Capítulo 70

—¡Abran las jaulas! —gritó una voz desde el interior del Infierno.

Las dos jaulas gigantes que sobresalían de las esquinas opuestas a la entrada del Infierno, se abrieron lentamente. Dentro de cada jaula aparecieron dos enormes sabuesos infernales.

Sus cuerpos se hallaban cubiertos de escamas y por su espina dorsal salían decenas de cuernos que terminaban en un muñón de lo que alguna vez fue una cola. Tenían seis patas y de largo medían unos seis metros. Los demonios carroñeros se escondieron asustados. Los sabuesos infernales olieron el aire y se abalanzaron en dirección de los espíritus indecisos.

El terror se apoderó de los espíritus, que salieron arrancando despavoridos. Algunos espíritus condenados se lanzaron al río de lava, pensando que al ser espíritus no les pasaría nada, pero el calor del río de roca fundida si era real. Los gritos de dolor eran atroces. Los espíritus indecisos pagaron el precio.

El espectáculo fue brutal, los sabuesos infernales los agarraban con sus hocicos y los desgarraban dejando restos de espíritus desperdigados por toda la entrada del Infierno. Era como una segunda muerte, la peor, pues no podrían reencarnar más, transformándose en desechos que lo que alguna vez fueron. Restos de espíritus reptaban por el suelo. Restos espirituales que con el tiempo se unirán a otros despojos en el Abismo, convirtiéndose en una entidad con una consciencia primitiva. En el mundo animal se conoce con el nombre de instinto. Con el tiempo los desechos se transformaban en parte de la Entidad, que se alimentaba de los recuerdos de otros espíritus.