Capítulo 60

El montacargas oxidado se detuvo. La puerta se abrió produciendo un desagradable sonido de fierros rechinando. Ignacio sintió un golpe de calor en todo su espíritu. No sabía cuánto calor había en el Abismo, pero de seguro un ser vivo se quemaría de inmediato. Una espesa neblina verdosa inundaba el Abismo, ocultando el suelo de donde no lo había.

Ignacio caminó escondiéndose detrás de enormes estalagmitas, para evitar que los ángeles celadores lo atraparan. A cada paso Ignacio sentía el suelo viscoso y crujiente. Algo le agarró el tobillo. Ignacio levantó su pierna y vio que el resto espiritual de una mano, le apretaba el tobillo. Ignacio logró liberarse y arrojó la mano al suelo. La neblina se esparció, dejando ver todo tipo de restos de espíritus humanos.

Miles de lucecitas brillaban y parpadeaban en las paredes del Abismo. Ignacio se acercó y se dio cuenta que las lucecitas era los ojos de miles de cabezas y trozos de espíritus humanos que fueron absorbidos por la roca.

—Ayúdanos. Por favor sácanos de aquí —decían los espíritus—. No nos dejes.

Los espíritus extendieron cientos de manos abiertas. Ignacio tomó una de las manos y trató de sacarla, pero no pudo. Otras manos agarraron las piernas y el cuerpo de Ignacio, cubriéndolo totalmente.

—¡Socorro! ¡Ayuda! —gritó Ignacio, pero una mano le tapó la boca.