Desde el interior del Infierno San Pedro e Ignacio oyeron los gritos desesperados de los espíritus indecisos y los gruñidos de los sabuesos infernales. Los espíritus que cerraron la puerta levadiza del Infierno, descansaban con la mirada perdida.
El Infierno era una gigantesca caverna iluminada por decenas de antorchas ubicadas en los costados de la caverna, lo que daba un aspecto de penumbra tenebrosa. El humo espeso y de olor agrio provenía de un enorme plato de cobre ubicado a pocos metros de la entrada del Infierno. Dentro del plato de cobre había restos de raíces que se quemaban con el calor del fogón que había debajo. El humo era una especie de alucinógeno que afectaba solo a los espíritus humanos, haciéndolos ver una realidad distorsionada. Otros tres platos de cobre se ubicaban en los extremos de la enorme caverna.
A los costados del Infierno existían cientos de agujeros por donde los espíritus sacaban sacos llenos de piedras que cargaban o arrastraban, cruzando la caverna y perdiéndose al interior de otra caverna más pequeña. Solo San Pedro e Ignacio percibían el Infierno tal cual era. En cambio los espíritus condenados veían el Infierno lleno de colores, y las rocas eran trozos de oro y piedras preciosas.
Cuatro demonios soldados escoltaban a los espíritus condenados a punta de latigazos. Los demonios soldados del Primer Infierno, eran delgados y no tenían piel. Sus músculos estaban resecos y negros como las momias. De sus frentes salían cuernos mutilados y caminaban sobre sus patas traseras. Eran los demonios de más bajo nivel que había en el Infierno. Sus alas habían sido mutiladas y, solo un par de muñones afloraban en sus espaldas. Usaban un bozal de metal con agujeros que cubría sus hocicos, para evitar que pudieran comerse a los espíritus condenados. La esencia vital de los espíritus era el mayor de los manjares que un demonio pudiera comer.
Algunas sanguijuelas infernales volaban alrededor los espíritus que ubicaban con sus antenas. San Pedro pudo ver que una de las sanguijuelas succionaba la esencia del cuello de un espíritu. San Pedro le dio un codazo a Ignacio para que se fijara en el bicho infernal. El cuerpo casi transparente de la sanguijuela se volvió verde brillante. La sanguijuela hinchada con la esencia del espíritu, se alejó volando hasta el nido que se hallaba al fondo derecho del Infierno. San Pedro deslizó su mano por su cuello por si tenía alguna sanguijuela infernal. Por suerte el traje los protegía. San Pedro revisó a Ignacio. No tenía ninguna sanguijuela, pero tenía pequeños agujeros en la túnica que atravesaban el traje. Seguramente algo de la lava que les salpicó cuando atravesaron el puente. San Pedro también tenía algunos agujeros en su traje.
San Pedro siguió observando y descubrió que el nido de sanguijuelas ubicado al fondo del Infierno, se encontraban colgados cuatro espíritus amarrados cada uno, a dos enormes colmillos que formaban una equis. Las sanguijuelas infernales se daban un festín succionando toda la esencia de los espíritus que yacían blancos y casi sin esencia.
—Ignacio, ten cuidado con las sanguijuelas, succionan tu esencia vital —le susurró San Pedro a Ignacio.