Capítulo 66

La Pequeña Muerte sacó a Matías fuera de la jaula, para que recorriera el lugar.

Matías arrastró la pesada bola de acero hasta la salida de la habitación, pero la puerta permanecía cerrada. Trató de abrirla, pero no pudo.

—Solo mi padre puede abrir la puerta —dijo la Pequeña Muerte, mientras estudiaba con atención los colores de la pañoleta que le regaló Matías.

—¿Cómo se llama este color?

—Rojo.

—La Guerra usa este color, pero no es tan brillante como este.

—¿Y el otro color que tiene en los bordes?

—Dorado.

—Es parecido a las hojas que te di.

—Sí, es parecido.

Matías arrastró la bola de acero que le aprisionaba el tobillo hasta a la Pequeña Muerte, tomó la pañoleta y se la enrolló en el cuello de la Pequeña Muerte. Luego le ajustó la pañoleta con un pedazo de madera hueca.

—Se te ve bien —dijo Matías.

—Me gustan estos colores. Allá en la Tierra, ¿hay más colores como estos?

—Sí, muchos.

La Pequeña Muerte tomó la bola de acero, como si no pesara nada, abrió la jaula y metió a Matías dentro.

—Te dejaré dentro de la jaula, porque tengo que ir al Salón de las Armas Infernales. Si viene alguien te escondes debajo de las mantas.

—¿Puedo ir?, no quiero quedarme solo.

—No, no puedes, porque te puedes escapar. Las otras mascotas que tuve, se escaparon y se la comieron los demonios.

—Prometo no escapar, te doy mi palabra.

—¿Qué significa eso?

—Significa que si te doy mi palabra tengo que cumplirla. Una promesa es sagrada y no se puede romper.

—¿Es como un hechizo?, para obligar a los demás a hacer lo que uno quiere.

—No, no se puede obligar a dar la palabra, tiene que salir de uno mismo.

—No entiendo.

—Si tú me dejas acompañarte, te doy mi palabra que no escaparé.

—Entiendo, si yo hago algo por ti, tú haces algo por mí.

—Mi padre me dijo que los espíritus humanos son mentirosos. Dicen una cosa y luego hacen otra.

—Por eso una promesa se cierra dándonos la mano. Dame la mano —dijo Matías.

La Pequeña Muerte extendió su mano de huesos y Matías se la tomó y le dio un apretón.

—Ahora yo tengo que cumplir mi promesa y tú también.

—¿Me puedes sacar la cadena del tobillo?

—No, porque los demonios se comen a los espíritus que andan sin cadena.

—Está bien.

—Mi padre no me deja salir de la habitación, así que iremos por los túneles.

La Pequeña Muerte entró en la jaula, levantó las mantas viejas y abrió una tapa falsa, donde se ocultaba un pequeño túnel.

—Este túnel va a la entrada del Infierno —dijo Matías.

—Sí, pero también va a otros lados.

La Pequeña Muerte buscó su bolsa de cuero y se la cruzó al hombro.

—Yo me llamo Matías, ¿cómo te llamas tú?

—No tengo nombre.

—Tu padre no te dio un nombre.

—No, mi padre dice que soy un experimento. Los demonios me dicen la Pequeña Muerte.

—Entonces te llamas Pequeña Muerte.

—Eso creo.

—Entra tú primero —le dijo la Pequeña Muerte a Matías mientras cerraba la tapa desde el interior del túnel.