Ubicado en lo alto del Primer Infierno se hallaba un demonio encargado de tocar los tambores para mantener el ritmo de trabajo. El sonido de los tambores retumbaba en todo el Infierno. El demonio cambió el compás a un redoble de tambores y luego quedó en silencio. Los demonios se movieron asustados. Desde el fondo del Infierno apareció la Guerra, encargada del Primer Infierno. Era un esqueleto de huesos blancos que vestía una túnica gastada que alguna vez fue roja. Llevaba un casco metálico del cual salían dos cuernos. La Guerra era escoltada por dos demonios guardianes altos y poderosos, que tenían el hocico descubierto y sus alas yacían plegadas. Los demonios guardianes llevaban en sus garras una enorme hacha doble.
Los dos demonios guardianes se quedaron en posición de firmes, mientras la Guerra caminaba examinando a los nuevos espíritus condenados que se hallaban reunidos en el centro del Primer Infierno.
—Soy la Guerra, amo de los espíritus condenados del Primer Infierno —dijo la Guerra con una voz grave y rasposa—. No les doy la bienvenida porque no se la merecen. De ahora en adelante ustedes me pertenecen, seré su nuevo Dios. Harán lo que les diga o irán a la fosa. Su trabajo será muy simple ¿Quieren oro?, ¿piedras preciosas? Sáquenlas de los túneles. En la Planta de Procesamiento que está allá —dijo la Guerra apuntando hacia la derecha, cerca de la entrada al Infierno—, les entregarán un colmillo por cada saco lleno que lleven. Cada colmillo equivale a un ahorro que será guardado hasta que cumplan su condena en el Infierno. Cuando reencarnen serán inmensamente ricos. Entre más trabajen, más ricos serán en su próxima vida.
Algunos espíritus se frotaban las manos con las riquezas que tendrían. San Pedro e Ignacio protegidos por los trajes contra el humo alucinógeno, solo veían rocas negras.
—Usarán las herramientas que dejaron los demás espíritus. Si no encuentran ninguna herramienta, cavarán los túneles con sus manos. Ojalá que duren un poco más que los anteriores espíritus —dijo la Guerra riendo.
—¿Qué les pasó a los otros espíritus? —preguntó uno de los espíritus condenados.
—Tenemos un espíritu que se quiere pasar de listo. A la Mazmorra de los Tormentos con él.
Uno de los demonios soldados agarró al espíritu por los grilletes que tenía en sus brazos y lo arrastró por el suelo.
—¡No!, por favor, no. No preguntaré nada, se lo juro. Seré obediente. Noooooooo.
El espíritu condenado pataleaba mientras un demonio soldado lo arrastraba hasta perderse por el pasillo al final del Infierno.
—¿Alguien más tiene alguna duda?
Los espíritus asustados evitaban mirar a la Guerra para no sentir su poderosa mirada.
—Cualquier queja o consulta solo díganmela. Encantado les solucionaré sus problemas. Ja, ja, ja, ja ¡Comiencen a trabajar!
Los espíritus condenados corrieron tratando de agarrar cualquier herramienta que estuviera en el suelo. Las herramientas no eran más que huesos o colmillos amarrados, pero cualquier cosa era mejor que sacar las rocas con la mano. Los espíritus se abalanzaban y peleaban por tener una herramienta. San Pedro e Ignacio no lograron encontrar ninguna, así que se devolvieron hacia los túneles.
Los espíritus condenados más antiguos custodiaban sus túneles para que los nuevos espíritus no se los quitaran. San Pedro e Ignacio encontraron un túnel al parecer desocupado, cerca del fondo del Infierno. La Guerra se acercó a los espíritus que estaban amarrados cerca del nido de sanguijuelas infernales.
—Estos espíritus están secos, sáquenlos y arrójenlos a la fosa. No se olviden de sacarles los discos de identificación.
Los demonios soldados cortaron las cuerdas que amarraban a los espíritus a los colmillos, haciendo que sus cuerpos se azotaran contra el suelo. Los demonios les arrancaron los discos de identificación que tenían en el cuello y con un gancho en cada garra, los demonios, atravesaron a los espíritus secos que arrastraron y arrojaron a la fosa ubicada al centro del Primer Infierno. El demonio soldado encargado llevó los discos hasta una caverna al fondo del Infierno, donde los arrojó al piso. Un espíritu gris encadenado, recogió los discos y desapareció al interior de la caverna.
San Pedro reconoció al espíritu gris a lo lejos. La Guerra se retiró escoltado por los demonios guardianes La Guerra se detuvo al final del pasillo, frente a la puerta que tenía un aldabón metálico con la cabeza de un demonio, que protegía la entrada. La Guerra dijo unas palabras en un idioma extraño. Los ojos del aldabón se iluminaron y la puerta se elevó verticalmente, dejando pasar a la Guerra y a los demonios guardianes al interior del Pandemónium. La puerta cayó de golpe, enterrando sus gruesas puntas metálicas en el suelo.
Los demonios soldados chasquearon los látigos, San Pedro reaccionó y entró al túnel.