poca esencia, perdían la capacidad de razonar y solo eran capaces de ejecutar tareas muy simples. Por eso eran llevados y engrillados a los engranajes gigantes que servían para abrir y cerrar la puerta del Infierno. A los espíritus secos de esencia, los demonios soldados les sacaban los discos de identificación, para luego arrojarlos a la fosa donde los demonios de los Infiernos inferiores se alimentaban de sus restos. Los espíritus que llevaban más tiempo, aprendieron a sobrevivir aprovechándose de los espíritus recién llegados. Cuando los espíritus quedaban sin esencia, le robaban el collar con colmillos que tenían colgado al cuello. Luego se apropiaban de las herramientas que usaban para intercambiarla por más colmillos y se adueñaban de los túneles donde trabajaban los espíritu sin esencia, cobrando una cuota por usarlo.
Un demonio soldado arrojaba raíces a los platos de cobre para que el alucinógeno siguiera surtiendo efecto entre los espíritus condenados.
Los espíritus ilusionados con el falso oro, trabajaban duro, arrastrando los sacos hasta el Antro de Trituración. Lucían orgullosos sus collares con colmillos.
Salaíno entró al túnel donde se hallaba San Pedro e Ignacio.
—Les tengo buenas noticias. Un espíritu dijo haber visto a la Pequeña Muerte llevando a un pequeño espíritu que lloraba mucho.
—¿Adónde se lo llevó? —preguntó San Pedro.
—Al interior del Pandemónium, donde viven los demonios.
—¿Estaba herido? —preguntó Ignacio.
—Por como lloraba, me pareció que estaba bastante sano.
San Pedro abrazó a Ignacio lleno de alegría.
—Parece que tenemos esperanzas.
—¿Cómo podemos entrar allí?
—Sí. Diciendo las palabras herméticas.
—¿Sabes cuáles son esas palabras?
—Sí.
—Dímelas entonces —dijo San Pedro entusiasmado.
El espíritu sonrió, pero no dijo nada.
—¿Me vas a decir las palabras para entrar?
—Por supuesto.
—Entonces, ¿qué esperas?
—Esa información tiene un costo.
San Pedro cayó en cuenta que en el Infierno nadie ayuda desinteresadamente.
—¿Y cuál sería ese costo?
—Te lo dejo a tu consciencia.
San Pedro comprendió que lo mejor era pagarle para evitarse complicaciones. San Pedro sacó el colmillo que tenía en su collar y se lo pasó a Salaíno.
—Bien, dime las palabras herméticas para entrar al Pandemónium.
—El colmillo es el pago por la información que averigüé sobre el espíritu que buscabas. Lo que pides ahora tiene otro precio —dijo Salaíno sonriendo.
San Pedro miró a Salaíno y se dio cuenta que la cantidad de collares y colmillos que tenía en el cuello, no era por trabajar con el sudor de su frente.
—¿Cuánto me costará que me digas como entrar al Pandemónium?
—¿Cuánto estás dispuesto a pagar?
—Te puedo entregar otro colmillo.
—Creo que es muy poco —dijo Salaíno, tratando de saber cuán importante era la información que le daría.
—Piénsalo y si me haces una oferta razonable, haremos un trato —dijo Salaíno, despidiéndose con una sonrisa.
—Esto no me gusta nada. Las cosas se están complicando —dijo San Pedro.
—¿Por qué? —preguntó Ignacio—. Solo hay que darle lo que pide.
—No es tan fácil. Los espíritus que están en el Infierno son expertos es encontrar tus debilidades. Si cedo, ya no me lo podré sacar de encima. En estos momentos me preocupa más la cuota de nueve sacos de piedras que tenemos que cumplir. El funcionario gris que vi en el Antro de Trituración, trabajaba en el Purgatorio y por alguna razón terminó en el Infierno. Los funcionarios grises tienen fama de hacer cumplir las órdenes aunque sean las más estúpidas del mundo.
—¿Qué nos puede pasar si no cumplimos la cuota?
—Creo que tiene que ver con los espíritus que dejan amarrados cerca del nido, para que las sanguijuelas les absorban la esencia.
—Será mejor que nos pongamos a trabajar.