Malik, San Pedro e Ignacio subieron al Faro por una estrecha escalera en espiral. Entraron a una pequeña habitación donde había un demonio que miraba por un enorme catalejo que apuntaba a las puertas del Primer Infierno. A un costado yacía una gigantesca lámpara de bronce rodeada en su interior por un reflector con la forma de un bulbo transparente que tenía pequeños surcos circulares al centro que se hacían más grandes a medida que se alejaban del bulbo. Un cristal de color ámbar iluminaba su interior. Al lado de la enorme lámpara había un asiento empotrado en una serie de engranajes, manivelas, palancas y válvulas que controlaban la intensidad y la dirección de la luz divina.
—San Pedro, te presento a Asael, él podrá ayudarte —dijo Malik.
Una túnica sucia y con agujeros cubría el alto y delgado cuerpo de Asael. Su rostro era oscuro y reseco. Sus alas eran parecidas a las de un murciélago y sus manos y pies eran como las garras de un animal. Asael tenía grilletes en pies y manos. Cuando vio a San Pedro trató disimuladamente de esconder los grilletes debajo de su túnica. Malik le explicó a Asael lo que pasó con el espíritu del niño.
—La única forma de entrar al Infierno es por la puerta principal —dijo Asael.
—Les acabo de mencionar eso —contestó Malik.
—Tendrán que entrar como espíritus condenados para no despertar sospechas.
—¿Cómo es el Infierno de los espíritus humanos? —preguntó San Pedro.
—Está lleno de túneles donde los espíritus humanos sacan rocas.
—¿Rocas? ¿No los atormentan por sus pecados? —preguntó San Pedro.
—Lo que vi fue eso —dijo Asael huraño.
¿Qué es lo que se supone que sacan?
—No lo sé. Solo estuve algunos momentos en el Primer Infierno antes de escapar por la entrada principal.
—Debo seguir trabajando —dijo Asael, fijando la mirada en Malik.
—Vamos. Asael le gusta estar solo —dijo Malik.
—¿Por qué el demonio tiene cadenas? —preguntó Ignacio.
Asael clavó la mirada en Ignacio, quien sintió un escalofrío que le recorrió todo su espíritu. San Pedro se puso el dedo índice en la boca para que Ignacio no dijera nada más. San Pedro bajó junto a Ignacio por las escaleras de espiral seguido de Malik.
—Malik, ¿tienes a un ángel caído a cargo del Faro? —preguntó San Pedro.
—Hace bien su trabajo —contestó Malik.
—¿Puedes confiar en él?
—Hasta el momento sí.
—¿Alguien sabe que se encuentra en el Abismo y trabaja en el Faro?
—Solo tú. Y si me preguntas si estoy preocupado por lo que diga el Consejo. No, no lo estoy, porque nunca han bajado al Abismo a inspeccionar.
—Cuando Asael salió del Primer Infierno, lo capturaron los ángeles celadores. Se hallaba muy débil y sus heridas eran profundas y graves. Lo envolví en las hojas del árbol de la vida y lo encerré en una celda hasta que se recuperó.
—¿Pensaste que podía tratarse de una trampa?
—Al principio sí, pero viendo el estado en que llegó, pensé que el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
—No te dijo, ¿cómo ni por qué escapó?
—No habla mucho, ni tampoco quiero obligarlo. Cuando sea el momento, hablará.
—¿Por qué está a cargo del Faro? —insistió San Pedro.
—Ningún ángel quiere estar en el Faro, creen que es un castigo cuando designo a uno. Así que tuve que arriesgarme.
—Fuiste precavido al ponerle grilletes.
—No, él quiso que le colocara los grilletes, para que los demás ángeles no desconfiaran de él. Soy el único que lo acepta como es. Para el Consejo, siempre será un ángel caído y para el Infierno un traidor. Estará marcado por siempre.
—¿No han pedido su cabeza en el Infierno?
—Las comunicaciones no son el fuerte del Infierno.
—¿Te parece que empecemos con el plan? —preguntó Malik.
—Te escucho —dijo San Pedro.